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Capítulo 3 La intrusa

5 años atrás

Despierto con una terrible jaqueca. Nunca antes bebí tanto como lo hice anoche. La discusión con mi viejo me sacó de mis casillas. No sé hasta cuándo va a seguir insistiendo que me consiga una mujer y le dé nietos.

¿Llegará a entender algún día que no me gustan los niños? ¿Que no estoy hecho para el matrimonio?

Saco las piernas de la cama y me siento en la orilla del colchón. Tengo la boca seca. Levanto la jarra de la mesa de noche y lleno un vaso a su máxima capacidad. El palpitar en mi cabeza está a punto de volverme loco. Bebo el contenido de un solo trago y dejo el recipiente sobre la mesa. Extiendo mi brazo para tomar el teléfono y solicitar servicio a la recepción. Al primer repique responden.

―Richie, envía desayuno a mi habitación, suficiente jugo de tomate y un par de calmantes ―le ordeno mientras me froto las sienes―. Y asegúrate que nadie me moleste.

Cuelgo la llamada antes de oír su respuesta. Me pongo de pie y camino tambaleante hacia el baño. Siento que los sesos me van a explotar. Me detengo frente al lavamanos y me inclino para lavarme la cara. Me siento como la m****a. Me miro al espejo y noto lo demacrado que estoy, no obstante, lo que llama mi atención es el enorme chupetón que llevo en el cuello.

―¡¿Qué narices?! ―expreso furioso―. ¿Cómo se atreve esa zorra a dejarme marcado? ―me digo a mí mismo al estirar el cuello y observar de cerca la enorme mancha roja que cubre mi piel. Maldigo por lo bajo mientras me toco la zona con los dedos―. ¡Esto era lo último que me faltaba!

Me seco la cara con rabia y arrojo la toalla de manera brusca al cesto de la basura. Me pongo la bata de baño y vuelvo a la habitación. Un par de toques a la puerta me distraen de mi enojo.

―Adelante.

Entran las dos chicas de servicio que vienen a ocuparse de mi atención. Me siento a la mesa y espero a que me sirvan el desayuno. Tomo las dos pastillas y el vaso de jugo de la bandeja. Sin embargo, los escupo cuando noto las sábanas manchadas de sangre. Me levanto de la silla con brusquedad y hago que esta caiga con un ruido estrepitoso sobre el suelo.

―¡Espera! ―se las arranco de las manos y las inspecciono. Una intensa sensación de escalofrío me recorre la espalda―. ¡Fuera! ¡Las quiero de inmediato fuera de esta habitación!

Tiemblo de rabia, porque no soy ingenuo para saber de lo que esto se trata. Tomo el móvil de la mesa y marco el número del bueno para nada de mi hermanastro. Ni siquiera lo dejo contestar cuando ya estoy soltándole la orden con mi acostumbrado humor de perros.

―¡Ven a mi maldit@ habitación de inmediato, imbécil!

Lanzo el teléfono sobre la mesa y camino como animal rabioso por toda la habitación. El dolor de cabeza se intensifica debido a la cólera que tengo en este momento. Me llevo las manos a la cabeza y agito mi cabello con furia y nerviosismo. ¿Quién es la mujer que pasó la noche conmigo? Pero lo más importante de todo es saber si me protegí cuando me acosté con ella. No quiero sorpresas más adelante y que alguna arribista cazafortunas quiera extorsionarme con un embarazo.

El sonido de sus pisadas apresuradas en el corredor me advierte de su proximidad. Ni siquiera espero a que toque la puerta. La abro y lo sujeto de la pechera de su camisa para meterlo a empujones al interior de mi habitación.

―¿A quién carajos trajiste anoche a mi habitación?

Pregunto furioso. Toda la sangre se drena de su rostro al notar que estoy más que encabronado por la situación. El movimiento vertiginoso en su nuez de Adán evidencia en nivel de su nerviosismo. Tiene suficientes razones para estarlo.

―Yo, yo… ―traga grueso―. Hice lo que me pediste, Samuel ―lo acribillo con la mirada―. Traje a la prostituta y la dejé aquí en la habitación.

Mi mandíbula cruje debido a la presión que ejerzo sobre ella. Le doy un empujón y lo envío de culo sobre el piso. Cojo la sábana manchada de sangre y se la lanzo encima.

―Entonces puedes decirme ¿qué mierd@ significa esta mancha de sangre en la sábana?

Abre sus ojos como platos.

―No… no lo sé, Samuel, te… te juro que no tengo idea de lo que me hablas ―responde aterrado―. Quizás le vino la menstruación ―su explicación me quita un peso de los hombros―. Te prometo que iré personalmente a la agencia y me encargaré de hacer el reclamo correspondiente.

Lo examino con la mirada, pero considero que lo que me dijo es suficiente para quedarme tranquilo.

―Sal de mi put@ vista y no vuelvas a aparecerte hasta que te lo diga.

Se levanta del piso apresuradamente y se dirige hasta a puerta. No obstante, lo detengo antes de que abandone la habitación.

―¡Espera, Elliot!

Se da la vuelta y me observa con nerviosismo.

―Si alguna vez descubro que me engañaste y esa mujer se aparece reclamando mi paternidad, te prometo que te envío a un lugar del que nunca jamás podrás regresar.

***

En el presente

―¡Lárgate de aquí y no vuelvas a entrar nunca más a mi cuarto!

Cierro los ojos y suspiro con resignación. Es la sexta enfermera que echa papá de la casa. Termino de hacer el nudo de mi corbata y salgo de mi habitación para dirigirme a su dormitorio.

Me encuentro de frente en el pasillo con la joven enfermera que corre aterrorizada y solloza desconsolada gracias a los gritos de mi padre. Ruedo los ojos con fastidio.

―Lo siento, señor yo…

Me valen sus explicaciones. No me interesan, sobre todo, si fue incapaz de hacer el trabajo por el que le estoy pagando.

―Desaparece de mi vista y abandona la casa ―espeto con fastidio. No hay nada que odie más que la gente incompetente―. Se te depositará en tu cuenta de manera puntual el pago por el lamentable trabajo que hiciste.

Me mira desconcertada antes de darse la vuelta y desaparecer al final del corredor. La puerta está abierta, así que entro a su habitación sin anunciarme.

―Es la sexta persona que corres en menos de un mes, papá.

Esta sentado en su sillón favorito, con la mirada perdida en el horizonte. Me preocupa su salud, cada vez se ve más desmejorado.

―Te dije que no necesito que nadie me cuide ―expresa con enfado―. Puedo cuidarme por mí mismo.

Desde que mi madre murió en el accidente y él perdió la movilidad de sus piernas, se convirtió en otra persona. Ha perdido las esperanzas y las ganas de vivir.

―Papá, por favor, no hagas más difíciles las cosas ―le imploro por enésima vez―. No puedes quedarte solo en esta casa ―arrastro una silla y me siento frente a él―. Necesitas que alguien te ayude a hacer aquellas cosas que no puedes hacer solo.

Ni siquiera me mira a los ojos.

―No insistas, Samuel ―responde en tono quedo, sin ningún ápice de emoción―. La vida ya no tiene ningún sentido para mí.

Me levanto de la silla y lo observo desde lo alto.

―Lo siento, papá, pero si me estás pidiendo que te deje morir, debo decirte que mientras viva; no voy a permitirlo.

Salgo de la habitación y me dirijo a mi oficina. Necesito resolver cuanto antes esta situación y encontrar a alguien más que tenga la suficiente paciencia como para hacerse cargo de él y aguantar sus malcriadeces.

Bajo las escaleras y me dirijo directo hacia mi oficina. Al entrar cierro la puerta y comienzo a contactar a las personas adecuadas para que se hagan cargo de todo. Les ofrezco un lapso de veinticuatro horas para que consigan a un profesional con el perfil requerido para que se hagan cargo de mi padre. De lo contrario, comenzaré a cortar cabezas.

Observo la hora en mi reloj y me doy cuenta que ya estoy retrasado para la reunión importante que tengo hoy en la oficina. Odio la impuntualidad, pero, sobre todo; detesto ser el que llegue tarde. Veinte minutos después, salgo de la oficina y localizo a la ama de llaves. Le ordeno que designe a una de las mucamas para que se haga cargo de él, hasta que encuentre a alguien calificado.

Subo de nuevo a la habitación para despedirme de papá antes de irme, pero me quedo pasmado en cuanto abro la puerta y consigo a una chiquilla de pelo rubio sentada en el regazo de mi padre.

―¡¿Qué hace esta mocosa en mi casa?!

Rujo como león enjaulado. La pequeña rubia gime asustada al oírme gritar. Me acerco para apartarla de mi padre y pedirle a quien quiera que sea la madre de esta intrusa, que la saque de inmediato de la casa, pero la voz de una mujer me detiene antes de que lo consiga.

―No se atreva a poner un solo dedo sobre mi hija.

Me doy la vuelta y me encuentro de frente con una mujer de mirada furiosa que clava sus ojos sobre mí como si quisiera devorarme. Lo más extraño de todo es que cada vez que la miro, su rostro me parece familiar.

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