Nos vemos en el siguiente capítulo. Abrazos.
Abigaíl y yo no hemos soltado nuestras manos desde que subimos a la ambulancia. El recorrido ha sido abrumador y desesperante, sin embargo, agradecemos a Dios que, Camila, se mantenga estable hasta este momento. ―¿Mi hija está bien? Pregunta Abigaíl con desesperación a uno de los paramédicos que se encarga de la atención de nuestra pequeña. ―No lo sabremos hasta que el médico la evalúe y determine los daños que el proyectil ocasionó en sus órganos ―ella se tensa y aprieta mi mano al escuchar la respuesta que el profesional le ofrece―. Sin embargo, estoy impresionado con la fortaleza y resistencia que demuestra esta chiquilla, se está aferrando a la vida con todas sus fuerzas. Ella suelta un sollozo, pero sonríe orgullosa con las palabras del paramédico. ―Siempre ha sido una niña fuerte y luchadora, a pesar de las vicisitudes por las que ha atravesado ―le explica al hombre con desconsuelo mientras se limpia las lágrimas con sus dedos―. No ha sido fácil para ella ―niega con la cabez
El aire abandona mis pulmones en el instante en que, Horacio, libera aquella confesión. ―¿Qué demonios, papá? ―le indica con frustración―. ¿Cómo se te ocurre inventar semejante barbaridad en un momento como este? Ya no puedo seguir guardando por más tiempo este secreto. Mi hija necesita la sangre de su padre y considero que no es justo para Samuel, que siga ignorando el hecho de que esa pequeña que lucha por si vida dentro de aquel quirófano, es también hija suya. Inhalo una profunda bocanada de aire y confirmo las palabras que el abuelo de Camila, acaba de decirle. ―Horacio, no está mintiendo, Samuel ―él se me queda mirando como si acabara de perder la razón―. Camila, es tu hija ―me relamo los labios debido a los nervios que siento―. Mi bebé lleva tu sangre dentro de sus venas. Eleva sus cejas debido a la impresión que mis palabras le provocan. Sus ojos se abren tanto que estoy a punto de creer que se van a salirse de sus cuencas en cualquier momento. ―¿Qué estás diciendo, Abiga
Arieto mis puños y tiemblo de pies a cabeza mientras espero una respuesta de su parte. Juré nunca más dejarme humillar por nadie, pero por mi hija estoy dispuesta a hacer cualquier sacrificio que sea necesario. Prometí que cuidaría de ella y estoy decidida a cumplir mi promesa a como dé lugar. Me quedo plantada de rodillas en el suelo hasta escuchar que acepta lo que acabo de proponerle. No voy a dar ni un solo paso atrás hasta logarlo. ―Levántate del piso, hija, por favor ―me implora Horacio con desesperación, no obstante, decido ignorarlo. Pienso permanecer hincada hasta que consiga lo que necesito de la única persona que puede salvar la vida de mi bebé―. No es necesario que hagas esto. Niego con la cabeza. ―Haré cualquier cosa que me pida a cambio de la vida de Camila ―las uñas se clavan en las palmas de mis manos―. Rogaré y suplicaré hasta que se conduela de mi dolor. Elevo la mirada y la fijo sobre esos ojos celestes que ahora cubiertos por un mar de tempestad de odio y renco
15 días después Mantengo fija la mirada a través de la ventanilla del auto y doy un suspiro profundo al comprender que estamos a punto de comenzar una nueva etapa en nuestras vidas. Dar este paso no ha sido fácil para ninguna de nosotras. Camila no entiende y se niega a aceptar que hayamos salido de la clínica y no volvamos a casa de su abuelo. Ha entrado en una etapa de rebeldía y malcriadez, así que tuve que pedirle a Horacio, que nos acompañara en la mudanza para que ella pudiera entender que, a pesar de que no vamos a vivir con ellos, siempre estarán cerca de nosotros. Bueno, al menos lo estará su abuelo. Aquel fatídico día en el que estuve a punto de perder a mi hija, siguieron acontecimientos que trastocaron mi fragilidad, esa que no sabía que aún tenía guardada en mi interior. Samuel nos dio la espalda. Después de donarle su sangre a Camila, se marchó de la clínica sin mirar atrás y nunca más regresó. Podía entender, aún y cuando no tuviera ninguna justificación, que me depre
Sonrío genuinamente al ver que nuestra pequeña casa quedó tan limpia y reluciente como una tacita de plata. Nos llevó poco tiempo dejarla lista gracias a la ayuda de todas las personas que ahora forman parte importante de nuestras vidas y que considero como a mi familia. Sin ellos, estaría perdida. ―Piénsalo bien, Abigaíl ―me dice Nora antes de subir al auto de su prometido―. Puedes vender esta casa y mudarte cerca de nosotros ―niega con la cabeza―. No estoy de acuerdo con que ustedes se queden aquí mientras ese hombre anda rondado por los alrededores. Suspiro profundo. ―No te preocupes, ahora estaré preparada si se le ocurre volver a aparecerse por aquí. Te aseguro que no me volverá a tomar desprevenida. Suelta un bufido de resignación. ―No dudes en llamar a emergencias de inmediato, si a tu padre se le ocurre volver a aparecerse por aquí y llámame a cualquier hora que sea, no estaré tranquila dejándolas solas y desprotegidas en este lugar ―exige preocupada―. Y no intentes jugar
Un mes después Recojo mi cabello en una coleta alta. Me miro al espejo y veo a la chica de mirada triste y rostro demacrado que aún no ha encontrado la formula para liberarse del amor que siente por el único hombre que ha amado en toda su vida y del que no ha podido olvidarse por mucho que lo ha intentado. ―A la final, sigo siendo la misma chica tonta e ilusa de antaño. Me digo a mí misma con ironía. Bufo con resignación al dejar el cepillo sobre la peinadora y darle un último vistazo a la imagen reflejada en el espejo. Me acerco a la cocina y sonrío al ver a mi niña devorar con gusto su desayuno favorito. ―Hola, mami. Beso a mi pequeña en la frente y tiro de una de las sillas para sentarme a su lado. ―Hola, cariño, tienes una semana haciendo que tu abuelita cocine el mismo desayuno para ti. Sonríe feliz y satisfecha, antes de darle un buen mordisco a su panqueque. ―Es que me gustan mucho, mami, y mi abuelita Briseida las hace deliciosas. Le doy un toquecito a su naricita perf
―Hola, ¿quién eres tú? Suelto la mano del hombre, en lo que escucho la voz de mi hija detrás de mí. ―Hola, pequeña ―nuestro visitante se acuclilla para quedar a su altura. Sonríe y le tiende la mano para saludarla―. Me llamo, Scott, y seré tu nuevo vecino. Mi hija sale de detrás de mis piernas y le da su manito. ―Mi nombre es Camila ―ella le devuelve la sonrisa―. ¿Vivirás en la casa de abuelita Lorna? Él me mira sin entender, así que se lo aclaro. ―Ella era la dueña de la casa antes de que me la dejara. Asiente en respuesta. Toca la naricita de mi hija, antes de ponerse de pie. Lleva puesto un jean, botas de motero, una camisa de lino blanco y una chaqueta de cuero. Es un hombre muy atractivo y sexy. Tiene el cabello negro, los ojos color miel, rasgos fuertes y varoniles. De toparte con él en la calle, pensarías que se trata de un modelo de revistas o una estrella de cine. ―No sé si la señora Briseida te lo comentó, pero tengo la intención de instalar un consultorio médico en e
―No es muy grande, pero considero que es suficiente terreno para construir lo que tienes planeado. Le digo a Scott, una vez que terminamos el recorrido y regresamos al interior de la casa. ―Es justo lo que necesito ―menciona extasiado―, además, la ubicación es perfecta. Gira su cara y me sonríe con esa resplandeciente sonrisa que le hace aparecer esos encantadores hoyuelos en sus mejillas. Aparto la mirada y la desvío hacia otra dirección. ―Está ubicada en pleno corazón de este barrio. Asiente en acuerdo sin dejar de mirarme a los ojos. ―Eso es lo que más me llamó la atención de este lugar ―me explica mientras observa los alrededores y se fija en cada detalle de la casa―. Apenas vi la publicación en la prensa, tuve una extraña corazonada ―mantengo la mirada fija hacia el frente mientras lo escucho hablar. Nos detenemos justo en medio de la sala―. Sabía que tenía que venir a este lugar y por fortuna, le hice caso a mi intuición ―las corazonadas no siempre funcionan. Lo sé por expe