La oficina de Massimo Agosti era un lugar imponente, decorado con tonos oscuros y muebles de madera maciza que irradiaban poder y elegancia. La luz tenue de las lámparas doradas reflejaba el ambiente cargado que dominaba la habitación. Blair estaba sentada al borde de un sillón de cuero negro, con las manos temblando sobre su regazo. Había escuchado con atención cada palabra que Massimo le había dicho, pero aún no podía procesarlo todo.Su mente estaba enredada en los detalles de lo que había sucedido en esos dos años de amnesia. El nombre de Alejandro Vitali le causaba escalofríos, mientras el recuerdo de haber sido manipulada y llevada a Italia como si fuera un objeto la llenaba de indignación y tristeza. Sin embargo, la noticia que Massimo acababa de darle pesaba aún más sobre su pecho: Dylan, su pequeño hermanito, había muerto.—No pudieron hacer nada, Blair —dijo Massimo con una voz seria, casi fría. Su mirada estaba clavada en ella, como si intentara evaluar cada una de sus reac
La habitación era una obra de arte, envuelta en terciopelos y dorados que brillaban con la tenue luz de una lámpara de mesa. Las cortinas gruesas impedían que la brisa nocturna perturbara la calma. Blair se encontraba de pie junto a una cuna doble que compartían los tres bebés. Su expresión era serena, pero su mente viajaba por un torbellino de pensamientos, uno más inquietante que el otro.Arturo, Dominic y Elizabeth dormían profundamente, sus respiraciones acompasadas creando un ritmo casi hipnótico. Blair los miraba como si intentara memorizar cada detalle: la curva de sus mejillas, el delicado movimiento de sus pequeñas manos. Sentía una mezcla de orgullo y desasosiego. Sabía que no podía quedarse mucho tiempo allí. Este lugar, con todo su lujo, era una prisión dorada.Pensó en Alejandro Vitali, en el caos que había sembrado en su vida. Había borrado más que su identidad; le había arrebatado el control de su propia existencia. Ahora que estaba libre de él y su influencia, debía re
Blair detuvo su avance al pie de la escalera, el corazón martillándole con fuerza al ver la escena frente a ella. Massimo estaba inclinado hacia Lauren Morelli, y los labios de ambos se unían en un beso que destilaba una combinación de posesión y teatralidad. El vestido ajustado de Lauren parecía diseñado para resaltar su figura, y la sonrisa maliciosa que esbozó al notar la presencia de Blair lo hacía aún peor.—Oh, no interrumpes nada —dijo Lauren con una voz dulce cargada de veneno, sin molestarse en separarse demasiado de Massimo—. Es completamente normal que los esposos se besen.Blair sintió como si un nudo se formara en su garganta. Bajó la mirada, sus mejillas encendidas de vergüenza, y continuó descendiendo las escaleras con pasos casi mecánicos.Massimo apartó a Lauren de forma abrupta, su expresión endurecida.—Ve al salón —le ordenó con frialdad.Lauren frunció el ceño, cruzando los brazos sobre su pecho en un gesto infantil.—¿Por qué debería irme? Es ella quien debería m
El comedor de los Agosti estaba sumido en un silencio espeso, roto solo por el eco de las palabras de Massimo que aún parecían resonar en las paredes: "He decidido divorciarme de Lauren." La declaración había sido contundente, cortante, como un cuchillo que desangraba el orgullo de la familia.Ricardo Agosti, sentado en la cabecera de la mesa, golpeó con fuerza la superficie de madera pulida, provocando un sobresalto en algunos de los presentes.—¡¿Te has vuelto loco?! —rugió, su voz grave y potente llenando el espacio.Los nudillos de sus manos se blanquearon al aferrarse al borde de la mesa, y sus ojos, oscuros y furiosos, buscaron los de su hijo mayor con una mezcla de incredulidad y rabia.Lauren Morelli, que se había acercado a un lado de Massimo, tomó asiento, y temblaba de la ira contenida. Sus labios pintados de carmín se curvaron en una mueca amarga mientras cerraba los puños con fuerza sobre la mesa. Su mirada venenosa se desvió hacia Blair, que permanecía estática en su asi
El sonido del motor rugía bajo el capó del auto de lujo mientras Antonio Feller mantenía la mirada fija en la carretera. Su rostro, de facciones severas pero atractivas, reflejaba la tensión que también se dibujaba en las manos que sostenían con fuerza el volante. A su lado, Karen, su esposa, se retorcía las manos sobre su regazo, sus delgados dedos entrelazándose nerviosamente. Su cabello rubio estaba perfectamente arreglado, pero sus ojos grises, habitualmente fríos y calculadores, ahora mostraban un temor inusual.—Solo quiero a mi hija de regreso, Antonio. —Su voz era un susurro quebrado, pero el temblor en sus palabras hacía evidente su angustia.Antonio suspiró profundamente, girando el rostro hacia ella un momento.—Todo estará bien, Karen —respondió con tono seguro, aunque el ligero ceño fruncido delataba su propia preocupación.Karen negó con la cabeza, mordiéndose el labio inferior.—¿Y qué pasa si no es ella? —preguntó, y el aire en el interior del auto pareció volverse más
El día se había teñido de un gris opaco que filtraba una luz mortecina a través de los altos ventanales de la mansión Agosti. Blair avanzó por el pasillo con pasos torpes, sus tacones resonando contra el mármol como un eco de su propia desolación. La habitación que le habían asignado estaba al final del corredor, alejada del bullicio habitual que reinaba en esa casa. Cerró la puerta tras de sí con un leve susurro, como si temiera que alguien pudiera seguirla incluso hasta ese rincón de privacidad.Se dejó caer sobre la cama, sintiendo cómo el peso del rechazo la hundía más de lo que el colchón jamás podría hacerlo. El rostro de Ricardo Agosti seguía vivo en su mente, sus palabras frías y calculadas resonando una y otra vez: "Tú nunca estarás a la altura de esta familia. Gente como tú no pertenece aquí."Blair soltó un suspiro tembloroso, y las lágrimas que se había esforzado por reprimir comenzaron a brotar sin piedad. Era cierto lo que Ricardo había dicho. Ella no era millonaria, ni
El edificio de lujo se alzaba como un monolito de cristal en medio de la ciudad. Sus grandes ventanales reflejaban los tonos anaranjados del atardecer, y la elegancia de su fachada intimidaba incluso a quienes podían permitirse vivir allí. Blair miró hacia la entrada con cierta aprensión, sosteniendo los documentos en sus manos, todavía cálidos por el contacto de la casera. Había algo en el aire de ese lugar: un olor a nuevo mezclado con las fragancias costosas que emanaban de los pasillos alfombrados.La casera, una mujer madura de cabello rubio cuidadosamente recogido en un moño, la esperaba en la recepción con una sonrisa.—Señorita Blanchard, todo está en orden —dijo, ofreciéndole las llaves del departamento—. Ha hecho una excelente elección. Este lugar será perfecto para usted y sus… ¿tres bebés, me dijo?Blair asintió con una sonrisa tenue, tomando las llaves con manos ligeramente temblorosas.—Así es. Gracias por toda su ayuda.—No tiene que agradecerme nada. —La mujer se ajust
El lúgubre cuarto de la prisión estaba iluminado por una lámpara de neón que parpadeaba de manera intermitente. Alejandro Vitali permanecía sentado en la esquina más alejada de la habitación, su rostro severo y marcado por la tensión. Vestía el uniforme naranja oscuro de recluso, pero aún así conservaba un aire de autoridad que pocos podían ignorar. Sus ojos estaban fijos en la puerta, como si esperara que alguien irrumpiera en cualquier momento.Finalmente, el sonido de pasos resonó en el corredor, seguido por el rechinar de la puerta metálica al abrirse. Eddie apareció con expresión de disgusto, su andar rígido como si la rabia estuviera contenida en cada uno de sus movimientos.—Espero que tengas una buena razón para llamarme aquí, Alejandro —dijo Eddie sin preámbulos, cruzándose de brazos mientras lo miraba fijamente—. Porque te aseguro que este no es el mejor día.Alejandro alzó una ceja, observando a su visitante como si evaluara cada palabra antes de responder.—Tú nunca tienes