Nos vemos en un rato. Saludos!!
Estoy agotada, mis ojos se cierran solos. Respiro agitadamente después del intenso orgasmo que acaba de robarse todas las energías de mi cuerpo. Ni siquiera puedo sostenerme en pie. Dormimos poco en toda la noche, porque estando cerca el uno del otro, es imposible que podamos hacerlo. No conseguimos dejar de tocarnos y, mucho menos, amarnos hasta que nuestros cuerpos terminan agotados. Inhalo una profunda bocanada de aire y abro los ojos al sentir que acaricia la mejilla con el dorso de sus dedos y me da un beso suave en los labios. ―¿Se fueron los nervios? Me fascina su interés en mi bienestar. Hace mucho que nadie mostraba tanta preocupación por mí. Sonrío agradecida. ―Sí, hiciste que el temor desapareciera. Siento un vacío casi al mismo instante en que abandona mi interior. Cierra la cremallera de su pantalón, acomoda mi vestido y ni siquiera me da tiempo a recuperarme cuando ya me lleva cargada entre sus brazos. Apoyo la palma de mi mano izquierda y mi mejilla sobre su torso
El sonido de un disparo se oye al otro lado de la habitación. Me pongo de pie rápidamente y tiro de Abigaíl para llevarla conmigo. ―¡Eso fue un disparo! ―grito conmocionado―. Necesito averiguar de dónde provino. Salgamos de aquí. Sin embargo, no llego a escuchar sus pisadas. Al girar la cara sobre mi hombro noto que se ha quedado petrificada. Me acerco a ella y la miro a los ojos, pero ni siquiera parpadea. Ahueco su rostro entre mis manos y la obligo a que me mire. ―¿Nena, qué te pasa? No responde, sigue perdida en el limbo. ―¡Maldición, Abigaíl, reacciona! Escucho gritos por toda la casa que me ponen los pelos de punta. Mi cuerpo entra en alerta. Justo en ese momento, la puerta de mi oficina se abre repentinamente. Me doy la vuelta y veo entrar de manera aparatosa a Jazmín, una de las chicas del servicio. Los gestos aterrorizados de su rostro me dicen que ha ocurrido algo espantoso. Una especie de sudor frío recorre toda mi espalda y hace temblar el piso bajo mis pies. Me mira
Ese dolor en el pecho que me quema hasta mis adentros, es un mal presentimiento. Mis instintos de madres me dicen que mi hija está en graves problemas. El dolor me ha dejado sin aliento y me ha sumido en un hueco sin fondo del que no puedo salir por más que lo intento. Samuel abandona la habitación, lo veo moverse con presura. En cambio, yo, sigo pegada en el mismo sitio, recordando cada segundo que he compartido con mi hija desde que la tuve en mi vientre hasta que la oí llorar en aquel quirófano. Lo supe en ese instante. Camila era mi mundo, el centro de mi universo; el motivo por el que tenía que luchar y sobrevivir. Entonces, ¿qué voy a hacer si la pierdo? ―¿Necesita ayuda, señorita Abigaíl? Fijo la mirada en el rostro de la mujer morena que me observa sin saber qué hacer. Ella también está llorando, pero ¿por qué lo hace? ―Yo, yo… ―no estoy segura si ese alarido que se acaba de escuchar proviene de mí. Estoy como ida, tengo la sensación de que mi mente se ha marchado a otro lu
Abigaíl y yo no hemos soltado nuestras manos desde que subimos a la ambulancia. El recorrido ha sido abrumador y desesperante, sin embargo, agradecemos a Dios que, Camila, se mantenga estable hasta este momento. ―¿Mi hija está bien? Pregunta Abigaíl con desesperación a uno de los paramédicos que se encarga de la atención de nuestra pequeña. ―No lo sabremos hasta que el médico la evalúe y determine los daños que el proyectil ocasionó en sus órganos ―ella se tensa y aprieta mi mano al escuchar la respuesta que el profesional le ofrece―. Sin embargo, estoy impresionado con la fortaleza y resistencia que demuestra esta chiquilla, se está aferrando a la vida con todas sus fuerzas. Ella suelta un sollozo, pero sonríe orgullosa con las palabras del paramédico. ―Siempre ha sido una niña fuerte y luchadora, a pesar de las vicisitudes por las que ha atravesado ―le explica al hombre con desconsuelo mientras se limpia las lágrimas con sus dedos―. No ha sido fácil para ella ―niega con la cabez
El aire abandona mis pulmones en el instante en que, Horacio, libera aquella confesión. ―¿Qué demonios, papá? ―le indica con frustración―. ¿Cómo se te ocurre inventar semejante barbaridad en un momento como este? Ya no puedo seguir guardando por más tiempo este secreto. Mi hija necesita la sangre de su padre y considero que no es justo para Samuel, que siga ignorando el hecho de que esa pequeña que lucha por si vida dentro de aquel quirófano, es también hija suya. Inhalo una profunda bocanada de aire y confirmo las palabras que el abuelo de Camila, acaba de decirle. ―Horacio, no está mintiendo, Samuel ―él se me queda mirando como si acabara de perder la razón―. Camila, es tu hija ―me relamo los labios debido a los nervios que siento―. Mi bebé lleva tu sangre dentro de sus venas. Eleva sus cejas debido a la impresión que mis palabras le provocan. Sus ojos se abren tanto que estoy a punto de creer que se van a salirse de sus cuencas en cualquier momento. ―¿Qué estás diciendo, Abiga
Arieto mis puños y tiemblo de pies a cabeza mientras espero una respuesta de su parte. Juré nunca más dejarme humillar por nadie, pero por mi hija estoy dispuesta a hacer cualquier sacrificio que sea necesario. Prometí que cuidaría de ella y estoy decidida a cumplir mi promesa a como dé lugar. Me quedo plantada de rodillas en el suelo hasta escuchar que acepta lo que acabo de proponerle. No voy a dar ni un solo paso atrás hasta logarlo. ―Levántate del piso, hija, por favor ―me implora Horacio con desesperación, no obstante, decido ignorarlo. Pienso permanecer hincada hasta que consiga lo que necesito de la única persona que puede salvar la vida de mi bebé―. No es necesario que hagas esto. Niego con la cabeza. ―Haré cualquier cosa que me pida a cambio de la vida de Camila ―las uñas se clavan en las palmas de mis manos―. Rogaré y suplicaré hasta que se conduela de mi dolor. Elevo la mirada y la fijo sobre esos ojos celestes que ahora cubiertos por un mar de tempestad de odio y renco
15 días después Mantengo fija la mirada a través de la ventanilla del auto y doy un suspiro profundo al comprender que estamos a punto de comenzar una nueva etapa en nuestras vidas. Dar este paso no ha sido fácil para ninguna de nosotras. Camila no entiende y se niega a aceptar que hayamos salido de la clínica y no volvamos a casa de su abuelo. Ha entrado en una etapa de rebeldía y malcriadez, así que tuve que pedirle a Horacio, que nos acompañara en la mudanza para que ella pudiera entender que, a pesar de que no vamos a vivir con ellos, siempre estarán cerca de nosotros. Bueno, al menos lo estará su abuelo. Aquel fatídico día en el que estuve a punto de perder a mi hija, siguieron acontecimientos que trastocaron mi fragilidad, esa que no sabía que aún tenía guardada en mi interior. Samuel nos dio la espalda. Después de donarle su sangre a Camila, se marchó de la clínica sin mirar atrás y nunca más regresó. Podía entender, aún y cuando no tuviera ninguna justificación, que me depre
Sonrío genuinamente al ver que nuestra pequeña casa quedó tan limpia y reluciente como una tacita de plata. Nos llevó poco tiempo dejarla lista gracias a la ayuda de todas las personas que ahora forman parte importante de nuestras vidas y que considero como a mi familia. Sin ellos, estaría perdida. ―Piénsalo bien, Abigaíl ―me dice Nora antes de subir al auto de su prometido―. Puedes vender esta casa y mudarte cerca de nosotros ―niega con la cabeza―. No estoy de acuerdo con que ustedes se queden aquí mientras ese hombre anda rondado por los alrededores. Suspiro profundo. ―No te preocupes, ahora estaré preparada si se le ocurre volver a aparecerse por aquí. Te aseguro que no me volverá a tomar desprevenida. Suelta un bufido de resignación. ―No dudes en llamar a emergencias de inmediato, si a tu padre se le ocurre volver a aparecerse por aquí y llámame a cualquier hora que sea, no estaré tranquila dejándolas solas y desprotegidas en este lugar ―exige preocupada―. Y no intentes jugar