Hotel Hilton, New York, Estados Unidos Alicia siguió aferrada sutilmente al brazo de Emiliano con una sonrisa educada para la rubia que claramente como la había mirado con aquella bonita ceja arqueada, no era bienvenida. —Vamos, te voy a presentar a otros invitados. —dijo Emiliano inclinándose sutilmente hacia ella, pero dejando que escucharan perfectamente la mujer frente a ellos. —Claro, vamos, mi amor. —contestó Alicia, agitando sus dedos frente a la mujer de manera sutil y burlona, algo que no había visto Emiliano cuando se puso a buscar a las personas a las que quería presentarle. «Adiós pelos de elote» dijo Alicia en su mente, pero le hubiera encantado habérselo dicho a la cara, ya que claramente no era de su agrado, se veía que no le había caído nada bien escuchar que Emiliano ya tenía esposa. Se acercaron al grupo donde estaba Michael Barnes, a lado de él, estaba su esposa latina, una mujer hermosa de República Dominicana, su tez bronceada, largas pestañas, cabello casta
Hotel Hilton, New York, Estados Unidos. Habían pasado tantos escenarios por la mente de Alicia, que tuvo que darse una cachetada mental para evitar ser devorada entre las mujeres que estaban detrás de Emiliano. Tenía que dejar desde el principio bien marcada aquella línea para evitar problemas. Lo que menos quería, era dar un espectáculo y dejar en mal a Emiliano con sus invitados. Tenía que tener todo el autocontrol posible, a excepción de aquel par de malas palabras que salieron sin filtro de su boca, pero imaginó que, por ser americanos, no debían de saber que significaba, ya que realmente siendo ella, Alicia, la mujer de pueblo, era importante no mostrarse como tal ante ellas, así que usó todo lo que le quedaba de paciencia para poder salir de ese baño de mujeres lo mejor posicionada posible de entre todas las mujeres que estaban ahí. «Utiliza tu mejor carta, Alicia» se repitió mentalmente sin dejar de mirar a cada una, el silencio era incómodo, incluso pensó que el tiempo se habí
Hotel Hilton, New York, Estados Unidos.Cuando escuchó Emiliano esas palabras, una sonrisa se escapó de sus labios. Alicia era demasiado transparente cuando se trataba de lo que deseaba y eso era algo que admiraba de ella. Así que sin hacerla esperar más, tomó su quijada con una de sus manos y la alzó para acercar su boca a la suya de manera posesiva y devorándola en un beso apasionado, Alicia casi perdió el equilibrio en ese momento. Al separarse del beso un momento después, Emiliano se quedó por primera vez mirando detenidamente el rostro de Alicia, quien apenas estaba abriendo sus ojos después de ese beso que le dejó la boca casi despintada en su totalidad, cuando se dio cuenta ella que la estaba mirando, se quedó quieta.—¿Todo bien?—susurró Alicia esa pregunta. Emiliano no contestó, solo asintió una vez que su pulgar acarició el labio inferior de ella. Sus dedos se deslizaron para quedar por la parte de su cuello, el corazón de Alicia comenzó a latir más rápido de lo que lo hacía,
Hotel Hilton, New York, Estados UnidosAquella habitación se había vuelto un tornado de clímax, gritos de placer y de deseo genuino. Había algo que a ambos les estaba haciendo ruido dentro de sus cabezas y era ese sentimiento que empezó a arremolinarse de manera intensa dentro de su pecho, pero que ambos no se atrevían a siquiera a ponerse a deshilar que era o por qué estaban sintiendo eso. Un par de horas después del orgasmo número cuatro, ambos estaban plácidamente dormidos sobre la cama, envueltos en la sábana, Alicia bocabajo con la boca abierta, con el cabello todo revuelto y enredado sobre la pálida almohada. El sonido de una llamada entrante hizo que Emiliano despertara a regañadientes. Estiró su mano para alcanzar el celular en la mesa de noche, pero no lo encontró, abrió un ojo luego el otro y lo buscó desde su lugar todo adormilado, el sonido cesó para volver a sonar de manera insistente y entonces vio la pantalla iluminarse en el tocador del otro lado de la habitación. —Es
Hotel Hilton, New York, Estados UnidosLas puertas del elevador se abrieron ante Emiliano, la sensación de molestia estaba en el centro de su estómago haciendo que se tensara más de lo que ya estaba. Miró su reloj y ya marcaban más de las dos y media de la madrugada, quería terminar ya con eso cuanto antes. Se detuvo frente a la puerta que estaba custodiada por dos hombres altos de apariencia extranjera.—Buenas noches, señor Rodríguez. —saludó uno de ellos en un español entendible.—La señora Vivaldi lo espera. —Emiliano asintió y esperó a que la puerta se terminara de abrir para entrar. Al hacerlo, el aroma a lavanda se impregnó en su sistema, torció discretamente los labios al intenso olor. —Ya era hora que llegara mi hombre. —dijo una voz femenina y con acento italiano al otro lado de la habitación de hotel. Entonces Emiliano la vio. Ella vestía una bata algo transparente que mostraba debajo la ropa interior. Él, por educación, desvió su mirada, incómodo. —¿No piensas decir algo?
Ático de los Rodríguez, New York, Estados Unidos.Alicia se había arropado por completo y se alejó lo que más pudo del lugar del Emiliano, estaba molesta, más que molesta, furiosa, y no hablaría de nada hasta que pasara su mal humor. Emiliano salió del baño con su pijama y rodeó la cama hasta que llegó a su lado, tiró de las cortinas para evitar que la luz de la mañana inundara el sitio, lo que quería en este momento era dormir. Se giró a la cama y Alicia ya estaba dormida, y lo sabía, ya que su respiración se escuchó estable y sus labios estaban entreabiertos. Emiliano entró finalmente a la cama y apagó la lámpara de la mesa de noche de su lado, en cuanto puso la almohada sobre la cabeza, se entregó por completo al sueño. “Césped recién cortado. El olor de carne asada a la parrilla se impregnó en el sistema de Emiliano, luego, voces y figuras que no podía descifrar quiénes o que eran. Bajó la mirada a sus pies y notó que estaba descalzo, cuando la levantó al escuchar su nombre, se q
Alicia miró el conjunto de vestir de dos piezas que tenía puesto, había llevado una de las ropas más bonitas que doña María había comprado en la ciudad de México, sabía ella que quizás en algún momento tenía que verse elegante y al mismo tiempo, recatada. Se recogió el cabello en una coleta baja, se dejó el poco maquillaje que ya tenía y luego bajó. Ya habían pasado casi nueve minutos desde que había subido. No sabía que esperaría al bajar. La actitud de Emiliano la tenía demasiado sacada de onda. Se prometió a sí misma no dejarse de él ni de nadie. Tenían que aprender a respetarla sea quien sea que se cruzara en su camino.Los tacones se escucharon contra el mármol de la escalera, Emiliano alzó la mirada inquieto, entonces la miró. Se veía perfecta para la ocasión, a excepción por el gesto de molestia e irritación en su rostro.—Estoy lista. —dijo Alicia cuando llegó al último escalón.—Vamos. —dijo Emiliano caminando hasta el elevador, a lado se encontraba el hombre de seguridad que
El auto arribó a uno de los restaurantes favoritos de Emiliano, había finalmente cerrado todo lo pendiente de la empresa que había comprado a través del nombre de Alicia, ahora que hizo el movimiento con sus abogados para cambiarlo, era hora de cerrar lo que lo inquietaba con ella. Abrió la puerta para cederle el paso al interior del lugar, Alicia alzó sus cejas al ver el lujo por todos lados, una hermosa rubia estaba sonriendo en su dirección, al acercarse miró detrás de la castaña a Emiliano. —Señor Rodríguez, tengo su mesa lista. —él asintió y tomó del codo a Alicia para guiarla detrás de la rubia que contoneaba seductoramente su trasero en aquel conjunto de vestir, aunque él no miró en ningún momento, ella pensó que sí. «Son hombres, Alicia» creyó. Se sentaron en la segunda planta, con vista al jardín, Emiliano le retiró la silla a Alicia y ella lo agradeció, la rubia estaba observando cada movimiento que hacía él. —Ordenaré ahora. —dijo Emiliano tomando sitio en su asiento,