FAITHA mitad de semana empecé a comerme la cabeza y estuve a punto de decirle a Nathaniel que el viernes no fuera a buscarme. Inventaría cualquier excusa y al final terminaría cenando por ahí con Helen y tomando algunas copas.Estaba hecha un lio.—Te lías tú sola —me había dicho Helen—. Y te comes la cabeza cuando estás sola porque tú misma me has dicho que estando con él eres incapaz de pensar. ¿Has pensado en apuntarte a yoga o pilates, algo relajante? Porque yo sí. Podríamos ir juntas.Es que, el ser incapaz de pensar con claridad cuando estaba con él, era otro problema. No éramos adolescentes sin más, sin responsabilidades y sin tener claro dónde terminaríamos. Éramos adultos, y teníamos un hijo que no merecía más idas y venidas. Y yo no quería precipitarme, cegarme por la forma que Nate tenía de hacerme sentir y al final darme cuenta de que volvía a ser un gilipollas y que yo siempre estaría haciendo sacrificios por él.El jueves, tirada en la cama tras dejar a Alan durmiendo e
NATHANIELQue Faith me llamara para hablar era un avance. La consideré muy madura y sincera, confesándome sus miedos para que los afrontáramos juntos. Había algo detrás de todo eso, algo que ella misma aún no comprendía del todo: que no había aprendido a vivir sin mi.Aquella noche, mientras dormíamos juntos, sentí cómo su cuerpo se relajaba junto al mío porque por mucha m****a entre los dos, yo siempre sería su — seguro como ella era el mío.Por la mañana todavía la notaba algo pensativa mientras desayunábamos los tres. Ella, de pie y apoyada en la encimera con la vista algo perdida. Estiré la mano y enredándola en su pijama la hice sentarse en mi regazo.—¿Sigues pensando demasiado?Me miró entre sus pestañas largas y negó suavemente.—No —dijo y sé que me mentía—. ¿No trabajas hoy?—Sí —mentí también.Aquel era mi fin de semana con Alan, pero esperaba que Faith se quedara en mi casa todo el fin de semana. Eso si no se enfadaba conmigo por el tema de su hermana.Se me echó contra el
FAITHDesde el momento en que Nate me recogió del trabajo, sentí que había algo en el aire, algo que no podía identificar pero que me tenía en una mezcla de ansiedad y expectación. Lo notaba en su mirada, en la forma en que me sonreía como si supiera un secreto que yo desconocía. Recogimos a Alan de la escuela y se subió al coche con su energía habitual, parloteando sobre su día y mostrando orgulloso su dibujo.—Mira, he hecho esto en clase. —dijo, extendiéndome una hoja.—Es precioso, cariño. —Se lo enseñé a Nate que le dio una rápida mirada.—¿Podemos ponerlo en la nevera? —preguntó tan animado que entendí porque en mi nevera ya se solapaban sus dibujos.—Claro que sí —respondí.Nate me miró de reojo mientras conducía, su sonrisa era enigmática. Estuve a punto de preguntarle por qué estaba tan... raro, pero no lo hice.Llegamos a su casa, atravesamos la verja de entrada y Nate aparcó dentro del garaje. Alan salió del coche corriendo con la energía propia de su edad agitando su dibuj
FAITHSí, estaba llorando y yo estuve a punto de hacer lo mismo. Al recomponerme, le sequé las lágrimas y me sentí muy materna, como si ocho años distanciadas hubieran desaparecido en un instante. Clara siempre había sido mi hermana pequeña. Durante muchos años mis padres confiaron en mi para cuidarla, para recogerla de clase y para llevarla al parque... Hasta que empecé a salir con Nate y toda su confianza en mi desapareció.Se limpió las mejillas con las mangas de su fina camiseta.—No quería llorar —dijo.Sobre sus hombros vi como Alan salía escopetado de dentro de la casa, correteando por la hierba más feliz que una perdiz acercándose a toda velocidad hasta que se dejó caer en mi regazo intentando treparme. Su pelo me hizo cosquillas debajo de la nariz.—¿Qué pasa, cariño?—Tiene mamitis —bromeó Clara.—Tiene lo que le conviene —aseveré y, acariciándole la cabeza, le dije—: Sabes que no puedes salir aquí solo.—No estoy solo, estás tú —me contestó.Era un listillo, era como su padr
FAITHDe alguna forma ya lo había dejado caer la semana anterior, pero entonces lo dijo: Te quiero. Y pese a que ya debía estar acostumbrada a su forma de decirlo porque durante años me lo repitió sin cesar, aquella tarde fue diferente. Nate era muy consciente de decirlo, por eso se me quedó mirando esperando más que una sonrisa y un beso tonto.Suspiré, terminando de abrocharme los pantalones, y el fugaz destello de la decepción le cruzó la cara. Era ridículo. Hacerme la dura era completamente ridículo.Yo le quería como siempre lo había hecho.—Yo también te quiero —dije.Y en el rostro relajado de Nate encontré al chico del que estaba enamorada perdida. Parecía que, por primera vez en mucho tiempo, estábamos verdaderamente conectados.Estiró el brazo, sentí que sus dedos se enredaron en mi pelo empujándome de nuevo contra su boca. De un traspié terminé de nuevo empotrada contra su escritorio, arrugando todos los papeles al apoyarme en la mesa.—Te quiero —volvió a decirme.Lo sabía
FAITHPor la mañana, Alan se despertó pronto. Lo sentí escalar a la cama y tirarse sobre nosotros. Me froté los ojos y lo vi intentando hacerse un hueco entre los dos, empujándome los brazos fuera de su padre para acurrucarse. Nate también se despertó y le costó abrir los ojos.—Hola, campeón —susurró con la voz ronca y le acarició la cabeza que ya le descansaba en el pecho.Yo moví la cabeza hasta el hombro de Nate. Debía ser pronto porque todavía tenía sueño.—Te dije que se despertaría pronto.Me acarició a mí también, su mano deslizándose por dentro de la camiseta y paseando las yemas de sus dedos por mi piel desnuda. Me besó la frente y su respiración empezó a moverme el pelo.—Te quiero.Yo siempre creí esas palabras en sus labios. Nuestros problemas nunca fueron no querernos. Dios. Tenía que dejar de pensar en aquello.—Yo también te quiero —murmuré y me empujé en el colchón para incorporarme. La habitación empezaba a clarear con los rayos de sol y sabía que no volvería a dormi
FAITHPoco a poco Helen me fue ayudando a saber qué llevarme y qué tirar. Como unos zapatos que yo jamás me ponía y que se los quedó ella.c¿Has venido a ayudarme o a saquear mi armario?Se rió echada en mi cama.—Es para no echarte de menos. Si ya me caía mal antes imagínate ahora —dijo, y si no fuera porque la vi sonriendo, diría que iba enserio.Le había contado a Helen tantas cosas de Nate que estaba segura de que sí, lo odiaba un poco. Le había tenido tanto rencor por no luchar lo suficiente por lo nuestro, que puede que contara de más.—Ha dejado de ser un gilipollas.—Ya —dijo y se levantó de mi cama—. Venga, a ver qué más que tienes por ahí.Para el día que ya tenía casi todo apilado, Nate se pasó por el apartamento y empezó a cargar cajas por las escaleras. Para cuando llevaba tres viajes, Helen se asomó por el marco de mi puerta y debió ver cómo estaba tirándome de los pelos.—¿Necesitas ayuda? —canturreó.—No... Nate está bajando cajas. ¿Puedes vigilar que Alan no quiera ti
FAITH—Seguro que estabáis haciéndolo antes de que llegara —dijo.—Pues claro —admití y nos echamos a reír.Hablar de sexo se terminó cuando Alan salió corriendo de casa, atravesando todo el jardín con su bañador puesto y arrastrando una toalla por el césped. Soltó la toalla y trepó por mi hamaca hasta sentarse en el borde.—¿Os habéis metido? —Y sacudiendo las piernas inquieto, insistió—. ¿Jugamos?Helen se levantó de su hamaca y le dio la mano. Alan sabía que no podía bañarse solo, y todavía cuando Nathaniel jugaba a tirarlo a la piscina a mi me daban microinfartos. Los dos se cansaron de jugar al rato. Helen volvió a tomar el sol a mi lado y no el quité el ojo a Alan tumbado en su toalla de dibujos.—Alan, cariño, ¿has visto a papá?Se encogió de hombros. Aunque no necesité respuesta, a cosa de media hora después vi a Nate a salir a través de las puertas correderas junto a otro hombre. No lo conocía, pero por cómo Nathaniel me había hablado de su vida aquellos años separados, lo re