Me siento nerviosa, pero, al mismo tiempo; más determinada que nunca. Veo a la mujer de facciones demacradas que me observa desde el espejo. Recorro cada espacio de mi rostro con la yema de los dedos. Mi piel ha recuperado parte de su lozanía, pero el tiempo no ha escatimado esfuerzos para dejar marcadas sus huellas en ella. Fui a la cárcel cuando tenía veintiún años; ahora tengo casi veintisiete. Ya no queda ningún rastro de la chica inocente que fue víctima de un engaño casi seis años atrás. ―Mami, dentro de poco será mi cumpleaños ―la voz de mi hija me expulsa de mis pensamientos―, ¿tendré un pastel y una fiesta a la que pueda invitar a mis amigos? Solo faltan tres meses para que Camila cumpla cinco años. ―Por supuesto, cariño ―giro la cara y la miro sobre mi hombro―. Tendrás el pastel más hermoso que te puedas imaginar. Sonríe feliz e ilusionada. Será el primer cumpleaños que celebramos juntas, estando en libertad. ―¿Vendrá papá a mi fiesta? Aparto la mirada del espejo y la f
Elevo la mirada y observo a la recepcionista. ―Volveré mañana, gracias. Salgo de allí con un nuevo plan. Doblo la hoja y la guardo dentro de mi bolso. Llenarla, no es una opción para mí. ¿Qué harían una vez que se enteren que estuve en la cárcel? ¿Recibirme con bombos y platillos? No soy ilusa. Nadie me dará una oportunidad, incluso, si les digo que fui la primera en graduarme con honores como fisioterapeuta entre las veinte reclusas que decidimos invertir nuestro tiempo estudiando para convertirnos en profesionales. La sola mención de aquella palabra abre una enorme brecha con el resto de la sociedad. Llevamos tatuada una marca invisible que nos cataloga como material defectuoso. Abandono el edificio y tomo el primer taxi que veo pasar. Subo y le indico al chófer la dirección a la que debe llevarme. A partir de ahora ya no hay vuelta atrás. Nada podrá detener mi determinación. Después de ver morir a una de las personas más cercanas y queridas, comprendí que la vida puede terminarse
La conversación que tuve con el abuelo de mi hija fue tensa y complicada, pero esclarecedora. Es un hombre muy inteligente. Sabe lo que quiere y cómo conseguirlo. No tuve ninguna oportunidad con él, sin embargo, le hice saber que no estaba dispuesta a ceder en mis peticiones. ―Por fin llegas, mujer, me tenías comiéndome las uñas. Me quito el sobretodo y lo dejo en el perchero antes de acercarme a mi amiga y contarle lo que sucedió. ―Conseguí el trabajo ―me mira impresionada―. Comienzo mañana mismo. Seré la persona encargada del cuidado del señor Horacio Di Stéfano. Esta vez me observa como si acabara de confirmarle la noticia de que los extraterrestres existen y están viviendo entre nosotros. ―¿Cuidadora? ―niega con la cabeza―. No lo entiendo, pensé que buscarías trabajo en el área de negocios. Camino hacia la cocina y me sirvo un vaso con agua. ―Recuerda que además de ser graduada con honores en negocios, también lo fui como fisioterapeuta ―dejo el vaso en la mesa y ocupo una d
Sus manos se apartan de mi frágil y adolorido cuello en el mismo instante en que se escucha aquel rugido poderoso y amenazante. Toso un par de veces antes de aspirar una profunda bocanada de aire y ponerme de pie para alejarme del hombre que intentó acabar con mi vida. Una vez que logro recuperar el aliento, giro la cara y observo a aquel hombre de mirada furiosa y actitud peligrosa que tiene sus ojos clavados sobre mi padre. ¿Qué hace él aquí? ¿Cómo supo dónde vivía? ―Desaparece de mi vista antes de que te vuele los sesos, sabandija ―repite furioso mientras lo apunta con su pistola―. Si realizas cualquier movimiento en falso, te prometo que este será el último día de tu vida. ―¡Mami! ―grita Camila nerviosa al correr hacia mis brazos―. Quiero que ese hombre malo se vaya. Te hizo daño, mami. ¡Lo odio, lo odio, lo odio! La abrazo de manera protectora mientras intento recuperarme. ―Tranquila, cariño ―la beso en la frente―. Todo estará bien. ¿Cómo supo dónde vivía? ¿Acaso me siguió?
El señor Di Stéfano no ha dejado de mirarme desde que subimos a la limusina. Tampoco quiere separarse de mi hija. Ella sigue dormida en su regazo y recostada con comodidad sobre su pecho. Hay una preciosa sonrisa de felicidad dibujada en su boquita sonrosada. ―No dudé ni un solo segundo de que esta chiquilla lleva la sangre de los Di Stéfano ―murmura orgulloso, sin despegar su mirada de la carita de mi hija―. Me bastó verla para saber que era mi nieta. ―¿Cómo lo supo? Sonríe satisfecho al elevar su cara y fijar su mirada sobre la mía. ―Tu respuesta me lo acaba de confirmar, sin embargo, el parecido de mi nieta con mi hijo es innegable ―sostiene entre sus dedos un mechón dorado de la cabellera de mi hija―. Sobre todo, por la pequeña marca que lleva en su cuello ―hunde los dedos de su mano entre los mechones de Camila y acaricia el lunar en forma de luna que está escondido en la base de su cuello y que solo puede apreciarse si recoge su cabello―. Es una marca que identifica y caracte
El timbre de su voz paraliza cada rincón de mi cuerpo. Esos ojos celestes que han permanecido grabados en mis recuerdos como un tatuaje imborrable, me miran con animadversión. ―Yo, yo… Estoy tan aterrada que las palabras se quedan atascadas en mi boca. Se levanta de la silla y se acerca de manera peligrosa. Es un hombre muy alto, fuerte y en extremo atractivo. Nunca antes había visto a un espécimen tan elegante y hermoso. Su aspecto es digno de una portada de revista, sin embargo, esa apariencia encantadora y digna de admiración, queda apabullada por su actitud hostil y amenazante. ―¡¿Acaso eres sorda?! Su nuevo grito me hace pegar un respingo. El vaso se resbala de mi mano y cae al suelo haciéndose pedazos. ―Lo siento yo… Intento darle una explicación, pero mi cerebro y mi lengua no logran conectarse. Su mirada siniestra se dirige al reguero de vidrios y agua que hay regados a mis pies. No está para nada contento con mi presencia. Su cara de rasgos perfectos y varoniles se trans
¿Qué es lo que acaba de decir? ―¡Levántala del piso, Samuel! ―grita mi padre con preocupación―. Si no atendemos esas heridas cuanto antes, se va a desangrar. ¿Me está hablando en serio? ―Llamaré una ambulancia para que ellos se encarguen. Menciono con fastidio. Meto la mano en mi bolsillo para sacar mi móvil, pero no llego a hacerlo, porque mi padre vuelve a gritarme. ―¡Detén ahora mismo lo que estás haciendo! ―entrecierro los ojos y lo miro confuso―. Este puto desastre lo hiciste tú ―me apunta con su dedo de manera acusatoria―, ahora te harás cargo de él. ¡Esto es el colmo! Devuelvo el teléfono al bolsillo de mi pantalón. ―No es mi culpa que esta mujer sea tan torpe, papá ―espeto con enfado―. Pensé que era una intrusa intentando robar nuestras cosas. Niega con la cabeza. ―No pienso repetirlo de nuevo, Samuel Di Stéfano ―el tono de su voz y el que haya hecho mención a nuestro apellido, me pone en alerta. Hace mucho tiempo que no veía a mi padre tan determinado y decidido. Es c
Comienzo a recobrar el conocimiento. De repente, percibo un olor familiar que me aturde los sentidos y me impulsa a abrir los ojos. Sigo perdida en el limbo, con la mente nublada y la mirada borrosa. Sin embargo, lo suficientemente despierta como para reconocer aquella mirada celeste que me observa con desconcierto. ―Eres tú… Suelto, antes de darme cuenta de lo que estoy diciendo. Una vez que soy consciente de lo que está sucediendo, pego un grito e intento alejarme de él, no obstante, pronto me doy cuento de que no podré ir a ninguna parte. ―¿Qué hago aquí? Murmuro aturdida. ¿Qué hago encerrada con él en el baño? Una ráfaga de dolor se dispara desde mis pies hacia todas partes de mi cuerpo. Suelto un jadeo casi al mismo tiempo en que dirijo la mirada hacia abajo y noto el charco de sangre que se ha acumulado en el fondo de la bañera. El miedo que siento al ver aquella escena de terror, provoca que todos los vellos de mi cuerpo se ericen por completo. ¿Por qué hay tanta sangre sali