Por acá les dejo un nuevo capítulo. Mañana temprano vuelvo con uno nuevo. Saludos. Leo sus comentarios.
Samuel se aleja luego de amenazarme y procurarme una mirada fría que puede ser capaz de congelar el agua de todos los océanos. Azota la puerta con tanta fuerza que hace temblar las paredes del cuarto de baño. Inhalo una bocanada profunda de aire. ―Lo siento por eso, señor Horacio, pero su hijo hace que la chica mala que llevo dentro salga a desafiarlo. Lo miro avergonzada, pero vuelvo a impresionarme al oírlo reír como si el espectáculo, en lugar de causarle bochorno, solo le provocó gran diversión. ―No te disculpes, Abigaíl, es la primera vez en mucho tiempo que alguien pone en su lugar a mi hijo ―se aproxima a la bañera―. Incluso, nunca antes lo había visto salir derrotado de una batalla. Derrotado, no es la palabra apropiado que usaría en este caso. Ese tipo no se quedará de brazos cruzados después de la manera en la que lo enfrenté. Me temo que esto es el principio de una guerra sin precedentes. No sé si sea una decisión inteligente permanecer en este lugar con ese Shrek dando
Planto las palmas de mis manos sobre su pecho fornido y le doy un empujón para alejarlo de mí. ―¿Sueles tratar a todas las personas de la misma manera o solo a aquellas que consideras por debajo de tu nivel? ―niego con la cabeza―. No me extrañaría saber que no tienes amigos ―comento con desparpajo―. La gente, como tú, solo tiene lambiscones y pedigüeños que harán lo que sea para conseguir favores. Cruzo los brazos sobre mi pecho y lo fulmino con la mirada. No pienso dejarme amedrentar por este machote creído. Si está acostumbrado a que todo el mundo le rinda pleitesías y le ofrezca explicaciones cada vez que las pide, conmigo se ha equivocado. Le voy a enseñar que no todos estamos dispuestos a aguantarnos sus caprichos de niño rico. ―¿Acostumbras a ser tan descarada y fresca con tus palabras? Espeta malhumorado. Ruedo los ojos. ―Siempre y cuando me busquen la lengua y tú ―lo señalo con mi dedo―. Te has ganado unos cuantos metros de ella. Ladea su cara y estrecha sus ojos al recib
No puede dormir en toda la noche. Di vueltas y vueltas en la cama, pensando en lo que había pasado con esa mujer. ¿Por qué apareció en esta casa? ¿Qué es lo que anda buscando? Me pongo el reloj y me ajusto la corbata mientras me miro al espejo. No he podido sacarme la imagen de la rubia de mi cabeza. Su insolencia no tiene comparación, pero tampoco la determinación que vi en su mirada. Es un coctel de sustancias explosivas que pueden poner en peligro la cordura de cualquier hombre. Es altanera, rebelde, mal educada, irrespetuosa, pero, sobre todo; una gata salvaje con las garras muy afiladas. Guardo mi cartera en el bolsillo de la chaqueta y salgo de mi habitación. Son las cinco de la mañana, la hora perfecta para salir de aquí y largarme sin tener que verle la cara a esa mal hablada. Bajo las escaleras de dos en dos. Sin embargo, al llegar a la planta baja escucho ruidos provenientes desde la cocina. Es extraño, sobre todo, porque el servicio comienza a laborar a las seis de la mañ
Ese hombre es absolutamente insoportable. Entro a la habitación y atasco la puerta con seguro. Cierro los ojos y respiro profundo para calmar los acelerados latidos de mi corazón. ¿Qué rayos me pasa con él? Somos como la chispa y la yesca, basta con que estemos cerca para generar una gran combustión. ¡Madre mía! Esta vez sí que la boté de jonrón. Arruiné su costoso traje de diseñador que debe valer un ojo de la cara. Me tomaría una vida entera, quizás dos, para poder resarcir el daño que hice. Me subo a la cama y me acurruco junto a mi hija. Cada vez que me siento nerviosa basta tenerla cerca para que todas mis preocupaciones queden en el olvido. Sin embargo, mi corazón sigue palpitando como las entrañas de un volcán a punto de erupción. ¿Qué voy a hacer ahora? Después de que mi hija me contó anoche sobre su sueño, decidí tender un puente de amistad entre Samuel y yo, para poder darle una oportunidad a mi pequeño tesoro de convertir sus sueños en realidad. Sin embargo, acabé de echa
Salgo de la habitación para echar un vistazo y averiguar si, Samuel, se marchó de la casa. Camila se volvió a quedar dormida. Se niega a abandonar su nueva y encantadora cama mullida y suave, de sábanas calentitas. Sus propias palabras. Atravieso el corredor y llego a la sala. Casi de inmediato me embriaga el delicioso aroma a café recién colado y tocinetas fritas. Me acerco con recelo, pero una vez que me asomo y veo a Horacio sentado a la mesa sin compañía y leyendo el periódico matutino; hago acto de presencia. ―Buenos días. Saludo con cortesía. El abuelo de mi hija se quita las gafas y corresponde al saludo con una sonrisa radiante. ―Buenos días, Abigaíl ―dobla el periódico y lo deja con sus anteojos sobre la mesa―. ¿Cómo te sientes esta mañana? Baja la mirada y la dirige hacia mis pies. ―Estoy mucho mejor, Horacio, gracias por preguntar ―tiro de una de las sillas y me siento a la mesa―. No eran tales las heridas para la cantidad de sangre que dejé regada por todas partes. M
Sigo refunfuñando por culpa de esa mujer, que se ha empeñado en hacerme la vida cuadros. Destruyó sin ningún miramiento un costoso traje de cincuenta mil dólares elaborado por mi diseñador particular. Es algo imperdonable, que no tiene ninguna justificación de su parte. Es una salvaje; no tengo otro calificativo para ella. Estoy más que furioso. La tengo metida entre ceja y ceja y ni siquiera puedo sacarla de mi cabeza. ¿Qué tipo de maldición lanzó esa bruja sobre mí? ―Señor, hemos llegado. Respiro profundo, necesito apaciguar mi mal humor. Bajo de la limusina en completo silencio y atravieso el vestíbulo de mi edificio sin saludar a ninguna de las personas que se atraviesa en mi camino. No quiero ver a nadie ni perder el tiempo en conversaciones innecesarias. Estoy que me pinchan y hecho sangre por la herida. Pensé en no venir a la oficina, pero sería peor quedarme en casa mientras esa mujer andade metiche por los alrededores. Si nos volvemos a encontrar estoy más que seguro que s
Termino la llamada y observo la hora en la pantalla de mi móvil. Son las diez de la mañana. Tengo que moverme de prisa si pretendo llegar con puntualidad a la lectura del testamento. Me niego a creer que Lorna, haya decidido nombrarme como su heredera universal. No le esperaba y, para ser sincera, habría preferido que no lo hiciera. ―Abuelito, más rápido, más rápido. Sonrío al oír las carcajadas de mi pequeña. Va gritando emocionada sobre las piernas de su abuelo mientras este acelera la velocidad de su silla de ruedas para deslizarse cuesta abajo por la pequeña pendiente del sendero de piedra que conduce hacia una de las tantas áreas de la mansión que hasta ahora no he visitado. Espero a que regresen para acercarme a ellos. ―Camila, es hora de tomar un baño. Mi hija cruza sus bracitos sobre su pecho y hace un mohín de enfado. ―Pero, mami, me estoy divirtiendo con mi abuelito. Toco su pequeña y perfilada naricita con la punta de mi dedo. ―Iremos a ver a tu tía Nora. Sigue enoj
Al final de la tarde decido abandonar mi oficina y volver a la casa. No sé ni para qué demonios fui a trabajar. Fueron casi ocho horas perdidas sin hacer absolutamente nada. Me quito la corbata mientras atravieso los pasillos desolados de mi empresa para dirigirme hacia el elevador. ―Espera, Samuel. Me detengo y giro al escuchar a voz de Alan, detrás de mí. ―Aquí tengo lo que me pediste ―me tiende una carpeta―. Allí está la información de la enfermera que escogí para que se ocupe de cuidar a tu padre ―no sé por qué razón percibo una extraña sensación de angustia dentro de mi pecho con la noticia―. Es joven, pero tiene experiencia ―me explica algo apresurado―. Además, ya no tengo más opciones para ofrecerte ―niega con la cabeza―. Ya nadie quiere trabajar para tu padre con ese carácter que se gasta. Bufo resignado y observo la carpeta que parece quemar mi mano. ―¿Cuándo le pediste que comenzara? Observa la hora en su reloj de muñeca antes de responder. ―Mañana a primera hora estar