El edificio de lujo se alzaba como un monolito de cristal en medio de la ciudad. Sus grandes ventanales reflejaban los tonos anaranjados del atardecer, y la elegancia de su fachada intimidaba incluso a quienes podían permitirse vivir allí. Blair miró hacia la entrada con cierta aprensión, sosteniendo los documentos en sus manos, todavía cálidos por el contacto de la casera. Había algo en el aire de ese lugar: un olor a nuevo mezclado con las fragancias costosas que emanaban de los pasillos alfombrados.La casera, una mujer madura de cabello rubio cuidadosamente recogido en un moño, la esperaba en la recepción con una sonrisa.—Señorita Blanchard, todo está en orden —dijo, ofreciéndole las llaves del departamento—. Ha hecho una excelente elección. Este lugar será perfecto para usted y sus… ¿tres bebés, me dijo?Blair asintió con una sonrisa tenue, tomando las llaves con manos ligeramente temblorosas.—Así es. Gracias por toda su ayuda.—No tiene que agradecerme nada. —La mujer se ajust
El lúgubre cuarto de la prisión estaba iluminado por una lámpara de neón que parpadeaba de manera intermitente. Alejandro Vitali permanecía sentado en la esquina más alejada de la habitación, su rostro severo y marcado por la tensión. Vestía el uniforme naranja oscuro de recluso, pero aún así conservaba un aire de autoridad que pocos podían ignorar. Sus ojos estaban fijos en la puerta, como si esperara que alguien irrumpiera en cualquier momento.Finalmente, el sonido de pasos resonó en el corredor, seguido por el rechinar de la puerta metálica al abrirse. Eddie apareció con expresión de disgusto, su andar rígido como si la rabia estuviera contenida en cada uno de sus movimientos.—Espero que tengas una buena razón para llamarme aquí, Alejandro —dijo Eddie sin preámbulos, cruzándose de brazos mientras lo miraba fijamente—. Porque te aseguro que este no es el mejor día.Alejandro alzó una ceja, observando a su visitante como si evaluara cada palabra antes de responder.—Tú nunca tienes
El aire fresco de la tarde golpeó el rostro de Blair al salir apresuradamente de la cafetería. Su respiración estaba agitada, no tanto por el paso rápido que había adoptado, sino por la mezcla de enojo y frustración que la consumía. Los zapatos de tacón resonaban contra el pavimento mientras avanzaba hacia la esquina, levantando una mano para detener un taxi.—¡Taxi! —gritó, aunque su voz estaba cargada de furia.Mientras el vehículo se acercaba, una sombra familiar apareció a su lado. Massimo. Su imponente figura y la mirada determinada que llevaba en el rostro hicieron que Blair apretara los labios con fuerza.—Déjame en paz, Massimo —espetó, sin mirarlo.Él extendió una mano, sujetándola del brazo con suavidad pero con firmeza suficiente para que ella no pudiera avanzar.—Blair, espera —dijo, su tono más contenido de lo que ella esperaba.Ella se giró bruscamente hacia él, sacudiendo su brazo para liberarse de su agarre.—¡No me toques! —exclamó, sus ojos brillando con rabia—. ¿Qué
El sol comenzaba a hundirse en el horizonte, tiñendo el cielo con matices anaranjados y rosados. Blair observaba las sombras alargarse por la carretera mientras el auto de Massimo se deslizaba suavemente entre los caminos del pueblo. Había algo melancólico en aquel atardecer, como si el cielo mismo compartiera la tristeza que invadía su pecho.—¿Estás bien? —preguntó Massimo desde el asiento del conductor, lanzándole una mirada fugaz antes de volver la vista al camino.Blair tardó unos segundos en responder. Sus dedos jugaban nerviosos con la tela de su vestido, y su mirada estaba fija en el paisaje que desfilaba ante ellos.—No estoy segura. —Su voz era un susurro, casi inaudible.El cementerio apareció a la distancia, rodeado de altos cipreses que parecían custodiar los secretos de quienes descansaban allí. Las lápidas se alzaban como viejos testigos mudos de historias olvidadas, y un escalofrío recorrió la espalda de Blair cuando cruzaron el portón de hierro forjado.Cuando Massimo
La habitación de Damián Vitali estaba sumida en una penumbra rota solo por la luz tenue que entraba por la ventana, reflejo del ocaso que se avecinaba. El aire era denso, cargado de pensamientos que iban y venían sin descanso en la mente del hombre. Apoyado en el marco de la ventana, con un vaso de whisky en la mano, Damián observaba el horizonte sin realmente verlo.Pensaba en Blair Blanchard. Había algo en ella que lo perturbaba, algo que no podía ignorar. Había visto fotos de ella antes, pero en persona… en persona era diferente. Su belleza no era solo física; irradiaba una fuerza y una fragilidad a la vez, una combinación que resultaba casi hipnótica.—Massimo fue un idiota por dejarla ir —murmuró para sí mismo, dando un sorbo al vaso y sintiendo el ardor del alcohol bajar por su garganta.El sonido del teléfono interrumpió sus pensamientos. Con un suspiro, dejó el vaso sobre la mesa y tomó el celular.—¿Qué tienes para mí? —preguntó al contestar, directo al grano.Del otro lado,
El despacho principal de los Agosti era imponente. Las paredes estaban revestidas de madera oscura, y cada rincón hablaba de poder y tradición. En el centro de la habitación, un enorme escritorio de caoba dominaba la escena, y a su alrededor, los sofás de cuero relucían bajo la luz suave de las lámparas de cristal. Blair estaba sentada frente a dos figuras que emanaban autoridad: Antonio y Karen Feller. Sus verdaderos padres.El corazón de Blair latía desbocado. Apenas podía procesar lo que acababan de decirle. Su mente repasaba una y otra vez las palabras: no eres hija de los Blanchard. Toda su vida, la identidad que creía inquebrantable, había sido una mentira.—¿Cómo...? —su voz tembló, quebrada por la confusión—. ¿Cómo pudieron mis padres hacer algo así?Karen, sentada a su lado, la miraba con los ojos llenos de lágrimas. Era una mujer elegante, de facciones finas y cabello dorado, cuya fragilidad aparente ocultaba una fuerza que Blair podía sentir.—No eran tus padres, Blair. —La
El vestíbulo de la mansión Agosti era un espacio amplio, majestuoso, decorado con mármol blanco y columnas que reflejaban un estilo clásico y frío. Pero en ese momento, para Massimo Agosti, no había nada que pudiera calmar el fuego que ardía en su pecho. Caminaba de un lado a otro, sus pasos resonando en el eco del lugar, mientras sus manos se cerraban en puños. Su mirada, fija en el reloj que colgaba de la pared, parecía rogar porque el tiempo avanzara más rápido.—Massimo, por favor, siéntate. —La voz de Ana, su madre, lo sacó de sus pensamientos. Estaba sentada en un sillón cercano, con las piernas cruzadas y un vaso de té en las manos.—¿Sentarme? —repitió él, girándose hacia ella, la frustración evidente en sus palabras—. ¿Cómo se supone que esté tranquilo mientras ellos están ahí arriba con Blair?Ana lo observó con una expresión que combinaba cansancio y paciencia.—Blair no es una mujer tonta. Sabe lo que hace. —Ana dejó el vaso sobre la mesa y lo miró fijamente, con una leve
—La situación de su hermano ha empeorado; sin embargo, no hemos encontrado una médula ósea adecuada para él. Prepárese para lo peor, señorita Blanchard.Las palabras resonaron en la mente de Blair al salir de la oficina del médico. Se apoyó débilmente contra la pared. Se tomó un momento para respirar profundamente; el olor a desinfectante la golpeó de Inmediato, ni siquiera sabía cómo se había dirigido a la habitación de su hermano, sin flaquear.Antes de entrar, se forzó a actuar con una sonrisa falsa. El niño estaba acostado en la cama, con una pálida sonrisa en su rostro. Cuando sus miradas se encontraron, el corazón de Blair se rompió en mil pedazos.—¿Hermana? —preguntó Dylan, con un hilo de voz—. ¿Te sientes bien? Te ves… diferente.—Todo está bien, hermano —respondió, tratando de sonar convincente.Pero en el fondo, sabía que no era cierto.—Hermana, ¿cuándo regresamos a casa? No quiero seguir el tratamiento porque me duele tanto. Y cada día me siento peor. Dylan era demasiado