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Capítulo 2 Un nuevo comienzo

Cinco años después

No pude dormir en toda la noche. Di vueltas interminables en la cama mientras aguardaba ansiosa a que saliera el sol. He estado esperando por mucho tiempo a que llegara este día. Los nervios me tienen desesperada y las expectativas por la nueva vida que me espera me tienen comiéndome las uñas.

Suelto un respingo con el ruido que emiten las bisagras de la puerta una vez que esta se abre. Trago grueso y mantengo la mirada fija sobre ella.

―¿Estás lista?

Asiento en respuesta. Me pongo de pie, recojo el bolso con mis pocas pertenencias de la cama y lo cuelgo en mi hombro. Mis piernas se sienten flácidas y hay un cosquilleo intenso en el fondo de mi estómago que no ha cesado desde hace ya varios días. Inhalo una profunda bocanada de aire antes de abandonar el pequeño reciento que ha sido mi hogar durante estos últimos años.

―¿Crees que ella se acordará de mí?

Pregunto con nerviosismo.

―Un rostro tan hermoso como el tuyo difícilmente puede olvidarse, querida.

Mis mejillas se sonrojan. Su halago se debe al gran cariño que siente por mí. Debo reconocer que mis facciones ya no son las mismas de antes. Me veo demacrada, ojerosa y marchita. La lozanía y el brillo de mi piel han desaparecido. Incluso, he perdido mucho peso, a tal punto, que mis pómulos predominan en mi rostro.

―No es eso a lo que me refiero, Briseida.

Giro mi cara y la miro a los ojos. Hay mucha incertidumbre en mí por el futuro que me espera. Ella corresponde con una mirada tierna y cálida que aligera todas mis preocupaciones.

―Por supuesto que lo hará, Abigaíl ―detiene sus pasos y se sitúa frente a mí―. ¿Acaso has olvidado todo lo que has hecho para mantener tu recuerdo vigente?

Bajo la mirada casi al mismo tiempo en que un par de lágrimas ruedan por mi cara.

―Tengo miedo de que se sienta decepcionada de mí ―menciono con voz temblorosa―. No soy alguien de la que pueda sentirse orgullosa.

Mete sus dedos debajo de mi barbilla y me obliga a que la mire a la cara.

―Nunca, óyeme bien, jamás vuelvas a repetir algo como eso ―expresa con un dejo de amargura―. No tienes nada de qué sentirte avergonzada, cariño ―sus ojos de repente adquieren un brillo peligroso y letal―. Ese miserable pagará algún día por todo lo que te hizo.

Me limpio las lágrimas y con un par de zancadas la alcanzo para darle un fuerte abrazo.

―Gracias, Briseida, siempre fuiste como una madre para mí ―expreso con un sollozo―, agradezco todo lo que hiciste para hacer mi estadía en este sitio mucho más llevadera.

Rompe el abrazo, apoya una de sus manos en mi mejilla derecha y me besa en la frente.

―Al contrario, cariño, soy yo la que debe agradecerte por aparecer en mi vida y ofrecerme una nueva razón para ser feliz ―se aparta de mí, se gira y toma la bolsa que hay sobre la mesa―. Esto te hará falta ―suelto un jadeo al ver la hermosa muñeca de trapo envuelta en papel celofán transparente y atada con un delicado moño en tono rosa. Luego se mete la mano en el bolsillo de su falda y saca un pequeño fajo de billetes―. Espero que esto te sirva hasta que puedas encontrar un nuevo trabajo.

Niego con la cabeza. No puedo aceptarlo.

―Esto es demasiado, Briseida, no debiste…

Interrumpe mis palabras cuando intento devolverle el dinero. Envuelve su mano alrededor de la mía para que lo acepte sin poner objeciones.

―Tómalo, niña tonta, lo vas a necesitar ―no me está ofendiendo con sus palabras, es su manera cariñosa para obligarme a entrar en razón―. Además, no es solo mío ―sonríe emocionada―, es de parte de todas las chicas que te aprecian ―me explica con insistencia―. ¿Qué harías sin dinero allá afuera?

Cierro los ojos y aprieto la mano en la que llevo los billetes.

―Lo siento, no quise ser desagradecida ―le suelto a moco tendido―. Despídeme de ellas por favor, las voy a extrañar a todas ―pronuncio en voz queda, superada por la emoción―. Diles que nunca las olvidaré y que prometo venir a verlas algún día.

 Niega con la cabeza.

―Olvídate de este lugar para siempre, no tienes nada que venir a hacer aquí ―espeta determinada―. Ellas lo comprenderán.

Asiento en acuerdo.

―Las llevará a todas en mi corazón.

Elevo la cara y la observo con admiración y agradecimiento.

―Te deseo toda la suerte del mundo, Abigaíl, sé que vas a lograr todo lo que te propongas ―toma mis manos entre las suyas y me mira a los ojos―. Recuerda que las puertas de mi humilde casa siempre estarán abiertas para ustedes.

Le doy un beso en la mejilla.

―Gracias, Briseida, te prometo que serás la primera persona a la que voy a buscar si las cosas se complican.

Me abraza y me da un beso en la frente en el mismo instante en que las puertas que me conducen hacia el camino de la libertad se abren de par en par.

―Afuera hay un taxi esperando por ti ―me dice al acompañarme al exterior―, te llevará a donde necesites ir ―nos detenemos al llegar a la cerca que separa al mundo de las personas libres con los predios de la prisión. Un lugar en el que los seres humanos ven morir lentamente sus esperanzas e ilusiones―. No te preocupes por el pago, ya está resuelto.

El sonido que emite el seguro de la puerta de hierro fundido al desactivarse para permitirme la salida de la prisión en la que estuve encerrada durante los últimos años de mi vida, me hace soltar un resuello. No puedo creer que al fin podré abandonar este lugar. Me llevo la mano hacia la cara para protegerme de los intensos rayos del sol que amenazan con quemarme las retinas. Suspiro profundo al sentir el golpe de la brisa fresca sobre mi cara. Huele a libertad, a vida plena.

Una vez que mis ojos se adaptan a la claridad, observo los alrededores. La ciudad ya no parece la misma de la que me despedí aquel día en el que mi mundo se vino abajo. No sé qué es lo que voy a encontrar, ni lo que puedo precisar del futuro que me espera.

―Buenos días, señorita MacAllister ―presto atención al hombre que espera parado junto a su taxi―. Estoy aquí para servirle y trasladarla a cualquier lugar al que quiera ir. Estoy por completo a sus órdenes.

Aprieto los dedos alrededor del asidero de mi cartera. Hace mucho tiempo que no hablo con un hombre y, para ser franca; ya no me siento cómoda ni confío en ellos. Prefiero mantenerme en la distancia.

―Gracias.

Suelto con un tono escueto. Toma el bolso de mi mano y lo lleva al maletero de su auto. Al regresar abre la puerta para que me suba al asiento trasero, pero algo dentro de mí me impide hacerlo.

―Confíe en mí, señorita ―niega con la cabeza al mirarme con cautela―. No voy a hacerle daño ―sonríe de manera amigable―. Si algo le pasa mientras está bajo mi cuidado, Briseida, me arrancará la cabeza ―señala con su dedo detrás de mí, así que me veo obligada a girar la cara sobre mi hombro. Me relajo al ver a mi protectora parada detrás de la puerta―. Ella es mi tía y me hizo jurar que no me despegaría de usted hasta estar seguro que se encuentra sana y salva.

Elevo la mano y me despido de ella antes de subir al auto. Espero a que el hombre se ubique en el puesto del conductor y encienda el motor. Mi cuerpo vibra de emoción y felicidad. Dejo el regalo a un lado del asiento y saco la foto que llevo guardada en el bolsillo de mi vestido. La acerco a mi boca y le doy un beso.

―Pronto estaremos juntas, Camila, y nunca más volveremos a separarnos.

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