La mencionada se empalideció ante aquellas palabras.
—¿Q-ue? Y-o no-no estoy enferma, Derek—la chica empezó a negar insistentemente, sentía como si su corazón había manoseado el suelo ante aquella invención—. Y-o me sien-to muy bien, ten-go muchas ener-gías—trató simular una sonrisa que persuadiera a Derek, pero el dolor de aquel aferre al que él la sometía se lo imposibilitaba de todas las maneras posibles.
Derek hizo caso omiso ante sus palabras y colgó la llamada, separándose el móvil del oído e introduciéndolo en el bolsillo de su pantalón. Permaneció unos cuantos segundos imperturbable observando a un punto indeterminado.
—¿Quién fue? —emergió de los labios del castaño.
—¿Q-ué?
—¿Quién te dio ese vestido?
—Lo- lo tenía guardado desde hac-e un tiempo, tú mis-mo me lo diste, ¿n-o te acuer-das, Der-ek? —mintió
Minutos pasaban y Derek no dejaba de observar a un punto indeterminado, pero en su mente, a pesar de permanecer tan aparentemente templado, maquinaba todas las cosas a las cuales sometería a Adalia. Ella se había atrevido a usar algo que él no le había dado, ella pagaría por ello, ella era suya, todo en ella le pertenecía, se refrendaba una y mil veces Derek en su cabeza.—¿Sabes? —habló el castaño desgarrando en silencio que había empantanado la escena—. Siempre que te hago mía lo hago en tu casa, y hace un rato, mientras observé como usabas el vestido que yo no te había regalado, pensé en que tal vez era hora de que te familiarizaras con mi cama.—¿Qu-é?—Lo que escuchaste.—Derek, por favor,
Adalia avivó con gran ímpetu sus ojos al ver aquel objeto, todo rastro de dolor físico se evaporó y a ella solo la hurgó el horror que empachó su interior.El rostro enfrascado en oscuridad de Derek, sumándole aquella arma potencial que bailoteaba entre sus dedos la llenó de sumo pavor, la asesinaría, la acuchillaría cruelmente con aquella tijera y después desecharía su cadáver inerte como mugre en una fosa subterránea, probablemente la profanaría numerosas veces antes de desecharla, de seguro jamás encontrarían su cadáver, sería engullida por gusanos y su alma nunca encontraría paz, sus pensamientos casi se escuchaban en el mórbido silencio que los envolvía.—¡No! ¡No, por favor! —suplicó encerrada en un miedo turbado—. ¡No me asesines! ¡Derek! ¡Te lo imploro! —el mencionado la silenció de una fuerte bofetada y se
Sus ojos empezaron a abrirse pesadamente.Sus largas pestañas parecían estar adheridas entre sí.Sentía húmedo.Todo a su alrededor se sentía acuoso.El agua se impregnaba a su débil cuerpo, cada gota aguijoneaba su piel.Alguien estaba tocando su cuerpo con suavidad.Restregándolo.La inconciencia no quería soltarla por completo, y de cierta manera ella tampoco quería volver a la desolada realidad que estaba engulléndola.Pero tarde o temprano lo haría.Aquello era inevitable.Sus pupilas se dilataron cuando fueron apaleadas por la luz de aquella bombilla que estaba a lo alto de aquel ostentoso y enorme baño.Empezó a pestañear reiteradamente y observó todo a su alrededor.Cerámicas abrigando la pared, color blanco simiente, un olor
Vestía una falda blanca con pliegues pronunciados y una camisa de cuadrados rojos y negros, de mangas largas con el designio de que encubrieran lo que Derek había hecho en su cuerpo, todas y cada una de las succiones que había acentuado de manera enardecida en su blanca tez, la cual era enteramente inmaculada hasta que le conoció; sus pequeños pies, uñas cortas se apreciaban en ellos, permanecían revestidos en unas zapatillas de tacón ligeramente ramplón cotejándolo con los gustos que ella acostumbraba poseer, pero como siempre, no atañían sus gustos, ella no era dueña de sí misma, no tenía potestad, voz de mando alguno sobre su cuerpo, él era quien la controlaba como una marioneta; sus blondos cabellos sueltos. Piernas cruzadas una sobre la otra como él le había ordenado hacer, ella permanecía en la parte del copiloto del coche tratando de mirar en todas las trayectorias menos al lado suyo en donde Derek permanecía conduc
Una convulsión fuerte enfrascada en suma vehemencia mezclada con aprensión zarandeó la medula de Adalia de tal modo que el móvil se escurrió de sus manos que de inmediato se humedecieron en transpiración, siendo encerradas por un escuálida capa que no desistía de expandirse.Dejó desplomar su esbelto cuerpo en la cálida cama sin proporcionarle nada de cuidado o importancia al malestar que lesionaba sus extremidades ante el más imperceptible o nimio movimiento, su vista se precisó en el techo tono pajizo neutro y empezó a hiperventilar tenuemente con su corazón pulsando a un eminencia descomedida, amenazando con estallar dentro de ella en cualquier segundo.¿Por qué tomaba tan malas decisiones? ¿Ahora qué carajo iba a hacer?, se increpaba en sus pensamientos. Tan acongojados que parecían originar eco al colisionar en cada margen de toda la recamara en la que ella permanecía siendo martirizada
La rubia tan solo había aguardado a que su progenitor situara un solo pie fuera de su casa y había emprendido a colocarse el fastuoso vestido, la tela de la prenda se aclimató a ella como si fuese una segunda piel, lograba resaltar sus casi imperceptibles curvas y formaba contraste con su tono de piel, tan blanco como el jade; sus pequeños y delicados pies revestidos por aquellos tacones melindrosos y minúsculos parecían ser los de una muñequilla ilusoria. Nada de maquillaje acarreaba en su rostro y se sentía libre de estar así. Inclusive, sin emplear aquellos cosméticos que parecían una tosca capa de escayola, se apreciaba más hermosa, aunque tal vez algunas máculas esculpidas estaban en su rostro, aquello era parte de su belleza natural.Ella se colocó la cadena y observó al espejo su apariencia, regalándose una sonrisa de prosperidad, una que hace un considerable tiempo no le proporcionaba a su reflejo a
Aquella noche era una en donde el frio forraba tu piel. El cielo estaba borrascoso por espesas nubes, y la total privación de irradiación terrestre permitía a las tinieblas campar en todas las calles y plazas de la población, pero para Adalia, era la más hermosa noche que podía haber en Florida.El lugar en donde ambos cenarían era sumamente divino, agradable de tan solo verlo, quedaba bastante contiguo de la vivienda de Adalia, de hecho, a menos de diez minutos por lo que ambos concluyeron en ir caminando, así fructificaban y tomaban aire fresco que, atiborrada de bienestar a su interior, la corriente de viento agasajaba con delicadeza la piel de ambos y aunque la noche era lóbrega, los ojos de la rubia figuraban irradiar.Desde hacía mucho tiempo, Adalia no se sentía cómoda de que un hombre sostuviera su mano. Cada vez que Derek lo hacía, comprimía sus dedos con ímpetu e impelía su cuerpo empl
Sus ojos, eran un océano borrascoso y riguroso de arrebato comprimido y conglomerado que chapoteaba hasta el suelo de aquel baño en donde únicamente residían ellos dos, la víctima y el verdugo; el furor podía distinguirse elevarse extrínsecamente de él, direccionada, aquella violencia estaba hacía aquella blonda estremecida.Ella por instinto, reculó atemorizada y acobardada a más no poder, pobremente conseguía desandar sobre sus pasos, el miedo tentó solidificar todos los huesos de su cuerpo. La expresión esculpida en el rostro de Derek era la furia encarnada, la respiración de él se escuchaba, de tan exasperada y exaltada que brotaba de sus labios adosados ante una mezcla de ira tan grande que la estaba tomando todo a él no estallar en un baladro; parecía una bestia avizorando a la victima con la que terminaría brutalmente.El castaño se giró sin decir palabra alguna y colocó seguro al baño. Aunque, de todas formas, la dicha de Adalia era tan irrisoria