Capítulo 5

CAPÍTULO V. DIFERENTE

Anissa

Comencé a trabajar en el Palacio aquella misma tarde. Evidentemente, no había tiempo que perder. Hilda requería con impaciencia a alguien que ocupara el puesto de la antigua trabajadora, mientras que yo necesitaba que la semana de prueba culminase pronto.

Mientras tanto, me esmeraría por demostrar que podía con el trabajo pesado y que lo hacía bien. No me agradaba la mirada de crítica que Hilda colocaba sobre todas las trabajadoras, como si esperase que falláramos estrepitosamente en lo que hacíamos.

Pasé el dorso de mi mano sobre mi frente y tomé una pequeña bocanada de aire, para continuar con lo que hacía. Estaba de rodillas en el suelo, con una cubeta llena de agua junto a mí y una esponja húmeda entre mis dedos, fregando el piso de uno de los amplios corredores del Palacio. Me habría gustado tener la oportunidad de poder apreciarlo a detalle, pero, ciertamente, no estaba ahí de visita… Y alguien como yo, jamás lo estaría.

Tampoco podía darme el lujo de detenerme a observar y pensar en los detalles, o en lo hermoso que era, porque si Hilda me atrapaba holgazaneando, entonces tendría un motivo para volcar su mal humor sobre mí.

 Sin embargo, no pude evitar detenerme cuando escuché dos voces masculinas provenir de uno de los salones. Parecían estar discutiendo.

Después del eco de las voces, prosiguieron los pasos. Levanté la mirada al escuchar una de las puertas abrirse y mi garganta se secó al reconocer a uno de los hombres que salió del salón.

El chico de los ojos grises…

Mi reacción inmediata fue colocarme de pie, sin separar los ojos de él; muchos menos, sin reparar en quién era el hombre que estaba a su lado. El castaño tampoco apartaba la mirada de mí, como si, al igual que me ocurría a mí, no le hubiese pasado por la mente que nos volveríamos a ver en ese lugar.

—¿Tú…? —musité.

—Pero, ¿quién te crees que eres, jovencita? —pronunció el hombre mayor, que estaba junto a él. Sus ojos verdes me contemplaban con desapruebo—. ¿Qué clase de modales tienes para con el Rey y su hijo?

Mis labios se separaron muy apenas y mis ojos mostraron la sorpresa que me produjeron aquellas palabras.

El Rey y su hijo…

¡El chico de los ojos grises era el Príncipe de Steiggad!

Por supuesto que tenía la esperanza de volver a verlo en algún momento, pero jamás me pasó por la cabeza que sería en una situación como esa.

La vergüenza me recorrió de pies a cabeza y, finalmente, se agolpó toda en mi rostro, que debía haber enrojecido. No solo estaba apenada, sino también nerviosa. Tenía sobre mí la mirada disgustada del hombre más poderoso del Reino.

—Lo siento… —murmuré, inclinándome para cumplir con la reverencia—, Su Majestad.

Claro, no podía esperar a obtener una respuesta de parte porque alguien de su clase jamás se dirigía directamente a las personas como yo. Estaba muy en desacuerdo con muchas de las normas sociales, pero no era como si pudiese hacer algo para cambiarlas. Mientras el mundo funcionara como lo hacía aquel día, significaba que yo estaba faltándoles el respeto.

Volví a mirar al chico de los ojos grises y el hecho de notar que él no había apartado los ojos de mí solo empeoró mi estado de nervios.

Solo unos instantes después, giró la mirada hacia el Rey. Pero no se dirigió a él con ningún tipo de afecto. Por el contrario, le habló con frialdad y dureza.

—Continuaremos con esta conversación después —decidió.

El hombre mayor tenía el cabello rojizo, muy distinto al del chico de los ojos grises, que era castaño como el chocolate. El Rey también llevaba una barba parcialmente poblada y no era muy delgado que se diga, a diferencia de su hijo, que tenía un cuerpo más estilizado; hombros anchos y caderas estrechas, que hacían que su elegante vestimenta luciera aún mejor. En lo que sí se asemejaban, era en la estatura. Ambos eran muy altos.

Algo más en lo que eran similares, era el hecho de que el Rey tampoco lo miraba con cariño o estima. Por el contrario, parecía estar sumamente enfadado con él por algún motivo. Y no olvidaba que los escuché discutir antes.

Finalmente, el Rey Idris regresó al salón en donde ambos estuvieron reunidos, y esta vez cerró de un portazo que estremeció mi cuerpo.

Tragué pesado y contuve el aliento, antes de regresar la mirada al chico de los ojos grises. Una sonrisa avergonzada se dibujó en mis labios y, pese a que no sabía exactamente cómo se suponía que debía comportarme frente a alguien como él, no podía dejar de pensar en él como el mismo chico que me ayudó con aquel abusador en el callejón, cuando llegué al pueblo.

—Parece que cada vez que nos encontramos, estoy metida en problemas —dije, sonriendo.

En su rostro se formó un gesto que antes no había apreciado; sus labios formaron una pequeña sonrisa, una que no dejó ver sus dientes, pero que me permitió descubrir que en sus mejillas se hundían hoyuelos cuando lo hacía.

—Lo de la vez pasada no fue meterse en problemas —respondió él—. Fue un canalla que no tenía por qué molestarte.

Mis cejas se inclinaron débilmente.

—Eso también es cierto —concedí—. Este pueblo es… Diferente.

Sus cejas espesas se contrajeron, en una expresión sutil.

—¿No eres de por aquí?

Negué con la cabeza.

—Soy de Massden —contesté.

—Eso explica por qué no te había visto antes —pronunció el castaño, con una curiosidad. No podía definir la forma en que sus ojos grises me miraban.

—También explica por qué no conocía al Rey… —añadí, volviendo a negar—. No era mi intención faltarle el respeto.

—Para mi padre, todo lo que uno hace es una falta —aseguró él, restándole importancia—. No te preocupes por eso.

Mis mejillas se hincharon cuando mi boca dibujó otra sonrisa apretada, y esta vez moví la cabeza en un asentimiento.

—Intentaré no hacerlo.

El castaño imitó mi gesto y por unos instantes no hizo otra cosa que mirarme. Era absolutamente imposible ser indiferente ante una mirada como la suya. Jamás había visto otra igual, sus ojos eran como la plata; tan profundos y a la vez tan transparentes.

—¿Alguien ha vuelto a molestarte? —preguntó, de pronto.

Negué una vez más.

—No —Humedecí mis labios—. De hecho, no he vuelto a ver a ese hombre.

El castaño asintió.

—Si vuelve a suceder algo como eso, por favor, dímelo —pidió.

Mis cejas se fruncieron ligeramente, porque no comprendía cómo era que él podía poner atención a lo que le sucedía a una persona promedio, como yo. No quería juzgarlo por las decisiones de su padre, pero al menos al Rey no parecían preocuparle ese tipo de cosas.

Tal vez me estaba yendo demasiado lejos… Probablemente, tan solo lo hacía por cortesía.

De todos modos, cual fuera el caso, él estaba a punto de marcharse. Pero había algo que yo necesitaba saber. Y cuando se dio vuelta para irse por el amplio pasillo, mi voz lo detuvo.

—¿Cuál es su nombre…? —pregunté.

El chico de los ojos grises se giró hacia mí y, dándome una de sus inexplicables miradas, respondió:

—Gael —dijo, sin apartar su atención de mí.

Las comisuras de mis labios se estiraron con suavidad, al escuchar su nombre.

—¿Cuál es el tuyo? —preguntó él después.

—Anissa —respondí.

Sus labios también se curvaron ligeramente y me gustó pensar en que mi nombre había quedado sonando en su mente, tal como me sucedió con el suyo. Me gustó pensar que ya no éramos más una incógnita el uno para el otro.

Luego, él se despidió con un quedo asentimiento y caminó por aquel corredor que parecía interminable, mientras yo me mantuve quieta en mi lugar, observándolo alejarse hasta desaparecer.

El Príncipe Gael Steiggad…

Vaya que había respondido a las dudas que tenía sobre quién era él, pero no de la forma en que esperaba. Anticipaba que se trataba de un miembro de una familia importante, sí, pero no me imaginé que a tal punto.

Y aunque todo en su presencia delataba toda la educación que él tenía, no lucía déspota y amargo, como su padre. Su esencia era tremendamente diferente.

—Jovencita, ¿qué se supone que haces ahí parada?

La voz de Hilda me hizo dar un respingo. Cuando me giré, la vi a poca distancia de mí, con los puños sobre sus anchas caderas, observándome como si quisiera arrancarme la cabeza.

—Lo siento —Me aclaré la garganta, antes de volver a arrodillarme para seguir con mi trabajo.

Tenía que morderme la lengua porque me habían pillado sin hacer nada, y apenas era mi primer día. Pero, al menos, Hilda no continuó con su sarta de quejas y órdenes, como lo hacía con otras mujeres. Solo se quedó ahí por un momento y luego escuché sus pasos alejándose.

Tendría que hacer un esfuerzo por no volver a distraerme, aunque eso sería difícil.

☾☾☾

Gael

Mis pasos me condujeron hasta uno de los jardines, en donde estuve sentado no supe por cuánto tiempo. No quería permanecer dentro de las paredes del Palacio, porque a donde quiera que mirase, encontraba un recordatorio de todo el peso que llevaba sobre mis hombros.

Aunque, esta vez, sucedió algo diferente.

El apagado sonido de una sonrisa escapó de mis labios, mientras mis ojos se perdían en los gruesos pilares de piedra que estaban frente a mí. Pero mi mente había vuelto justo al lugar del que salí un rato antes, en donde estaba ella.

Anissa…

Entonces, ese era su nombre.

No esperaba volver a encontrarla en el Palacio, así como tampoco esperaba que ella no me reconociera cuando nos vimos antes. Ahora entendía por qué. Ni siquiera conocía a mi padre. Y eso era diferente a aquello a lo que estaba acostumbrado. Anissa distaba de las miradas temerosas o las palabras ensayadas que muchos pronunciaban, solo para intentar agradarnos.

Y eso me gustaba.

—Aquí está —La voz de Neil me hizo girar la mirada en su dirección. El hombre de pelo rubio caminó hacia mí con cierta preocupación en su rostro—. ¿Se encuentra bien, señor? No le había visto en todo el día.

Moví la cabeza en un asentimiento y le hice un gesto para que se sentara junto a mí, en el banco de metal. Era curioso que Neil tuviese que llamarme «señor», cuando él era un año mayor que yo. Y al mismo tiempo, se preocupaba por mí como si yo fuera su hijo.

—Tuve otra discusión con mi padre —Le dije, regresando los ojos al frente.

—Supongo que por el mismo tema de los últimos meses —contestó.

Moví la cabeza en un asentimiento.

—Quiere que yo ascienda al trono cuanto antes —expliqué—. Y para eso, necesita que me case.

—¿No podría usted hablar con él? ¿Encontrar alguna manera para mediar la situación? —sugirió—. Tal vez, podría acceder a cederle el trono antes de que usted encuentre una esposa.

—Neil, tú y yo sabemos que jamás voy a buscar una esposa —sentencié, con dureza—. No está en mis planes hundir a nadie en este maldito mundo.

El aludido asintió, pero sabía que tenía algo que objetar.

—Entiendo que no esté en sus planes, señor, pero, ¿qué hará si se enamora un día? —señaló.

—Las personas como yo no tienen derecho a amar —Tragué pesado, mis facciones se volvieron rígidas—. Así es como debería ser.

—Señor…

—No es algo que vaya a discutir, Neil —puntualicé, antes de que continuara—. Además, a mi padre ni siquiera le importa eso. Él solo quiere que elija a una chica de buena familia para que ocupe el lugar a mi lado.

El hombre junto a mí asintió, dándose por vencido.

—¿Qué hará entonces, señor?

—No voy a ceder —Mi voz fue determinante—. Mi padre ha estado intentando manipularme, y seguirá haciéndolo, pero no importa lo que diga; no va a conseguirlo.

—Pero, eventualmente, tendrá que ocupar el trono —Me recordó.

Parpadeé débilmente.

—Será solo cuando ya no pueda aplazarlo —murmuré.

Un corto silencio se instaló entre nosotros. Corto, porque pronto en el jardín apareció una tercera presencia; una que, al igual que antes, no se percató de que Neil y yo estábamos ahí también.

Anissa había salido del Palacio y llevaba la cubeta de madera, ahora vacía, en sus manos. Parecía estar harta del pañuelo blanco que tenía puesto en la cabeza, porque cuando se detuvo al otro extremo del patio, al creer que nadie la observaba, se lo quitó, permitiendo que algunos mechones de cabello dorado cayeran alrededor de su rostro.

—Parece que no hubo necesidad de que buscara a la chica, de todos modos —aludió Neil. La había reconocido—. Ella misma vino hasta aquí.

Sonreí ligeramente, sin apartar la mirada de ella.

—Su nombre es Anissa —mencioné.

Antes de que Anissa terminara con su descanso, a ella se acercaron dos mariposas Monarcas, la cuales revolotearon alrededor de su cabeza, haciéndola reír. Los rayos de luz cayendo sobre su cuerpo hacían que su largo cabello luciera tan brillante como el sol de aquella tarde.

Era imposible apartar la mirada.

La pequeña sonrisa se había mantenido en mis labios sin que yo me diera cuenta.

Anissa alzó su dedo índice, buscando que una de las mariposas se posara en él. Pero algo diferente sucedió.

Hacia donde ella movía la dirección de su mano, volaban las mariposas, como si algún hilo invisible las conectase… O como si ella las guiara, de alguna manera.

Mi ceño se contrajo débilmente.

—¿Es posible que ella sea…? —pronunció Neil, pero no dejé que terminara la pregunta.

—No —respondí, sin dejar de mirar a Anissa—. Eso es imposible.

No podía serlo…

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo