Vermont.
-“Eres un estúpido, Vermont Wilson. ¡Maldita sea! ¡Qué vergüenza!, ¡y bájame ya! ”- me dijo cuando ya estábamos solos, con la puerta del ascensor cerrada, mientras ascendíamos a mi despacho.
-“¡Cállate ya, maldita mujer!, no haces más que meterte en problemas, ¿sabes el trabajo que das? Estamos en una misión, miles de personas pueden morir, y tú, que en tu cuerpo tienes la única arma definitiva para vence
Sofía (alias Isabel). - “Bueno al menos sé que ya me hablas, aunque sea sólo para insultarme, si te soy sincero me tienta más que lo hagas para hablar de otras cosas más interesantes, pero como no se puede…”- me dijo, haciendo que la indignación, y la vergüenza que lleva un rato sintiendo, se multiplicara por dos mil. Una milésima de segundos antes de saltar, tuve la intuición de que el idiota de Vermont lo había dicho a adrede, para desestabilizarme, pero no fue lo suficiente fuerte, como para detener ese tren que estaba descarrilando, sobre todo cuando mi carácter explosivo se adelantó a mi lógica, tomando el control, y esto generó que me descontrolara. En un segundo me vi levantando la pierna en una elaborada patada de Krau Magan, para intentar golpear alguna de sus partes más blandas y dolorosas, pero al contrario de las dos veces anteriores, y siendo él, como era, un experto policía, rápidamente previó mi ataque, y en seguros me vi segura por mis caderas, mientras mi pierna,
Narrador. Mientras los señores Wilson, mantenía este encuentro en el despacho de Vermont, a la empresa había llegado, con intención de tantear al nuevo heredero y sucesor, del grupo Wilson, el CEO de Corneld. Andrew Corneld no se había tomado muy bien, que desde el grupo Wilson, hubieran cambiado a el responsable con el que él había llevado las negociaciones al principio. Todo para incluir a los nuevos microchips de su empresa, a la nueva familia de misiles nucleares y no nucleares que el Pentágono había adquirido, por el contrato que tenía con las empresas de Wilson Weapons Technology, para los próximos diez años, incluyendo sus mejoras. El CEO siempre había negociado, con el ambicioso David Helman, el vicepresidente del grupo Wilson, pero tras la llegada del hijo prodigo, toda esa negoción había pasado a el futuro CEO del grupo Wilson, Vermont Wilson. Si no hubiera sido porque, primero las negociaciones iban muy avanzadas, y que, tras la investigación de su asistente, Cotton Ma
Sofía (alias Isabel). Me hice la desentendida mientras escuchaba hablar al asistente del señor Corneld de espaldas a mí, como para preservar un poco su intimidad hacia mí, trataba de hablar bajo, y su árabe era muy fluido, con términos que ocasiones se me escapaban, sólo un nativo de esa lengua podía hablar así. Desee que el ascensor fuera más lento, o que incluso se estropeara, para poder recoger en mi grabación toda la conversación. Pero el tiempo era limitado, así que debía de aprovecharlo, fingí mirar mi móvil mientras lo oía hablar, como si estuviera totalmente absorta en lo que estaba mirando. - “Gran Sayyid, que Ala sea contigo… si estamos ahora mismo en la sede central del grupo Wilson… yo me he separado del pequeño Sayyid, para investigar la esposa del heredero … por desgracia es así … aun lo tiene controlado, pero … no puedo permitir, que el pequeño Sayyid se distraiga, y se obsesione con esa mujer, … eso retrasaría nuestros planes… lo tengo en cuenta … pero como sabrá
Vermont. Pocas veces me sentido tan alerta con otro ser humano como con Andrew Corneld, y soy un policía, con experiencia de muchos años en Nueva York, una de las ciudades con más criminalidad de los Estado Unidos, sobre todo en algunas zonas de la periferia. Pero el CEO de Corneld Industries, tenía un algo oscuro en la mirada, era mi sexto sentido de policía, un instinto que me había librado de más de un problema en mi vida profesional, que estaría influyendo, pero no podía relajarme, ni bajar la guardia ante él. Pero lo que, si tenía claro, que Andrew Corneld, no era quien decía ser. Desde que entró en mi despacho, una sensación de que mediría cada cosa que yo decía, me hizo extremar mi precaución, mientras que yo analizaría cada cosa que hacía y decía él. - “Veo señor Wilson que su padre le ha instruido bien, ya sabe cada uno de los avances de las negociaciones.”- me dijo tras exponer yo lo que conocía hasta ahora del progreso del nuevo contrato, que aún se estaba definiendo
Sofía (alias Isabel). Sabía que estaba en brazos de Vermont, sólo por la sensación de seguridad que sentía y que recorría mi cuerpo, pero aun así, lo sentía como irreal, así como todo lo que me rodeaba, aunque mi cuerpo estaba en esa limusina, entre sus brazos y su calor. Además de que sus palabras y sus caricias, calmaban el acelerado latir de mi corazón, aun así, mi mente acusaba el dolor de saber que había estado frente al asesino de mi mejor amiga, y no había hecho nada, sólo permanecer de pie ante él, mientras el odio, la rabia y el dolor me golpeaban como grandes olas a una roca, en cualquiera acantilado, oscuro y siniestro. Seguía oyendo la voz de Vermont intentado que reaccionara, y sabía que debía decirle algo pero mi mente no coordinaba con mi boca y los que me salió fue una repetición de las palabras que golpeaban en mi cabeza, haciéndome sentir humillada y herida. - “Fue él, fue él”- murmuré en un hijo de voz. - “¿Qué te ha ocurrido, preciosa?”- me dijo Hasta ahora el
Sofía (alias Isabel). Lo miré como si estuviera loco, pero cuando me deposito en suelo frente a mi enorme ducha de cristal, apenas pude reaccionar, cuando me vi pegara contra su cuerpo, de repente, mojándole su ropa con la mía, mientras el enorme albornos cedía, cayendo al suelo. -“¿Qué…?”- fui a quejarme pero mis labios fueron silenciados por los suyos, mientras era empujada e introducida en la enorme ducha, caminando hacia atrás, mientras el pegaba su cuerpo la mío. Sólo me detuve cuando sentí a mi espalda el frio de a unas de su paredes laterales de la acristaladas ducha. No podía resistirme, desde que sentí sus labios, su sabor, su aliento, las ganas de abrazarme a él, de sentirlo, me golpearon de las misma manera que me había golpeado la ira momentos anteriores. Había oído el dicho de que el deseo y la ira se retroalimentaban, pero jamás lo había experimentado, hasta ahora, cuando me vi, dentro de aquella enorme estructura de metal y cristal, mientras nuestras manos ayudaban
Vermont. Me desperté antes del amanecer sintiendo a mi lado el calor de esa mujer, no pude evitar que a mi memoria regresaran los sentimientos, las sensaciones y los recuerdos de la noche que habíamos pasado. Su calor, su fuego, esa sensación de que tenía que hacerla mía para poder seguir respirando, en un principio pensé que sólo la volvería loca de deseo, para que acabar estallando de placer, algo físico, algo que no implicaría sentimientos, lo que fuera para sacarla de ese estado de shock en el que se encontraba, pero se me fue de control. En el momento que la tuve desnuda y en mis brazos, en el momento que toqué su piel y sus labios, todo, pero todo cobró otro sentido para mí, me volví loco por ella, se me metió bajo la piel, y me llego muy a dentro. Pero eso, en un hombre que tiene las cosas tan claras como yo, es algo que no me debo permitirme. Durante unos minutos, luché contra estos sentimientos, que me arrasaban, que me impedían que me alejara de ella. Deseaba, para mi p
Sofía (alias Isabel). Ni se me pasó por la cabeza que ambos o que uno de nosotros tuviera que ceder en nuestras expectativas, por tener un futuro juntos, reajustándonos, perdiendo parte de nuestros sueños, pero para eso, no sólo el sentimiento debía ser mutuo, también la voluntad y el sacrificio. Y ahí estaba el problema, por la reacción que me trasmitió el policía, mientras estaba despierto a mi lado, en la cama, antes de levantarse, supe con seguridad, que él los sentimientos de ambos podían no ser compartidos, y si lo eran, él, como yo, teníamos primeros nuestros sueños, por los que llevamos años luchando. - “Para ser justo, yo tampoco tengo la seguridad de dar ese paso, no cuando mi parte del sacrificio significaba renunciar a mi principal sueño, viajar por él mundo.”- dije en alto, mientras oía la ducha donde seguro ahora mismo el hombre que me había robado el pensamiento y probablemente el corazón, se estaba duchando. - “Además ¿quién me asegura que él siente lo mismo?, lo