El segundo del maratón final. Nos vemos más tarde.
―Mami, ¿quieres que me quede contigo? Niego con la cabeza. ―No, cariño, ve y disfruta del paseo con tus abuelitos ―me inclino y la beso en la frente―. No quiero arruinarles la noche. El mareo y las náuseas me han afectado durante todo el día. ―¿Podemos cancelarlo y dejarlo para otro día? No, mi hija ha estado muy ilusionada con la idea de ir al cine y disfrutar, junto a sus nuevas amiguitas, de su película favorita. ―No te preocupes, Briseida, estaré bien ―le indico para que se quede tranquila. Desde que todos supieron que estaba embarazada me han tratado como si fuera el último jarrón de la dinastía Ming―, me tomaré un té y subiré a mi habitación. Me despido de ellos. Entro a la casa para ir a la cocina y pedirle a una de las chicas que me preparen la infusión y la suban a mi habitación. Samuel no vendrá temprano, así que aprovecharé para darme una ducha e irme a la cama. Tengo tanto malestar que opto por subir al elevador para ir al piso superior, en lugar de hacerlo por las
Me siento impaciente. Requiere de toda mi fuerza de voluntad mantenerme sentado en la silla de mi escritorio y seguir trabajando mientras espero a mi abogado. Cruzo los dedos para que hoy mismo pueda tachar un nuevo punto de mi lista de asuntos sin resolver. Uno de los que me tiene más intranquilo. Cinco minutos después, bufo resignado. Lanzo el bolígrafo sobre el escritorio y me froto la cara con las manos. No hay manera de que pueda concentrarme en el trabajo. Doy por terminada mi jornada laboral. Me levanto de la silla y recorro la habitación como león enjaulado. Me quito la corbata y desprendo algunos botones de mi camisa. Al cabo de algunos minutos, suena el teléfono fijo. En dos zancadas lo alcanzo y respondo la llamada. ―Señor, acaba de llegar su abogado, el doctor Rinaldi. ¡Por fin! ―Hazlo pasar de inmediato, Cora, y tómate el resto del día libre. Rodeo mi escritorio, ocupo mi silla y espero a que llegue. La puerta se abre y casi en el acto me siento emocionado al notar l
A la mañana siguiente Observo lo magullado y rotos que están mis dedos. Duele como la mierd4, pero no me arrepiento ni un ápice de haberle dado una merecida paliza a ese miserable cobarde que se aprovechó de la inocencia de mi mujer para destrozarle la vida. ―¿A qué hora llega Arévalo? Abandono mi pensamiento y dirijo mi atención hacia mi padre. ―Debe estar por llegar. Suelto un bufido. ―¿Crees que Abigaíl esté lista para hacer esto? Respondo con un asentimiento de cabeza. ―Sí, papá, ella misma me lo pidió anoche ―no pude dormir después de lo que pasó. Pasé la noche vigilando sus sueños. Le doy gracias a Dios que el ataque no puso en riesgo su embarazo, pero juro que ese maldito me las va a pagar con creces. Ni siquiera tiene la más mínima idea del alcance de la furia de un Di Stéfano, mucho menos la de dos―. Abigaíl y yo, habíamos estado conversando sobre nosotros, definiendo el rumbo de nuestra relación, tratando de superar los obstáculos que se interponen en nuestra felicida
Siento el pecho comprimido y una furia que no se detendrá hasta que destruya a Santiesteban y todo su imperio. Escuchar de la boca de mi mujer lo que sufrió y padeció por culpa de ese desgraciado, me ha dejado con el alma rota. No paro de temblar de la rabia. ―¿Puedo retirarme? Estoy agotada ―la voz de mi mujer me hace salir de mi trance―. Me gustaría ir a descansar un rato. Fuerzo una sonrisa, porque no quiero que ella note lo mucho que me ha afectado lo que acaba de contarnos. ―Por supuesto, cariño ―me acerco a ella y la beso en la frente―. Te veré al rato. Una vez que abandona la habitación, dejo salir la furia que he estado conteniendo durante todo este tiempo. ―¡Maldito hijo de put4! ―apoyo las manos sobre el escritorio y respiro profundo. Me tomo algunos segundos para controlar la furia que siento. Me incorporo y me giro para hablarle a mi abogado y amigo―. ¿Crees que es suficiente con la confesión de mi mujer para hundir a Santiesteban? Me quito la americana y la arrojo so
Quince días después La observo dormir, nunca me canso de hacerlo. Tomo un mechón de su cabello entre mis dedos y lo llevo a mi nariz. Huele a flores campestres y frutas frescas del huerto. Le doy gracias a Dios por haberme mostrado la verdad y hacerme recapacitar en medio de mi error. No sé qué hubiera sido de mí, si pierdo a mi familia. Jamás me lo habría perdonado. Respiro, profundo. Mi mujer y mis hijos se han convertido en el motor que mueve mi universo, en la razón que justifica todas mis acciones. Cada decisión que tomo, lo hago en función a ellos, porque se han convertido en mi primera prioridad. Una vibración en el bolsillo de mi pantalón me obliga a salir de su habitación. La miro por última vez y me marcho de allí. ―Dime, Arévalo, ¿qué me tienes? ―pregunto con ansias―. ¿Cuánto conseguimos? Quince días atrás realicé el movimiento más decisivo para enterrar a Santiesteban a tres metros bajo tierra. Bueno, al menos literalmente. Tal como lo planeamos, mi encuentro con Georg
Después de aquella reunión con Georgina, la balanza se inclinó completamente a nuestro favor. El fin del imperio Santiesteban, era un hecho definitivo. Lo que habíamos descubierto en aquella cinta, era mucho más de lo que esperábamos conseguir. ―Cadena perpetua. Una sonrisa de satisfacción tira de las esquinas de mi boca. ―Esa es una noticia que merece la más grandiosa de las celebraciones. Comento emocionado. ―Prepara las botellas, Samuel, nos vemos esta tarde. Cuelgo la llamada y casi de inmediato marco el número de Georgina. Mi nueva socia. Además de las pruebas que me ofreció para acusar a ese maldito por la muerte de sus padres, su alianza, nos permitió alcanzar la mayoría accionaria y, con esto, ejercer las acciones definitivas para expulsarlo de la sociedad con base en el procedimiento judicial que habíamos comenzado en su contra y que se haría efectiva con la condena que acababa de recibir. Contesta casi de inmediato. ―¿Dime que lo conseguimos? Pregunta evidentemente a
Tres años después ¿Pudo ser más feliz de lo que soy al lado de este hombre tan maravilloso? Hace tres años nos casamos en una muy bonita y privada ceremonia, auspiciada por el padre Elián, en la que juramos frente al altar, amarnos y cuidarnos hasta el último de nuestros días. Ese día quedo grabado en mi recuerdo como uno de los momentos más memorables y dichosos de mi existencia. Disfruto de una vida perfecta en todos los sentidos. Tengo a mi lado al mejor hombre del mundo, a unos preciosos hijos que me llenan de orgullo y a un par de gemelos que llegarán a nuestras vidas en poco más de un mes. ¿Qué puedo desear que ya no tenga? Los momentos dolorosos y tristes de mi vida, quedaron en el olvido. Ya no hay nada que amenace nuestra felicidad. Ese hombre al que por tanto tiempo llamé padre y se convirtió en el principal causante de las situaciones más aterradoras de mi vida, cumple una condena de treinta y cinco años por ser cómplice de ese asesino que me hundió en la cárcel y abusó
Soy la primera en llegar a la tienda. Abro las puertas, organizo la mercancía, limpio los mostradores y me preparo para darle la bienvenida a todos los compradores del día. ―Buenos días ―saluda mi jefe el llegar―. Me contenta saber que siempre estás aquí para encargarte de todo, Abigaíl. Sonrío satisfecha. ―Me gusta lo que hago, señor Hopkins. Respondo sincera. Un par de minutos después, el resto de los empleados se va incorporando. Mis mejillas se sonrojan al ver llegar a Elliot. No puedo evitar que mi corazón comience a bombear con desenfreno en el instante en que su mirada se cruza con la mía. Su sonrisa radiante hace que mis piernas se vuelvan flácidas como espaguetis y que mi respiración se torne tan agitada al punto de sentir que mis pulmones se están incinerando. ―Buenos días, preciosa. Su voz suena como un susurro dulce al pie de mi oreja. Desde que lo vi aparecer en esta tienda no puedo dejar de pensar en él. Me gusta, pero no soy capaz de confesárselo porque temo que me