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01|El primer choque, ¿no?*

Mi alarma suena a las seis de la mañana en punto, una hora precisa para prepararme antes de clases y no ir corriendo cuando estas empiezan a las siete y quince. Por suerte, la escuela no queda lejos de casa; o, al menos, así parece en auto.

Sacudo mi desordenado cabello que cae a los lados de mi cabeza casi simulando el nido de unos pájaros mientras me pongo de pie y me estiro para sacar la pereza de mi cuerpo, aunque con poco éxito. Soy una amante de la música pop, por lo que mi canción de alarma es I got you de Bebe Rexha. En verdad la amo. Además, para poder levantarme, necesito de un incentivo y qué mejor que una canción que me haga moverme. Me levanto tarareando la canción mientras me dirijo al baño de mi habitación.

Agradezco tener uno, pues no creo que pudiera soportar el hecho de compartir uno con tres chicos. ¿Tengo tres hermanos? Así es, están en lo correcto. Y resulta, pasa y acontece que todos son mayores e increíblemente, sus nombres empiezan con la letra “J”. Verán, está Jason, James y Jace; ahora que lo pienso hay algo con el inicio “Ja”.

Ha sido todo un lío crecer con ellos, pero tiene sus ventajas el ser la menor de todos y la única chica, pues eso me convierte en la princesa de la casa. Por ello, consigo todos los libros que deseo, y les cuento que son varios. Aunque claro está, no siempre es fácil. Además, me cumplen uno que otro capricho. Que conste, son caprichos de los buenos y siendo honesta, no son muchos. Soy una chica bien y creo tener todo lo que necesito.

‘Cause I got you, uuh —sigo cantando aún en la ducha, aun cuando parezco lobo aullando a la luna.

Mi playlist mañanera sigue sonando mientras saco de mi armario un par de jeans flojos en color negro y me meto en ellos, me pongo una camiseta blanca sencilla, apenas con algunos garabatos al frente y, por último, una de mis sudaderas favoritas de color rojo. He admitir que esta es mucho más grande que yo, puesto que es una de las sudaderas que robé de mi hermano mayor, Jason. Y no es solo porque sea el mayor, sino porque al lado de ellos parezco una minion. Porque sí, así de enana soy.

—Oye, princesita de papá —escucho la voz de James a través de la puerta mientras termino de amarrar las cintas de mis zapatos—. Mamá dice que ya está listo el desayuno, más vale que te apresures si quieres que te lleve.

—Quieras o no, siempre me debes llevar a la escuela, hermanito —le respondo divertida aun cuando no puede ver mi rostro.

Dejo mi cabello suelto para que se seque al natural, no suelo hacerlo mucho, pero de vez en cuando no afecta. Agarro mi mochila y bajo para ir a desayunar. En la cocina están mis padres, mis dos hermanos de en medio y para mi sorpresa, Jason también se encuentra en la cocina, recostado sobre la encimera con un vaso entre sus manos.

—¡Jason! —dejo caer mis cosas y corro a abrazarlo—. Qué bueno es verte de nuevo.

Su sonrisa crece al verme, dejando el vaso a un lado y abriendo los brazos para recibirme, me rodea por la cintura con fuerza, levantándome unos cuantos centímetros por encima del suelo mientras me aprieta contra su pecho.

—Lo mismo digo, enana —sus abrazos son tan reconfortantes, después de todo, es el hermano mayor y el que más me cuida—. Bueno, veo que has crecido un poco.

Pone su mano por arriba de mi cabeza y hace el gesto de estar midiéndonos. Me quedo viendo a las facciones de mi hermano con un semblante serio mientras él tiene una sonrisa divertida, entonces, pongo una mano en mi cadera y alzo una ceja en su dirección.

—Nada más un poco —afirma Jace con una sonrisa de diversión pura extendida por todo su rostro mientras mastica su comida. Asqueroso.

Me muevo de mi posición y le doy un golpe en la nuca. —Cállate, de igual manera no eres tan alto. Es mínima la diferencia entre tú y yo, baboso.

—Ella tiene un punto —James choca los cinco conmigo y sonrío por la molestia en los ojos de Jace.

Mis padres simplemente ríen, negando con la cabeza mientras nos ven a los cuatro. Cuando los veo a ellos, puedo notar los rasgos de mis hermanos también, pues nos heredaron muy buenos genes. Por un lado, tenemos a Jason, chico alto, musculoso, cabello castaño oscuro y ojos marrones claro; James por otro lado, es casi igual que el mayor, con la diferencia de cabello y ojos más oscuros; de ahí, tenemos a Jace, quien sacó los genes de la generación anterior con su cabello más claro, al igual que sus ojos casi acercándose a un tono verdoso. Y por último estoy yo, a la que le falló la altura, pero me quedé con el cabello liso negro y ojos marrones oscuro. Los cuatro juntos somos la perfecta combinación de mamá y papá.

—No saben cuánto extrañaba ver a mis pequeños en una de sus discusiones —dice mamá, con un tono nostálgico. Una sonrisa que muestra orgullo se dibuja en su refinado rostro—. Aunque los desayunos son bulliciosos nada se compara con mis cuatro nenes.

—Por favor, mamá, hace tres meses que me mudé —suelta Jason, haciendo un mohín hacia ella.

Ruedo los ojos. Será el mayor, pero al que más le gusta hacerle pucheros.

—Y sí que te tardaste —decimos al unísono con mis otros hermanos.

Mamá nos mira mal, mientras se acerca hasta Jason para tomarlo de las mejillas y tratarlo como niño pequeño antes de darle un abrazo de lado. Río por lo bajo. Hace tiempo Jason me confesó que se dejaba hacer eso por los beneficios que solía traerle cuando se metía en problemas.

—Chicos, será mejor que se apresuren —habla, al fin papá, viendo hacia el reloj en su muñeca—. Dudo que quieran llegar tarde, en especial tú, James.

—Uuh, James, no queremos que salgas de todos los equipos de deporte por un simple reporte, ¿o sí? —digo de manera divertida, molestando a mi hermano.

—Vámonos, chicos —dice Jace agarrando su mochila. Le da una última mordida a su tostada y pasa por mi lado, jalando uno de mis mechones de pelo de la espalda.

Copio su acción, pero tirando del inicio de su camisa, además estiro mi mano para alcanzar una manzana, al parecer hoy no es día de desayuno. Por último, me despido de mis padres y mi hermano mayor.

—Enana, deberías desayunar mejor —Jason me acompaña hasta la puerta mientras analiza mi vestuario y sonríe de lado cuando se da cuenta que llevo una de sus sudaderas, pero no dice nada. Ya entre nosotros es costumbre que yo haga esto.

—He sobrevivido algunos días con una sola manzana —sonrío y le doy una mordida—. Además, esta mochila siempre lleva comida extra.

Le doy unos golpes a las bolsas de enfrente de esta, dejando que se escuche el ruido de los envoltorios de mis galletas, barras de granolas y un jugo de cajita, y creo que otra manzana, no estoy segura.

Niega con diversión. —Yo te iré a recoger hoy, ¿de acuerdo?

Le hago una seña de que está bien con la mano y subo al auto de James. El transcurso del camino es de lo más normal, nosotros escuchando música o hablando sobre alguno de los partidos de fútbol que pasaron el fin de semana. Me bajo del auto una calle antes de la escuela, un acuerdo al que llegamos cuando nos transfirieron aquí hace casi cinco años. En el estacionamiento, busco con la mirada a Sebastian, mi mejor amigo; el típico chico nerd, ya sabes, metido en los estudios, con pocos amigos, pero un gran corazón.

Rápidamente, lo encuentro y me dirijo a él, tomándolo por sorpresa desde atrás. —Me darás copia de la tarea de historia, ¿cierto?

Le sonrío, analizando el look de mi amigo. Su cabello oscuro bien peinado hacia atrás, y su ropa tradicional que consiste en una camiseta de botones y unos jeans azul lisos. Como de costumbre en mi vida, él también es más alto que yo.

—Dylan, te conozco desde pequeños, tal vez no eres una nerd, pero eres aplicada a cada materia.

—Ay, Sebs, entonces sí me conoces muy bien —digo, alegre con nostalgia falsa.

Un pequeño flash de cómo nos conocimos viene a mi mente. Jardín de niños, yo tirando mi chocolatada sobre Sebastian. Qué recuerdos.

—Parece que hoy estás de un buen humor —observa, mi mejor amigo.

Empezamos a caminar directo al edificio. —Hoy llegó Jason a casa, me emociona volver a ver a mi hermano.

—¿Aún sigue corriendo? —pregunta Sebas de forma desinteresada.

—Estás hablando de Jason Connor, uno de los mejores deportistas del gimnasio Monroe —alabo a mi hermano un poco, utilizando una pizca de ironía—. Es obvio que aún corre.

—Y de seguro, práctica otros deportes —comenta. Le doy una mirada que dice ‹‹¿Tú que crees?››—. Claro, es de la familia Connor.

—Exacto —sentencio, encogiéndome de hombros.

Vamos por los pasillos, en ellos se pueden ver las divisiones de las famosas escalas sociales de toda escuela. Sí, muy tradicional, pero yo solo asisto, no soy la que las hace. Por un lado, las porristas, los skateboarders, los amantes de la música y teatro. Y, por último, y los más importantes según la sociedad estudiantil, el grupo de los populares y deportistas. Están en uno solo, teniendo en cuenta que en la ciudad el deporte es considerado un principio fundamental. Son los chicos que más detesto, lo cual es irónico, ya que mis dos hermanos están en ese grupo por ser deportistas e incluso, Jason debutó por ahí en su tiempo.

—Ahí están los más idiotas —comenta Sebas, dándome un codazo, pues sabe que me gusta llamarlos así y siempre me lo recuerda.

Y es la verdad, muchos de ellos han repetido año, ya sea por disciplina, por bajo rendimiento académico o por cualquier otra razón que los hiciera regresar aquí una vez más. Lo más curioso de ello es que sigo sin entender como regresan y les permiten estar en sus mismos equipos sin llevar un buen rendimiento escolar.

—Quisiera decir que mis hermanos no, pero estaría mintiendo —suelto una pequeña risa.

Sebas se detiene en su casillero y yo sigo caminando hasta llegar al mío, solo que me distraigo un poco viendo la cinta suelta de mi zapato, haciendo que choque contra alguien, un chico, a decir por cómo se siente su cuerpo.

—Ups, lo siento —digo, alejándome un poco para ver a quien choqué. Alzo la vista y todo rastro de alegría se esfuma, mi cuerpo con ganas de empezar a temblar.

—No hay problema, me gusta chocar con chicas lindas —esa voz arrogante. ¿Por qué debe de actuar así?

Respiro y cambio mi modo amable. —Pues yo odio chocar con chicos que son unos idiotas —tal vez sea callada, pero nadie me intimida. Menos si es un estúpido todas-mías deportista como él.

—Hace unos segundos te disculpaste, ahora me reprochas —dice con la misma arrogancia y una sonrisa de comercial—. No te entiendo, linda.

Me cruzo de brazos. —En primera, Logan Harris, no me llames ‹‹linda››. Segundo, una persona como tú no merece mis disculpas.

Salir a la defensiva siempre es mi herramienta por más mal que me vaya y esta no será la excepción.

Me mira con sorpresa. —Guao, sabes mi nombre —su sonrisa cambia por una maliciosa—. ¿Pequeña acosadora?

—Ay, por favor —ruedo los ojos—. Tú mismo te haces el famosito cada vez que puedes.

—Tienes razón —responde, pasando su mano por su cabello. Y ahí va la misma arrogancia—. Este es nuestro primer choque, ¿no?

‹‹Ay, Diosito››

Desvío la mirada, frunciendo los labios y empezando a parpadear repetidamente. —No, ya hemos estado juntos antes.

Inconscientemente, junto mis manos al frente y las cubro con la tela sobrante de la sudadera.

—No te recuerdo —se cruza de brazos y hace una pose de pensativo.

—Qué raro, casi no era importante —murmuro sarcásticamente, apartando la vista—. Me tengo que ir.

Paso a un lado de Logan, pero soy detenida abruptamente del brazo.

—Espera —se pone al frente de mí, sorprendiéndome—. No te vas hasta que te recuerde. Y es que me pareces muy familiar.

—Créeme, no lo harás —me suelto de su agarre—. Y tampoco querrás recordar.

Porque juro que yo no quiero en lo más mínimo. Me aparto de él, suspirando de lo raro que fue eso, terminando de llegar a mi casillero y sacudiéndome un poco para que los temblores de mi cuerpo desaparezcan. Al rato aparece Sebas a mi lado.

—¿Qué quería tu lindo deportista? —pregunta con una sonrisa burlona y alzando una ceja. En sus ojos puedo notar que intenta hacer de la situación una broma aun cuando no se siente así.

Le doy una rápida mirada desaprobatoria, pero dicen que es mejor reírse de las desgracias, ¿no? Así que le sigo el juego.

—No me digas que a ti también te gusta el idiota de Logan —finjo una cara de asco.

—No, claro que no, no de esa forma —niega varias veces—. Y tú sabes que no desde que hizo aquello.

—Ni si quiera lo conocías —le apunto, haciendo un puchero con mis labios porque él siempre ha sido tan lindo conmigo.

—No, pero lo conocí aquí y… —hace un ademan con su mano sobre el cuello, dándome a entender que la actitud del deportista no le pareció para nada y de paso, haciéndome sonreír.

—Eres lo mejor, chocolatito —mi sonrisa se ensancha cuando hago mención del viejo apodo que le di de niños.

Sebs asiente, entendiendo. —Ya lo sé…, frambuesita.

Intento ocultar la sonrisa de vergüenza en mi cara y niego con la cabeza, pues ese fue su apodo que me dio después de que mis hermanos me hicieran una broma con unas frambuesas sin yo saber que eran frambuesas.

—Vamos a clases mejor.

Tomamos camino y en el pasillo nos ven raro, pues Sebastian entra en la categoría de nerd, pero yo creo que lo hace a su manera, ya que él es muy agradable y aunque se preocupa por sus notas, no es tan obsesionado como otros. No tanto. En cambio, yo no socializo mucho y soy callada la mayor parte del tiempo, por lo que no llamo la atención y nadie se mete conmigo o mi mejor amigo. La verdad es que ni él ni yo encajamos con otros, pero nos da igual. Para eso nos tenemos.

Seguimos nuestro camino, en el cual, choco miradas con Logan. Me da una sonrisa pícara y me guiña el ojo, con la confianza de si nos conociéramos de hace tiempo. Ruedo los ojos y entramos a nuestro salón. Y creer que tengo matemáticas con ese terrible ser.

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