No se lo podía creer… Aquello sin duda había funcionado y Antonella, allí acostada y aún desvestida, daba brincos internos de felicidad, si es que lo que sentía podría catalogarse como tal. Velkan se había creído del todo que ella era su amadísima Ileana; había caído redondito, ni siquiera tuvo que fingir ser ella en absoluto. El lobito, todo se lo había dejado como servido en bandeja de plata; además de que, debía reconocer que ese ragazzo, tenía grandes habilidades en la intimidad. Antonella despabiló de aquellos pensamientos y se enfocó en lo importante.Por fin había podido poner en práctica uno de sus hechizos, y no cualquiera. Oh, no... Aquel sin duda era uno de los de alta gama, y lo mejor de todo era, que aún tenía el poder dentro de ella. Su encanto estaba volviendo de a pocos, pero no había parado de progresar. Eso solo significaba que, en menos de lo que esperaba volvería a ser ella misma otra vez para poder sentirse libre y dueña de sí misma. Antes de salir de la casa, Ile
Cuando abrió los ojos, no reconocía nada a su alrededor, la calle se encontraba desolada y la tenue luz del día comenzaba a colarse por todo el lugar. Sintió un fuerte olor y se dio cuenta que alguien estaba de pie frente a una fogata a plena luz del día. Levantó su hocico para olisquear el ambiente. Ese humo olía delicioso, como a carne cocinada en esa lumbre. De inmediato su boca comenzó a salivar de manera incontrolable ¿Quién diría que, su primera sensación fuera la de estar hambriento? La figura encapuchada, dejó de avivar el fuego con una vara de madera, volteó y se dirigió hacia él con paso despreocupado para observarlo desde arriba. No podía reconocer de quién se trataba ¿La conocía? ¡Quién sabe! Ni siquiera sabía qué era él mismo. Lo único que pudo notar era que esa persona le sonreía con calidez mientras se retiraba un poco la capucha, solo para que viera mejor su rostro. Su cara no se le hacía para nada conocida. Era blanca con mejillas y labios sonrosados, algunas pecas
Ella había despertado de un sobresalto, se sentía mareada y le dolía el brazo izquierdo. Se revisó de inmediato y vio un punto rojo en su piel, parecía una especie de piquete bastante inusual. De inmediato miró a todos lados y comenzó a explorar la casa buscando a Velkan o a Antonella, pero no los encontró. Lo último que recordaba era lo que Antonella le había dicho, que iría en busca de Velkan, pero algo le decía que ella misma tenía que emprender su propia búsqueda. No se iba a quedar esperando a que ella salvara el día. Su novio podría estar necesitando de ella. Aún tenían una conversación pendiente. Ileana sabía que su cuerpo estaba muy acostumbrado a la medicina química, así que las opciones naturales le hacían poco o nulo efecto en su cuerpo. Por tal motivo, ella no se había dormido, sólo había fingido haberlo hecho. El sentimiento de curiosidad podía más que cualquier malestar que pudiera estar sintiendo. Y pese que Antonella era muy amable, las palabras de Velkan resonaban en
Un grupo de viajeros llegó al hospital de la ciudad italiana llamado Sácer, y relataron que en la carretera rumbo hacia la ciudad, se encontraron a una joven tirada a la orilla. La mujer entre momentos de lucidez, decía llamarse Ileana Enache y fue encontrada en estado de shock al lado de su camioneta convertible, la cual, en efecto, se pudo corroborar que era suya. Ella llevaba abrazados a su pecho un cuaderno y un libro grueso, que en ningún momento soltó y del que, en un principio no dejó que nadie viera su contenido. Ella presentaba debilidad, cansancio, deshidratación, palidez extrema, presión arterial baja y ataques de ansiedad repentinos, acompañados de arritmia cardíaca al momento de cada episodio. Además de eso examinaron su brazo, el cual evidenciaba que recientemente le habían sacado bastante sangre con una jeringa, algo que ella no recordaba en absoluto, ya que confesó que estuvo desmayada por un tiempo indefinido. Por suerte recordaba datos, lugares y personas, por lo qu
“No puedo creer que todo vaya mal. Siento que ya no soy la de antes, que mi potencial se ha ido por la borda ¿Por qué ella tenía que llevarse lo más preciado para mí? Ahora la perseguiré hasta los confines de este mundo, hasta que lo devuelva”. Antonella colocó un punto final y dejó la pluma a un lado. Su mano temblorosa de rabia e impotencia la dejó en el tintero. Algo en su interior se consumía como si el fuego la abrasara y una especie de desesperación taladraba su mente, recordando lo mucho que había perdido y lo poco que quedaba de su poder. El tiempo en su pueblo natal no le preocupaba para nada. Era como si de un limbo se tratara. Antonella se preguntaba cómo había logrado construir aquella burbuja que sobrepasaba los límites del tiempo. Quizá lo hizo sola, pero quizá no, aún muchos de sus recuerdos estaban convertidos en terribles pozos sin fondo que no le mostraban nada. Pese a la buena compañía de Velkan, algo no quería descansar en su alma. Por supuesto que se trataba del
Advertencia: Sutil contenido erótico Ella no podía decir que su estancia en casa había resultado grata. Era como si algo en el centro de su pecho y en su mente se hubieran marchitado; más bien, como si algo de ella se hubiese quedado en aquel lúgubre lugar y ya no hubiera manera de traerlo de vuelta. «Como él… —se decía mientras continuaba enredada entre sus suaves sábanas—. Es a él a quien ya no puedo traer de vuelta», pensó mientras su pecho se oprimía de dolor. Desde aquel suceso ya todo había perdido sentido, causa y color. Desde ese suceso, allí en las cuatro paredes de su casa se encerraba en su habitación para escribir cómo se sentía y todo lo que le dolía. Algo dentro de ella había cambiado, porque nunca antes había sentido la necesidad de escribir un diario, como en esa etapa por la que estaba atravesando. Las ansias de tomar el lapicero le ganaban más que cualquier estado de ámimo o desánimo que pudiera estar sintiendo. En las noches esa necesidad era aún más fuerte y uti
La misión había fallado rotundamente. Alder, quien en realidad había creado ese nombre como una identidad falsa y su verdadero nombre era Ariel, vaya que estaba decepcionado. No le agradaba mucho aquel nombre que le había puesto Gabrielle, una de sus camaradas; pero no era como si a él y a su equipo se les hubiera ocurrido otro mejor. Literalmente pasaron dos horas tratando el mismo quejicoso tema, que ya lo tenía hasta la coronilla de impaciencia. Prefirió ese nombre a los otros que todos le habían elegido. “Pancracio” o “Aniceto” eran los peores nombres jamás escuchados por sus oídos, y que hubieran podido sugerirle todos entre burlas y carcajadas; no cabía duda en que eran unos pelmazos bien hechos. Ariel despabiló, ya que tenía motivos de sobra para preocuparse en esos momentos. Caminaba de un lado a otro en esa casa que había alquilado no hace muchas horas; con decir que ni pudo pegar el ojo en toda la noche quebrándose la cabeza, debatiendo en su mente qué habría salido mal con
El camino de la ciudad de Sibiu, en donde vivía la muchacha extraña, hacia Brasov, en verdad parecía eterno. En realidad dos horas parecían mucho más, cuando el mal humor imperaba en las entrañas de Ariel. Entre alegatas con algunos choferes irresponsables y problemas con el rugido de su estómago a causa del hambre, por fin había llegado al templo principal más visitado por turistas de todas partes del mundo; esa era exactamente la sede del cuartel Las virtudes Divinas.Ariel en verdad esperaba que esa reunión no fuera tan severa debido a la misión fallida. Sorin ya no era ni la mitad de buena gente que él recordaba. Tras haberse enterado hace cinco años de su misión destinada como cazavampiros, quizá el peso de las responsabilidades o el hecho de tener que lidiar con seres paranormales se había llevado parte de su humanidad; eso no lo sabía.De lo que sí estaba seguro Ariel, era que, del muchacho de buena posición social, hijo de papi y mami, despreocupado y lleno de vida que solía se