La última batalla

Los últimos sobrevivientes se han acomodado entre las montañas de Gubunyi, por los senderos de Romarob, donde descansan desde hace veintiséis años de las persecuciones de los devoradores; la aldea de los humanos es habitada por ciento ochenta y cinco personas que se esconden favorablemente por la naturaleza, entre la densa neblina que rodea aquel lugar, viven con mucha tranquilidad sin perder de vista sus alrededores, pues conocen que crueles son sus devoradores quienes al encontrarlos, no perdonarán sus vidas aun cuando los humanos les imploren.

Descienden a las faldas de la montaña cada cierto tiempo hombres fuertes y una mujer valiente, los cuales son llamados “Los recolectores negros”; con el objetivo de conseguir alimentos para los habitantes de la montaña, tienen una oración que recita un poema de sacrificio:

“Sobrevivir es nuestra fe, proteger es nuestro credo; para cumplir nuestro deber lucharemos sin miedo”

Takashiro, un joven de veintiséis años de edad ha estado entrenando en silencio desde los trece esperando el momento de luchar, quiere unirse al grupo de recolectores lo más pronto posible, pero no le ha sido permitido, pues él es uno de los tres descendientes de Reno Tais que aún siguen con vida y que prolifera la esperanza en aquella profecía que dicta así: “La raíz de Reno surgirá, cual valiente guerrero que impondrá, el poder y gloria de los hombres, que un día se les arrebató por la necedad; será un descendiente digno del gran héroe, que logró con admirable poderío conquistar, el fuego intenso del calor humano que en su nacimiento prevalecerá. La raíz de Reno pasará veinte primaveras antes de aparecer, más cuando una descendencia no lo haga, la generación siguiente podría ser”.

Por esta razón, los descendientes de Reno Tais son protegidos por la comunidad humana con la esperanza del nacimiento del guerrero valiente; sin embargo, la profecía no le importa a Takashiro y cree que sólo son burdas esperanzas que guardan las generaciones de antaño; no obstante, hay una razón oculta por la que Takashiro quiere unirse al grupo de los recolectores aun cuando éstos no lo aceptan en sus filas, causando cierta frustración en su corazón.

Por otro lado, se encuentra Varfiria la huérfana, una mujer de gran belleza que decidió un día unirse a los recolectores y defiende a los humanos como nunca lo hizo una mujer; su velocidad e intrepidez ha conseguido otorgarle fama entre la aldea, pues sus misiones siempre son efectivas; hasta el momento, es la persona que más expediciones ha hecho y aún sigue con vida.

Cierta mañana muy despejada, Takashiro rondaba sobre la aldea en dirección a la fortaleza donde descansaban los recolectores, miraba a su paso la gente que le abría camino como si fuese una figura importante; al final de su trayecto, detuvo su paso apreciando el objetivo de su caminata: La belleza de una mujer guerrera cuyo nombre es Varfiria; sin embargo, parece ser que Takashiro no existe para ella y aquel joven, descendiente del gran héroe solo suspiraba desde lo lejos al pensar que desearía amarla, más no había forma de acercarse a su corazón.

Aquella mañana la noble naturaleza escuchó desolada el alma de Takashiro y envió sus fuertes lluvias para añadir a la tragedia de los humanos, la desdicha de perder los pocos bienes que aún tenían para sobrevivir; por si fuera poco, vientos huracanados destrozaron las fuertes tiendas que protegían a las familias nobles, descendientes de los Tais; aquellas familias dominantes gracias a la profecía, que parecían más bien la monarquía que gobernaba sobre los humanos, cuyos apellidos eran Hisumo, Taharino y Nartos.

Los aldeanos llenos de desesperanza se vieron obligados a moverse de aquel lugar que había sido su morada por varios años, invadidos del temor por los posibles acontecimientos, se refugiaron cerca de los recolectores que defendían a los aldeanos sin temor alguno.

En perspectiva se podía apreciar cómo las tiendas volaban hacia el cielo, desprendidas de las estacas que las mantenían estables en el suelo y las corrientes de aguas pantanosas que se habían formado por la tormenta estrepitosa; los relámpagos añadieron suspenso al asunto y la noche cayó como si fuera la cereza del pastel; el mal augurio estaba delante de ellos quienes desprotegidos sin niebla, con poca luz de luna y sin tiendas para habitar, comenzaron a caminar hacia arriba, donde el líder de aquella aldea, Werner Taharino los guiaba con mucha precaución y sigilo mientras los recolectores, cuales guardianes imponentes se ubicaban en la retaguardia, protegiendo a los habitantes en su cambio de morada.

En medio de la majestuosa tormenta, los ruidos de unos pasos se escucharon provenir desde el pantano y un sonido de agonía tocó su canción, era un exasperante aliento que se escuchaba más fuerte conforme avanzaban los segundos; en seguida, las manos de los recolectores se levantaron como una señal que los devoradores los habían encontrado.

Tomaron sus armas para protegerse y viendo hacia el frente sin despegar un solo instante su mirada, aparecieron desde el fondo las siluetas de aquellos temibles depredadores que caminaban triunfantes hacia los humanos; sin embargo, la mayor parte de ellos habían consumado su escape dejando atrás a los recolectores, quienes defenderían la vida de los únicos sobrevivientes.

Takashiro temía que Varfiria perdiera su vida, pues era una situación muy distinta a las que ella se había enfrentado, ya que generalmente, ella recolectaba alimentos para la aldea y escapaba una vez fuese expuesta ante algún devorador; no obstante, en esta ocasión tendría que librar una batalla de forma directa, pues tenían que proteger a toda costa el destino de su gente.

Si quería llegar al corazón de Varfiria la mujer guerrera, debía pelear con ellos en tan duro combate y demostrarle a su amada que era tan valiente como el resto de recolectores, pero debido a que no habían suficientes armas para defenderse, corrió hacia uno de los recolectores y robando su espada se colocó en posición de combate, aunque esto causó molestia en su protector.

“¿Se puede saber qué haces? Devuélveme la espada antes que muramos los dos” le dijo con tono agresivo sin despegar sus ojos de su objetivo, Takashiro se puso junto a él y temblando aunque nadie sabe si era por el frío de la tormenta o por el temor de enfrentarse a sus enemigos, respondió “No soy presa de ningún devorador, si he de morir lo haré luchando”.

La familia Hisumo sabía que su hijo estaba tentando la muerte, pero regresar por él sería el final de su destino, por lo que continuaron con su viaje hacia el escondite final; los depredadores miraban fijamente hacia los cubos negros que portaban los recolectores; se detuvieron cuando su distancia era de casi cinco metros y formándose como un batallón, apareció uno que portaba una armadura extraña, consigo mantenía una espada que pertenecía a uno de los soldados caídos en batallas anteriores.

Los devoradores le abrieron paso y cuando se acercó a ellos, sonrió diciendo “Que desdicha esta triste tormenta que porta el llanto de los que caerán este día”. Todos quedaron estupefactos al ver que un devorador era capaz de pronunciar palabras, pues era sabido por todos que estos seres que un día fueron humanos, perdieron su capacidad de raciocinio y desde entonces buscaban alimentarse de carne humana como bestias depredadoras.

Sonrió nuevamente y habló diciendo “No es extraño que los seres que están por encima de la cadena alimenticia tengan la capacidad de razonar ¿No creen? Más bien deberían preguntarse si es normal que los alimentos sean capaces de hablar antes de volverse comida”.

El líder de los recolectores, Furman Vines respondió asombrado “Si eres capaz de hablar ¿Por qué persigues a la raza de la cual desciendes?”. Su voz aunque era un poco ronca, se mostraba un tanto temblorosa pues había mucho temor en él, mientras que aquel devorador sonreía cada vez más como si respirase el temor que invadía al equipo de defensa y volviendo a ver al resto de devoradores levantó su mano y les hizo señal para que comenzaran el ataque.

De inmediato saltaron desde el pantano con tanta velocidad y altura que, por causa de la lluvia era imposible seguir el paso para los recolectores; comenzó una batalla que estaba perdida desde su comienzo; Takashiro, entrometido en su primera batalla empuñó su espada (Lo cual nunca había hecho antes) y comenzó a atacar a uno de los devoradores infructuosamente; al instante se puso uno más cerca de él y se dio cuenta que no podía ganar; tirando la espada por un lado, comenzó a huir delante de sus depredadores en sentido contrario a donde estaba el resto de humanos, para evitar poner en peligro al resto de la humanidad.

En aquella carrera por salvar su vida, se vio asediado por dos devoradores que aguardaban en las partes bajas de la montaña y luego aparecieron los dos que lo seguían causando un desmayo en sus ánimos, al saber que su esfuerzo había sido en vano.

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