—¡Esto es increíble! —expresó Jesenia con emoción, después de haber escuchado la narración de Isabel sobre sus pesadillas, la pérdida y recuperación de su cadena y la misteriosa similitud del hijo del antiguo socio traidor de su padre con la bestia de su sueño.—¿Increíble? Me parece terrorífico —rebatió ella mientras hurgaba en su clóset en busca de ropa para cambiarse.Se encontraban en su casa. Javier le había informado por teléfono minutos antes que tardaría algunas horas más en La Costa.Aunque él no estaba muy de acuerdo con dejarla ir a su casa, por temor al acecho de Jairo, no podía prohibírselo. Jesenia y ella necesitaban darse un baño y en el apartamento de él no tenía lo necesario.—Isa, es imposible que se traspasen objetos por medio de los sueños. Si Javier obtuvo el colgante no creo que sea porque una fuerza mágica lo absorbió y lo dejó en su mano. Quizás, tú estuviste realmente en esa selva.Isabel dejó por un momento su tarea para observar con desaprobación a su amiga.
—Que pedazo de imbécil es este tipo —expresó Jesenia con irritación y caminó con altivez hacia la escalera.Isabel la siguió con el atado de hierbas apretado en un puño. El sujeto lo único que hizo fue ponerla más nerviosa.Descendió las escaleras detrás de su amiga y al llegar a la planta baja no pudo evitar dar una mirada hacia la cocina. En esa oportunidad, la puerta se encontraba más abierta. Las voces que salían de allí se oían con mayor nitidez.—Sus órdenes fueron entrar hoy a La Costa. Si hacemos lo que dice, no sospechará nada.La mención del lugar donde vivía Javier la paralizó. Su amiga, en cambio, continuó su camino sin que nada la afectara. Era evidente que Jesenia estaba molesta por la actitud que había tenido el santero.—El problema no es el jefe, sino el hijo. Ese ataque lo enloquecerá —expresó el mismo hombre que minutos antes había hablado de un peligro. El tal Ismael.—Deja el drama, Ismael. Al hijo y al resto de sus hermanos podemos controlarlos. Sabemos cómo domi
—¿Regresará a La Costa?—Aún no —aseguró Gabriel mientras rebuscaba entre un montón de papeles que tenía su padre sobre el escritorio de su despacho, en la casa que solía utilizar cuando viajaba a Maracay por negocios.—Pero, joven, debe avisar a sus hermanos lo que está por ocurrir y…La mirada mortal que le dedicó Gabriel silenció a Ismael. El negro trataba de persuadirlo de que avisara en La Costa sobre la pronta presencia de un grupo de asesinos que irían comandados por el propio Ildemaro para crear el caos, demostrando así que los guerreros eran incapaces de proteger los cultivos siendo necesaria la intervención del empresario para cuidar de la inversión, pero Gabriel estaba sumergido en sus propios conflictos.—Esos hombres no actuarán durante estos días. Solo se instalarán y esperarán instrucciones. Tenemos tiempo de sobra.Ismael escondió una mueca de impaciencia. No había tiempo para nada. El joven se negaba a comprender la problemática.—¿Y qué hará usted?Una sonrisa perver
—¡Guaooo! ¿Esta es tu casa? —preguntó Jesenia con emoción. Al estacionar el auto a un costado de la vivienda, la chica se bajó para observar con más detalle el lugar.—Recuerdas esta casa, ¿cierto? —le preguntó él a Isabel, quien se mantenía muda, con los ojos fijos en la vivienda.El hogar era más grande de lo que recordaba. Tres escalones daban entrada a un pórtico largo que ocupaba toda la parte delantera, precedidos por un borde de piedras de río que la hacían parecer una fortaleza.Los grandes ventanales de hojas panorámicas estaban cubiertos por cortinas color crema, que resaltaban a través del oscuro y brillante caoba de las maderas que adornaban parte de la estructura.—¿Estás bien? —insistió Javier, inquieto por su silencio. Le tomó con sutileza una mano y le acarició el dorso— Dime algo —le pidió.—¿No piensan salir? —inquirió Jesenia ansiosa desde el exterior, atenta a la puerta de la casa que comenzaba a abrirse con suavidad.—Es la misma… —confesó Isabel casi en susurros.
Javier cruzó la parte lateral de la casa de Baudilio hasta llegar al patio trasero. Isabel caminaba junto a él, tomada de su mano. Observaba todo con atención.Al ver que el joven se acercaba a la puerta dispuesto a abrir como si aquella fuera su propia casa, lo detuvo.—¿No llamarás antes de entrar?—Ya sabe que estamos aquí —respondió él con una sonrisa.Al abrir, el intenso olor del café recién hecho le llenó los pulmones. La habitación estaba sumida en las sombras.A pesar de que era espaciosa y tenía algunas ventanas abiertas, la vegetación del exterior era tan espesa que impedía el paso de los rayos del atardecer. Una débil bombilla era la única fuente de luz.—Bienvenidos —saludó un hombre moreno de cabellos oscuros. Su porte era tan recio que Isabel lo comparó con uno de esos caciques antiguos representados en dibujos en los libros de historia.—Baudilio, ella es Isabel —expresó Javier mientras ambos ocupaban un puesto en la mesa, frente a un par de tazas llenas de café.—Lo s
Horas después, Isabel y Jesenia se encontraban recostadas en una amplia cama de suaves edredones. La media noche se marcaba en los relojes de sus teléfonos móviles.Luego de la visita a Baudilio, Javier la llevó a la playa para reunirse con sus amigos, intentaron pasar una tarde agradable, pero Isabel no paraba de hablar sobre las pesadillas y lo que le había dicho el líder.Durante la noche cenaron con William. No obstante, los chicos debían encontrarse con el resto de los guerreros en la cosecha y averiguar sobre la pérdida de parte de sus materiales de trabajo, por eso a ellas les tocó quedarse en casa, analizando en soledad todo lo ocurrido ese día.Ninguna de las dos podía conciliar el sueño. Isabel estaba recostada boca abajo, abrazada a la almohada y con la mirada fija en la luna que se mostraba a través del ventanal, y Jesenia tenía la vista clavada en el techo de madera, con la mente sumergida en recuerdos.—¿Viste al moreno alto que salió junto a Javier y Deibi de las bodega
Al regresar del río, compartieron con William hasta después del almuerzo. Jesenía tuvo que viajar a Caracas durante la mañana por asuntos personales y Deibi se encargó de trasladarla a Maracay para que tomara el bus hacia la capital. Isabel y Javier pasaron la tarde en el pueblo, conociendo la región.Javier debía entrevistarse con algunos trabajadores de la cosecha sobre lo ocurrido el día anterior. Aún desconocían el paradero de los equipos de trabajo desaparecidos en las bodegas y temían que los ladrones fueran los mismos que habían quemado los sembradíos. No sabían si los bandidos pensaban utilizar los implementos en su contra.Anduvieron por el malecón y por la plaza amurallada construida frente al mar que servía de rompeolas, Isabel pudo hundir los pies desnudos dentro de las cálidas aguas del Mar Caribe y visitó las chocolaterías para disfrutar de bebidas, exquisitos dulces y bombones preparados con el cacao que la sociedad cosechaba.Antes de la hora del crepúsculo, la chica s
Estacionó la Toyota a un costado de la desolada calle. A ambos lados se erguían casas de arquitectura variada y ostentosa, con acabados elegantes y jardines ornamentados.Deibi ubicó su Nissan detrás de él y al bajarse del auto se acercó a su amigo.—¿Estás seguro de que este es el lugar? —le preguntó Javier.—Sí. Es la dirección que me dieron. —Después de llevar a Jesenia a la terminal de autobuses, Deibi se quedó en la ciudad para buscar información sobre las reuniones del pescador asesinado en La Costa con brujos de esa zona. Descubrió que el sujeto había visitado en varias oportunidades a un santero al que le llevaba encargos, así que decidieron hacerle una visita para interrogarlo.Deibi se acercó a la entrada de una de las casas. La reja de acceso al jardín estaba abierta. No tuvo problemas en llegar a la puerta y tocar el timbre.—Tienen poca seguridad —comentó Javier.—A esta hora ofrecen sesiones de consulta. Imagino que dejan la puerta abierta para dar mayor comodidad a sus