Parte 2. Capítulo 11. Fuego devastador.

A medida que avanzaba por el empinado sendero, el sonido se hacía más agudo. Las llamas parecían gemir de deseo al saber que se acercaba.

Apretó con fuerza el rociador de la asperjadora y observó fijamente la vegetación. Podía apreciar el humo como una bruma matizada en blanco y negro que se disipaba a su alrededor.

El olor a madera quemada le dificultaba la respiración y el calor abrazador parecía bajar en oleadas para advertirle que huyera.

A varios metros de distancia se encontraban siete de sus compañeros. En esa oportunidad subieron pocos.

Era un día de semana y a esa hora de la tarde muchos se hallaban en el trabajo o en clase. Solo ocho voluntarios se atrevieron a subir a la montaña para apaciguar la fuerza de aquel incendio.

Alguien debía detenerlo, antes de que llegara a los patios de las casas que bordeaban la colina.

Subieron con lentitud hasta llegar al punto que ardía con mayor ímpetu. Sus compañeros, con los bastidores, comenzaron a golpear la maleza encendida para extin
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