Dos meses después
Un día después de aquella fiesta en el hotel, Elliot, desapareció sin dejar ningún rastro. Hasta el día de hoy no tengo recuerdos claros y precisos de lo que pasó en aquella habitación; mucho menos de la identidad del hombre que dormía a mi lado. Todo fue tan confuso. Estaba tan avergonzada que salí de allí en silencio y no fui capaz de contarle a nadie lo que sucedió. Si soltaba una sola palabra al respecto, me tacharían como una cualquiera. Así que preferí guardar el secreto.
Sin embargo, no puedo borrar de mis pensamientos la mirada azul intensa de aquel hombre con el que pasé la noche. Podría reconocerla entre una multitud si llegara a cruzarse en mi camino. Es lo único que recuerdo hasta el día de hoy.
―Si quieres conservar tu trabajo será mejor que comiences a hacerlo ―pego un respingo y me arrodillo en el piso para fregar la baldosa con el cepillo―. No te pago para estar de haragana.
Jadeo con angustia. No puedo perder este trabajo. Pagué caro el error que cometí aquella noche que nunca más podré olvidar. Cuando regresé a mi trabajo me recibieron con una notificación de despido y un arreglo que solo alcanzó para sostenerme durante un mes. Poco tiempo después, me vi obligada a aceptar un trabajo como mucama en el que gano tan poco que solo me alcanza para pagar la comida y los servicios básicos.
―Cuando termines aquí, ve a la habitación del amo y límpiala antes de que llegue.
Estoy agotada, pensé que al acabar aquí podría irme a casa.
―Sí, señora Templeton, iré de inmediato.
Me levanto del suelo, recojo mis implementos y me dirijo a la habitación del señor. Espero que no regrese hasta que haya terminado. Ese hombre me provoca mucho miedo. Su manera de mirarme es escalofriante. Por eso me mantengo fuera de su vista y termino mis deberes antes de que vuelva. Evito de cualquier manera toparme con él.
Inhalo una profunda bocanada de aire antes de ingresar a su dormitorio. Mi corazón se dispara como loco y un nudo se instala en el fondo de mi estómago. No me gusta estar en este lugar. Incluso, los vellos de mi cuerpo se erizan al poner un pie en el interior.
―Si lo haces bien, el señor, recompensará tu trabajo con un pago adicional.
Asiento en respuesta. Necesito ganar cada centavo que pueda. Dirijo la mirada hacia el reloj y compruebo que solo tengo un par de horas para dejar esta habitación impecable. Me muevo rápido y con mucha agilidad. El tiempo se acaba y en cualquier momento él puede aparecerse. Cambio las sábanas de la cama, recojo la ropa sucia del piso, quito el polvo, trapeo el suelo y por último me encargo del baño. Estoy muerta del cansancio, pero el pago adicional me impulsa a dar mi último aliento.
Me encierro en el cuarto de baño y me esfuerzo al máximo para sacar las manchas de óxido de la bañera, sin embargo, mi tranquilidad se esfuma en cuanto escucho que la puerta de la habitación se abre. Aguanto el grito que intenta escaparse de mi boca al percibir que sus pasos se dirigen en esta dirección. Mi cuerpo entra en tensión. Suelto mis herramientas de trabajo y pego mi espalda contra la pared. Estoy temblando como gelatina. Pocos segundos después la puerta se abre.
Nuestras miradas se cruzan. El pánico escala rápidamente por todo mi cuerpo y se estaciona alrededor de mi garganta. Dejo de respirar. Me repasa de pies a cabeza de una forma malsana.
―Vaya, vaya, mira a quien tenemos aquí.
El alma me da un vuelco. Cierra la puerta y pone el seguro. El gesto me pone en alerta. No voy a permitir que este malvado ponga sus manos sobre mí. Estiro mi brazo con disimulo y sostengo la escoba entre mis dedos. Me aferro a ella como si fuera mi salvavidas.
―Señor, deje por favor que me vaya ―ruego con voz temblorosa―. No haga algo de lo que pueda arrepentirse.
Nos obstante, sonríe con satisfacción y arrogancia.
―Dejarte ir no es lo que tengo en mente, preciosa.
Trago grueso y aprieto el palo de la escoba hasta sentir que mis dedos se entumecen. No lo pienso ni una sola vez cuando lo veo abalanzarse sobre mí como perro hambriento. Atino un golpe fuerte en su cabeza que lo hace caer de rodillas sobre le suelo. Aprovecho la oportunidad para abrir la puerta y salir corriendo de allí. No me detengo hasta llegar a mi casa. Mis pulmones queman y me siento tan asustada y nerviosa que el frío cala hasta la médula de mis huesos.
Me detengo en medio de la sala en cuanto me encuentro de frente con mi padre. Me observa con suspicacia mientras sostiene la botella de licor en su mano derecha.
―¿Qué hiciste?
Niego con la cabeza. Ahora no tengo tiempo para enfrentarlo.
―Nada que te importe, papá ―los gestos de su cara se contorsionan por la furia que mis palabras le provocan―. No finjas una preocupación que hace muchos años dejaste de sentir por mí ―menciono con rencor―. No seas hipócrita.
Me alejo de él y me encierro en mi habitación. Lloro de impotencia y de rabia, pero, sobre todo, porque ahora más que nunca extraño a mi madre. Mi vida sería diferente si ella estuviera viva.
―Eres una malagradecida, sigues viviendo en esta casa porque yo te lo permito ―escupe iracundo desde el otro lado de la puerta―. De lo contrario, habrías ido a parar a la calle y estarías vendiendo tu cuerpo para poder sobrevivir.
Aprieto los ojos y los puños con fuerza. Soy una chica honrada. Nunca haría algo para denigrarme a mí misma o a la memoria de mi madre. Si hice lo que hice, fue porque la persona en la que confié me engaño y se burló de mí, pero eso nunca más volverá a suceder. No permitiré que ningún hombre vuelva a tomarme por idiota.
Me aparto de la puerta y me dirijo a la cama. Saco la foto de mi madre de la gaveta de la mesa de noche y la miro durante varios segundos. La aprieto contra mi pecho y me acuesto en la cama mientras lloro de dolor. ¿Por qué en lugar de mi madre no te lo llevaste a él? Lloro con desconsuelo hasta que el sueño y el cansancio me toman desprevenida.
***
―¿Qué haces en mi habitación?
Puedo escuchar su voz, pero no puedo controlar ninguno de mis movimientos. Trato de responder a su pregunta, sin embargo, mi lengua se siente tan pesada que me cuesta articular palabras.
―Yo…
Suelto una sonrisita traviesa. Me siento tan liviana y ligera, que, incluso; tengo la sensación de que floto en el aire como una pluma. Ya no hay ningún peso sobre mis hombros y todos mis problemas parecen haberse desvanecido como por arte de magia.
―¿Te trajo Elliot?
La mención de su nombre me hace responder con un asentimiento de cabeza.
―Bien, al menos hizo una buena elección esta vez.
No entiendo a lo qué se refiere, pero es lo que menos me importa. No obstante, no dejo de preguntarme qué hace él en esta habitación. Intento enfocar la mirada para ver su cara, pero desisto al sentir el terrible dolor de cabeza que hace pulsar mis sienes con intensidad.
―¡Quítate la ropa!
Demanda mientras comienza a desprenderse de la suya. Trago grueso. ¿Qué es lo que cree que está haciendo? Pocos minutos después está tendido sobre mí. Mi cuerpo se tensa por completo, pero en el instante en que nuestros ojos se cruzan, el azul profundo de su intensa mirada nubla mi mente y mis pensamientos.
Despierto agitada. Aquel sueño se viene repitiendo una y otra vez durante los últimos dos meses. Me llevo la mano al pecho y trato de controlar los latidos de mi corazón. Sin embrago, me sobresalto al escuchar un par de golpes en la puerta. Observo el reloj y descubro que son cerca de las diez de la noche.
¿Qué es lo que está pasando? Me levanto de la cama y abro la puerta.
―Señorita MacAllister, lamento tener que decirle que tendrá que acompañarnos a la comisaría ―me quedo petrificada―. Hay una acusación en su contra por intento de asesinato.
Suelto un jadeo y pierdo el color de mi rostro.
―¡Se equivocan, yo no hice nada! ―grito desesperada mientras uno de los oficiales me coloca las esposas―. Yo solo me defendí, ese hombre quiso propasarse conmigo.
El otro oficial me mira con malicia y me lanza una advertencia.
―Será mejor que guarde silencio, porque todo lo que diga podrá usarcé en su contra.
Giro la cara en busca de ayuda y me consigo con la sonrisa satisfecha del hombre que dice llamarse mi padre. Niega con la cabeza antes de pronunciar sus últimas palabras.
―Sabía que tarde o temprano irías a parar al lugar que te mereces.
Es lo único que le escucho decir, antes de que me saquen de la casa como si fuera una delincuente.
Cinco años después No pude dormir en toda la noche. Di vueltas interminables en la cama mientras aguardaba ansiosa a que saliera el sol. He estado esperando por mucho tiempo a que llegara este día. Los nervios me tienen desesperada y las expectativas por la nueva vida que me espera me tienen comiéndome las uñas. Suelto un respingo con el ruido que emiten las bisagras de la puerta una vez que esta se abre. Trago grueso y mantengo la mirada fija sobre ella. ―¿Estás lista? Asiento en respuesta. Me pongo de pie, recojo el bolso con mis pocas pertenencias de la cama y lo cuelgo en mi hombro. Mis piernas se sienten flácidas y hay un cosquilleo intenso en el fondo de mi estómago que no ha cesado desde hace ya varios días. Inhalo una profunda bocanada de aire antes de abandonar el pequeño reciento que ha sido mi hogar durante estos últimos años. ―¿Crees que ella se acordará de mí? Pregunto con nerviosismo. ―Un rostro tan hermoso como el tuyo difícilmente puede olvidarse, querida. Mis m
5 años atrás Despierto con una terrible jaqueca. Nunca antes bebí tanto como lo hice anoche. La discusión con mi viejo me sacó de mis casillas. No sé hasta cuándo va a seguir insistiendo que me consiga una mujer y le dé nietos. ¿Llegará a entender algún día que no me gustan los niños? ¿Que no estoy hecho para el matrimonio? Saco las piernas de la cama y me siento en la orilla del colchón. Tengo la boca seca. Levanto la jarra de la mesa de noche y lleno un vaso a su máxima capacidad. El palpitar en mi cabeza está a punto de volverme loco. Bebo el contenido de un solo trago y dejo el recipiente sobre la mesa. Extiendo mi brazo para tomar el teléfono y solicitar servicio a la recepción. Al primer repique responden. ―Richie, envía desayuno a mi habitación, suficiente jugo de tomate y un par de calmantes ―le ordeno mientras me froto las sienes―. Y asegúrate que nadie me moleste. Cuelgo la llamada antes de oír su respuesta. Me pongo de pie y camino tambaleante hacia el baño. Siento que
Me despido para siempre de Bedford Hills y me preparo para comenzar mi nueva vida. Fijo la mirada en los alrededores. Quién iba a pensar que, en pleno corazón de este hermoso bosque lleno de árboles frondosos y espesa vegetación; se esconde uno de los lugares más terribles y crueles del mundo. Debo agradecer a Dios, por haber puesto en mi camino a una mujer tan maravillosa como Briseida. No sé qué habría sido de mí si ella no hubiera estado allí para protegerme. ―Mi nombre es Terry, señorita McAllister. Terry Malone ―aparto la mirada de la ventana y la fijo en el retrovisor al escuchar la voz del chico que me acompaña―. Podemos detenernos si le apetece comerse algo. Nos tomará un poco más de una hora para llegar a Brooklyn. Niego con la cabeza. Deseo llegar cuanto antes. ―No, si no hay ningún inconveniente para ti, preferiría continuar con el recorrido sin realizar ninguna parada ―respondo con premura―. Estoy ansiosa por llegar a mi destino. Meto la mano en el bolsillo de mi falda
5 meses después Camila y yo, hemos construido juntas una vida maravillosa. Nuestra relación se ha ido consolidando a medida que pasa el tiempo y eso nos ha permitido afianzar el vínculo afectivo. Por supuesto, yo la amé desde el día en que supe que la llevaba dentro de mi vientre, en cambio, mi princesa tuvo que crecer parte de su vida al lado de una mujer que no era su madre. ―¿Mami? ―volteo mi cara y le presto toda mi atención―. ¿Tengo un papá? Trago grueso. Esquivo su mirada y vuelvo a ponerla en el hueco que he hecho en el suelo para plantar los tulipanes que acabo de comprar. Respiro profundo y me tomo mi tiempo mientras analizo su respuesta. Qué puedo contestarle a mi hija cuando yo misma no sé quién es el hombre con el que me acosté en aquel hotel hace cinco años atrás. ―Todos tenemos un padre, cariño. Respondo nerviosa. Puedo sentir su mirada sobré mí. Sus preguntas no van a cesar. Este era el momento por el que he temido durante toda mi vida. ―¿Él no me quiere? Aprieto
Una semana después Nunca antes vi reunida a tanta gente en un mismo lugar. Lorna fue una mujer muy amada. ―Mami ―bajo la mirada y observo a mi pequeño tesoro―. ¿Creo que abuelita se sentirá muy sola en ese lugar? Me parte el corazón verla llorar. ―No estará sola, cariño ―me acuclillo para ponerme a su altura―. La abuelita Lorna, ahora está con Dios. Fija su mirada en el suelo. ―Ya no jugará conmigo, mami ―niega con tristeza―. Yo la quería mucho, sé que la voy a extrañar ―suspira profundo―. ¿Crees que papi se enoje si se entera de que tuve que darle un pedacito de mi corazón a la abuelita? Trago grueso. Meto mis dedos debajo de su mentón para que me mire. ―Nunca, cielo ―limpio sus lágrimas con las yemas de mis dedos―. Eres una chica dulce y cariñosa ―sonrío con dulzura―. Te queda mucho corazón para seguir compartiendo. Una sonrisa frágil tira de sus labios. ―Tú nunca te irás con Dios, ¿verdad, mami? No puedo prometerle algo como aquello. Solo le pido a aquel que tiene potesta
Me siento nerviosa, pero, al mismo tiempo; más determinada que nunca. Veo a la mujer de facciones demacradas que me observa desde el espejo. Recorro cada espacio de mi rostro con la yema de los dedos. Mi piel ha recuperado parte de su lozanía, pero el tiempo no ha escatimado esfuerzos para dejar marcadas sus huellas en ella. Fui a la cárcel cuando tenía veintiún años; ahora tengo casi veintisiete. Ya no queda ningún rastro de la chica inocente que fue víctima de un engaño casi seis años atrás. ―Mami, dentro de poco será mi cumpleaños ―la voz de mi hija me expulsa de mis pensamientos―, ¿tendré un pastel y una fiesta a la que pueda invitar a mis amigos? Solo faltan tres meses para que Camila cumpla cinco años. ―Por supuesto, cariño ―giro la cara y la miro sobre mi hombro―. Tendrás el pastel más hermoso que te puedas imaginar. Sonríe feliz e ilusionada. Será el primer cumpleaños que celebramos juntas, estando en libertad. ―¿Vendrá papá a mi fiesta? Aparto la mirada del espejo y la f
Elevo la mirada y observo a la recepcionista. ―Volveré mañana, gracias. Salgo de allí con un nuevo plan. Doblo la hoja y la guardo dentro de mi bolso. Llenarla, no es una opción para mí. ¿Qué harían una vez que se enteren que estuve en la cárcel? ¿Recibirme con bombos y platillos? No soy ilusa. Nadie me dará una oportunidad, incluso, si les digo que fui la primera en graduarme con honores como fisioterapeuta entre las veinte reclusas que decidimos invertir nuestro tiempo estudiando para convertirnos en profesionales. La sola mención de aquella palabra abre una enorme brecha con el resto de la sociedad. Llevamos tatuada una marca invisible que nos cataloga como material defectuoso. Abandono el edificio y tomo el primer taxi que veo pasar. Subo y le indico al chófer la dirección a la que debe llevarme. A partir de ahora ya no hay vuelta atrás. Nada podrá detener mi determinación. Después de ver morir a una de las personas más cercanas y queridas, comprendí que la vida puede terminarse
La conversación que tuve con el abuelo de mi hija fue tensa y complicada, pero esclarecedora. Es un hombre muy inteligente. Sabe lo que quiere y cómo conseguirlo. No tuve ninguna oportunidad con él, sin embargo, le hice saber que no estaba dispuesta a ceder en mis peticiones. ―Por fin llegas, mujer, me tenías comiéndome las uñas. Me quito el sobretodo y lo dejo en el perchero antes de acercarme a mi amiga y contarle lo que sucedió. ―Conseguí el trabajo ―me mira impresionada―. Comienzo mañana mismo. Seré la persona encargada del cuidado del señor Horacio Di Stéfano. Esta vez me observa como si acabara de confirmarle la noticia de que los extraterrestres existen y están viviendo entre nosotros. ―¿Cuidadora? ―niega con la cabeza―. No lo entiendo, pensé que buscarías trabajo en el área de negocios. Camino hacia la cocina y me sirvo un vaso con agua. ―Recuerda que además de ser graduada con honores en negocios, también lo fui como fisioterapeuta ―dejo el vaso en la mesa y ocupo una d