Ohoh... empiezan los problemas. Nos leemos en el próximo capítulo.
Esto era lo que me faltaba. ―Buenos días, Samuel, soy Emilio Santiesteban, imagino que debes suponer la razón de mi llamada. ¿Complacer los caprichitos de su hija malcriada? ―Lo tengo muy claro, Emilio, así que, para que dar tantas vueltas con este asunto, ¿dime qué es lo que quieres? No estoy dispuesto a perder segundos valiosos de mi tiempo en conversaciones sin importancia. Me dirijo al vestier y espero paciente a que me lo diga. Saco uno de mis trajes y lo pongo en la cama. Me mantengo silente hasta que decida abrir su maltit@ boca. ―Mi hija me comentó que no fuiste muy amable a su regreso de París ―ruedo los ojos con fastidio, ya me temía que su princesita le fuera pronto con su berrinche―. Se bajó del avión y corrió directo a buscarte ―nunca le pedí que viniera, es más, si por mí fuera, habría preferido que nunca apareciera―. ¿Eres consciente que Lorena es mi única hija y estoy dispuesto a hacer todo por ella para hacerla feliz? Puedo apostarlo. Ambos son de la misma calaña
Sirvo un plato para cada uno con el desayuno que entre los dos preparamos. Mis piernas se sienten temblorosas después de tanto sexo. Casi al mismo instante en que lo pienso, nuestras miradas cómplices se encuentran. Él sonríe con picardía. Sabe, que estoy pensando en nosotros y en cada uno de los encuentros apasionados que hemos tenido. Mis mejillas se calientan, así que me veo obligada a desviar la mirada, porque no puedo ocultar que, a pesar de la extenuante tanda sexual que tuvimos, sigo deseándolo con locura. ―Papi, ¿cuándo volverá abuelito? Samuel aparta la mirada de mí y la dirige hacia nuestra hija con interés. ―Esta tarde estará de regreso ―sonríe animado mientras corta el tocino con sus cubiertos―. ¿Las parece si las paso buscando antes para que me acompañen a la clínica? Los ojitos de Camila brillan con emoción. Gira su carita y me mira de manera suplicante. ―¿Podemos ir, mami, por favor? Asiento en respuesta. ―Por supuesto, cariño. Le doy un beso en la frente y ocup
Mi cuerpo se tensa con la reciente información. ¿Quién es ese hombre que les ha intentado hacer daño y qué tiene que ver papá con todo esto? Desconozco mucho de la de la vida de Abigaíl y creo que ya es hora que me cuente parte de ella. Por supuesto, hasta donde esté preparada para hacerlo. ―Si te parece bien, empezaré por la parte más fácil ―menciona nerviosa―, te hablaré de mi padre, el hombre que quiso lastimarnos. Me preparo para lo que viene, pero mucho me temo que, por más que lo adorne, no habrá manera que esta historia me siente bien. Me tocará hacer un esfuerzo sobrehumano para no descontrolarme. ―Eres libre de hacerlo como mejor te parezca, cariño, incluso, reservarte aquellas partes que no quieras contarme, pero necesito que entiendas que, si no me pones al tanto de toda la historia, no habrá manera en que pueda protegerlas de la manera en que quiero hacerlo ―me levanto de la mesa, le tiendo la mano para que la tome y me acompañe. Esta es una conversación que debe llevars
Estoy agotada, mis ojos se cierran solos. Respiro agitadamente después del intenso orgasmo que acaba de robarse todas las energías de mi cuerpo. Ni siquiera puedo sostenerme en pie. Dormimos poco en toda la noche, porque estando cerca el uno del otro, es imposible que podamos hacerlo. No conseguimos dejar de tocarnos y, mucho menos, amarnos hasta que nuestros cuerpos terminan agotados. Inhalo una profunda bocanada de aire y abro los ojos al sentir que acaricia la mejilla con el dorso de sus dedos y me da un beso suave en los labios. ―¿Se fueron los nervios? Me fascina su interés en mi bienestar. Hace mucho que nadie mostraba tanta preocupación por mí. Sonrío agradecida. ―Sí, hiciste que el temor desapareciera. Siento un vacío casi al mismo instante en que abandona mi interior. Cierra la cremallera de su pantalón, acomoda mi vestido y ni siquiera me da tiempo a recuperarme cuando ya me lleva cargada entre sus brazos. Apoyo la palma de mi mano izquierda y mi mejilla sobre su torso
El sonido de un disparo se oye al otro lado de la habitación. Me pongo de pie rápidamente y tiro de Abigaíl para llevarla conmigo. ―¡Eso fue un disparo! ―grito conmocionado―. Necesito averiguar de dónde provino. Salgamos de aquí. Sin embargo, no llego a escuchar sus pisadas. Al girar la cara sobre mi hombro noto que se ha quedado petrificada. Me acerco a ella y la miro a los ojos, pero ni siquiera parpadea. Ahueco su rostro entre mis manos y la obligo a que me mire. ―¿Nena, qué te pasa? No responde, sigue perdida en el limbo. ―¡Maldición, Abigaíl, reacciona! Escucho gritos por toda la casa que me ponen los pelos de punta. Mi cuerpo entra en alerta. Justo en ese momento, la puerta de mi oficina se abre repentinamente. Me doy la vuelta y veo entrar de manera aparatosa a Jazmín, una de las chicas del servicio. Los gestos aterrorizados de su rostro me dicen que ha ocurrido algo espantoso. Una especie de sudor frío recorre toda mi espalda y hace temblar el piso bajo mis pies. Me mira
Ese dolor en el pecho que me quema hasta mis adentros, es un mal presentimiento. Mis instintos de madres me dicen que mi hija está en graves problemas. El dolor me ha dejado sin aliento y me ha sumido en un hueco sin fondo del que no puedo salir por más que lo intento. Samuel abandona la habitación, lo veo moverse con presura. En cambio, yo, sigo pegada en el mismo sitio, recordando cada segundo que he compartido con mi hija desde que la tuve en mi vientre hasta que la oí llorar en aquel quirófano. Lo supe en ese instante. Camila era mi mundo, el centro de mi universo; el motivo por el que tenía que luchar y sobrevivir. Entonces, ¿qué voy a hacer si la pierdo? ―¿Necesita ayuda, señorita Abigaíl? Fijo la mirada en el rostro de la mujer morena que me observa sin saber qué hacer. Ella también está llorando, pero ¿por qué lo hace? ―Yo, yo… ―no estoy segura si ese alarido que se acaba de escuchar proviene de mí. Estoy como ida, tengo la sensación de que mi mente se ha marchado a otro lu
Abigaíl y yo no hemos soltado nuestras manos desde que subimos a la ambulancia. El recorrido ha sido abrumador y desesperante, sin embargo, agradecemos a Dios que, Camila, se mantenga estable hasta este momento. ―¿Mi hija está bien? Pregunta Abigaíl con desesperación a uno de los paramédicos que se encarga de la atención de nuestra pequeña. ―No lo sabremos hasta que el médico la evalúe y determine los daños que el proyectil ocasionó en sus órganos ―ella se tensa y aprieta mi mano al escuchar la respuesta que el profesional le ofrece―. Sin embargo, estoy impresionado con la fortaleza y resistencia que demuestra esta chiquilla, se está aferrando a la vida con todas sus fuerzas. Ella suelta un sollozo, pero sonríe orgullosa con las palabras del paramédico. ―Siempre ha sido una niña fuerte y luchadora, a pesar de las vicisitudes por las que ha atravesado ―le explica al hombre con desconsuelo mientras se limpia las lágrimas con sus dedos―. No ha sido fácil para ella ―niega con la cabez
El aire abandona mis pulmones en el instante en que, Horacio, libera aquella confesión. ―¿Qué demonios, papá? ―le indica con frustración―. ¿Cómo se te ocurre inventar semejante barbaridad en un momento como este? Ya no puedo seguir guardando por más tiempo este secreto. Mi hija necesita la sangre de su padre y considero que no es justo para Samuel, que siga ignorando el hecho de que esa pequeña que lucha por si vida dentro de aquel quirófano, es también hija suya. Inhalo una profunda bocanada de aire y confirmo las palabras que el abuelo de Camila, acaba de decirle. ―Horacio, no está mintiendo, Samuel ―él se me queda mirando como si acabara de perder la razón―. Camila, es tu hija ―me relamo los labios debido a los nervios que siento―. Mi bebé lleva tu sangre dentro de sus venas. Eleva sus cejas debido a la impresión que mis palabras le provocan. Sus ojos se abren tanto que estoy a punto de creer que se van a salirse de sus cuencas en cualquier momento. ―¿Qué estás diciendo, Abiga