Al salir, lo encontró parado cerca del negocio vecino, con el hombro apoyado en la pared y las manos metidas en los bolsillos.Apenas ella cruzó el umbral, él alzó la vista. Sus ojos rasgados se mostraban más seductores que nunca.—Hola —lo saludó al estar frente a él.El hombre sonrió, se acercó a ella y, sin previo aviso, le dio un beso cerca de la comisura de los labios.—Hola —respondió a pocos centímetros de su piel—. ¿A dónde quieres ir? Pídeme lo que quieras —dijo mientras le acariciaba el labio inferior con su pulgar.Isabel se sintió saturada. Embrujada por sus caricias. No debía permitirle que la tocara de esa manera, sin conocerse, aunque no podía negar que le gustaba y había pasado toda la mañana esperando ese contacto.Si fuera tan atrevida cómo Jesenia le hubiera propuesto marcharse a un lugar privado, donde pudiera alimentarse solo de besos y caricias, pero recordó que se había prometido mantener la cordura y tomar el control de la situación.Si quería disfrutar más de
A medida que avanzaba por el empinado sendero, el sonido se hacía más agudo. Las llamas parecían gemir de deseo al saber que se acercaba.Apretó con fuerza el rociador de la asperjadora y observó fijamente la vegetación. Podía apreciar el humo como una bruma matizada en blanco y negro que se disipaba a su alrededor.El olor a madera quemada le dificultaba la respiración y el calor abrazador parecía bajar en oleadas para advertirle que huyera.A varios metros de distancia se encontraban siete de sus compañeros. En esa oportunidad subieron pocos.Era un día de semana y a esa hora de la tarde muchos se hallaban en el trabajo o en clase. Solo ocho voluntarios se atrevieron a subir a la montaña para apaciguar la fuerza de aquel incendio.Alguien debía detenerlo, antes de que llegara a los patios de las casas que bordeaban la colina.Subieron con lentitud hasta llegar al punto que ardía con mayor ímpetu. Sus compañeros, con los bastidores, comenzaron a golpear la maleza encendida para extin
—¡Vamos, cuñi! Es el día de mi cumpleaños, no me eches a perder la fiesta.Isabel caminaba con desánimo por el pasillo del centro comercial minutos después de haber salido del trabajo.Erika, la novia de su hermano, una chica baja, delgada, de cabellera rubia y sonrisa permanente, la esperó a la salida del Café para que fueran juntas a comprar ropa íntima.Aquel había sido el regalo de Aarón y ella quería estrenarlo esa misma noche.—No me emociona tener que elegir prendas para conquistar a mi hermano —le respondió. Erika ensanchó la sonrisa.—Solo me darás tu opinión, quien va a usarlas seré yo.Caminaron con premura hasta un sex shop y se sumergieron en el mar de artículos eróticos expuestos en cestas, ganchos y mostradores.Esa mañana Isabel se había levantado agotada, no había dormido casi nada la noche anterior, gracias a las pesadillas y a una insipiente sensación de ahogo y calor, pero además, por culpa del recuerdo del sujeto misterioso y de sus deliciosos besos.El anhelo por
—¿Qué noticias me tienes? —preguntó Javier a Deibi mientras conversaba con él por el móvil.Era de noche y esperaba a Isabel dentro de su Toyota Land Cruise de chasis largo frente al restaurante que ella le había indicado.Su amigo se encontraba en La Costa. Atendía, junto al resto de los guerreros, la situación presentada en la región durante la mañana.—El asunto es complicado, pero con ayuda de los líderes, hemos salido de varios aprietos.—¿Varios aprietos? Me dijiste que solo ibas por el incendio.Escuchó que su amigo suspiraba y tardaba en responderle.—El incendio fue una cortina de humo para llamar nuestra atención.Una punzada en el pecho alteró los nervios de Javier e incomodó a su bestia, justo en el momento en que veía que Isabel llegaba con su hermano y su cuñada dentro de un Corsa color plata y se detenían a varios metros de distancia.—Explícate mejor —exigió con enfado.—Tenemos a la policía rondando la región, eso nos ha dificultado la investigación. Encontraron a un
Antes de que llegaran los mesoneros con lo solicitado, Isabel tomó la mano de Javier por debajo de la mesa.El contacto le trasmitió una sensación agradable que le parecía haberla experimentado en alguna otra ocasión.—Me alegra que hayas venido —le confesó.Javier apretó el agarre y entrelazó los dedos.—Después de la cena, ¿podemos dar juntos un paseo? En privado —preguntó.Ella asintió con la cabeza, llena de expectativas.La cena discurrió sin contratiempos, entre conversaciones triviales.Aarón cada vez tenía el ceño menos fruncido y se sentía más cómodo, y la inquietud de Javier se serenaba. La cercanía de Isabel lo ayudaba a mantener el control.—¿Vives en La Costa? —preguntó Erika después de que Javier confesara de dónde provenía—. He escuchado que es una región hermosa, con playas cálidas.—Las playas son el principal atractivo, pero la montaña también se roba parte de la atención.—En los primeros años de la universidad tuvimos una materia que estudiaba la cultura de Venezue
Minutos después, Isabel y Javier entraron al estacionamiento privado del edificio donde él se residenciaba y aparcaron el auto cerca de los ascensores.Subieron al piso en el que se hallaba el apartamento mientras hacían comentarios graciosos en referencia a la anécdota de Erika y el fantasma de Pedro Pérez. En medio de risas, ingresaron a la vivienda.Al estar dentro, Isabel quedó maravillada con el lugar. Le encantó su amplitud, sencillez y elegancia.En el centro de la sala se hallaba un gran sofá mullido de cinco puestos y frente a él, uno individual de respaldo ancho, ambos asentados sobre una alfombra color bordó.Dos de las paredes estaban cubiertas con estantes de madera, llenos de libros y adornos; y de la tercera colgaba un enorme cuadro que mostraba la imagen de una playa pintada al óleo.Al fondo, se encontraba el balcón, tapado con persianas.Javier encendió el aire acondicionado y calibró la luz para crear una atmósfera íntima.—¡Guaooo! Para ser el apartamento de un hom
El escenario había cambiado. Ahora la selva estaba llena de vida, verde y húmeda, repleta de sonidos.Pero además, había un olor asfixiante: a madera quemada, a destrucción y a maldad, aromas que se mezclaban con el salitre del mar.Apartó con las manos una cortina de vegetación y observó la edificación que se erguía frente a ella, envuelta entre maleza y con las paredes rasgadas por el deterioro. El techo había desaparecido casi en su totalidad.Los dos pisos de cemento, con ventanales amplios, balcones de estilo colonial y gruesas columnas, estaban marcados por el fuego.La puerta de entrada se encontraba hecha pedazos en el suelo. Las polillas, gusanos y otros insectos se comían los restos.Caminó hacia ella y atravesó el portal adentrándose en una habitación desolada, poblada de vegetación y animales rastreros, hasta llegar a lo que una vez fue un patio elegante con piso de piedra, jardines exóticos, fuentes y bancos de hierro forjado.Todo había sido destruido y la selva reclamab
William dejó sobre la mesa el libro que leía, se quitó las gafas y se frotó los ojos mientras se llenaba los pulmones de aire.Se recostó en el respaldo de la silla, abatido, con la cabeza vuelta espuma de tanto que revolvía los pensamientos.El sonido de un auto que se estacionaba frente a su casa lo sacó de su letargo. Con toda la rapidez que sus oxidados huesos le permitían se levantó para asomarse por uno de los ventanales. Sonrió de dicha al confirmar sus sospechas.Se apresuró a salir al pórtico para recibir al visitante.—¡El hijo pródigo vuelve a casa! —exclamó.—Pero no vengo arruinado, sino todo lo contrario —le aseguró Javier y salió del auto para acercarse a su padre y estrecharlo en un fuerte abrazo.—Me alegra que estés aquí, pero, ¿qué sucedió? ¿Arreglaste el problema con Gabriel?—A eso vengo. Hoy mismo solventaré esa situación.Javier le hizo un gesto a su padre para entrar en la casa. William obedeció y escondió su preocupación. Por la calma que tenía su hijo podía p