Diana luchaba contra ese hombre, lanzando gritos desesperados, miraba a la gente, pero nadie le ayudaba, pues muchos veían a los guardias, asustados.
Hasta que un auto de policías parqueó a su lado, los policías bajaron.
—¿Señora, está bien?
—¡No! Este hombre me tiene secuestrada —exclamó con el rostro cubierto de lágrimas, y una gran seguridad.
Joaquina aún tomaba su mano, la mirò con ojos severos, oscuros. No podía creer lo que Diana decía, estaba enfurecido, casi bufando de rabia, como una fiera herida a punto de atacar.
—Señor, acompáñenos.
Los guardias se acercaron, poniendo a los policías nerviosos.
—¡Ni siquiera me toquen! ¿Acaso no sabes quién soy? —bramó, sosteniendo a la mujer con màs fuerza.
Ella quería alejarse, pero no podía, cada intento era repelido por su fuerza.
Le mirò con ojos casi llorosos.
Joaquín chasqueó los dedos y uno de los guardias hizo una llamada, cinco minutos después los oficiales recibieron una llamada.
Era el jefe de ellos, diciendo que dejaran al señor Andrade en paz.
—¡Lo sentimos mucho, señor Andrade! No ha sido nuestra intención.
—¡¿Qué?! —exclamó Diana, no podía creer que no fueran capaces de defenderla, suplicó que no se fueran.
Su mirada se encontró con la de Joaquín, él sonriò.
—¿Ya lo ves? No puedes hacer nada, Diana, eres mi esposa, no colmes mi paciencia.
Él sujetó su brazo, la obligó a subir al auto, nadie la ayudó y se fueron casi de inmediato.
Ella se alejó lo más que pudo de ese hombre.
Joaquín permaneció con la mirada ausente, pero de vez en cuando, ella sentía como la miraba.
Diana no dejaba de llorar.
Al llegar a la villa, Diana bajó del auto corriendo, se encerró en la habitación, pero al final, escuchó como abrieron la puerta con la llave, miró con odio.
—Debes comer —dijo Joaquín, mientras una empleada traía una bandeja con comida.
Diana se acercó a ver la comida, y la lanzó al suelo con fuerza.
—¡No comeré nada! Prefiero morir de hambre.
Joaquín se acercó a ella, incluso la mucama tembló de miedo.
—¡¿Cómo te atreves?! Puedes matar a mis hijos si te niegas a comer.
Diana pensó en los bebés, instintivamente tocó su vientre, supo que él tenía razón, pero le odiaba con todas las fuerzas de su corazón.
—¿De verdad quieres matarlos?
Diana hundió la mirada, con lágrimas calientes corriendo por sus ojos enrojecidos, negó.
—Traigan más comida, y limpien este desastre.
La mucama se llevó la bandeja anterior, con todas las cosas, pero, no se dio cuenta de que Diana tomó un cristal roto, lo cubrió con su pie.
Joaquín dio la vuelta y la mujer tomó ese trozo de vidrio grande, lo llevó hasta su cajón y lo guardó.
—Diana, sé que estás triste, estás molesta, pero, no puedes dañar a nuestros hijos, no actúes como una niñita, mi madre y hermana vendrán pronto, ellas también te cuidarán.
—¿tus cómplices? Dime, ¿son cómplices de tu asesinato?
Joaquín la mirò con rabia, salió sin decir una sola palabra y porteó fuerte la puerta.
Diana sollozó herida.
Pronto vino la mucama, limpió el desorden y puso la comida sobre la mesa.
Diana observó la comida, solo le hacía sentir náuseas, pero tuvo que comer un poco. Al final, no pudo comer más y vómito casi toda la comida.
Cuando Joaquín volvió para la hora de dormir, Diana ya estaba recostada.
Joaquín se metió en la cama, despertándola casi al instante.
—¡Vete de aquí! ¡Eres tan cínico, te aborrezco!
Joaquín rodó los ojos, y apretó sus puños, encendió la luz de la lámpara.
El hombre pellizcó su mejilla, se acercò a ella.
—¡¿Cómo te atreves?! ¡Eres mía! Eres mi mujer, la madre de mis hijos, eres mía, Diana, no hay nada que puedas hacer, me volverás a amar —dijo y besó sus labios con urgencia, ella se negó intensamente.
Ella lo empujó, sintió náuseas, corrió al baño por las arcadas, comenzó a vomitar.
Joaquín fue hasta ahí, observó a la mujer, se acercò y le levantó el cabello.
Diana hubiese querido alejarse, pero en ese momento no podía, porque vomitaba sin parar.
Cuando se calmó, bajó la palanca del excusado.
Entonces, Joaquín fue a traer un poco de agua. Diana lavó su rostro y sus dientes.
Una vez que estuvo tranquila, secó su rostro.
Joaquín le dio agua, ella tomó el vaso y lanzó el agua sobre su rostro.
—¡Me das asco! ¡Nunca vuelvas a besarme!
Joaquín la mirò furioso, pero no dijo nada, dio la vuelta y volviò a la cama.
Observó a Diana dormir en el sofá, no dijo nada, pero la mirò fijamente.
—¿Tanto me odias?
Ella no respondió. El tiempo avanzó.
Joaquín miraba al techo, se estaba quedando dormido.
Diana cerró los ojos, y un tiempo después, cuando creyó que el silencio imperaba, abrió los ojos, se levantó y caminó unos pasos a la cama, el hombre seguía muy dormido.
La mujer caminó al cajón, lo abrió muy despacio y tomó el filoso trozo de vidrio.
Se acercó lentamente al hombre, intentó quitarle las llaves que llevaba en una pulsera en su mano.
Lo hizo muy despacio, casi estaba por quitársela, cuando él abrió los ojos.
—¡¿Qué haces?!
—Escapar de ti —dijo ella apuntándole con el vidrio roto—. Déjame ir, no te haré daño si me das las llaves.Joaquín talló su rostro para despertar, luego sonrió, y esa sonrisa fue como una bofetada invisible al rostro de la mujer.—No puedes salir de aquí, tengo casi veinte hombres cuidando toda esta propiedad, nunca te voy a dejar ir, no voy a perderte, yo he perdido mucho en la vida, Diana, pero no voy a perderte a ti, ni a mis bebés —dijo con ojos severos, supo que él no mentía, y Diana pensó que ya no conocía a Joaquín, fue un hombre amoroso, pero ahora estaba convencida de que solo fue una fachada, este hombre posesivo, dominante, y egoísta era el verdadero Joaquín Andrade, y ella le aborrecía, aunque su corazón doliera tanto.Ella escupió y él alcanzó a protegerse el rostro.—Te odio, solo me das asco, ¿perderme? Te diré cuando me perdiste, ¡cuando mataste a mi familia, a mi padre, a mi madre, a mi hermanita, y muchas personas que amo! —exclamó con los centelleantes de rencor, e
—Déjame ir, escapar de ti, si lo haces, no me dañaré.Joaquín se puso triste al escuchar sus palabras, retrocedió unos pasos.—Está bien, lo haré, solo, por favor. Baja el trozo de vidrio, no quiero que te hieras.Joaquín siguió retrocediendo, pero Diana dejó de apuntarse, y lo apuntó a él.Joaquín solo tuvo una oportunidad, se lanzó hacia ella, le quitó el vidrio, pero no pudo evitar que ambos se lastimaran las manos.La sangre caliente se corrió por la piel.Joaquín parecía asustado. Él le quitó el trozo de vidrio, lo lanzó al suelo, él la cargó en sus brazos, ella pataleó, pero al final logró llevarla a la cama.—Por favor, Diana, no hagas esto.Ella se negó, golpeó su pecho, pero Joaquín tomó sus manos.—¡Calma! O lastimarás a los bebés.Ella rompió en llanto, se quedó quieta.Joaquín se levantó de la cama, la miró con ojos feroces.—Lo que has hecho, es algo cruel, ¡quieres dañarte y dañar a mis hijos, no lo permitiré!Ella tenía mucho miedo. Joaquín llamó a una empleada.—Quie
Joaquín fue tras Diana, quien se alejó de él a toda prisa. Él tomó su mano, pero ella le dio un fuerte manotazo en la cara.—¡Mentiroso! ¡Asesino!—Diana, ¡escúchame!—¡Nunca!Diana quiso correr, intentar escapar, comenzó a gritar por ayuda, pero los guardias cerraron su camino.Ella miró a Joaquín con ojos llenos de odio.—Algún dìa me iré, no lo podrás evitar, nunca volveré a amarte.—Lo harás, yo seré el único amor de tu vida, ¡lo juro!***Siete meses después.El grito desgarrador de Diana provocó miedo en Joaquín, quien llamaba a la ambulancia.—¡Rápido! Pedí una ambulancia hace diez minutos, ¡la quiero ya mismo!Escuchó las sirenas y colgó la llamada.—Diana, tranquila, estarás bien.Ella alejó su mano.—¡No me toques! Es tu culpa, si mis bebés mueren, ¡es tu culpa!Joaquín no pudo decir nada, pero evitó pelear.Los paramédicos llegaron y llevaron a la mujer en la camilla hasta la ambulancia.—¡Aún no es tiempo de que los bebés nazcan! ¿Acaso será un parto prematuro?—Es posibl
Joaquín terminó la junta de negocios, estaba por ir al hospital, llevaba prisa, todo lo que quería era ver a sus hijos y a Diana.Cuando esa noticia llegó y arruinó su día y su vida.—Señor…La voz temblorosa de su jefe de seguridad le asustó.—¡¿Qué pasa?! —exclamó al verlo.—Ocurrió un accidente, intentaron secuestrar a su esposa, mataron a los guardias, y…—¡¿Dónde está Diana?! —exclamó el hombre con una desesperación en sus ojos demasiado abiertos.El hombre retrocedió un paso, como si estuviera ante una fiera que iba a atacarlo.—Lo siento mucho, señor. El auto cayó a la laguna, no hemos encontrado a la señora, estamos luchando por encontrarla.Joaquín se precipitó contra él, sosteniendo con fuerza su cuello, lo tomó tan fuerte que casi podía matarlo.—¡¿Qué has dicho?! —bramó con rabia, sus ojos parecían inyectados en sangre.Luego lo soltó, se dio media vuelta y sintió que un peso enorme golpeaba su pecho.«¡Diana! ¡Diana!», pensó, sintiendo un miedo caótico.***La policía, lo
Siete años después.Opal y Ónix jugaban en el salón, luego dejaron de hacerlo, ante la llegada de su nana Salma.—Vamos, niños, es hora de ir a dormir. Recuerden que hoy, papá tendrá su fiesta de compromiso con Felicia.Los niños lucían tristes, bajaron la escalera, tomados de la mano con la niñera, cuando los pequeños observaron cómo el cuadro de su madre, que antes estaba en la sala, era retirado.—¡No! ¡Mami! No pueden quitar a mami —dijo Opal, la pequeña niña sollozaba.—¡No, dejen a mami! —exclamó el niño.Felicia llegó hasta ahí y sonrió al ver cómo quitaban ese retrato.—¡Al fin seré la señora Andrade! Así que a partir de ahora me llamarán madre, ¿me escucharon? Soy su nueva madre.Opal y Ónix se abrazaron asustados.—¡No te queremos como una mamá! —Los niños bajaron la escalera corriendo, se alejaron de ella.Felicia tenía ojos severos, siguió a los mellizos hasta la habitación de juegos, los amedrentó al acercarse mucho.—¡Están castigados! —Felicia miró a Salma—. Salma, ll
Diana tembló ante el hecho de ser descubierta, creyó, ser màs lista, que el hombre estaba descuidado, sería algo rápido y fácil de hacer, durante años planificó este dìa, y ahora perdía de una forma tan estúpida.Solo le quedaba una opción, y era escapar de sus garras; lo empujó y finalmente comenzó a correr como si el mismo diablo la persiguiera.A Joaquín le tomó unos segundos reaccionar, y corrió tras ella.—¡Diana! —gritó con fuerzas, incluso aunque la música era muy alta, ella alcanzó a escucharlo.Su corazón latió con fuerzas, solo debía hacer una cosa, quería ver a sus hijos, algo estaba en su mente, y ahora no tenìa sentido«¡Si te mataba, podía recuperar a mis hijos y entonces ellos estarían conmigo!», pensóSus ojos se nublaron por lágrimas tristes y de miedo.Intentó bajar la escalera, cuando este hombre iba persiguiéndola.Tuvo terror de ser alcanzada, y tropezó, lanzó un grito, luchó por agarrarse de algo que evitara su penosa caída, pero fue inútil. Cuando se dio cuenta
Cuando llegaron al hospital, bajaron la camilla y trasladaron a Diana al hospital.Joaquín los seguía, miraba a su esposa, ¡era ella! No parecìa haber cambiado, quizás sus cabellos eran màs largos, pero su rostro, seguía siendo el mismo de hace siete años, estaba herida, o eso decían, porque no podía ver, salvo unos moretones, quería abrazarla, quería besarla, si hubiese podido la habría tomado en sus brazos para nunca soltarla.Pero, al cruzar la zona de emergencia, ya no le dejaron pasar.Joaquín maldijo y pidió a su guardia personal que buscara al director del hospital.«No dejaré que vuelvas a escapar de mí, Diana, has vuelto, ahora nunca te irás», pensó.***Felicia caminó adentro de la mansión y exigió ver al personal de seguridad.—Dígame, señorita.—Quiero saber cómo entró esa mujer, ¿qué pasó? ¡Exijo ver los videos de seguridad y es una orden!—Pero, yo solo recibo órdenes del señor Andrade…La mujer le miró con ojos de furia, que el hombre pensó que podía quemarlo vivo.—S
—¡Yo…! ¡Yo no sé qué hice! ¿Qué delito cometí? ¡Yo no entiendo nada! Mi cabeza duele, ¡no recuerdo nada! Por favor, ¡ayuda! —exclamó desesperada.Felicia se acercò a ella, la mirò con ojos muy severos y pequeños.—¿Ahora tomarás la carta de la amnesia? Por favor, ¡no lo permitiré! Intentaste matar a mi prometido Joaquín Andrade, tengo un video que lo prueba, y no te dejaré escapar, ¡maldita! ¡Pagarás caro, pagarás en la cárcel! ¿Creíste que podías regresar a destrozar la vida de tu ex? ¿Qué se siente volver de la muerte para volver a una prisión?Los ojos de Diana estaban llorosos, con una gran confusión.—¡No sé de qué hablas, mujer! No recuerdo quién eres, ¡ni recuerdo quién es Joaquín Andrade! ¡Ayúdenme, por favor, tengan piedad! —exclamó al sentir las esposas en sus manos.Felicia la miraba con profundo odio.***Cuando Joaquín colgó la llamada, iba a buscar al doctor, pero no tuvo que hacerlo, porque el mismo doctor lo encontró antes.—Señor Andrade…—¡¿Cómo está Diana?!—Ella tu