—Ya todo acabó—susurró Jarli mientras le daba un beso a Debora en la mejilla.—Oh, Jarli, ¿estás bien?—preguntó Debora, visiblemente sorprendida, mientras veía a su esposo con ojos de amor.Jarli asintió, llevando sus manos al vientre de Debora y acariciándolo con ternura. —¿Cómo está la bebé?—pregunto con una sonrisa.—Estamos bien, gracias a ti, mi amor.Ambos se volvieron hacia Rodolfo al escuchar sus pasos alejándose.—¡Rodolfo!—gritó Debora, pero era inútil, Rodolfo ya se había escapado. en realidad lo único que Debora quería era ayudarlo a seguir adelante, con una vida sana, y sin problemas.Quedaron paralizados, tratando de asimilar lo que había pasado. Jamás pensaron que Rodolfo escaparía de esa manera.De repente, un disparo rompió el silencio y Jarli cayó al suelo, aferrándose a las manos de su esposa.—¡Te irás al infierno conmigo!... dijo Amanda.Los ojos de Debora se llenaron de horror. En ese instante, su corazón se detuvo al ver la sangre brotar del pecho de Jarli. Sus
El padre de Debora quedó paralizado, incapaz de comprender las palabras de su hija. Al principio pensó que estaba bromeando, pero no. Luego comprendió que todo era cierto. Sabía cuándo su hija no estaba bien y cuándo sí lo estaba. Por esa razón, la abrazó fuertemente, le dio un beso en la mejilla y con sus manos grandes acarició su vientre.—Hija, realmente no entiendo lo que sucede, pero... te aseguro que haré todo para ayudarte.—No, papá, no debes ayudarme ya. Jarli está muerto. Esa mujer lo asesinó. Su exnovia Amanda.Debora se aferró desesperadamente a su padre como si el mundo se fuera a acabar. Tragando sus palabras entre sollozos, continuó llorando y llorando hasta que se hizo de noche. Lloró tanto que se cansó y quedó dormida. Su padre, en la sala de espera, estaba muy tenso. No sabía nada de Amanda ni de ninguna otra cosa, ya que el taxista que trajo a Debora al hospital se había ido sin dar respuesta. Por esa razón, era extremadamente difícil adivinar qué estaba pasando, pe
Debora salió corriendo tan desesperada que la planta de sus pies comenzó a dolerle intensamente. Los enfermeros intentaron detenerla, pero fue en vano; la mujer tenía una urgencia incontrolable de ver a su esposo. Cuando empujó las puertas con fuerza para salir del hospital, vio cómo su esposo era trasladado en una camilla. En ese momento, Debora quedó paralizada y sus manos empezaron a temblar. No podía creer que Jarli aún siguiera con vida. —¡Con permiso! —gritó un doctor con la mirada llena de preocupación. Debora corrió junto a ellos, exclamando el nombre de su esposo. Jarli había perdido tanta sangre que sus labios estaban pálidos como la nieve.Fue llevado a la sala de operaciones mientras Debora veía cómo le cerraban la puerta en la cara. Desesperada y en estado de shock, golpeaba la puerta de urgencias con sus puños, queriendo entrar. Sus padres la sujetaron fuertemente, intentando calmarla, aunque lo único que podía calmarla era ver el rostro de su esposo.—¡Mamá, Jarli está
Martes treinta de julio. Habían pasado dos días exactamente desde aquel entonces. Jarli aún se encontraba inconsciente. En varias ocasiones despertaba, pero nuevamente caía en el sueño profundo. Desafortunadamente, estaba en cuidados intensivos. Su esposa, Debora, yacía aferrada al frío suelo del hospital mientras dejaba caer sus cálidas lágrimas sobre las manos inertes de Jarli. —Por favor, despierta ya. ¿Acaso no piensas preguntar por tu hija? —cuestionó Debora, muy enojada, más como un regaño desesperado. Al otro lado de la habitación, estaba Javier, quien lloraba en silencio al ver a su cuñada tan triste. Enroscó su puño, lo llevó a su boca y se mordió la mano. Necesitaba liberar esa furia contenida. Sin poder soportar más, salió corriendo hacia las afueras del hospital. Debora, por su parte, seguía aferrada a la esperanza de que su esposo reaccionara. En el fondo de su corazón, no dejaba de orar. Durante esos dos días se había convertido en una ferviente creyente, sintiend
Debora no comprendía lo que su esposo estaba diciendo. Creyó que de pronto eran los efectos secundarios de aquella operación, pero la mirada dura de su esposo decía todo lo contrario. Estaba más que decidido: no podía continuar con esa relación donde ambos se estaban haciendo daño, y más porque iba a correr el riesgo de que la bebé también sufriera.—¿Por qué estás diciendo esas palabras de repente? ¿Acaso no ves que acabas de salir de una operación? —dijo Debora, tratando de hacerlo entrar en razón, pero no era suficiente; él estaba decidido.—No, esta es mi decisión. Tú y yo nos vamos a divorciar. No podemos seguir —dijo sin mirarla a los ojos, lo que más le dolió a ella.—Dame los motivos por los cuales quieres terminar una relación conmigo —dijo ella, tomando sus manos mientras buscaba su mirada, pero él la seguía evadiendo, esquivándola.—Mira todo lo que has pasado por mi culpa, casi te matan. Además, no sé qué hubiera pasado si nuestra bebé también... Debora, no podemos estar j
Jarli soltó un suspiro desgarrador. En ese instante, se sintió el peor hombre del mundo. Una punzada enorme le recorrió el pecho y se extendió por todo su cuerpo. Sus manos empezaron a temblar, incapaces de abrazar a su esposa. Pero tenía que ser valiente y mantener su palabra. Amaba profundamente a Debora y no permitiría que le ocurriera nada peligroso, especialmente después de todas las adversidades que ella había enfrentado por su culpa.Debora, sin entender la gravedad de la situación, se arrodilló nuevamente ante Jarli, y comenzó a clamarle con desesperación. Las lágrimas de Jarli comenzaron a brotar lentamente de sus hermosos ojos. Con manos temblorosas, acarició el cabello de Debora, un gesto que hizo que a ella se le erizara la piel y sonriera débilmente. Creía que todo estaba resuelto, pero no sabía que Jarli estaba firme en su decisión. La relación estaba deteriorada, y continuarla solo significaría más dolor para ambos.En ese momento tan incómodo, entró el padre de Debora
Han pasado casi cinco meses desde aquel fatídico incidente. Débora se encontraba acostada en su cama, mirando cómo se aproximaba la fecha de su cesárea. No sentía dolores, ya que con la cesárea la mujer no siente dolor, pero una inquietud sorda la invadía.—Mi amor, te he traído un helado de chocolate, tu favorito —dijo Jarli, su esposo, mientras dejaba el tazón de helado en la mesa y le regalaba una sonrisa reconfortante.—Muchas gracias, querido —dijo ella, mientras levantaba su pesada barriga y tomaba el helado con ambas manos, sirviéndose un poco en una tacita.—No te excedas demasiado —dijo Jarli con una sonrisa radiante, dejando ver su perfecta dentadura. Durante estos meses, Jarli había aprendido a amar a los seres que los rodeaban; su corazón, que antes era negro y oscuro como un pantano, ahora se había transformado en uno lleno de amor y paciencia.—Debo comer todo el helado que pueda, recuerda que en unos días ingresaré a cesárea y tendré que seguir una rutina alimenticia ba
Jarli estaba sentado en el sofá, concentrado en su computadora. Había trabajado desde casa durante un par de años, y aunque estaba acostumbrado a los gritos de sus dos hijos, Esperanza (7 años) y Jarvin (3 años), esa tarde se sentía especialmente abrumado.—¡Papá, papá! ¡Mi hermana no me quiere dar la patineta! —gritó Jarvin, con un llanto desgarrador que resonó en toda la casa.Jarli dejó el portátil sobre el sofá y corrió a cargar a su pequeño, llenando su carita de besos en un intento desesperado por calmarlo. Su esposa, Debora, estaba en el mercado haciendo unas compras, y para Jarli era todo un desafío cuidar a los dos niños solo. Esperanza, siempre egoísta con su hermano menor, escondía un poco de celos tras su comportamiento. Aunque nunca lo demostraba abiertamente, su actitud posesiva era una constante lucha por llamar la atención.Esperanza, con tan solo siete años, ya mostraba un temperamento fuerte e inquebrantable. En la escuela, no dejaba que ningún niño se metiera con el