Cinco años después
No pude dormir en toda la noche. Di vueltas interminables en la cama mientras aguardaba ansiosa a que saliera el sol. He estado esperando por mucho tiempo a que llegara este día. Los nervios me tienen desesperada y las expectativas por la nueva vida que me espera me tienen comiéndome las uñas.
Suelto un respingo con el ruido que emiten las bisagras de la puerta una vez que esta se abre. Trago grueso y mantengo la mirada fija sobre ella.
―¿Estás lista?
Asiento en respuesta. Me pongo de pie, recojo el bolso con mis pocas pertenencias de la cama y lo cuelgo en mi hombro. Mis piernas se sienten flácidas y hay un cosquilleo intenso en el fondo de mi estómago que no ha cesado desde hace ya varios días. Inhalo una profunda bocanada de aire antes de abandonar el pequeño reciento que ha sido mi hogar durante estos últimos años.
―¿Crees que ella se acordará de mí?
Pregunto con nerviosismo.
―Un rostro tan hermoso como el tuyo difícilmente puede olvidarse, querida.
Mis mejillas se sonrojan. Su halago se debe al gran cariño que siente por mí. Debo reconocer que mis facciones ya no son las mismas de antes. Me veo demacrada, ojerosa y marchita. La lozanía y el brillo de mi piel han desaparecido. Incluso, he perdido mucho peso, a tal punto, que mis pómulos predominan en mi rostro.
―No es eso a lo que me refiero, Briseida.
Giro mi cara y la miro a los ojos. Hay mucha incertidumbre en mí por el futuro que me espera. Ella corresponde con una mirada tierna y cálida que aligera todas mis preocupaciones.
―Por supuesto que lo hará, Abigaíl ―detiene sus pasos y se sitúa frente a mí―. ¿Acaso has olvidado todo lo que has hecho para mantener tu recuerdo vigente?
Bajo la mirada casi al mismo tiempo en que un par de lágrimas ruedan por mi cara.
―Tengo miedo de que se sienta decepcionada de mí ―menciono con voz temblorosa―. No soy alguien de la que pueda sentirse orgullosa.
Mete sus dedos debajo de mi barbilla y me obliga a que la mire a la cara.
―Nunca, óyeme bien, jamás vuelvas a repetir algo como eso ―expresa con un dejo de amargura―. No tienes nada de qué sentirte avergonzada, cariño ―sus ojos de repente adquieren un brillo peligroso y letal―. Ese miserable pagará algún día por todo lo que te hizo.
Me limpio las lágrimas y con un par de zancadas la alcanzo para darle un fuerte abrazo.
―Gracias, Briseida, siempre fuiste como una madre para mí ―expreso con un sollozo―, agradezco todo lo que hiciste para hacer mi estadía en este sitio mucho más llevadera.
Rompe el abrazo, apoya una de sus manos en mi mejilla derecha y me besa en la frente.
―Al contrario, cariño, soy yo la que debe agradecerte por aparecer en mi vida y ofrecerme una nueva razón para ser feliz ―se aparta de mí, se gira y toma la bolsa que hay sobre la mesa―. Esto te hará falta ―suelto un jadeo al ver la hermosa muñeca de trapo envuelta en papel celofán transparente y atada con un delicado moño en tono rosa. Luego se mete la mano en el bolsillo de su falda y saca un pequeño fajo de billetes―. Espero que esto te sirva hasta que puedas encontrar un nuevo trabajo.
Niego con la cabeza. No puedo aceptarlo.
―Esto es demasiado, Briseida, no debiste…
Interrumpe mis palabras cuando intento devolverle el dinero. Envuelve su mano alrededor de la mía para que lo acepte sin poner objeciones.
―Tómalo, niña tonta, lo vas a necesitar ―no me está ofendiendo con sus palabras, es su manera cariñosa para obligarme a entrar en razón―. Además, no es solo mío ―sonríe emocionada―, es de parte de todas las chicas que te aprecian ―me explica con insistencia―. ¿Qué harías sin dinero allá afuera?
Cierro los ojos y aprieto la mano en la que llevo los billetes.
―Lo siento, no quise ser desagradecida ―le suelto a moco tendido―. Despídeme de ellas por favor, las voy a extrañar a todas ―pronuncio en voz queda, superada por la emoción―. Diles que nunca las olvidaré y que prometo venir a verlas algún día.
Niega con la cabeza.
―Olvídate de este lugar para siempre, no tienes nada que venir a hacer aquí ―espeta determinada―. Ellas lo comprenderán.
Asiento en acuerdo.
―Las llevará a todas en mi corazón.
Elevo la cara y la observo con admiración y agradecimiento.
―Te deseo toda la suerte del mundo, Abigaíl, sé que vas a lograr todo lo que te propongas ―toma mis manos entre las suyas y me mira a los ojos―. Recuerda que las puertas de mi humilde casa siempre estarán abiertas para ustedes.
Le doy un beso en la mejilla.
―Gracias, Briseida, te prometo que serás la primera persona a la que voy a buscar si las cosas se complican.
Me abraza y me da un beso en la frente en el mismo instante en que las puertas que me conducen hacia el camino de la libertad se abren de par en par.
―Afuera hay un taxi esperando por ti ―me dice al acompañarme al exterior―, te llevará a donde necesites ir ―nos detenemos al llegar a la cerca que separa al mundo de las personas libres con los predios de la prisión. Un lugar en el que los seres humanos ven morir lentamente sus esperanzas e ilusiones―. No te preocupes por el pago, ya está resuelto.
El sonido que emite el seguro de la puerta de hierro fundido al desactivarse para permitirme la salida de la prisión en la que estuve encerrada durante los últimos años de mi vida, me hace soltar un resuello. No puedo creer que al fin podré abandonar este lugar. Me llevo la mano hacia la cara para protegerme de los intensos rayos del sol que amenazan con quemarme las retinas. Suspiro profundo al sentir el golpe de la brisa fresca sobre mi cara. Huele a libertad, a vida plena.
Una vez que mis ojos se adaptan a la claridad, observo los alrededores. La ciudad ya no parece la misma de la que me despedí aquel día en el que mi mundo se vino abajo. No sé qué es lo que voy a encontrar, ni lo que puedo precisar del futuro que me espera.
―Buenos días, señorita MacAllister ―presto atención al hombre que espera parado junto a su taxi―. Estoy aquí para servirle y trasladarla a cualquier lugar al que quiera ir. Estoy por completo a sus órdenes.
Aprieto los dedos alrededor del asidero de mi cartera. Hace mucho tiempo que no hablo con un hombre y, para ser franca; ya no me siento cómoda ni confío en ellos. Prefiero mantenerme en la distancia.
―Gracias.
Suelto con un tono escueto. Toma el bolso de mi mano y lo lleva al maletero de su auto. Al regresar abre la puerta para que me suba al asiento trasero, pero algo dentro de mí me impide hacerlo.
―Confíe en mí, señorita ―niega con la cabeza al mirarme con cautela―. No voy a hacerle daño ―sonríe de manera amigable―. Si algo le pasa mientras está bajo mi cuidado, Briseida, me arrancará la cabeza ―señala con su dedo detrás de mí, así que me veo obligada a girar la cara sobre mi hombro. Me relajo al ver a mi protectora parada detrás de la puerta―. Ella es mi tía y me hizo jurar que no me despegaría de usted hasta estar seguro que se encuentra sana y salva.
Elevo la mano y me despido de ella antes de subir al auto. Espero a que el hombre se ubique en el puesto del conductor y encienda el motor. Mi cuerpo vibra de emoción y felicidad. Dejo el regalo a un lado del asiento y saco la foto que llevo guardada en el bolsillo de mi vestido. La acerco a mi boca y le doy un beso.
―Pronto estaremos juntas, Camila, y nunca más volveremos a separarnos.
5 años atrás Despierto con una terrible jaqueca. Nunca antes bebí tanto como lo hice anoche. La discusión con mi viejo me sacó de mis casillas. No sé hasta cuándo va a seguir insistiendo que me consiga una mujer y le dé nietos. ¿Llegará a entender algún día que no me gustan los niños? ¿Que no estoy hecho para el matrimonio? Saco las piernas de la cama y me siento en la orilla del colchón. Tengo la boca seca. Levanto la jarra de la mesa de noche y lleno un vaso a su máxima capacidad. El palpitar en mi cabeza está a punto de volverme loco. Bebo el contenido de un solo trago y dejo el recipiente sobre la mesa. Extiendo mi brazo para tomar el teléfono y solicitar servicio a la recepción. Al primer repique responden. ―Richie, envía desayuno a mi habitación, suficiente jugo de tomate y un par de calmantes ―le ordeno mientras me froto las sienes―. Y asegúrate que nadie me moleste. Cuelgo la llamada antes de oír su respuesta. Me pongo de pie y camino tambaleante hacia el baño. Siento que
Me despido para siempre de Bedford Hills y me preparo para comenzar mi nueva vida. Fijo la mirada en los alrededores. Quién iba a pensar que, en pleno corazón de este hermoso bosque lleno de árboles frondosos y espesa vegetación; se esconde uno de los lugares más terribles y crueles del mundo. Debo agradecer a Dios, por haber puesto en mi camino a una mujer tan maravillosa como Briseida. No sé qué habría sido de mí si ella no hubiera estado allí para protegerme. ―Mi nombre es Terry, señorita McAllister. Terry Malone ―aparto la mirada de la ventana y la fijo en el retrovisor al escuchar la voz del chico que me acompaña―. Podemos detenernos si le apetece comerse algo. Nos tomará un poco más de una hora para llegar a Brooklyn. Niego con la cabeza. Deseo llegar cuanto antes. ―No, si no hay ningún inconveniente para ti, preferiría continuar con el recorrido sin realizar ninguna parada ―respondo con premura―. Estoy ansiosa por llegar a mi destino. Meto la mano en el bolsillo de mi falda
5 meses después Camila y yo, hemos construido juntas una vida maravillosa. Nuestra relación se ha ido consolidando a medida que pasa el tiempo y eso nos ha permitido afianzar el vínculo afectivo. Por supuesto, yo la amé desde el día en que supe que la llevaba dentro de mi vientre, en cambio, mi princesa tuvo que crecer parte de su vida al lado de una mujer que no era su madre. ―¿Mami? ―volteo mi cara y le presto toda mi atención―. ¿Tengo un papá? Trago grueso. Esquivo su mirada y vuelvo a ponerla en el hueco que he hecho en el suelo para plantar los tulipanes que acabo de comprar. Respiro profundo y me tomo mi tiempo mientras analizo su respuesta. Qué puedo contestarle a mi hija cuando yo misma no sé quién es el hombre con el que me acosté en aquel hotel hace cinco años atrás. ―Todos tenemos un padre, cariño. Respondo nerviosa. Puedo sentir su mirada sobré mí. Sus preguntas no van a cesar. Este era el momento por el que he temido durante toda mi vida. ―¿Él no me quiere? Aprieto
Una semana después Nunca antes vi reunida a tanta gente en un mismo lugar. Lorna fue una mujer muy amada. ―Mami ―bajo la mirada y observo a mi pequeño tesoro―. ¿Creo que abuelita se sentirá muy sola en ese lugar? Me parte el corazón verla llorar. ―No estará sola, cariño ―me acuclillo para ponerme a su altura―. La abuelita Lorna, ahora está con Dios. Fija su mirada en el suelo. ―Ya no jugará conmigo, mami ―niega con tristeza―. Yo la quería mucho, sé que la voy a extrañar ―suspira profundo―. ¿Crees que papi se enoje si se entera de que tuve que darle un pedacito de mi corazón a la abuelita? Trago grueso. Meto mis dedos debajo de su mentón para que me mire. ―Nunca, cielo ―limpio sus lágrimas con las yemas de mis dedos―. Eres una chica dulce y cariñosa ―sonrío con dulzura―. Te queda mucho corazón para seguir compartiendo. Una sonrisa frágil tira de sus labios. ―Tú nunca te irás con Dios, ¿verdad, mami? No puedo prometerle algo como aquello. Solo le pido a aquel que tiene potesta
Me siento nerviosa, pero, al mismo tiempo; más determinada que nunca. Veo a la mujer de facciones demacradas que me observa desde el espejo. Recorro cada espacio de mi rostro con la yema de los dedos. Mi piel ha recuperado parte de su lozanía, pero el tiempo no ha escatimado esfuerzos para dejar marcadas sus huellas en ella. Fui a la cárcel cuando tenía veintiún años; ahora tengo casi veintisiete. Ya no queda ningún rastro de la chica inocente que fue víctima de un engaño casi seis años atrás. ―Mami, dentro de poco será mi cumpleaños ―la voz de mi hija me expulsa de mis pensamientos―, ¿tendré un pastel y una fiesta a la que pueda invitar a mis amigos? Solo faltan tres meses para que Camila cumpla cinco años. ―Por supuesto, cariño ―giro la cara y la miro sobre mi hombro―. Tendrás el pastel más hermoso que te puedas imaginar. Sonríe feliz e ilusionada. Será el primer cumpleaños que celebramos juntas, estando en libertad. ―¿Vendrá papá a mi fiesta? Aparto la mirada del espejo y la f
Elevo la mirada y observo a la recepcionista. ―Volveré mañana, gracias. Salgo de allí con un nuevo plan. Doblo la hoja y la guardo dentro de mi bolso. Llenarla, no es una opción para mí. ¿Qué harían una vez que se enteren que estuve en la cárcel? ¿Recibirme con bombos y platillos? No soy ilusa. Nadie me dará una oportunidad, incluso, si les digo que fui la primera en graduarme con honores como fisioterapeuta entre las veinte reclusas que decidimos invertir nuestro tiempo estudiando para convertirnos en profesionales. La sola mención de aquella palabra abre una enorme brecha con el resto de la sociedad. Llevamos tatuada una marca invisible que nos cataloga como material defectuoso. Abandono el edificio y tomo el primer taxi que veo pasar. Subo y le indico al chófer la dirección a la que debe llevarme. A partir de ahora ya no hay vuelta atrás. Nada podrá detener mi determinación. Después de ver morir a una de las personas más cercanas y queridas, comprendí que la vida puede terminarse
La conversación que tuve con el abuelo de mi hija fue tensa y complicada, pero esclarecedora. Es un hombre muy inteligente. Sabe lo que quiere y cómo conseguirlo. No tuve ninguna oportunidad con él, sin embargo, le hice saber que no estaba dispuesta a ceder en mis peticiones. ―Por fin llegas, mujer, me tenías comiéndome las uñas. Me quito el sobretodo y lo dejo en el perchero antes de acercarme a mi amiga y contarle lo que sucedió. ―Conseguí el trabajo ―me mira impresionada―. Comienzo mañana mismo. Seré la persona encargada del cuidado del señor Horacio Di Stéfano. Esta vez me observa como si acabara de confirmarle la noticia de que los extraterrestres existen y están viviendo entre nosotros. ―¿Cuidadora? ―niega con la cabeza―. No lo entiendo, pensé que buscarías trabajo en el área de negocios. Camino hacia la cocina y me sirvo un vaso con agua. ―Recuerda que además de ser graduada con honores en negocios, también lo fui como fisioterapeuta ―dejo el vaso en la mesa y ocupo una d
Sus manos se apartan de mi frágil y adolorido cuello en el mismo instante en que se escucha aquel rugido poderoso y amenazante. Toso un par de veces antes de aspirar una profunda bocanada de aire y ponerme de pie para alejarme del hombre que intentó acabar con mi vida. Una vez que logro recuperar el aliento, giro la cara y observo a aquel hombre de mirada furiosa y actitud peligrosa que tiene sus ojos clavados sobre mi padre. ¿Qué hace él aquí? ¿Cómo supo dónde vivía? ―Desaparece de mi vista antes de que te vuele los sesos, sabandija ―repite furioso mientras lo apunta con su pistola―. Si realizas cualquier movimiento en falso, te prometo que este será el último día de tu vida. ―¡Mami! ―grita Camila nerviosa al correr hacia mis brazos―. Quiero que ese hombre malo se vaya. Te hizo daño, mami. ¡Lo odio, lo odio, lo odio! La abrazo de manera protectora mientras intento recuperarme. ―Tranquila, cariño ―la beso en la frente―. Todo estará bien. ¿Cómo supo dónde vivía? ¿Acaso me siguió?