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—¡Marcus tiene fiebre! ¡Por favor, déjame ayudarlo! —suplicó Aimé, sus ojos llenos de desesperación y pánico.El hombre soltó una risa fría, casi burlona.—Ingenua. Nuestro hijo está sano. Eso lo dije para traerte conmigo, pero él está bien. No tienes nada de que preocuparte. —Su tono se volvía más distante, más cruel.El corazón de Aimé latía con fuerza. Aunque la voz del hombre sonaba confiada, ella no podía calmarse. La preocupación por su hijo la ahogaba, y la rabia hervía dentro de ella. Miró al frente, la tensión creciente en su pecho. Solo podía pensar en una cosa: salvar a Marcus.«¡Rafael, lo siento tanto! ¿Cómo pude ponerme en esta situación?»La culpa la invadió, pero su amor por su hijo la mantuvo firme.—Da vuelta en la siguiente intersección, llegarás a un hotel de paso —ordenó él, con voz tajante.Aimé no dudó. No podía arriesgarse a causar un accidente. Cada segundo que pasaba se sentía como una eternidad. El miedo la envolvía, pero no podía perder la compostura. Tenía
Aimé corría desesperada por la oscura calle, el peso de su hijo en brazos era lo único que la mantenía centrada en medio de la tormenta emocional que la envolvía.Cada paso era un eco de miedo.¿Qué pasaría si me alcanza?La pregunta resonaba en su mente, una y otra vez, como un susurro peligroso. La angustia la envolvía, haciéndole difícil respirar, y su corazón latía con furia, como si quisiera escapar de su pecho.¿Qué sucedería con Marcus si me atrapan? El pensamiento de perder a su bebé la hacía temblar de terror.Martín había cruzado la línea entre la razón y la locura. Ya no era el hombre que conocía, era alguien irremediablemente perdido en su propia furia, en su propio dolor.El miedo que Aimé sentía por él ya no solo era por su seguridad, sino por la de su hijo, que aún no comprendía el horror que lo acechaba.Aceleró el paso, las piernas le dolían, pero el miedo la empujaba.Fue entonces cuando vio un auto acercándose, y su corazón se detuvo por un instante. No podía ser.A
Martín llegó a su antigua residencia, el peso de la desesperación lo agotaba.Había tenido que escapar a toda prisa, dejando su auto caer al fondo de un barranco, un acto desesperado que lo mantenía alejado de la captura.Si lo denunciaban por secuestro, sus días de libertad se acabarían, y la sombra de los Andrade lo acechaba.Sabía que, si lo encontraban, no dudarían en deshacerse de él. El miedo lo consumía, y en su mente solo había espacio para una idea: huir.Al entrar en la casa, el eco de su propia respiración resonaba en las paredes vacías. Solo necesitaba un poco de dinero que había ahorrado, y luego se marcharía para nunca regresar. No quería enfrentar más problemas. La angustia lo envolvía como una niebla espesa.«Maldita sea, me voy por ahora, Aimé, pero volveré tarde o temprano por ti y nuestro hijo», pensó, el dolor de su ausencia, apretando su pecho como un puño.De repente, una voz cortó el silencio, era como un susurro que parecía venir de las sombras.—Hola, ¿me olvid
Días después.El viento soplaba frío y arrastraba hojas secas alrededor de la tumba de Martín.La lápida era de un mármol pulido, demasiado solemne para un hombre que había partido de manera tan violenta y prematura.Aimé permanecía de pie frente a ella, con los brazos cruzados sobre el pecho, como si quisiera protegerse del peso de los recuerdos.Sus padres, silenciosos y respetuosos, se quedaron a una distancia prudente.Ellos sabían que Aimé necesitaba este momento, un espacio para despedirse, no solo de Martín, sino de todo lo que él había representado en su vida: amor, traición, ruina y, finalmente, una dolorosa lección.«Martín, si alguien nos hubiese dicho hace un año que acabaríamos así, nos habríamos reído», pensó mientras sus ojos se clavaban en el nombre tallado en piedra.Dio un paso al frente y susurró, aunque el viento parecía llevarse sus palabras:—Te amé… te creí el amor de mi vida, pero me equivoqué. No lo eras. Mi verdadero amor ya lo tengo, y es Rafael. —Sus ojos se
Cinco años después.Zafiro, Ónix y Opal estaban reunidos en el amplio salón de la casa de verano, sus rostros iluminados por sonrisas genuinas mientras observaban el regalo que habían preparado con esmero.—Mamá y papá van a adorar este regalo —dijo Opal con un brillo de emoción en los ojos.—Sí, se lo merecen más que nadie —añadió Ónix, asintiendo con solemnidad.Zafiro los observaba en silencio, sus pensamientos viajando a todo lo que habían vivido como familia.Era un momento de unidad, de celebrar lo que habían logrado juntos.La fiesta de aniversario de Joaquín y Diana tenía lugar en la casa de verano que habían comprado en Barza, un lugar apartado donde el tiempo parecía detenerse.La propiedad era un paraíso natural, con un río cristalino que fluía sereno entre los árboles. El sonido del agua y el canto de los pájaros creaban una atmósfera de paz que parecía abrazar a todos los presentes.La celebración era íntima, solo la familia estaba invitada.Joaquín y Diana observaban a lo
—No debiste casarte con él, debiste ser mi esposa; ¡Ese hombre no te ama, Diana! ¡Nunca te amó!Diana Larson esperaba en el jardín, y sintió las manos fuertes de su exnovio Ronald, que la llevaron a un lado y la apartaron del salón donde estaban todos celebrando que se había casado.—¡Ya basta! Ronald, hoy es el día de mi boda y no quiero que digas nada malo de mi esposo.Estaba a punto de marcharse cuando el hombre tiró de su brazo con fuerza.—¡Espera! Hay algo que debes saber sobre ese hombre; ¡Escúchame, Diana!, todo fue un plan de venganza contra tu padre porque èl dejó en la ruina a su familia, ¡Joaquín Andrade no te ama, solo quiere vengarse de ti!Diana estaba perpleja, de todas las cosas que Ron hizo para separarla de su prometido, esta era la peor de todas.Ella abofeteó su rostro, el hombre le miró incrédulo.—¡Mientes!Ron tomó su móvil y le mostró una grabación.«Ahí podía ver con claridad a Joaquín Andrade frente al padre de Diana Larson, discutiendo.—¡Arruinaste a mi
Cuando Diana abrió los ojos, observó el lugar donde estaba. Por un instante no recordó nada, pero luego, los recuerdos vinieron de golpe.Enderezó su postura, miró a todos lados.—¡¿Dónde estoy?! — Recordó la explosión, las lágrimas corrieron por su rostro como una cascada. Pensó en sus padres, quería negar que su muerte era verdad.Alzó la vista y vio a ese hombre de pie frente a ella. La mirada de Joaquín era devastadora, había compasión y dolor en ella.—¡Dime que no es cierto! —exclamó—. Dime que mis padres no murieron, ¡todo es una pesadilla! ¿Verdad que sí?Joaquín hundió la mirada, sintió mucha tristeza, negó.Tragó saliva.—Lo siento mucho, mi amor, no sé cómo ocurrió, hubo una explosión, no pudimos salvar a nadie… Lo siento tanto…—¡No! —exclamó—. ¡No! —gritó hundiendo su rostro entre sus manos.Joaquín intentó acercarse, de pronto, Diana lo empujó, se levantó de la cama, lo apuntó con el dedo.—¡Fuiste tú! ¡Tú los mataste! Eres un ¡Asesino! —gritó con rabia.Joaquín estaba p
Joaquín lo empujó atrás, el hombre se levantó, y de nuevo lo empujó hasta hacerle perder el control.—¡Lárgate de mi propiedad! Vete de mi casa ahora mismo.Los ojos de Ronald le miraban con gran rabia.—¿Dónde está Diana? ¡Diana!Joaquín hizo que sus guardias le apuntaran.—¡O te vas por las buenas, o lo harás con los pies por delante!Joaquín le miró con odio.—No has ganado, Joaquín, mataste a todos los Larson, pero yo sigo vivo, yo voy a proteger a Diana de tu maldad.—¡Yo no he matado a nadie! ¿Tienes una prueba de que lo hice? —exclamó con un gesto severo, casi retador—. Si tienes las pruebas, ¿por qué los periódicos dicen que Los Larson fueron asesinados por sus nexos a la mafia contrabandista de diamantes? Diana y yo estamos salvados por un milagro, todos saben que Los Larson hacían malos negocios, tú lo sabes bien, no intentes manchar mi nombre, no intentes poner a mi esposa en mi contra.Ronald sintió rabia.—¡Sé que los mataste! Diana lo sabe bien, Diana nunca volverá a cre