Blair detuvo su avance al pie de la escalera, el corazón martillándole con fuerza al ver la escena frente a ella. Massimo estaba inclinado hacia Lauren Morelli, y los labios de ambos se unían en un beso que destilaba una combinación de posesión y teatralidad. El vestido ajustado de Lauren parecía diseñado para resaltar su figura, y la sonrisa maliciosa que esbozó al notar la presencia de Blair lo hacía aún peor.—Oh, no interrumpes nada —dijo Lauren con una voz dulce cargada de veneno, sin molestarse en separarse demasiado de Massimo—. Es completamente normal que los esposos se besen.Blair sintió como si un nudo se formara en su garganta. Bajó la mirada, sus mejillas encendidas de vergüenza, y continuó descendiendo las escaleras con pasos casi mecánicos.Massimo apartó a Lauren de forma abrupta, su expresión endurecida.—Ve al salón —le ordenó con frialdad.Lauren frunció el ceño, cruzando los brazos sobre su pecho en un gesto infantil.—¿Por qué debería irme? Es ella quien debería m
El comedor de los Agosti estaba sumido en un silencio espeso, roto solo por el eco de las palabras de Massimo que aún parecían resonar en las paredes: "He decidido divorciarme de Lauren." La declaración había sido contundente, cortante, como un cuchillo que desangraba el orgullo de la familia.Ricardo Agosti, sentado en la cabecera de la mesa, golpeó con fuerza la superficie de madera pulida, provocando un sobresalto en algunos de los presentes.—¡¿Te has vuelto loco?! —rugió, su voz grave y potente llenando el espacio.Los nudillos de sus manos se blanquearon al aferrarse al borde de la mesa, y sus ojos, oscuros y furiosos, buscaron los de su hijo mayor con una mezcla de incredulidad y rabia.Lauren Morelli, que se había acercado a un lado de Massimo, tomó asiento, y temblaba de la ira contenida. Sus labios pintados de carmín se curvaron en una mueca amarga mientras cerraba los puños con fuerza sobre la mesa. Su mirada venenosa se desvió hacia Blair, que permanecía estática en su asi
El sonido del motor rugía bajo el capó del auto de lujo mientras Antonio Feller mantenía la mirada fija en la carretera. Su rostro, de facciones severas pero atractivas, reflejaba la tensión que también se dibujaba en las manos que sostenían con fuerza el volante. A su lado, Karen, su esposa, se retorcía las manos sobre su regazo, sus delgados dedos entrelazándose nerviosamente. Su cabello rubio estaba perfectamente arreglado, pero sus ojos grises, habitualmente fríos y calculadores, ahora mostraban un temor inusual.—Solo quiero a mi hija de regreso, Antonio. —Su voz era un susurro quebrado, pero el temblor en sus palabras hacía evidente su angustia.Antonio suspiró profundamente, girando el rostro hacia ella un momento.—Todo estará bien, Karen —respondió con tono seguro, aunque el ligero ceño fruncido delataba su propia preocupación.Karen negó con la cabeza, mordiéndose el labio inferior.—¿Y qué pasa si no es ella? —preguntó, y el aire en el interior del auto pareció volverse más
El día se había teñido de un gris opaco que filtraba una luz mortecina a través de los altos ventanales de la mansión Agosti. Blair avanzó por el pasillo con pasos torpes, sus tacones resonando contra el mármol como un eco de su propia desolación. La habitación que le habían asignado estaba al final del corredor, alejada del bullicio habitual que reinaba en esa casa. Cerró la puerta tras de sí con un leve susurro, como si temiera que alguien pudiera seguirla incluso hasta ese rincón de privacidad.Se dejó caer sobre la cama, sintiendo cómo el peso del rechazo la hundía más de lo que el colchón jamás podría hacerlo. El rostro de Ricardo Agosti seguía vivo en su mente, sus palabras frías y calculadas resonando una y otra vez: "Tú nunca estarás a la altura de esta familia. Gente como tú no pertenece aquí."Blair soltó un suspiro tembloroso, y las lágrimas que se había esforzado por reprimir comenzaron a brotar sin piedad. Era cierto lo que Ricardo había dicho. Ella no era millonaria, ni
El edificio de lujo se alzaba como un monolito de cristal en medio de la ciudad. Sus grandes ventanales reflejaban los tonos anaranjados del atardecer, y la elegancia de su fachada intimidaba incluso a quienes podían permitirse vivir allí. Blair miró hacia la entrada con cierta aprensión, sosteniendo los documentos en sus manos, todavía cálidos por el contacto de la casera. Había algo en el aire de ese lugar: un olor a nuevo mezclado con las fragancias costosas que emanaban de los pasillos alfombrados.La casera, una mujer madura de cabello rubio cuidadosamente recogido en un moño, la esperaba en la recepción con una sonrisa.—Señorita Blanchard, todo está en orden —dijo, ofreciéndole las llaves del departamento—. Ha hecho una excelente elección. Este lugar será perfecto para usted y sus… ¿tres bebés, me dijo?Blair asintió con una sonrisa tenue, tomando las llaves con manos ligeramente temblorosas.—Así es. Gracias por toda su ayuda.—No tiene que agradecerme nada. —La mujer se ajust
El lúgubre cuarto de la prisión estaba iluminado por una lámpara de neón que parpadeaba de manera intermitente. Alejandro Vitali permanecía sentado en la esquina más alejada de la habitación, su rostro severo y marcado por la tensión. Vestía el uniforme naranja oscuro de recluso, pero aún así conservaba un aire de autoridad que pocos podían ignorar. Sus ojos estaban fijos en la puerta, como si esperara que alguien irrumpiera en cualquier momento.Finalmente, el sonido de pasos resonó en el corredor, seguido por el rechinar de la puerta metálica al abrirse. Eddie apareció con expresión de disgusto, su andar rígido como si la rabia estuviera contenida en cada uno de sus movimientos.—Espero que tengas una buena razón para llamarme aquí, Alejandro —dijo Eddie sin preámbulos, cruzándose de brazos mientras lo miraba fijamente—. Porque te aseguro que este no es el mejor día.Alejandro alzó una ceja, observando a su visitante como si evaluara cada palabra antes de responder.—Tú nunca tienes
El aire fresco de la tarde golpeó el rostro de Blair al salir apresuradamente de la cafetería. Su respiración estaba agitada, no tanto por el paso rápido que había adoptado, sino por la mezcla de enojo y frustración que la consumía. Los zapatos de tacón resonaban contra el pavimento mientras avanzaba hacia la esquina, levantando una mano para detener un taxi.—¡Taxi! —gritó, aunque su voz estaba cargada de furia.Mientras el vehículo se acercaba, una sombra familiar apareció a su lado. Massimo. Su imponente figura y la mirada determinada que llevaba en el rostro hicieron que Blair apretara los labios con fuerza.—Déjame en paz, Massimo —espetó, sin mirarlo.Él extendió una mano, sujetándola del brazo con suavidad pero con firmeza suficiente para que ella no pudiera avanzar.—Blair, espera —dijo, su tono más contenido de lo que ella esperaba.Ella se giró bruscamente hacia él, sacudiendo su brazo para liberarse de su agarre.—¡No me toques! —exclamó, sus ojos brillando con rabia—. ¿Qué
El sol comenzaba a hundirse en el horizonte, tiñendo el cielo con matices anaranjados y rosados. Blair observaba las sombras alargarse por la carretera mientras el auto de Massimo se deslizaba suavemente entre los caminos del pueblo. Había algo melancólico en aquel atardecer, como si el cielo mismo compartiera la tristeza que invadía su pecho.—¿Estás bien? —preguntó Massimo desde el asiento del conductor, lanzándole una mirada fugaz antes de volver la vista al camino.Blair tardó unos segundos en responder. Sus dedos jugaban nerviosos con la tela de su vestido, y su mirada estaba fija en el paisaje que desfilaba ante ellos.—No estoy segura. —Su voz era un susurro, casi inaudible.El cementerio apareció a la distancia, rodeado de altos cipreses que parecían custodiar los secretos de quienes descansaban allí. Las lápidas se alzaban como viejos testigos mudos de historias olvidadas, y un escalofrío recorrió la espalda de Blair cuando cruzaron el portón de hierro forjado.Cuando Massimo