—Vamos, muchachos —insistió Anselmo, apoyándose en su bastón y mirándonos alternativamente con sus ojos penetrantes—. No me dejen con la miel en los labios. Estuvieron todo el día en "La Luz", esa vieja casona que ha visto pasar tantas cosas. ¿Qué encontraron allí? ¿Se respira todavía ese aire de misterio del que tanto se habla?Richard y yo intercambiamos una mirada breve. Decidimos contarle a Anselmo lo que había sucedido, omitiendo, por el momento, la extraña interacción de Elena con Richard.—Bueno, Anselmo —comencé—, estuvimos limpiando, como nos pidió Laura. La casa es... impresionante, muy antigua, como usted dice. Y conocimos a la cocinera, la señora Elena.—¿Elena sigue por ahí? —preguntó Anselmo, con un tono que denotaba cierta sorpresa y algo más que no pude descifrar—. Esa mujer... tiene sus años. ¿Se portó bien con ustedes?—Sí, fue amable —respondió Richard—. Nos preparó la comida.—¿Solo eso? —insistió Anselmo, con su mirada fija en nosotros—. ¿Nada más les llamó la ate
—Abuelo —comenzó Richard, su voz tensa, apenas controlando la agitación—, tienes que decirme más. ¿Quién era mi madre? ¿Cómo se llamaba? ¿Por qué mi padre me trajo aquí sin decirte nada de ella?Anselmo suspiró, pasando una mano temblorosa por su rostro arrugado. —Hijo... no lo sé. Tu padre nunca habló de ella. Era un hombre reservado, como ya te dije. Llegó una noche de tormenta, hace ya tantos años... Te traía envuelto en esa manta, dormido. Estaba pálido, agotado. Solo me dijo: "Cuídalo, padre. Es lo más importante". Y no dijo nada más sobre tu madre.—¿Ni siquiera su nombre? —insistió Richard, con la desesperación creciendo en su voz.—Nada. Nunca mencionó su nombre. Le pregunté, claro que le pregunté. Pero él solo desviaba la mirada, decía que no importaba, que lo único importante eras tú.Observé a Richard, su frustración era palpable. Sus manos se habían cerrado en puños y su respiración era entrecortada. Intenté intervenir, buscando una manera de enfocar las preguntas.—Anselm
Mientras le estábamos contando a Irene los intrincados detalles de los misterios de "La Luz", mi teléfono comenzó a sonar. Miré la pantalla y vi el nombre de Magaly, una colega periodista y amiga muy querida. Fruncí el ceño ligeramente, preguntándome qué podría querer.—Disculpen un momento —les dije a Irene y Richard, levantándome un poco de la mesa para contestar la llamada.—¡Amiga, te tengo que contar algo! ¡Es una sorpresa! —exclamó Magaly con una excitación palpable al otro lado de la línea.—¿Qué pasa, Magaly? ¿De qué se trata? —pregunté, sintiendo una punzada de curiosidad.—¡Estoy en camino para Villa Esperanza! —soltó, con un tono de voz que irradiaba alegría.—¡No lo puedo creer! —exclamé, mi sorpresa genuina. Magaly viviendo en la capital, que viniera hasta Villa Esperanza era algo completamente inesperado. —¿Qué te trae por aquí? ¿Pasó algo?—¡Solo me dieron vacaciones! —exclamó Magaly, su entusiasmo contagiándome a través del teléfono—. Y me dije: ¿qué bueno sería vivir
Valentina se quedó en silencio por un instante, con la mirada perdida en algún punto de la habitación. La pregunta de Magaly la había tomado por sorpresa, aunque en algún rincón de su mente sabía que era una cuestión inevitable.—¿Qué siento por Richard? —repitió en voz baja, casi para sí misma, como si estuviera saboreando las palabras, intentando descifrar sus propios sentimientos al pronunciarlas. Su mente retrocedió a los momentos compartidos: la tensión en el faro, el miedo en la iglesia, la extraña conexión en la mansión, la determinación compartida por descubrir la verdad... y la calidez de su mano tomando la suya.Volvió la mirada hacia Magaly, con una expresión pensativa. —Estoy... algo confundida, para ser sincera. Nunca antes había sentido algo así. Con Richard... es diferente. Desde el principio, hubo una conexión, una especie de entendimiento tácito. Hemos pasado por situaciones muy intensas juntos, momentos de miedo, de incertidumbre... y en esos momentos, él siempre ha
En el instante en que Richard deslizó su mano por mi brazo, una corriente eléctrica recorrió cada fibra de mi ser. Su tacto, tan inesperado como ligero, despertó en mí una oleada de sensaciones que luchaban por ser reconocidas. Era una atracción innegable, una punzada cálida y confusa que me dejó sin aliento por un segundo.—¿Qué vamos a hacer, Valentina? —preguntó Richard, su mirada juguetona y penetrante al mismo tiempo. Parecía haber notado el pequeño temblor que recorrió mi cuerpo, la agitación que su simple caricia había provocado. Una sonrisa traviesa danzaba en sus labios.—Vamos... —tartamudeé, sintiendo mis mejillas encenderse. Mi mente intentaba ordenar el caos de mis emociones, buscando una respuesta coherente—. Vamos a los registros del pueblo. Necesitamos saber si podemos conseguir algo que nos indique que Esmeralda realmente vivió en Villa Esperanza. Esa manta... las flores... siento que la respuesta podría estar ahí.Intenté desviar mi propia turbación centrándome en el
—Señora Ana —dijo Richard, dejando a un lado la carpeta con un suspiro pesado—, usted mencionó que el forense que levantó el cuerpo de mi padre se llamaba Alberto Gutiérrez, ¿verdad? ¿Lo recuerda? ¿Sabría dónde podríamos encontrarlo?La señora Ana frunció el ceño, pensativa. —Alberto... Alberto Gutiérrez... Sí, claro que lo recuerdo. Era un hombre muy serio, muy dedicado a su trabajo. Hace muchos años que no lo veo... creo que se jubiló hace tiempo. No estoy segura de si sigue viviendo aquí en Villa Esperanza. Quizás alguien en el centro de salud o en la alcaldía podría tener alguna información sobre él.Luego, Richard se inclinó hacia adelante con renovada esperanza. —¿Y recuerda algo sobre una joven llamada Esmeralda? Estaríamos muy interesados en saber si alguna vez vivió aquí.La señora Ana sonrió levemente, como si un recuerdo fugaz hubiera cruzado su mente. —¿Esmeralda? Sí... me suena ese nombre. Creo recordar que una vez hubo una Esmeralda por aquí. Era una jovencita, creo. Gan
La puerta de la cabaña se abrió justo cuando Richard levantaba la mano para llamar. No hubo bisagras que chirriaran ni pasos que anunciaran su llegada. Simplemente, la madera oscura cedió hacia adentro, iluminada tenuemente por la luz parpadeante de una lámpara de aceite en el interior.Al acercarnos a la cabaña bajo la tenue luz de la luna, Magaly se detuvo en seco, observándola con los ojos muy abiertos y una exagerada expresión de asombro.—¡Madre mía! —exclamó—. ¿En serio vive aquí? Parece la casa de la abuelita... ¡pero si la abuelita fuera una hechicera que colecciona calderos y gatos negros! ¡Espero que no nos ofrezca sopa de murciélago!Cuando la puerta se abrió de repente y Elara apareció en el umbral, Magaly soltó un pequeño grito ahogado, agarrándose a mi brazo con fuerza, pero con una sonrisa nerviosa asomando en sus labios.—¡Ay, caramba! —dijo con los ojos muy abiertos, mirando a Elara de arriba abajo—. ¡Pero si es la mismísima Baba Yaga! ¡Señora Elara, con todo respeto,
Mientras Elara, Magaly y Richard seguían conversando sobre el té y sus posibles efectos, de repente me detuve, aspirando profundamente el aire. Un aroma dulce y familiar flotaba en el ambiente, sobreponiéndose al olor a hierbas secas de la cabaña.—Qué me huele... —murmuré, frunciendo el ceño mientras intentaba identificar la fragancia—. Ese olor... son unas flores que hay en el jardín, ¿verdad?En ese instante, como si el aroma hubiera abierto una puerta olvidada en mi mente, una oleada de recuerdos me invadió. Imágenes fragmentadas, sensaciones borrosas... la luz tenue filtrándose por una ventana alta, el eco distante de voces infantiles, la tristeza opresiva de la soledad.—¿Qué sucede, Valentina? —preguntó Elara con suavidad, notando mi repentino cambio de expresión.Mi voz temblaba ligeramente al responder. —Es ese olor... me recuerda a cuando era pequeña. Estaba en el internado.Richard me miró con una mezcla de sorpresa y comprensión. —¿No viviste con tus padres?Mi voz se queb