Les dejo por acá un nuevo capítulo. Las cosas comienzan a ponerse calientes entre Samuel y Abigaíl. Nos vemos esta tarde con un nuevo capítulo. Saludos.
Ese hombre es absolutamente insoportable. Entro a la habitación y atasco la puerta con seguro. Cierro los ojos y respiro profundo para calmar los acelerados latidos de mi corazón. ¿Qué rayos me pasa con él? Somos como la chispa y la yesca, basta con que estemos cerca para generar una gran combustión. ¡Madre mía! Esta vez sí que la boté de jonrón. Arruiné su costoso traje de diseñador que debe valer un ojo de la cara. Me tomaría una vida entera, quizás dos, para poder resarcir el daño que hice. Me subo a la cama y me acurruco junto a mi hija. Cada vez que me siento nerviosa basta tenerla cerca para que todas mis preocupaciones queden en el olvido. Sin embargo, mi corazón sigue palpitando como las entrañas de un volcán a punto de erupción. ¿Qué voy a hacer ahora? Después de que mi hija me contó anoche sobre su sueño, decidí tender un puente de amistad entre Samuel y yo, para poder darle una oportunidad a mi pequeño tesoro de convertir sus sueños en realidad. Sin embargo, acabé de echa
Salgo de la habitación para echar un vistazo y averiguar si, Samuel, se marchó de la casa. Camila se volvió a quedar dormida. Se niega a abandonar su nueva y encantadora cama mullida y suave, de sábanas calentitas. Sus propias palabras. Atravieso el corredor y llego a la sala. Casi de inmediato me embriaga el delicioso aroma a café recién colado y tocinetas fritas. Me acerco con recelo, pero una vez que me asomo y veo a Horacio sentado a la mesa sin compañía y leyendo el periódico matutino; hago acto de presencia. ―Buenos días. Saludo con cortesía. El abuelo de mi hija se quita las gafas y corresponde al saludo con una sonrisa radiante. ―Buenos días, Abigaíl ―dobla el periódico y lo deja con sus anteojos sobre la mesa―. ¿Cómo te sientes esta mañana? Baja la mirada y la dirige hacia mis pies. ―Estoy mucho mejor, Horacio, gracias por preguntar ―tiro de una de las sillas y me siento a la mesa―. No eran tales las heridas para la cantidad de sangre que dejé regada por todas partes. M
Sigo refunfuñando por culpa de esa mujer, que se ha empeñado en hacerme la vida cuadros. Destruyó sin ningún miramiento un costoso traje de cincuenta mil dólares elaborado por mi diseñador particular. Es algo imperdonable, que no tiene ninguna justificación de su parte. Es una salvaje; no tengo otro calificativo para ella. Estoy más que furioso. La tengo metida entre ceja y ceja y ni siquiera puedo sacarla de mi cabeza. ¿Qué tipo de maldición lanzó esa bruja sobre mí? ―Señor, hemos llegado. Respiro profundo, necesito apaciguar mi mal humor. Bajo de la limusina en completo silencio y atravieso el vestíbulo de mi edificio sin saludar a ninguna de las personas que se atraviesa en mi camino. No quiero ver a nadie ni perder el tiempo en conversaciones innecesarias. Estoy que me pinchan y hecho sangre por la herida. Pensé en no venir a la oficina, pero sería peor quedarme en casa mientras esa mujer andade metiche por los alrededores. Si nos volvemos a encontrar estoy más que seguro que s
Termino la llamada y observo la hora en la pantalla de mi móvil. Son las diez de la mañana. Tengo que moverme de prisa si pretendo llegar con puntualidad a la lectura del testamento. Me niego a creer que Lorna, haya decidido nombrarme como su heredera universal. No le esperaba y, para ser sincera, habría preferido que no lo hiciera. ―Abuelito, más rápido, más rápido. Sonrío al oír las carcajadas de mi pequeña. Va gritando emocionada sobre las piernas de su abuelo mientras este acelera la velocidad de su silla de ruedas para deslizarse cuesta abajo por la pequeña pendiente del sendero de piedra que conduce hacia una de las tantas áreas de la mansión que hasta ahora no he visitado. Espero a que regresen para acercarme a ellos. ―Camila, es hora de tomar un baño. Mi hija cruza sus bracitos sobre su pecho y hace un mohín de enfado. ―Pero, mami, me estoy divirtiendo con mi abuelito. Toco su pequeña y perfilada naricita con la punta de mi dedo. ―Iremos a ver a tu tía Nora. Sigue enoj
Al final de la tarde decido abandonar mi oficina y volver a la casa. No sé ni para qué demonios fui a trabajar. Fueron casi ocho horas perdidas sin hacer absolutamente nada. Me quito la corbata mientras atravieso los pasillos desolados de mi empresa para dirigirme hacia el elevador. ―Espera, Samuel. Me detengo y giro al escuchar a voz de Alan, detrás de mí. ―Aquí tengo lo que me pediste ―me tiende una carpeta―. Allí está la información de la enfermera que escogí para que se ocupe de cuidar a tu padre ―no sé por qué razón percibo una extraña sensación de angustia dentro de mi pecho con la noticia―. Es joven, pero tiene experiencia ―me explica algo apresurado―. Además, ya no tengo más opciones para ofrecerte ―niega con la cabeza―. Ya nadie quiere trabajar para tu padre con ese carácter que se gasta. Bufo resignado y observo la carpeta que parece quemar mi mano. ―¿Cuándo le pediste que comenzara? Observa la hora en su reloj de muñeca antes de responder. ―Mañana a primera hora estar
Dos días después Me quedo mirando la cara de Nora que está tan conmocionada como lo estuve yo, después de leer todo el contenido del testamento. Aun me niego a creerlo. No sé que llevó a Lorna, a tomar semejante determinación. ―¿Lorna estuvo escondiendo durante todos estos años que tenía suficiente dinero como para haber salido de aquel barrio de mala muerte y darse una vida cómoda en el mejor lugar de esta ciudad? Me levanto de la silla y camino hacia la ventana. Elevo la mano y limpio las lágrimas que siguen rodando por mis mejillas como cascadas. Esto me tiene muy afectada. ―Estuvo guardando el dinero de la póliza de vida que le entregó el seguro después de la muerte de su esposo ―a la mañana siguiente fui a hablar con el padre Elián y fue el que me contó toda la historia―. Lo guardó para mí, ¿puedes creerlo? ―le pregunto atónita―. Esperó todos estos años a que saliera de la cárcel, para darme la oportunidad de darle a mi hija la vida que ella se merece. Me llevo las manos a l
Una vez que nos detenemos frente a la mansión me pongo nerviosa. No debí contarle nada de lo que pasó a Horacio. No tengo idea de lo que pueda estar pensando de mí, después de haberle confesado lo que sucedió aquella noche en el hotel, entre su hijo y yo. Debí amarrarme la lengua antes de soltarle toda la historia. Ni siquiera me di cuenta, sino hasta que ya era demasiado tarde. ―¡Mami, mami, llegamos a casa del abuelito! Grita mi hija con gran furor. Abre la puerta de manera inesperada y sale corriendo del auto, antes de que pueda detenerla. ―¡Camila! Le grito preocupada, pero me ignora por completo. Ingresa a la casa mientras bajo del auto y corro tras ella para evitar que Samuel pueda verla. ―Terry, por favor, deja las maletas en la entrada ―le explico ajetreada―, vendré a buscarlas en cuanto pueda. Le doy un beso en la mejilla y me despido de él. Me apresuro y entro a la casa para darle alcance a mi hija. Me llevo la mano a la frente debido a la gran preocupación que me inva
No sé cómo sentirme al respecto. No me gustan los niños y jamás me gustarán, no obstante, hay algo en esta chiquilla que me llama la atención y que me hace imposible de resistirme a sus encantos. Es una completa belleza de pelo lacio brillante como el oro. ―¿Quieres comer algo dulzura? ¿Acabo de decirle dulzura? Vaya que esto si que no me lo esperaba. Parece que se me da bien el papel de dichoso papá. ―¿Podemos comer emparedados? Elevo una de mis manos y me rasco la cabeza. ―No, sé cómo hacer uno cariño. Levanta su carita de ángel de mi pecho y me mira a los ojos con gran emoción. ―¿Pero eres un gran empresario? ¿Cómo es posible que no sepas como preparar algo tan sencillo? Suelto una carcajada ante tales palabras. Así que su madre le ha dicho, que su padre es un gran empresario, pero ¿quién es su verdadero padre y por qué razón, Abigaíl no la desmintió cuando la niña me confundió con su padre? Pronto voy a averiguarlo. ―Tú papi es muy bueno para los negocios, se le dan con gr