146. La pulsera

Hadriel se encontraba sentado en el sofá, observando cómo el sol comenzaba a descender en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados. Estaba acompañado por la señora Dahlia y por Hellen. La conversación fluía con la calidez y naturalidad que siempre había sentido en la familia Harper, pero aquella tarde en particular le evocaba recuerdos muy profundos, de una época que, para él, se sentía como un hermoso sueño del que nunca habría querido despertar.

Rememoraba con claridad los días en Alemania, cuando los gemelos eran apenas unos bebés y él había tenido que dejar temporalmente su vida en su país natal para estar al lado de su padre enfermo y apoyar a Hellen durante el embarazo. Esos días habían sido agotadores, llenos de desafíos, pero también increíblemente gratificantes. Cada sonrisa de Hellen, cada pequeño avance de los gemelos, cada momento compartido con la familia de su esposa, lo habían hecho sentir más vivo, más conectado con una vida que, por mucho tiempo,
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