El reloj en la pared de la sala de espera del hospital marcaba un tic-tac interminable que perforaba la paciencia de Alejandro Vitali. Sentado en una de las frías sillas metálicas, con las piernas cruzadas y los brazos tensos, mantenía la vista fija en el suelo como si pudiera encontrar respuestas en las baldosas grises. Su ceño fruncido y la manera en que tamborileaba los dedos contra el reposabrazos dejaban claro que su paciencia estaba al límite.Había llegado al hospital a toda prisa, llevando a Blair inconsciente en sus brazos después de aquel enfrentamiento en la estación de policía. Recordar cómo el idiota de Ricardo Agosti se había abalanzado sobre él hacía que sus músculos se tensaran de nuevo. Todo iba bien, todo bajo control, hasta que esto pasó.El sonido persistente de los llantos de los trillizos lo sacó de sus pensamientos. Las carriolas estaban estacionadas frente a él, con los pequeños moviéndose inquietos. Alejandro los miró, y algo más profundo que la molestia llenó
Eddie ajustó el nudo de su corbata frente al espejo de su habitación. La seda negra brillaba bajo la luz tenue del aplique, y él se detuvo un momento para examinar su reflejo. Su mandíbula estaba tensada, y sus ojos verdes destellaban con una mezcla de satisfacción y expectativa. Hoy es el día en que todo cambiará.El traje oscuro que llevaba parecía una armadura diseñada para enfrentar al mundo, pero su corazón latía con una fuerza que desmentía su aparente calma. Se arregló el cabello con esmero y echó un vistazo rápido a la carpeta que reposaba en la esquina del escritorio. Dentro estaban los documentos que consolidarían su ascenso en la empresa familiar.El sonido de la puerta al abrirse lo sobresaltó. Su madre, Ana, apareció en el umbral. Llevaba un vestido sencillo de tonos oscuros, con el rostro marcado por el cansancio de semanas de tensión y conflictos. Se quedó ahí, mirándolo, como si las palabras que tenía en mente fueran una carga demasiado pesada para pronunciarlas.—¿Qué
La sala del tribunal estaba envuelta en un silencio denso y opresivo. Las luces blancas, implacables, iluminaban el rostro tenso de Massimo Agosti. Tenía las muñecas atrapadas por unas esposas que le cortaban ligeramente la circulación, dejando marcas rojizas en su piel. A su lado, dos policías lo escoltaban, manteniéndose firmes como estatuas, mientras el juez leía la sentencia con una voz grave y autoritaria que reverberaba en cada rincón del lugar.Aunque sus pensamientos no dejaban de rondar una y otra vez en Blair, por un segundo dupo que todo estaba perdido, pero por lo menos se sentía aliviado de saber que ella estaba com vida y que había tenido a sus hijos. —Massimo Agosti —sentenció el juez, haciendo una pausa estratégica que aumentó la tensión—. Este tribunal lo encuentra culpable de los cargos que se le imputan: robo del proyecto tecnológico de la empresa Vitali, el secuestro emocional de la señora Blair Vitali, además de lavado de dinero y otros delitos financieros. Por t
La habitación del hotel estaba en penumbra, iluminada únicamente por la tenue luz que se colaba entre las cortinas cerradas. Blair recogía sus cosas en silencio, moviéndose con lentitud, como si cada acción requiriera un esfuerzo titánico. Sobre la cama, su pequeña maleta estaba medio abierta, con la ropa cuidadosamente doblada. Sus manos temblaban ligeramente mientras guardaba una prenda tras otra, y su mente, como un océano embravecido, no dejaba de atormentarla con recuerdos y pensamientos confusos.La mentira de Alejandro Vitali pesaba sobre ella como una losa. Dos años de su vida robados, manipulados por un hombre al que apenas conocía realmente. Había confiado en él cuando su memoria era un vacío absoluto, y él había aprovechado esa vulnerabilidad para tejer una red de mentiras. Su frente palpitaba con un dolor punzante, y llevó una mano a la sien, tratando de calmarse.—Todo esto... —murmuró para sí misma, con la voz quebrada—. Todo esto ha sido un infierno.El sonido de unos g
La celda de máxima seguridad estaba fría y oscura, iluminada apenas por un parpadeante tubo fluorescente que emitía un zumbido constante. Alejandro Vitali estaba sentado en el borde de una litera de metal, sus manos apretadas en puños mientras su mandíbula se tensaba con furia contenida. Llevaba el uniforme anaranjado de los reclusos, un recordatorio humillante de la caída que había sufrido. Todo a causa de Massimo Agosti.—¡Maldito! —murmuró entre dientes, golpeando la pared de concreto con la base de su puño. Su odio hacia Massimo no hacía más que crecer, alimentado por la impotencia de estar atrapado tras esas rejas.Los pasos de un guardia resonaron por el pasillo, y Alejandro alzó la vista. Momentos después, apareció su abogado, un hombre de mediana edad con un traje arrugado y expresión cansada.—Señor Vitali —saludó con voz baja pero apurada, dejando caer una carpeta gruesa sobre la pequeña mesa de la celda—. Estoy trabajando en su caso. Hacemos todo lo posible por sacarlo de a
La oficina de Massimo Agosti era un lugar imponente, decorado con tonos oscuros y muebles de madera maciza que irradiaban poder y elegancia. La luz tenue de las lámparas doradas reflejaba el ambiente cargado que dominaba la habitación. Blair estaba sentada al borde de un sillón de cuero negro, con las manos temblando sobre su regazo. Había escuchado con atención cada palabra que Massimo le había dicho, pero aún no podía procesarlo todo.Su mente estaba enredada en los detalles de lo que había sucedido en esos dos años de amnesia. El nombre de Alejandro Vitali le causaba escalofríos, mientras el recuerdo de haber sido manipulada y llevada a Italia como si fuera un objeto la llenaba de indignación y tristeza. Sin embargo, la noticia que Massimo acababa de darle pesaba aún más sobre su pecho: Dylan, su pequeño hermanito, había muerto.—No pudieron hacer nada, Blair —dijo Massimo con una voz seria, casi fría. Su mirada estaba clavada en ella, como si intentara evaluar cada una de sus reac
La habitación era una obra de arte, envuelta en terciopelos y dorados que brillaban con la tenue luz de una lámpara de mesa. Las cortinas gruesas impedían que la brisa nocturna perturbara la calma. Blair se encontraba de pie junto a una cuna doble que compartían los tres bebés. Su expresión era serena, pero su mente viajaba por un torbellino de pensamientos, uno más inquietante que el otro.Arturo, Dominic y Elizabeth dormían profundamente, sus respiraciones acompasadas creando un ritmo casi hipnótico. Blair los miraba como si intentara memorizar cada detalle: la curva de sus mejillas, el delicado movimiento de sus pequeñas manos. Sentía una mezcla de orgullo y desasosiego. Sabía que no podía quedarse mucho tiempo allí. Este lugar, con todo su lujo, era una prisión dorada.Pensó en Alejandro Vitali, en el caos que había sembrado en su vida. Había borrado más que su identidad; le había arrebatado el control de su propia existencia. Ahora que estaba libre de él y su influencia, debía re
Blair detuvo su avance al pie de la escalera, el corazón martillándole con fuerza al ver la escena frente a ella. Massimo estaba inclinado hacia Lauren Morelli, y los labios de ambos se unían en un beso que destilaba una combinación de posesión y teatralidad. El vestido ajustado de Lauren parecía diseñado para resaltar su figura, y la sonrisa maliciosa que esbozó al notar la presencia de Blair lo hacía aún peor.—Oh, no interrumpes nada —dijo Lauren con una voz dulce cargada de veneno, sin molestarse en separarse demasiado de Massimo—. Es completamente normal que los esposos se besen.Blair sintió como si un nudo se formara en su garganta. Bajó la mirada, sus mejillas encendidas de vergüenza, y continuó descendiendo las escaleras con pasos casi mecánicos.Massimo apartó a Lauren de forma abrupta, su expresión endurecida.—Ve al salón —le ordenó con frialdad.Lauren frunció el ceño, cruzando los brazos sobre su pecho en un gesto infantil.—¿Por qué debería irme? Es ella quien debería m