Los días en Nueva York habían pasado rápido, y en ese tiempo, Isaac había logrado conectar con Gabriel de una forma que nunca imaginó. El niño, que al principio se mostraba algo reservado, ahora lo esperaba cada mañana para desayunar juntos, le pedía ayuda con sus tareas y hasta lo llamaba "papá" sin miedo ni dudas.Isaac nunca había sentido algo así. Cada vez que veía a Gabriel sonreírle con esa mezcla de inocencia y alegría, algo dentro de él se removía. Un sentimiento cálido y profundo que iba más allá del deber o la responsabilidad: era amor, puro y sincero.Pero lo que más lo desconcertaba era lo que empezaba a sentir por María José.Desde que había vuelto a sus vidas, no podía evitar mirarla de una manera diferente. A veces, cuando ella se reía por algún comentario de Gabriel o cuando lo miraba con ternura mientras le leía un cuento antes de dormir, Isaac sentía que su corazón latía más rápido.Había pasado tanto tiempo desde que la tuvo cerca… y ahora que la veía día tras día,
Isaac sintió que algo dentro de él se rompía.—¿Semanas? —repitió con incredulidad—. ¿Cuánto tiempo pensabas seguir ocultándolo, María José?Ella tragó saliva y apretó los puños sobre las sábanas.—No quería preocupar a Gabriel… ni a ti. Pensé que podía manejarlo sola, que no debía arrastrarlos a esto.Isaac pasó una mano por su cabello, exhalando con frustración.—¡No puedes decidir eso por mí! —su voz sonó más dura de lo que pretendía, pero no podía contener la rabia que lo invadía—. ¿De verdad creías que, si me enteraba, te dejaría sola?María José parpadeó, dejando que un par de lágrimas escaparan.—No quería que sintieras lástima por mí. No quería que volvieras solo por obligación.Isaac sintió que el pecho le dolía.—¿Eso es lo que piensas? —preguntó en un tono más bajo, herido—. ¿Que estoy aquí por lástima?Ella no respondió de inmediato. Se mordió el labio con fuerza y luego, con un susurro quebrado, dijo:—No quería ser una carga para ti.Isaac cerró los ojos, sintiendo cómo
Los días siguientes estuvieron llenos de cambios. Isaac comenzó a involucrarse más en la vida de María José y Gabriel. Se encargaba de llevar al niño a la escuela, de organizar las citas médicas y de asegurarse de que María José no descuidara su salud. No era una tarea sencilla, especialmente porque ella se resistía a aceptar ayuda, pero Isaac no se rendía.Una tarde, mientras María José descansaba en el sofá después de una consulta médica, Isaac la observó en silencio. Su piel estaba más pálida de lo habitual, sus mejillas delgadas, pero su mirada seguía teniendo esa luz fuerte y desafiante que tanto admiraba.—Te ves pensativo —murmuró ella, sacándolo de sus pensamientos.Isaac sonrió levemente y se acercó a sentarse junto a ella.—Estoy pensando en lo terca que eres —bromeó, pero su tono tenía un matiz serio—. Deberías dejar que cuide de ti sin pelearme por cada cosa.María José suspiró, cruzando los brazos.—No estoy acostumbrada a que me cuiden.—Pues es hora de que lo hagas —dij
Eliana se acomodó en su cama, sujetando el teléfono con ambas manos mientras miraba el techo. Desde que Isaac se había ido a Nueva York, había sentido su ausencia más de lo que estaba dispuesta a admitir. Pero ahora que por fin lo tenía al teléfono, no iba a desaprovechar la oportunidad.—Isaac… —su voz sonó suave, pero decidida—. ¿Cómo va todo en Nueva York?Hubo un breve silencio al otro lado de la línea. Isaac dejó escapar un suspiro antes de responder.—Bien… supongo. Ha sido una semana extraña. Muchas cosas han pasado.Eliana frunció el ceño, notando la evasión en su respuesta.—¿Y cuándo piensas contarme qué fue lo que pasó? Porque te fuiste de un momento a otro, sin dar explicaciones.Isaac se pasó una mano por el cabello. Sabía que en algún momento Eliana le pediría respuestas, pero no estaba listo para dárselas. No aún.—No es algo que pueda explicarte por teléfono —respondió con seriedad—. Prefiero decírtelo en persona.Eliana chasqueó la lengua, sintiendo una punzada de fru
El sonido de los cubiertos chocando suavemente contra los platos llenaba el elegante comedor de la mansión. José Manuel apenas había probado su desayuno, removiendo distraídamente el café en su taza mientras su mente divagaba.Samantha, sentada frente a él, lo observaba con atención. Su rostro reflejaba una mezcla de frustración y vulnerabilidad. Sabía que el hombre con el que había compartido tantos años estaba cada vez más distante, y la incertidumbre la estaba consumiendo.—José Manuel… —dijo finalmente, rompiendo el silencio.Él levantó la vista con expresión impasible, esperando que continuara.—¿Qué va a pasar conmigo? —preguntó con un tono de voz más serio de lo habitual—. No puedes seguir evitándolo.José Manuel dejó la cuchara sobre el platillo con un leve chasquido y exhaló profundamente.—Samantha…—No, déjame terminar —lo interrumpió ella, inclinándose ligeramente hacia él—. Soy tu prometida desde hace años. Todos lo saben. Si me desprecias ahora, si decides dejarme de lad
El caos se desató en segundos.—¡Llamen a una ambulancia! —gritó una mujer con desesperación, mientras se arrodillaba junto al cuerpo inerte de Eliana.El sonido de bocinas, pasos apresurados y murmullos horrorizados llenaron la calle. Un hombre trató de abrir la puerta del auto, pero el conductor, con las manos temblorosas, pisó el acelerador y huyó a toda velocidad.—¡Dios mío, se ha dado a la fuga! —exclamó otro testigo, sacando su teléfono para tomar una foto de la placa, pero el auto desapareció en cuestión de segundos.Eliana yacía en el suelo, con los ojos entrecerrados y el rostro pálido. Un hilo de sangre bajaba desde su frente, resbalando por su mejilla y manchando la blusa clara que llevaba puesta. Su pecho subía y bajaba con dificultad, como si cada respiro fuera una batalla.—Se está desangrando… ¡La ambulancia tiene que llegar ya! —la mujer que estaba a su lado le sostuvo la mano, como si con ese simple contacto pudiera mantenerla con vida.Los segundos se sintieron eter
La enfermera se acercó con expresión preocupada, mirando a ambos hombres que esperaban ansiosos noticias de Eliana.—Necesitamos la autorización de un familiar para proceder con una cirugía urgente —informó con tono firme—. Se ha detectado un hematoma cerebral que debe ser drenado de inmediato, de lo contrario, su vida estará en peligro.José Manuel sintió un escalofrío recorrerle la espalda, mientras Alejandro daba un paso al frente.—Yo firmaré —dijo Alejandro rápidamente—.Pero José Manuel no se quedó atrás.—No, yo lo haré.La enfermera los miró con impaciencia.—¿Alguno de ustedes es su esposo o familiar directo?El silencio cayó como un peso entre ellos. Alejandro apretó los puños, mientras José Manuel tomaba aire.—Soy su prometido —mintió Alejandro con firmeza—.José Manuel lo miró con furia, pero antes de poder decir algo, la enfermera revisó el expediente de la paciente y alzó la vista con seriedad.—El contacto de emergencia de la señorita Eliana es el señor José Manuel San
El ambiente en la habitación era tenso, cargado de un silencio incómodo entre Alejandro y José Manuel. Solo el sonido constante del monitor cardíaco de Eliana llenaba el espacio, como un recordatorio de que ella seguía allí… pero sin él en su memoria.Alejandro, con los brazos cruzados, observó a José Manuel y finalmente rompió el mutismo.—¿Alguna novedad?José Manuel se pasó una mano por el cabello, visiblemente agotado.—Nada… sigue sin recordarme.Alejandro suspiró y miró a Eliana, su expresión se suavizó al verla descansar.—Al menos está estable. Eso es lo más importante ahora.José Manuel no respondió. Sus ojos seguían clavados en ella, en la mujer que lo había cambiado todo, en la mujer que amaba… y que ahora lo veía como un extraño.Alejandro se tomó el jugo de mango y dejo el postre en la mesita de noche y tomó asiento frente a José Manuel.—Hablé con los médicos —dijo tras unos segundos de silencio—. Dicen que el proceso de recuperación de memoria puede tardar días, semanas