El sol se vislumbraba en lo alto, haciendo que la nieve que había caído la noche anterior, brillara como montones de plata que se derretía poco a poco. Hacia frio, y casi cada chimenea en la vieja mansión entre las montañas, había sido encendida para mantener el sitio caliente y adecuado para una embarazada en recuperación.Soromir miraba a los sirvientes corriendo de un lado a otro para dejar aquel lugar impecable, pues por orden de su señor, debía quedar reluciente para recibir a una visita realmente importante.—Mi señor, me ha mandado a llamar a pesar de haber huido de las tierras Fenrir sin avisarme, ¿Puede decirme que es lo que está ocurriendo? ¿Quién es esa visita tan importante que ha de recibir pronto? —Ares, con su expresión completamente estoica y pensativa, miró de soslayo al Beta que intencionadamente había dejado atrás, pero que siempre necesitaría a su lado.—La he encontrado Soromir, encontré a mi Eufemia —En los jardines, la hermosa mestiza de cabellos dorados pasea
El paisaje helado de las montañas poco a poco se iba quedando atrás, dejando en el corazón del Alfa una sensación de vacío como nunca antes había sentido. La nieve comenzaba a caer nuevamente; el invierno había llegado, y la calidez de la primavera parecía demasiado lejana. Los últimos cervatillos de la temporada, corrían en manada buscando alimento y refugio contra el cruel frio que pronto azotaría a aquella solitaria región que tantas memorias guardaba. Sin embargo, nada de aquello parecía realmente relevante entre la marea de pensamientos que lo golpeaban una y otra vez sin detenerse.“¿Por qué no paras de una buena vez? ¡Deja de jugar conmigo Alfa Ares! Si no sientes nada por mí, no me beses como si lo sintieras, eso es cruel, ¡Es incluso mucho más cruel que dejarme esa horrible marca!”Aquellas palabras que la escritora le había dicho, le habían herido el corazón, quizás, incluso más que aquel día en que había perdido a la mestiza a la que le juro sus afectos para siempre. Eufemi
El invierno había llegado, y los humanos, habían comenzado a llenar el exterior de sus casas con mil decoraciones que, tan coloridas como eran, parecían desafiar la pulcra blancura de la nieve, llenando todo de calor y dicha. Los niños miraban los escaparates de las tiendas, completamente emocionados al mirar los mil y un juguetes que, dando una mirada de cachorro anhelante, suplicaban a sus padres o al viejo panzón y de barba blanca, les dejaran bajo el colorido árbol para las navidades que estaban próximas a llegar. La imagen del regordete de la barba blanca y el traje rojo, estaba en todas partes alumbrando todo con aquella enorme sonrisa y mejillas sonrosadas, que era capaz de transmitir una sensación de alegría que no tenia igual.Habían llegado a la ciudad, Glastonbury era mucho menos rustica de lo que recordaba, y toda clase de gente recorrían sus calles llenas de adornos y de puestos que ofrecían algo caliente para mitigar el frío que se estaba sintiendo. El aroma a chocolate
El canto de alguna ave, resonaba en cada rincón de la mansión durante esa mañana que recién comenzaba. Algunos débiles rayos de sol, se colaba entre las ventanas. Fuera, hacia demasiado frío, tanto que parecía entumecer el alma. Eufemia escuchaba a Jennifer hablando alegremente; le contaba de su novio humano al que deseaba estar viendo prontamente, pues, aunque él sabía perfectamente su condición de mestiza, no le había dicho exactamente a donde era que iría por petición de Ares.—Es maravilloso, en verdad, en las pasadas navidades me regalo un enorme oso de peluche con un delicado collar de oro que tenía nuestras iniciales, y yo solo le di un par de medias y una taza para su café, a veces creo que no lo merezco, pero en verdad lo amo, si me imagino una vida junto a él, y tener hijos y, ya sabes, llegar a viejos, el aún conserva la taza y es su favorita, no usa otra en su oficina — decía agitada y emocionada la médica.Eufemia reía. Aquello sonaba realmente maravilloso, como un amor p
—Ella, fue tomada por la fuerza, Ares Fenrir se la llevó con el —Un terrible viento se había desatado, presagiando una terrible tormenta invernal para la que debían de estar preparados. Los ojos del Alfa Farbauti, casi se habían salido de sus cuencas ante el horror que aquellas palabras de su amigo le habían hecho experimentar. Lagrimas frías se habían derramado de sus ojos, naciendo desde lo más hondo de su alma que acababa de romperse en mil pedazos. Ares Fenrir, aquel malnacido que había despreciado a su hija, había cometido el más infame de los actos contra ella.—¡Maldita sea! — gruño el lobo que se sentía completamente devastado al saber a su hija en las viles manos de aquellos mismos miserables que la habían humillado desde su más temprana infancia, castigándola a ella por los errores que el cometió. Estaba embarazada de ese bastardo, sola y desprotegida en sus manos, y quizás, incluso muerta entre las garras de Enegor. Su querido amigo Noah, aquel que le dio un refugio seguro
— ¿Eres tú? Ares — El Alfa sentía aquel nostálgico aroma que le traía recuerdos trágicos de un día en verano. Aquellos brazos delgados se aferraban a su cintura, completamente aferrados y sin la intención de dejarlo irse. Aquella mujer era tal cual la recordaba de sus memorias escasas; el mismo aroma, el mismo cabello, y aquella voz melodiosa que casi no recordaba, lo bombardeaba de tal manera que se sentía repentinamente mareado. Sin embargo, y aun cuando aquello debía de ser tal cual en sus sueños había dibujado una y otra vez, no se sentía tan feliz y emocionado como había esperado...aquella mujer, era supuestamente Eufemia Farbauti, y, sin embargo, no la sentía como ella. —E-Eufemia — Musitó Ares sintiendo aquel abrazo tan frío como el hielo, y a aquella mujer como si no fuese quien decía ser. Apartándola con delicadeza, la miró directamente a los ojos, y se sintió decepcionado al notar que estos, no poseían aquel brillo de llamas ardientes que la escritora que esperaba a su
El amor. Ese sentimiento tan complicado que te sube hasta la cima de las nubes entre sueños de color de rosa, que tambien te puede hundir, al mismo tiempo, en el peor de los avernos para eternamente sufrir entre pesadillas sin remedio. No importa lo mucho que intentes huir de él, simplemente es imposible, pues todos buscamos sentirlo de alguna manera, y no podemos escapar de ello.Ares miraba por el retrovisor de su lujoso auto a aquella mujer a la que alguna vez, hacía ya demasiados años, le había hecho un juramento: el la amaría todo el resto de su larga y longeva vida, soñando con que ella hiciera lo mismo. Sus ojos zafiro, una vez más, observaban cada detalle en aquella joven que admiraba su imagen en aquel espejillo de mano mientras se coloreaba os labios de un rojo sangre. Era ella, al menos, parecía serlo. Sin embargo, de ella no emanaba aquel calor que vagamente recordaba, ni esa dulce amabilidad que lo había hecho caer ante ella. La “mestiza” que estaba en el asiento trasero,
Los grises cielos ocultaban la luz de un nuevo día que recién daba comienzo, gotas de lluvia, pequeñas, imperceptibles, de a poco iban empapando los prados de trigo y lavanda que permanecían escondidos hasta la próxima primavera. El viento comenzaba a mecer las altas copas de los arboles con gran violencia, y las hojas secas eran arrastradas en el aire sin piedad, marcando el rumbo de lo que estaba a punto de comenzar. Una tormenta iniciaba y con ella, lobos caminaban lento, pero firme, hacia aquella vieja mansión de un clan siempre respetado.Adara, frustrada, arrojaba madera seca al fuego de la chimenea que ardía abrazador consumiéndolo todo. Sus sentimientos por Ares, aun cuando llevaba aquel odioso disfraz, habían sido rechazados. Se sentía miserable, completamente sola en aquella casona plagada de habitaciones vacías que tan solo le traían malos recuerdos.Su padre, siempre, había deseado tener la posición del Alfa de aquella manada que la había visto nacer. Cada uno de los hijos