Sofía—¡¿Quién lo hizo?! ¡¿Quién entró sin ser invitado?! —Abraham está alterado. Mi mirada solo ve las marcas en mi brazo, sangrando una vez más —¡¿Cómo mierd@ lo hizo?! Todos ven a Raúl en un charco de sangre, la misma sangre que tengo en el cuello. La misma que me baña el escote y no se quita. Por primera vez tengo esa duda de si estoy respirando o solo se trata de una alucinación después de la muerte. Porque no es posible haber estado tan cerca de él y continuar con vida. Aún no lo creo y tal estupefacción no me permite hablar. Raúl tiene la garganta destrozada, puede verse el hueso hioides, la tráquea aún pulsa y la sangre no deja de salir, mientras las cuencas de sus ojos están huecos. La lengua le cuelga por la barbilla y muchos no se atreven ni siquiera a verlo. El que me pidan hacerme a un lado, me hace apartar la vista de ese lugar en lo que todos despotrican sobre el mismo tema. —Sofía —vuelvo mis ojos hacia Dylan, el cuál pone una toalla en mis heridas. —Hay que curart
Sofía. —¿Qué harás? —pregunta Elisa. Aparta los expedientes de su trabajo para dejar las tazas —Ese tipo es peligroso. Supiste todo lo que hizo, esos hombres que caían en sus manos... De solo pensarlo se me eriza piel. Cubro mi cara con la frustración que me genera la situación. No tendría que estar pasando, al fin de cuentas no hay nada que lo ate aquí. Nada más que su venganza y aunque me moleste, esa fue mi primer motivo para quedarme, por lo que reprocharle tal coda es hipócrita. Alguien cómo él no sólo se daría la vuelta luego de un golpe. Pude fácilmente contar con que su parte psicópata no se rendiría así porque sí. Le gusta la venganza, solo le dieron motivos para obtenerla. —Sof, ¿no crees que es mejor que desaparezcas? —indaga. —Digo, no eres una cobarde. No malinterpretes las cosas, pero tanto tú como yo sabemos que es mejor no llegar a una batalla cuando se trata de él. Es desalmado, un... Lo siento. Sé que lo quisiste en su tiempo y...—Ese no es el tema y sabes que n
Sofía. Pido la asesoría de un médico, el cual me explica algunas cosas que grabó en mi cabeza, mientras me dan un jarabe para erradicar la fiebre.—¿Dónde está? —le pregunto a una de las chicas de servicio. —Sofía, hay algo que debemos discutir. —me habla Dylan desde la sala con papeles esparcidos por todos lados —Te estoy diciendo que vengas, maldit@ sea. Me volteo yendo hacia él a grandes zancadas, llena de esa emoción que tanto disfruto, aún cuando me llena de problemas.—¡Eres un inconsciente! —le reviento la boca al abalanzarme sobre él con un puñetazo directo a su cara. Se va de espaldas, pero se levanta, tomándome de los brazos para ponerme contra el mueble, Me toma del cuello y le estampo la rodilla en la entrepierna, logrando que se doble debido al dolor. Me levanto y le doy un segundo puñetazo, que lo yergue volviendo a tomarme del brazo lastimado, pero me alejo enseguida, evitandolo. Se toca la mejilla estando de rodillas, mirándome con furia —¿Cómo ordenas que lo lan
Donovan Los seres creados para gobernar no pueden ser derribados, solía decir mi padre. Pueden tener tropiezos, golpes y heridas mortales, pero deben resignarse a que la mentalidad de estos están puestos en la cima. La misma frase la leo en uno de los mensajes de Elisa para Sofía. Es una burla que reciba algo de quién asesinó. —Te quedó muy grande el título que te di —establezco mirando la mujer que yace encadenada, con la cabeza caída en lo que reviso el móvil que cargaba. —Un poco obsoleto tu sistema de vigilancia. Pero ¿qué se puede esperar de alguien que olvidó que no se puede tomar por sorpresa a quien te enseñó algunos trucos?Al marido casi nunca le responde. Habla más con el imbécil de Bruno y Elisa que con cualquiera. Pero si no fuera porque sé que son sus amigos, no adivinaría que son más que el taxista y la persona que le coloca faciales. Es lista, hasta cierto punto. Me aburro de leer y lo lanzo al suelo, aplastandolo con el pie para deshacer el aparato que queda vuelt
SofíaLas lágrimas asoman pero no las dejo salir, reprimo los gritos que causa volver a poner el dedo en su lugar. Aprieto los dientes forzando a mi garganta a sostener el dolor con todas sus fuerzas y me guardo el sollozo que rasga mi pecho cuándo quedo sólo con el temblor de mis manos. Es extremadamente difícil de moverlas, aún así resisto y alcanzo el otro para hacer lo mismo con la otra. Un sollozo se me escapa, el grito no lo contengo del todo esta vez. No puedo por más que quiera.Zafo la mano poniéndome de pie con rapidez. Veo al hombre tirado en suelo bañado en sudor y corro después de acomodar mi dedo, cruzo los pasillos buscando algo con qué defenderme, aunque todo está vacío y oscuro. Recuerdo por donde entré y por más que escuché autos irse, no voy por la entrada principal. Opto por la ventana rota, bajo por un tubo en el cual me deslizo, tratando de hacer el menor ruido. Caigo a la acera, limpiando mis ojos y viendo los pisos que bajé para luego echarme a correr sin es
Sofía.Regreso a la casa menos sofocada, viendo los autos que hay enfrente, por lo que no se me hace raro hallar a Abraham discutiendo con el hijo. Los ignoro a los dos, yendo por mi ducha mañanera, el niño ya no está. Su sábana está a un lado y sin explicación la llevo a mi nariz sintiendo ese olor particular de un niño, siendo el que tenga mayor fuerza de los que, aún por accidente, he tenido cerca. Me siento una ridícula. La tiro en el cesto de ropa sucia para bañarme después y salir ya preparada rumbo al comedor. Saludo con unas secas palabras a los dos tipos que hay en la mesa, comenzando con el café que bebo casi de inmediato.—¿Y bien? —medio miro a Abraham cuándo lo siento detallando mis acciones —¿Vas a explicar desde cuándo lo sabías? —¿Saber qué? —consulto.—No te hagas la tonta —escupe enojado. —Sabes de qué hablo. No quieras verme la cara, tú lo sabías desde antes y por eso lo buscaste ¿no es así? —acusa —Nos querías traicionar.—No sabía nada con seguridad. Quise comp
Sofía.—Señora, el niño no quiere comer —me avisa la misma chica —No me dice que quiere y así no puedo preparar algo que le guste.Esto es el colmo. No la culpo, pero podría al menos intentar otra cosa que darle verduras. No tengo experiencia, pero necesito desenvolverme en esto también.Lo encuentro mirando su libro, triste con la mirada perdida en una imagen de una mujer y un bebé en brazos que toca ese órgano que no se queda quieto. —¿Extrañas a tu mamá? —se sobresalta con mi pregunta. Regresa la vista al libro con un gesto decaído. Niega —¿Cómo es? Vuelve a negar. No me ayuda para devolverlo a dónde pertenece. —¿Sabes quién es? —indago. Su cabeza se mueve de lado a lado. No sé qué decir porque mi corazón se apachurra de ver que no se crió con ellos y si es eso…Lo que dijo Abraham no tendría sentido. —¿Por qué no quieres comer? Mira el plato de vegetales, arruga la cara y luego puedo ver gestos que me indican que le da asco. Sonrío en respuesta.—De pequeña también los odiaba —
DonovanFuego gris. Calor excesivo. Sangre hirviendo.Tiene la campera arrugada, el cabello desordenado y esa maldit@ ola de celos de nuevo me llega, porque no soy tan imbécil de no reconocerlos. Sucedía cada vez que la veía antes, me ocurría al imaginar cuántos cerdos la tenían en su cabeza y ahora soy quién la imagina así. Maldit@ enfermedad. Mi polla duele con solo verla. Esos m@lditos labios rojos están de nuevo frente a mí, y odio que esto sea una castigo para mí mismo. Mis dedos se quieren cerrarse en la garganta del marido, mientras imagino lo bien que se vería su cráneo separado de su cuerpo. —Bienvenido a nuestra casa, Donovan —dice el polla chica. La toma de la cintura, ella se deja y yo ardo. —Mi esposa y yo estábamos hablando sobre usted justo.Ella no habla, el gusano la acerca más y no hace nada. El deseo de abrir la carne y sacar los huesos llega acompañado de un hambre voraz.—Podemos tomar un trago —ofrece Abraham.—Accedí a venir. Digan lo que quieren y esto se