Suya por última vez.

—Eres Alba, mi princesa, la niña que creí que estaba muerta, pero estás aquí —dice Esteban con una mezcla de asombro y certeza en su voz.

—Qué buena broma, Esteban —intento disimular mis nervios, aunque mi corazón late con fuerza.

Él se acerca a mí lentamente, sus pasos firmes resonando en el suelo hasta quedar a centímetros de mi rostro. Siento su aliento cálido y su mirada fija en la mía, penetrante y llena de curiosidad.

—Encontré tu fotografía entre tu ropa y he estado investigando. Rubí Sánchez no existe y, si existe, no eres tú —su voz es baja pero contundente.

—¿Revisaste mis cosas? —pregunto, incrédula, mientras un escalofrío recorre mi columna.

Ahora comprendo por qué mi ropa estaba revuelta. Yo había creído que me habían asaltado, pero se trataba de Esteban.

—Te salvé, guapa. Cuando te fuiste a la playa, Gabriel estaba como loco buscándote. Él está obsesionado contigo, no ha cambiado durante los años. Revisamos tu cuarto: él se concentró en tus bragas y yo en ocultar tu foto
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