Quedé de piedra. Los leo.
Me quedo congelada mientras su lengua se pasea con confianza dentro de mi boca. ¿Qué es lo que acaba de pasar? Pero más importante que cualquier otra cosa es que, no sé si lo que dijo fue una mala jugada de mi imaginación o este imbécil es más descarado de lo que había supuesto. Planto las palmas de mis manos sobre su pecho y rompo con el beso. Contengo la rabia y las enormes ganas que tengo de cruzarle la cara con una nueva bofetada. ¿Qué se ha creído este imbécil? ¿Qué puede jugar conmigo y con mis sentimientos como se le dé la gana? Simulo una sonrisa y miro alrededor para constatar que nadie pueda oírme, sobre todo, mi pequeña Camila. ―¡Aléjate de mí o te prometo que te patearé las pelotas! Susurro en tono bajo al pie de su oreja y me separo con una gran sonrisa falsa. ―¡Cómo te atreves! Me alejo de él y me acerco a mi hija para apartarla de la loca desquiciada que me mira con los ojos desorbitados. ―¡Cierra la boca, Lorena! ―le tapo los idos a mi hija para que no pueda escu
Esta mujer me tiene hasta la coronilla, no debí darle alas cuando me dejé de llevar por mis tontas emociones, provocando una situación que, en lugar de aminorar la carga, le agregó mucho más peso. ¿En qué parte de mi estúpido cerebro se me ocurrió la ridícula idea de decir que ella era mi prometida? ―¡No voy a permitir que me trates de esta manera, Samuel, te prometo que no te lo voy a perdonar! ―grita como maniaca mientras la saco a rastras de la clínica―. Soy una Beasley, provengo de una familia adinerada y con mucho poder, no te vas a librar tan fácilmente de esta. ¡Te lo prometo! Sus inútiles amenazas solo provocan más malestar y enojo. ―Tú y tu padre se pueden ir al demonio ―escupo furioso―. ¿Crees que tus amenazas me importan en lo más mínimo? ¿Qué tus berrinches de niña malcriada y caprichosa me harán cambiar de opinión? Rio y niego con la cabeza. ―Benjamín Beasley, no es un oponente digno para un hombre de mi estatura ―camino hasta el estacionamiento y saco sus maletas de
Siento que una oleada de emoción inunda todo mi cuerpo. Estoy viviendo un sueño en el que aún no puedo ni creer. El mismo hombre con el que tuve mi primera experiencia, el padre de mi hija; nos está dando la oportunidad de ser una verdadera familia. De creer por primera vez en mi propio cuento de princesas, en mi felices para siempre. ―Vayamos a casa, aún quedan demasiadas cosas sobre las cuales conversar. Asiento en respuesta. Me toma de la mano y me conduce hasta le asiento del copiloto. Sostiene su mirada sobre la mía mientras me asegura a la butaca y provoca cosquilleos por todo mi cuerpo con el simple roce de sus dedos. Cada vez que me mira de esa manera tan intensa, me deja con la boca seca. Me quedo observándolo desde mi asiento entretanto rodea el auto y se ubica en su puesto. Gira la cara y sonríe antes de encender el auto. Después de hacerlo busca mi mano y vuelve a entrelazar mis dedos con los suyos. Una bonita y cálida sensación de plenitud y felicidad, se desplaza como
Me zafo de su agarre de manera brusca. ―¡No me toques con tus manos asquerosas! Su contacto solo me produce rabia y repulsión. Elliot ya no es el chico que conocí años atrás, ese que encantaba con su sonrisa falsa y ensayada. Ahora que lo conozco, sé cuan peligroso pueden ser los hombres de su tipo. Pobre niña tonta e inocente aquella que fui en el pasado y que cayó enamorada de un hombre sin alma, escrúpulos ni sentimientos. Uno que demostró, apenas tuvo la oportunidad, hasta dónde era capaz de llevar sus maquinaciones para abrirse una oportunidad en la vida. No sé por qué razón me eligió como su víctima en aquel entonces, pero estoy segura de que algún provecho sacó de todo aquello. Gira su cara y mira con preocupación hacia el corredor por el que acaban de desaparecer Samuel y nuestra hija. ―¿Crees que vas a dejarme por fuera de este negocio? Arrugo mi entrecejo y lo miro confusa. ¿A qué negocio se está refiriendo? ―No sé de lo que estás hablando y tampoco me importa, imbécil
No me gusta dejar a Abigaíl sola con Elliot, pero tampoco quiero que la niña sea testigo de la gran discusión que ese maldito idiota y yo, vamos a tener. Lo miro de manera amenazante antes de darme la vuelta y dirigirme hacia el corredor que me lleva al área de huéspedes. Cada músculo de mi cuerpo se encuentra en tensión. La relación entre mi medio hermano y yo, nunca ha sido buena. Por más que intenté llevármela bien con él, no hubo manera de que las cosas mejoraran entre nosotros. Fue un maldito buscapleitos, un vicioso sin reparos, un sinvergüenza, un malviviente y, para colmo, un estafador empedernido. Hace seis años me vi forzado a amenazarlo y a obligarlo a elegir entre irse a otro país o vivir el resto de su vida tras las rejas. Le di muchas oportunidades para que recapacitara, pero insistió en transitar por el camino torcido. La gota que rebasó el vaso de mi paciencia, llegó un par de días después de la fiesta aniversario de la empresa. Recibí una llamada en la que me notific
Los gritos de Samuel me obligan a salir con desesperación de la habitación. Sabía que la presencia de Elliot causaría problemas desde el mismo instante que lo vimos aparecer. Al llegar a la sala me tapo la boca con las manos para aguantar el jadeo que suelto debido a la sorpresa que me llevo al ver a Samuel sacando a su hermano a rastras de la casa. ¿Qué es lo que está pasando? Hay luces de patrullas en el exterior y gritos de amenazas por parte de Elliot, contra el padre de mi hija. Mis pies se quedan clavados en el piso, estoy tan nerviosa por todo lo que está sucediendo que mis piernas ni siquiera pueden moverse por sí mismas. Cornelio se mantiene inmutable en una de las esquinas de la casa sin intervenir, hasta que Samuel se dirige hacia la entrada. ―Señor, puedo encargarme. Le dice al alcanzarlo. ―No te preocupes, Cornelio, soy capaz de deshacerme de la basura por mis propios medios. Esto es más serio de lo que pensaba. Espero a que Samuel regrese para averiguar qué es lo qu
Toda la rabia y el estrés que me causó la aparición de Elliot en esta casa, desaparecen como por arte de magia al tener a Abigaíl entre mis brazos. No sé cómo explicar la extraña, pero estimulante y plácida sensación que me embarga, cada vez que ella se encuentra cerca. ―Tú también me gustas mucho, cariño ―le digo sin apartar mis labios de su exquisita piel―. Mucho más de lo que, incluso, imaginé que lo harías. Arrastro mi boca ansiosa y desesperada por su piel de melocotón y me detengo en la cima de sus pechos llenos y tersos. Suspiro sin aliento y les doy un vistazo antes de deshacerme de todo aquello que ese interpone entre mi boca y ellos. ―Samuel… Aquel tono de voz hace que las palpitaciones de mi corazón se desaten desbocadas y erráticas. Delineo las curvas redondas con las yemas de mis dedos y escucho con emoción cada uno de los gemidos que escapan de su provocativa y exquisita boca. Describir este instante en el que estoy a punto de poseerla, marcar sus entrañas y dañarla p
Esto era lo que me faltaba. ―Buenos días, Samuel, soy Emilio Santiesteban, imagino que debes suponer la razón de mi llamada. ¿Complacer los caprichitos de su hija malcriada? ―Lo tengo muy claro, Emilio, así que, para que dar tantas vueltas con este asunto, ¿dime qué es lo que quieres? No estoy dispuesto a perder segundos valiosos de mi tiempo en conversaciones sin importancia. Me dirijo al vestier y espero paciente a que me lo diga. Saco uno de mis trajes y lo pongo en la cama. Me mantengo silente hasta que decida abrir su maltit@ boca. ―Mi hija me comentó que no fuiste muy amable a su regreso de París ―ruedo los ojos con fastidio, ya me temía que su princesita le fuera pronto con su berrinche―. Se bajó del avión y corrió directo a buscarte ―nunca le pedí que viniera, es más, si por mí fuera, habría preferido que nunca apareciera―. ¿Eres consciente que Lorena es mi única hija y estoy dispuesto a hacer todo por ella para hacerla feliz? Puedo apostarlo. Ambos son de la misma calaña