La habitación del hotel estaba en penumbra, iluminada únicamente por la tenue luz que se colaba entre las cortinas cerradas. Blair recogía sus cosas en silencio, moviéndose con lentitud, como si cada acción requiriera un esfuerzo titánico. Sobre la cama, su pequeña maleta estaba medio abierta, con la ropa cuidadosamente doblada. Sus manos temblaban ligeramente mientras guardaba una prenda tras otra, y su mente, como un océano embravecido, no dejaba de atormentarla con recuerdos y pensamientos confusos.La mentira de Alejandro Vitali pesaba sobre ella como una losa. Dos años de su vida robados, manipulados por un hombre al que apenas conocía realmente. Había confiado en él cuando su memoria era un vacío absoluto, y él había aprovechado esa vulnerabilidad para tejer una red de mentiras. Su frente palpitaba con un dolor punzante, y llevó una mano a la sien, tratando de calmarse.—Todo esto... —murmuró para sí misma, con la voz quebrada—. Todo esto ha sido un infierno.El sonido de unos g
La celda de máxima seguridad estaba fría y oscura, iluminada apenas por un parpadeante tubo fluorescente que emitía un zumbido constante. Alejandro Vitali estaba sentado en el borde de una litera de metal, sus manos apretadas en puños mientras su mandíbula se tensaba con furia contenida. Llevaba el uniforme anaranjado de los reclusos, un recordatorio humillante de la caída que había sufrido. Todo a causa de Massimo Agosti.—¡Maldito! —murmuró entre dientes, golpeando la pared de concreto con la base de su puño. Su odio hacia Massimo no hacía más que crecer, alimentado por la impotencia de estar atrapado tras esas rejas.Los pasos de un guardia resonaron por el pasillo, y Alejandro alzó la vista. Momentos después, apareció su abogado, un hombre de mediana edad con un traje arrugado y expresión cansada.—Señor Vitali —saludó con voz baja pero apurada, dejando caer una carpeta gruesa sobre la pequeña mesa de la celda—. Estoy trabajando en su caso. Hacemos todo lo posible por sacarlo de a
La oficina de Massimo Agosti era un lugar imponente, decorado con tonos oscuros y muebles de madera maciza que irradiaban poder y elegancia. La luz tenue de las lámparas doradas reflejaba el ambiente cargado que dominaba la habitación. Blair estaba sentada al borde de un sillón de cuero negro, con las manos temblando sobre su regazo. Había escuchado con atención cada palabra que Massimo le había dicho, pero aún no podía procesarlo todo.Su mente estaba enredada en los detalles de lo que había sucedido en esos dos años de amnesia. El nombre de Alejandro Vitali le causaba escalofríos, mientras el recuerdo de haber sido manipulada y llevada a Italia como si fuera un objeto la llenaba de indignación y tristeza. Sin embargo, la noticia que Massimo acababa de darle pesaba aún más sobre su pecho: Dylan, su pequeño hermanito, había muerto.—No pudieron hacer nada, Blair —dijo Massimo con una voz seria, casi fría. Su mirada estaba clavada en ella, como si intentara evaluar cada una de sus reac
La habitación era una obra de arte, envuelta en terciopelos y dorados que brillaban con la tenue luz de una lámpara de mesa. Las cortinas gruesas impedían que la brisa nocturna perturbara la calma. Blair se encontraba de pie junto a una cuna doble que compartían los tres bebés. Su expresión era serena, pero su mente viajaba por un torbellino de pensamientos, uno más inquietante que el otro.Arturo, Dominic y Elizabeth dormían profundamente, sus respiraciones acompasadas creando un ritmo casi hipnótico. Blair los miraba como si intentara memorizar cada detalle: la curva de sus mejillas, el delicado movimiento de sus pequeñas manos. Sentía una mezcla de orgullo y desasosiego. Sabía que no podía quedarse mucho tiempo allí. Este lugar, con todo su lujo, era una prisión dorada.Pensó en Alejandro Vitali, en el caos que había sembrado en su vida. Había borrado más que su identidad; le había arrebatado el control de su propia existencia. Ahora que estaba libre de él y su influencia, debía re
Blair detuvo su avance al pie de la escalera, el corazón martillándole con fuerza al ver la escena frente a ella. Massimo estaba inclinado hacia Lauren Morelli, y los labios de ambos se unían en un beso que destilaba una combinación de posesión y teatralidad. El vestido ajustado de Lauren parecía diseñado para resaltar su figura, y la sonrisa maliciosa que esbozó al notar la presencia de Blair lo hacía aún peor.—Oh, no interrumpes nada —dijo Lauren con una voz dulce cargada de veneno, sin molestarse en separarse demasiado de Massimo—. Es completamente normal que los esposos se besen.Blair sintió como si un nudo se formara en su garganta. Bajó la mirada, sus mejillas encendidas de vergüenza, y continuó descendiendo las escaleras con pasos casi mecánicos.Massimo apartó a Lauren de forma abrupta, su expresión endurecida.—Ve al salón —le ordenó con frialdad.Lauren frunció el ceño, cruzando los brazos sobre su pecho en un gesto infantil.—¿Por qué debería irme? Es ella quien debería m
El comedor de los Agosti estaba sumido en un silencio espeso, roto solo por el eco de las palabras de Massimo que aún parecían resonar en las paredes: "He decidido divorciarme de Lauren." La declaración había sido contundente, cortante, como un cuchillo que desangraba el orgullo de la familia.Ricardo Agosti, sentado en la cabecera de la mesa, golpeó con fuerza la superficie de madera pulida, provocando un sobresalto en algunos de los presentes.—¡¿Te has vuelto loco?! —rugió, su voz grave y potente llenando el espacio.Los nudillos de sus manos se blanquearon al aferrarse al borde de la mesa, y sus ojos, oscuros y furiosos, buscaron los de su hijo mayor con una mezcla de incredulidad y rabia.Lauren Morelli, que se había acercado a un lado de Massimo, tomó asiento, y temblaba de la ira contenida. Sus labios pintados de carmín se curvaron en una mueca amarga mientras cerraba los puños con fuerza sobre la mesa. Su mirada venenosa se desvió hacia Blair, que permanecía estática en su asi
El sonido del motor rugía bajo el capó del auto de lujo mientras Antonio Feller mantenía la mirada fija en la carretera. Su rostro, de facciones severas pero atractivas, reflejaba la tensión que también se dibujaba en las manos que sostenían con fuerza el volante. A su lado, Karen, su esposa, se retorcía las manos sobre su regazo, sus delgados dedos entrelazándose nerviosamente. Su cabello rubio estaba perfectamente arreglado, pero sus ojos grises, habitualmente fríos y calculadores, ahora mostraban un temor inusual.—Solo quiero a mi hija de regreso, Antonio. —Su voz era un susurro quebrado, pero el temblor en sus palabras hacía evidente su angustia.Antonio suspiró profundamente, girando el rostro hacia ella un momento.—Todo estará bien, Karen —respondió con tono seguro, aunque el ligero ceño fruncido delataba su propia preocupación.Karen negó con la cabeza, mordiéndose el labio inferior.—¿Y qué pasa si no es ella? —preguntó, y el aire en el interior del auto pareció volverse más
El día se había teñido de un gris opaco que filtraba una luz mortecina a través de los altos ventanales de la mansión Agosti. Blair avanzó por el pasillo con pasos torpes, sus tacones resonando contra el mármol como un eco de su propia desolación. La habitación que le habían asignado estaba al final del corredor, alejada del bullicio habitual que reinaba en esa casa. Cerró la puerta tras de sí con un leve susurro, como si temiera que alguien pudiera seguirla incluso hasta ese rincón de privacidad.Se dejó caer sobre la cama, sintiendo cómo el peso del rechazo la hundía más de lo que el colchón jamás podría hacerlo. El rostro de Ricardo Agosti seguía vivo en su mente, sus palabras frías y calculadas resonando una y otra vez: "Tú nunca estarás a la altura de esta familia. Gente como tú no pertenece aquí."Blair soltó un suspiro tembloroso, y las lágrimas que se había esforzado por reprimir comenzaron a brotar sin piedad. Era cierto lo que Ricardo había dicho. Ella no era millonaria, ni