Capítulo treinta y uno

Al día siguiente, Ylva despertó lentamente, sus sentidos aún adormecidos por el sueño profundo. Se removió en la cama, sintiendo el cálido abrazo de Ethan que la rodeaba. Su presencia la reconfortaba y la hacía sentir segura.

—Buenos días, mi hermosa nevosa —dijo, su voz profunda y tranquila.

Ylva, aún medio dormida, parpadeó confusa y preguntó:

—¿Qué hora es? Tengo mucha hambre, siento como si no hubiera comida por un día entero.

Ethan miró el reloj en la mesita de noche y respondió:

—Son las 7 de la mañana.

Esto confundió aún más a Ylva. Recordaba que cuando bajó a buscarlo, era mucho más tarde.

—Pero… yo bajé cuando ya era más tarde… —murmuró, tratando de entender—. ¿Cómo puedes decirme que son las siete aún?

—Ylva, debemos irnos a Lycandar cuanto antes —dijo, su voz firme, sin responder la pregunta.

Ylva frunció el ceño, aún más confundida, se levantó como resorte y lo miró.

—¿Por qué tan repentina esa decisión? Dijiste que nos iríamos después de que terminara mi entrenamiento
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