Esto se puso intenso. ¿Ustedes qué opinan?
¿Qué me sucede? ¿Por qué estoy tan enojado con ella? ―Señor, me quedaré aquí en el caso de que se necesite algo con urgencia. Cierro los ojos y respiro profundo para calmarme. Por fortuna, lo de mi padre no fue nada grave. Me doy la vuelta, ya más tranquilo. ―No es necesario Cornelio, puedes irte a la casa ―meso mi cabello y lo miro a los ojos―. Pídele a una de las mujeres que vigile a la niña mientras esa… ―me muerdo la lengua para no soltar una palabra inadecuada. Estoy muy exaltado―. No quiero que despierta y encuentre que su madre no está con ella, podría asustarse. Cornelio me mira de una manera que no sé cómo explicar. ―Por supuesto, señor, yo mismo me haré cargo de todo y me ocuparé de que una de las mujeres del servicio se dedique exclusivamente de la pequeña hasta que su madre regrese. Asiento en respuesta. Los problemas que tenga con la madre nada tienen que ver con la pequeña. Además, esa niña es una completa dulzura. Nada que ver con la madre. ―Gracias, Cornelio, t
He tenido suficiente por hoy. Esto me ha llevado hasta el límite de lo que puedo soportar. No sé que se trae Horacio con esa insólita propuesta que acaba de hacerme, pero no me gusta que me tomen desprevenida. Es…. ―¡Absurdo! Grito en voz alta sin poder evitarlo. Las personas que deambulan por los pasillos y esperan a ser atendidos por algunos de los médicos, me observan precavidos. Estoy tan enojada por lo que pasó, que ya no logro controlar mi enfado. Abandono la clínica y me pierdo entre la gente que camina por la acera. La temperatura ha comenzado a bajar. Cruzo los brazos sobre mi pecho y froto mis brazos para mitigar el frío que entumece hasta mis huesos. Sigo caminando sin parar hasta llegar a la parada de autobuses. Tarde me doy cuenta que, debido al apuro, olvidé mi bolso en la mansión. ¿De qué manera pienso volver a casa? Me detengo en la parada y observo los alrededores. Poco a poco la gente va desapareciendo hasta que las calles quedan desoladas. Siento temor, sobre tod
Ese beso… Giro la cara y la veo huir por el corredor. ¿Qué fue eso? ¿Por qué razón la besé? Me llevo las manos a la cara y las restriego con frustración. ¿Acaso me he vuelto loco? Con movimiento violento tiro de mi corbata y me la arranco del cuello. Odio a esa mujer, es más, la detesto... o eso es lo que creo. ¡Joder! ¿Por qué me siento tan confuso? Talvez en un efecto secundario de todo lo que ha pasado en mi vida durante las últimas cuarenta y ocho horas. Es como si todas las tragedias se hubieran puesto de acuerdo para llegar juntas. ―Buenas noches, señor ―la voz de Cornelio me toma por sorpresa y termina de un plumazo con mis cavilaciones, giro mi cuerpo y lo miro de frente―. ¿La señorita Abigaíl vino con usted? Suspiro profundo y pongo cara de circunstancia. Por fortuna, nadie fue testigo de lo que acaba de suceder entre nosotros. ―Sí, acaba de irse a su cuarto. Le contesto casi que en modo automático. Sigo inmerso en el momento en que mi lengua se metió dentro de su boca.
Sago huyendo usando cualquier pretexto, porque estar cerca de él, me está haciendo sentir de una manera extraña. Mi corazón ha comenzado a palpitar mucho más rápido de lo normal, al igual que mi agitada respiración. No puedo controlar la velocidad de mis bocanadas y se ha instalado un exquisito cosquilleo en el fondo de mi estómago. Entro a mi habitación y cierro la puerta. Inhalo profundo y lleno mis pulmones con suficiente aire, sin embargo, no puedo hacer nada para calmar esta repentina sensación de necesidad que se ha instalado en todo mi cuerpo. Dejo caer mi espalda sobre la puerta, cierro los ojos y coloco la palma de mi mano sobre el lado izquierdo de mi pecho. Estoy muy agitada, pero, sobre todo, desconcertada por lo que me está pasando. ¿Qué tiene ese hombre de especial para provocar ese tipo de efecto sobre mí? Elevo mi brazo y recorro mis labios con los dedos de mi mano. Quedaron hinchados luego de ese beso tan apasionado que nos dimos. Fue… ¡Madre mía! Ni siquiera tengo p
Despierto con la luz del sol reflejada sobre mi rostro. Suelto un bostezo y estiro mi cuerpo, pero vuelvo a acurrucarme alrededor de la almohada. Un dolor intenso en mi vientre me hace recordar lo que sucedió anoche. Abro los ojos y ahogo un jadeo antes de darme media vuelta y descubrir que estoy sola en la acama. ¿Samuel? ¿Dónde está? Envuelvo la sábana alrededor de mi cuerpo y me dirijo al baño. Tampoco está aquí. Respiro profundo. ¿Por qué se fue sin despedirse? ¿Es esto lo que suele hacer con sus amantes? Bufo con decepción. Me acerco a la tina y preparo un baño. Abro las llaves, calibro la temperatura y espero a que se llene la bañera. Recuerdo lo que pasó entre nosotros. Me acerco al espejo y descubro las marcas que sus dedos dejaron sobre mi piel. Samuel fue mucho más de lo que había esperado. No es un hombre romántico ni, muchos menos, alguien del que esperes corresponda tus sentimientos en el caso de que llegues a enamorarte. Pero es apasionado, desenfrenado e intenso. Mis
Después de llorar por largos minutos como una Magdalena, sin entender la razón o motivo por la que verlo con esa mujer me causó tanto daño, decido tomar mi cartera y salir de la casa. No pienso estar aquí mientras esos dos se pasean por la mansión como un par de tortolitos enamorados. Iré a ver a mi hija y luego visitaré a Horacio, porque al parecer, su hijo ya ni se acuerda de él. Abandono mi habitación hecha una furia y atravieso el corredor como un vendaval. Sin embargo, al llegar a la sala lo encuentro sentado en uno de los muebles con los antebrazos descansando sobre sus piernas, las manos entrelazadas y la mirada puesta en el piso. Eleva la cara al escuchar mis pasos y se queda mirándome como si quisiera darme alguna explicación. Una que no le he pedido ni quiero escuchar. Esquivo su mirada y sigo mi camino. Lo ignoro y me hago la idea de que no está allí. Olvidarme de él y de lo que sucedió entre nosotros, es la mejor terapia para mi propia tranquilidad. ―¿A dónde crees que v
La observo dormir desnuda sobre la cama. Se ve radiante, feliz y satisfecha. No puedo dejar de mirarla. Sin embargo, por mucho que quiera quedarme y volverla a follar, es hora de abandonar esta habitación. Es lo más sensato y cuerdo que puedo hacer. Recojo mi ropa del piso y salgo huyendo de allí como un cobarde. Me escondo tras la sombra de la madrugada y subo en silencio los escalones para dirigirme a mi habitación. Aún llevo impregnado en mis manos el olor de su esencia y el sabor de sus besos en mi boca. No sé qué arrebato, nos hizo terminar metidos en su cama, pero debo confesar que, fue una de mis mejores experiencias. Incluso, me atrevo a asegurar que la mejor de mi vida. Tiro la ropa en el cesto destinado para la lavandería y me dirijo al baño. Tengo una extraña sensación clavada en mi pecho que no me puedo arrancar. No sé por qué razón ella se me hace tan familiar, es como si la conociera desde antes. Su olor, sus gemidos, esa forma tan natural y espontánea de entregarse. Pa
¿Por qué razón hasta ahora vengo a recordar esto? ¿Cómo es posible que se me haya escapado ese pequeño, pero importantísimo detalle de aquella noche? Cada nervio de mi cuerpo entra en tensión. Mi corazón empieza a latir de manera desaforada. ¿Quién era aquella chica y por qué razón estaba en mi habitación? Me paso las manos por el rostro debido a la impotencia que siento. Por más que intento recordar su cara, no puedo hacerlo. Sé que era rubia, joven y delgada, pero no hay nada más que pueda serme útil para recordarla. Hay destellos que aparecen en mi cabeza de aquella noche, pero no son lo suficientemente claros como para precisar una imagen certera del rostro de aquella mujer. Sin embargo, hay algo que no tiene ninguna discusión y, es el hecho de que, aquella joven mujer, no era una put@. El piso debajo de mis pies comienza a temblar. Apoyo las manos sobre la encimera del lavabo y me sostengo. ―¡Maldit0 bueno para nada! Espeto iracundo y lleno de frustración, al mismo tiempo en qu