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Inti killa ( Sol de luna)

Para la celebración de los nuevos guerreros, la tribu entera preparaba los alimentos del festín, apoyándose principalmente en el grupo de los recolectores. Este grupo formado por familias completas, laboraron arduamente todo el año, esperando este gran día. Esperaban este momento con ansias ya que, muchos de los jóvenes que se adentraban en la selva, no volvían y en algunas ocasiones, ninguno de los que habían salido a tan desafiante ritual de ascensión, regresaba.

Los recolectores, se llamaron a sí mismos Inti Killa (Sol de Luna), ya que por la mañana se dedicaban a cultivar todo lo que provenía del sol y en la noche se dedicaban a recolectar lo que brindaba la luna. Ellos eran los que más se movilizaban, ya que las plantaciones se encontraban a una distancia considerable de la aldea. Gracias a ello, contaban con un buen estado físico, agilidad y fuerza, además, esta actividad les ayudaba a desarrollar un gran porte y elasticidad. En algunos casos su altura superaba los ciento ochenta centímetros, lo cual se convertía en un beneficio al momento de recolectar los frutos.  

Los Inti Killa (Sol de Luna) o recolectores, conocían muy bien la importancia que tenían dentro de la tribu, ya que, de ellos dependía la subsistencia de todos los integrantes de esta. Con el pasar del tiempo, se fueron formando líderes dentro del mismo grupo, de los cuales destacó uno en especial, llamado Sisa (Flor que siempre vuelve a la vida).

Sisa era un líder joven que adquirió sus conocimientos de manera ancestral, compartidos de una generación a otra. Gracias a estos conocimientos y sus habilidades, Sisa era muy apreciado por la tribu, porque también era un hombre confiable, comprometido con sus deberes, sincero, amable, comprensivo y amoroso. A la edad de diez y ocho años, Sisa decide compartir su vida con una joven, también recolectora, llamada Sayani (Yo me mantengo en pie). Al igual que Sisa, Sayani venía de una familia de recolectores, actividad que había generado entre ellos una conexión intensa que se fundamentaba en el respeto, obediencia a sus dioses Inti y Killa y gran amor a la madre tierra. 

Tras su pronta pero decidida unión, a la edad de diez y siete años, Sayani quedó embarazada de Sisa, sin que estuviera consciente de ello. Sayani comenzó a notar como su vientre, sin un motivo aparente, se abultaba con el paso de los días, pero pronto, recordó a otras mujeres de su tribu, a las que les había ocurrido lo mismo y al cabo de un tiempo llegaba al mundo un nuevo integrante de la tribu. Sin embargo, se hallaba confundida, perpleja y temerosa, porque no conocía sobre estos temas, ya que, durante los años de su corta edad, sus mayores únicamente la habían capacitado para que se ocupara de la recolección. A pesar de su confusión y duda, decidió decírselo a Sisa, lo hizo en un día de recolección especial, ya que era noche de luna llena. En medio de su jornada de recolección Sayani, llama la atención de su amado Sisa, haciendo con su fina pero alargada mano, un delicado y amoroso gesto, pidiéndole que se acercara a ella que se encontraba a pocos metros de distancia de los demás recolectores.  Y le comenta con voz baja y temblorosa, con tono de preocupación:

—  He notado cambios en mi cuerpo que nunca había sentido.

—  ¿Estás enferma? Debemos ir a hablar con el Kuraka— Dijo

alarmado, de pronto le invadió un sentimiento frío casi paralizante, era miedo, que le provocaba solo

el pensar en la idea de perder a Sayani, como había perdido ya a sus padres y

hermanos por designios de los dioses.  

—  Si, tengo miedo de alejarme de ti, pero si la madre tierra

me quiere llevar, lo haré con gusto — Dijo ella con lágrimas en los

ojos.  

Se acercaron lentamente el uno al otro, fundiéndose en un profundo y largo abrazo con el que compartieron el mismo temor de perderse, mientras lágrimas brotaban de sus ojos. Sin embargo, ese mismo abrazo les infundió aliento. Secaron sus lágrimas y continuaron con su labor de recolectar los frutos de la noche. 

A la mañana siguiente, Sayani despierta precipitadamente con náuseas intensas, lo cual causa en ella un miedo intenso, y su mente se ve invadida por ideas trágicas de quizás es poseedora de alguna enfermedad contagiosa que pondría poner en peligro a su aldea, como ya había ocurrido hace tiempo atrás. Así que, de un solo brinco, se incorpora y gritando alternamente llama a Sisa, desde la puerta de su vivienda:

—  ¡Sisa! ¡Sisa! —Sisa, quien ya había despertado, corrió apresurado hacia donde se encontraba ella.  

—   ¿Qué sucede? Me has asustado — Dijo él con incertidumbre y nerviosismo.

—   Estoy vomitando, me siento mal, busca al Kuraka.  

Sisa sin pensarlo, sale rápidamente de la vivienda y corre hasta donde se encontraba el sabio jefe:

—    Kuraka, ¡Ayúdeme! Algo anda mal con Sayani. Está vomitando, está enferma — Dijo con lágrimas en los ojos y un tono de evidente preocupación.  

El Kuraka, hombre alto y delgado, medía más de ciento ochenta centímetros, su piel era gruesa y tostada por la inclemencia de los rayos del padre Inti, lucía una cabellera y barba negras y frondosas, suavizadas por un tono gris por el matiz de algunas canas, poseedor de ojos grandes con pupilas negras, de mirada penetrantemente profunda, tenía una cicatriz en su rostro que atravesaba su mejilla derecha de arriba hacia abajo, era de un tono más oscuro que el resto de su piel, daba la apariencia de grueso cordón, ligeramente entrecortado. Esto evidenciaba las crudas batallas que había tenido que enfrentar en su juventud como guerrero shimi otorongo. Actuaba sabio y pausado gracias a la experiencia de la vida. Era él, a quien todos acudían cuando tenían una inquietud o una emergencia.  Sus conocimientos eran tan amplios que superaba a los ancianos yachachik.  

Con una voz gruesa y desgastada por los años de lucha y gritos de guerra, preguntó calmadamente:

 — ¿Quién es? — , mientras se acercaba con lentitud a la entrada de su vivienda.

 —  Kuraki Soy Sisa, de los recolectores. Es Sayani, mi compañera, está enferma — Dijo aún con desesperación. El anciano respondió interrumpiendo a Sisa. 

—  Ya te escuché, la primera vez, ¿Qué le sucede?  

—   No para de vomitar, se siente muy mal. ¡Ayúdala, gran

maestro! —El anciano tomó de la mano a Sisa y lo llevó dentro de su morada, Sisa no comprendía lo que pasaba, de pronto, y para su asombro, se vio rodeado de una infinita cantidad de plantas que el anciano usaba para fabricar medicina para su pueblo. El sabio jefe le extendió un racimo que contenía varias plantas curativas (mático, valeriana, ishpingo y achiote) y dijo:

— Llévame donde está Sayani —mientras tomaba en sus manos un objeto muy similar a un cuchillo, cuyo mango estaba hecho del hueso de un animal salvaje, la punta estaba hecha de una piedra volcánica llamada obsidiana, ambos cuerpos permanecían unidos por una fina pero resistente capa de piel curtida de jaguar. Este instrumento había sido heredado de un Kuraka a otro.  

Salieron de la morada del sabio, y Sisa caminaba apresurado al frente, para mostrarle el camino hacia su vivienda, donde se encontraba Sayani.  Al ingresar a la misma, encontraron que la mujer estaba recostada boca arriba, con los labios secos y la piel pálida.  El sabio pidió al varón, que se retirara del lugar, para así poder encomendar a los dioses la salud de Sayani.  Sisa salió del lugar, nervioso y esperó en silencio a unos metros de la entrada. Mientras tanto el kuraki, se arrodillo frente a Sayani, corto con la punta de su cuchillo, su dedo anular y con la primera gota de sangre que brotó, trazó un círculo sobre el pecho de la joven, como símbolo de conexión con los dioses y proclamó en voz alta diciendo:

 “Por el poder que se me ha otorgado por los dioses, para cuidar y proteger esta aldea, pongo tu vida en las manos de ellos” - mientras trituraba con el mango de su cuchillo ceremonial, el atado de plantas en un pequeña cuenca de madera, preparando un brebaje espeso, mismo que le dio a beber a Sayani.“Esto te hará sentir mucho mejor” dijo el anciano mientras se retiraba lentamente. 

 Cuando Sisa vio salir al Kuraka, corrió hacia él, se acercó con angustia para saber qué fue lo que había ocurrido. 

—  ¿Qué pasó con ella?  

—  Estará bien, mañana se sentirá mucho mejor. Ve a cuidarla, no la dejes sola. 

 Sisa entró rápidamente a ver a Sayani, ella se encontraba en posición fetal a punto de dormirse, entonces él decidió acostarse junto a ella para hacerle compañía hasta que se sintiera mejor. 

Esa noche, el ruido de la selva parecía ser mucho más fuerte de lo normal, se incrementó gracias a los truenos y la lluvia junto con el ruido de los grillos, los sonidos de animales, el silbido del viento, contribuyeron a que el aire de penumbra tenebrosa que inundaba el lugar se hiciera más densa. Esto provocó en ambos, un sentimiento de angustia y miedo incomprensibles. Esa noche, quedaría en su memoria para siempre, ya que fue en ese momento, que sintieron estar unidos más que nunca. 

A la mañana siguiente, antes que el sol se pusiera, Sayani se despertó sintiéndose mucho mejor, los cuidados de su amado y el brebaje del sabio habían surtido el efecto esperado. Así que, decidió salir diligente a cumplir sus labores de recolección junto a Sisa. De pronto, a mitad de la jornada, se escuchó un grito de espanto, era Sayani, clamando el nombre de Sisa, quien atendió de inmediato a su llamado y la vio caer desmayada sobre los frutos que había recogido. Corrió hacia ella, la cargó en sus brazos, e inmediatamente, corrió apresurado hacia donde se encontraba el kuraki, quien sorprendido por lo que estaba sucediendo, los llevó a su vivienda. Al llegar, el anciano tomó un cuenco de madera lleno de fruta fermentada y lo puso en la nariz de Sayani, el fuerte olor la despertó provocándole al instante vomito.

Esta acción hizo que el vientre de ella se viera abultado y que el anciano se percatara de ello, entonces decidió revisarlo, al tocarla, supo de inmediato que se estaba formando un nuevo Rumi. Con brillo de emoción en sus enormes ojos negros y una ligera sonrisa sesgada dibujada en su rostro, les anunció a ambos que han sido escogidos por los dioses, para proteger y cuidar a una nueva vida. 

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