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Capítulo 10: Juego de miradas

El cansancio era casi lo único que un asalariado tenía para mostrar tras una ardua semana de trabajo. Tras haber cenado y tomado una ducha, Akari se tiró de lleno en su cama, con la esperanza de quedarse ahí hasta dormirse, pero terminó hablando por mensajería.

En su mente bailaban muchas cosas: el dulce japonés favorito de Minato era el dango, un descubrimiento interesante. Cerró los ojos y resopló. Desde aquel particular momento, donde solo quiso que la tierra se lo tragara, hasta ahora, transcurrieron siete días, y era sábado. En algunos lugares del mundo, y aquí mismo en Japón (gracias a la mercadotecnia), estaban celebrando el día de brujas, o Halloween, pero él no tenía ahora, ni nunca, ganas de celebrar esas fechas.

Akari, tras una semana, había logrado superarlo todo, y la capa de hielo que existió entre él y Minato ya no estaba.

Él no era alguien de muchos amigos, tampoco consideraba al rubio como tal, pero le parecía alguien bastante interesante en muchos sentidos, alguien que despertaba su curiosidad, y ya no se sentía cohibido al momento de adentrarse en diferentes conversaciones. Como ahora, cuando texteaban sobre temas como sus dulces preferidos.

Mientras miraba al techo, se preguntó por qué sentía cierto impulso por continuar estas cosas, esta charla sin aparente sentido. A veces salía con compañeros y amistades del trabajo, pero… hacía mucho que no tenía algo como un amigo.

Quizá por eso todo esto le parecía divertido.

Trataba de no pensar demasiado en ir a la policía de una vez y hacer que todo explotara, era lo que quería, pero debía esperar a que el menor diera el visto bueno.

Era un tipo paciente, había pasado siete años siéndolo, pero las ansias eran atemorizantes.

Minato yacía recostado en su cama y con el teléfono celular entre manos; a pesar de que ya eran pasadas las once de la noche, y debía cumplir compromisos temprano a la mañana siguiente, no tenía ningunas ganar de darle a Morfeo su sueño.

La luz de su lámpara de noche alumbraba el cuarto, y una curita estaba pegada a la izquierda de su rostro, a la mitad de la mejilla; se sentía relajado, porque estaba disfrutando de los mensajes que recibía, de esta conversación, perfecta para distraerlo de una realidad que se vislumbraba en el fondo de su mirada, con un halo de tristeza y nostalgia, de dolor.

Esa misma tarde, después de salir del trabajo, fue a ver a su abuela a la casa familiar, tras recibir una solicitud (de otra forma ni pensaría en ir hasta allá), y lo que pensó pasaría, ocurrió. Su tío no estaba en la ciudad de momento, porque estaba en un congreso por fuera, así que, tras lo ocurrido, eso que le rompió la cara, se sentía algo solo, abandonado.

La relación con su familia nunca había sido la mejor, después de todo; solo Yahiro se libraba de eso. Pero él no era exigente, ni se quejaba de la vida; buscaba distraerse, y era lo que hacía ahora.

Romper el hielo con Akari estaba siendo un bálsamo para su cerebro, y agradecía a Dios por regalarle estos pequeños momentos de paz y escape de la realidad.

Recibió una imagen de un taiyaki, que Akari afirmaba era su dulce japonés favorito, y resopló. No había enviado el primer mensaje por su pésimo día, sino por curiosidad; mas no se quejaba del giro en la conversación. Habían hablado mucho estos días.

Él no era de intimar con las personas relacionadas a los casos o enigmas que investigaba, pero debía admitir que, debajo de la serenidad que mostraba al mundo, Akari Azarov era un hombre interesante y simpático. Su curiosidad había terminado por hacer el trabajo, y no evitó el deseo de conocer.

♦  ♦  ♦

«Akari-san, ¿cree que sea posible un encuentro con usted y sus hermanas? Ahora es un buen momento para presentarme, porque ya he sustentado un poco más la investigación». Akari recibió ese mensaje el domingo por la tarde, cerca de las tres, mientras jugaba en su computadora personal, en su habitación.

Miró a los alrededores, con la sensación de que era observado, y resopló. Matsuri estaba con sus amigos en el centro: estaba solo en casa.

«Les preguntaré. Te informaré cuando tenga sus respuestas», le respondió.

♦  ♦  ♦

Minato guardó su teléfono, después de leer el mensaje de respuesta, y siguió su caminata. Se encontraba en Shirokanedai, un área residencial en Tokio, saliendo de una visita pendiente, entre todas las cosas que necesitaba hacer. Ahora solo tenía que pasar por una tienda de conveniencia antes de ir a casa, para buscar algo de comer y algunos dulces: necesitaba concentrarse en organizar la información que había recabado sobre el caso de los Azarov.

Unas horas después, Minato recibió de Akari un mensaje, donde le indicaba el día jueves como propicio para la reunión, y adjuntando la dirección de la casa, junto al mensaje «aunque ya debes saberla», cosa que era cierta.

♦  ♦  ♦

A principios de Noviembre, el trabajo era un asco, y todo con tal de poder obtener una salida a buena hora ese jueves, llegar a casa y encontrar a sus hermanas. Arata aún estaba en el trabajo, y llegaría más tarde

Para alguien como Akari, de treinta años, sin esposa, ni siquiera novia, y con la naturaleza de ser alguien tranquilo, pero estricto con su trabajo, el tiempo que compartía con su familia era valioso y especial. Sus hermanas eran su mundo, y eso se acentuó más tras lo sucedido con sus progenitores.

Cuando el doble asesinato ocurrió, podría decirse que él aún era un muchacho inocente, blando, y que poco sabía de la vida y de los hechos crueles que podían suceder; podía valerse por sí mismo, sí, pero siempre lo había tenido todo. Nada lo preparó para perderlo de la noche a la mañana. Al final… ¿existía una forma de prepararse para algo así? no.

Sus padres fueron asesinados por alguien, y el mundo cayó sobre sus hombros, cual atlas: sus hermanas, la prensa, los medios, los amigos de sus padres… todos buscaron respuestas en él, y sus emociones quedaron enterradas.

Su padre, Igor, no tenía hermanos, y los padres de su padre murieron teniendo Akari unos seis o siete años. Su madre, Haruka, tenía una hermana menor, pero ella sufrió de enfermedades mentales y murió por un ictus diez años atrás; la madre de su madre murió antes de que él naciera, y del padre no sabían nada.

La vida, por ser vida, generaba momentos donde de verdad necesitabas a la familia, y él no había tenido eso. No tuvo nada de lo que apoyarse.

Deseaba aclarar todo esto de una vez, porque extrañaba a sus padres, porque no se perdieron solo sus vidas entonces. No… mucho más se fue con ellos, y el misterio de quién era el autor, o autores, del hecho, los ataba con pesados grilletes, sin dejarlos seguir por completo con sus vidas.

Deseaba que esta vez funcionara.

Si no era así, no le gustaba admitirlo, no quería, pero… Tal vez ahora terminaría destruido.

—Aka nii-chan, tenías que haberlo invitado a cenar. —Sentada a la mesa, Matsuri protestó.

Los tres hermanos estaban a la mesa, cenando.

En este vecindario, los vecinos los tenían casi en un pedestal; eran conocidos como niños de verdad fuertes, muy apreciados; y Akari, en particular, era un soltero codiciado por muchas madres y abuelas para sus hijas y nietas, que se referían a él como un responsable y atento hermano mayor, que lo dejó todo por el bien de sus hermanas. «Será un buen esposo y padre», esa era la creencia general.

Al varón no le enorgullecía ese título, tampoco le hacía gracia, pero poco podía hacer al respectó.

Resopló, y dijo a su hermana:

—Lo invité, pero dijo que tendría que trabajar hasta tarde, y comería algo por ahí.

Él solo les había dicho de Minato que vendría un detective privado con el que conversó por lo de sus padres y que, aparentemente, poseía información valiosa que quería compartir con ellos antes de presentarla ante la policía, a fin de lograr una reapertura en el caso.

Matsuri miró a su hermano con recelo y los mofletes inflados, y Kohaku no pudo evitar reír al ver esa expresión. Al contemplar esa pequeña escena, Akari recordó, una vez más, que vivir solo no era lo mismo que estar solo. Minato también habló sobre eso.

Cerca de las siete treinta, sonó el timbre de la casa, Akari fue a abrir la puerta, y encontró al protagonista de toda la espera en condiciones muy particulares: rostro enrojecido, respiración acelerada, y exhalando con alivio, zapateando un poco, para sacudir sus suelas.

—Akari-san, lamento mucho llegar tarde —se disculpó.

Por sobre su hombro, Akari vio un taxi marcharse, y se dio cuenta de que el menor había pagado uno, tan costoso como era, para llegar lo más rápido posible, pues Ebisu estaba, más o menos, a una hora del lugar del trabajo del rubio, según le dijo.

El frío se metió al vestíbulo a causa de una fría brisa, y Akari se removió en su posición; dejó pasar a Minato, que solo llevaba una chaqueta normal, jeans y zapatos, además de su bolso, y cerró el madero. Era un tipo raro

—Por aquí —le indicó, una vez Minato se sacó los zapatos y se puso unas pantuflas para visitantes que eran, más o menos, de su talla.

Siguieron el pasillo, donde la escalera se veía recta a la derecha, y la casa continuaba hasta atrás, y abrió la primera puerta a la izquierda, dejando ver el gran salón que iniciaba con la sala de estar, más atrás estaba el comedor y la cocina.

Por el pasillo había otra puerta, el viejo estudio de Igor Azarov, un baño para visitas, el lavadero, y la salida al jardín trasero. A sus pasos, el piso de madera resonaba, y la calefacción estaba encendida.

Akari pasó de primer a la sala, y Minato lo siguió; lo que encontró fue una sala espaciosa con un televisor de plasma y sofá amplio y un par de sillones, además de una mesa de centro, con una caja de pañuelos desechables encima, justo al medio; tiró la vista hacia la derecha y encontró el comedor, una mesa para ocho, y la cocina más atrás. Todo se veía limpio y bien acondicionado, moderno y, a ojos de Minato, muy al estilo de lo que había juzgado hasta ahora.

—¡¿Profesor Minato?!

La exclamación sorprendida de Matsuri alertó a sus hermanos, que la miraron con los ojos tan abiertos como los que ella tenía hacia el rubio. Kohaku estaba a un lado de ella, en el sofá, y Akari a poca distancia del rubio.

—¿Qué está haciendo aquí? —Matsuri agregó.

«Profesor». Kohaku y Akari tardaron un par de segundos en procesar de forma correcta la palabra en medio de la situación. Minato, por su parte, miró directo a ella y sonrió, para saludar:

—Buenas noches, señorita Azarov.

—Matsuri… ¿él es tu profesor? —Kohaku, dudosa, preguntó.

—Es mi profesor de cálculo —la menor respondió casi de inmediato.

Minato rodó la vista por los tres hermanos, y se quedó en Akari, cuya mirada, entre curiosa y sorprendida, le complació mucho.

—¿Lo sabías? —Akari preguntó. Un instante después se percató de la estupidez que había cuestionado, pero no dijo nada.

—Tienen un apellido muy particular —confesó el rubio y esbozó una sonrisa en sus labios, se alzó de hombros y soltó aire por la nariz.

»Soy Minato Hamilton. —Volteó hacia Kohaku y se presentó—. Es un gusto conocerla, señorita Kohaku. —Hizo una breve reverencia.

Kohaku, que lo miraba con ojos inquietos e incrédulo, solo asintió y, cerca del rubio, Akari resopló, arrepentido de no haber considerado todas las posibilidades con este hombre. Sentía que lo conocía lo suficiente para entender eso, pero… ¿tendría un límite?

La atmósfera de la sala se puso pesada. Akari lo ignoró y avanzó más en la sala, le hizo una seña a Minato para que fuera con él. El mayor se sentó en uno de los sillones, Minato en el otro, y las hermanas estaban en el sofá grande. El rubio se relajó.

Matsuri miró a su hermano, y luego a su profesor. La chispa de la duda aún danzaba en su semblante, y preguntó:

—¿Cómo se conocieron?

Asociar a su profesor de cálculo con la persona que su hermano identificó como un investigador que tenía información sobre sus padres le era imposible.

Akari volteó hacia Minato, y encontró sus orbes zafiro mirándole, y esa sonrisa relajada impropia del momento.

—Yo miraba el cadáver de una paloma y, por alguna razón, eso le dio curiosidad a Akari-san —comentó Minato con inocencia la verdad de los hechos, y vio cómo los ojos de Akari se abrían de más, y un leve sonroso brotaba en sus pálidas mejillas.

Kohaku y Matsuri los miraron así a ambos, y la mayor evitó no echarse a reír; Kohaku apretó las manos y los labios, y tragó… ¿Qué clase de respuesta era esa?

Akari exhaló con fuerza, el único sonido ambiente en varios segundos.

—Fue un primer encuentro muy raro —admitió el hermano mayor—. Después de eso, unos días después, me enteré de que Minato era la persona recomendada para tratar el caso de mamá y papá. —Dio la tan necesaria explicación.

Minato asintió, a ojo de las hermanas, y señaló:

—Me gusta ayudar a resolver misterios.

Kohaku afiló el mirar en él, nada convencida de sus palabras.

—Entonces… ¿es un detective solo por diversión? —indagó con la voz dura.

La expresión de Minato se suavizó, se serenó; para él era normal que la gente tuviera esa clase de pensamientos, pero negó con la cabeza.

—No soy un detective. —Miró a Kohaku de forma directa y habló con claridad. El tono de su voz no era muy grave, pero ahora sonaba profundo, porque así lo quería. Kohaku encerró más la mirada en él, y frunció apenas los labios.

»Trabajé por un tiempo con la policía, mientras especializaba mi formación en el área.

Matsuri negó con la cabeza y murmuró, aún incrédula:

—¿Cómo es posible?, usted es mi profesor de cálculo.

—Es una larga historia —acotó Minato—. Pero, para resumir, tuve problemas de salud que me obligaron a dejarlo muy pronto. Sin embargo, a veces llegan casos a mí que no puedo ignorar. —Se enderezó en el sillón y afirmó las manos en su bolso, que tenía sobre los muslos.

»Periodistas o superiores hacen llegar los casos a mí. Así fue con sus padres, llegó a mí a través de Sagawa-san.

Al escuchar el nombre de un conocido de la familia, las hermanas se relajaron, y la conversación fluyó.

Minato se dedicó, con ayuda de su portátil, a explicar cada una de las averiguaciones que había hecho, las personas de interés alrededor del tema, y los sospechosos que tenía. Por supuesto, ese último tema fue difícil de aceptar para las hermanas.

Tal como sucedió con Akari, Kohaku y Matsuri se mostraron sorprendidas, y reacias, ante los nombres de los dos sospechosos principales que el rubio mencionó.

—¿De verdad son sospechosos? —Kohaku, después de pasar por varios minutos de negación, cuestionó. Minato asintió, con calma, y contestó:

—Así es.

La pesadez se cernió sobre la sala de estar, el salón en general. Los ojos de Matsuri bailaron por el espacio, y resopló. Para ella, al ser la menor, era especialmente difícil pensar que la mujer que la cuidó desde su nacimiento, a veces más que su propia madre, y el hombre a quien su padre había acogido a su cuidado, a quien le enseñó todo lo que sabía, tenían que ver con la muerte de ambos.

—Siempre hay que procurar presentar una duda razonable a la policía, algo que les haga preguntarse: «¿Esto podría ser verdad?» —Minato continuó—. Ellos deben destinar recursos, dinero, hombres, a las investigaciones. Esto es como un escritor cuando envía su libro a una editorial: hay que captar la atención del editor. Ese es el primer paso.

»Con esto que les mostré creo que, en definitiva, conseguiremos que el crimen de sus padres reciba nueva atención. También, en la actualidad hay nuevos métodos y procedimientos de investigación, técnicas que no existían hace siete años, y que pueden ayudar a una posible resolución.

Él también, en este momento, hacía el papel de un autor en medio de una propuesta editorial, pues buscaba convencer a las hermanas de que iban por el camino correcto.

Akari no estaba por completo convencido, y digerir los nombres de los dos sospechosos fue difícil en su momento, pero ya se había hecho a la idea. Ahora, a pesar de que luchaba para no darse falsas esperanzas, allí estaban. Él no esperaba que sus hermanas aceptaran todo de buenas a primeras, sería increíble si así fuera, pero deseaba que lo consideraran con seriedad.

—Si, en algún momento, sienten dudas o inseguridad, pueden hablar conmigo. —El rubio se ofreció—. A veces, aceptar las cosas es algo complicado; pero, poder hacerlo, y pasar por ese proceso, es parte del camino para dejar de estar atados al pasado y vivir el presente.

Matsuri y Kohaku lo miraron; la segunda asintió apenas, y la primera resopló. Anclados al pasado, así era como los tres estaban.

Al final, acordaron proceder. Ellas no podían estar del todo conformes, no hasta aceptar y ver que de verdad esas dos personas estaban implicadas, pero tampoco detendrían un posible camino esperanzador, porque los beneficiaría a todos.

Esperaban que, en algún momento, tanto sus padres, como ellos, pudieran descansar en paz.

♦  ♦  ♦

La casa Azarov se serenó pasadas las diez. Arata fue a buscar a Kohaku, y esta ya había regresado a su casa, y Matsuri se retiró, pocos minutos después, a la seguridad de su cuarto. Minato estaba recogiendo su portátil, y Akari miraba alrededor, sentado en el sofá.

—¿Quieres café? —El mayor cuestionó.

Minato, que cerraba la cremallera de su bolso, donde acababa de guardar la laptop, negó con la cabeza, y acotó:

—No bebo café, pero gracias.

Akari arrugó el mirar en su dirección y, con gracia, cuestionó:

—¿Té?

—Eso sí —Minato afirmó, con más ánimos.

Para Minato, hablar con Akari estaba siendo de las cosas más divertidas que había hecho el último tiempo, esos eran sus sinceros pensamientos. El mayor se disculpó para ir a la cocina y preparar un poco de té, y él se sentó al extremo derecho del sofá, estiró las piernas, sintiendo algunas cuerdas hacer lo mismo, y relajó el torso: el cansancio de un largo día venía como una lenta ola sobre él

El rubio no era antisocial, ni se pasaba la vida escapando de la gente; por el contrario, desde afuera, se veía a sí mismo como un hombre que disfrutaba en demasía de la compañía de los demás. Sin embargo, disfrutar de la compañía de los demás no significaba, necesariamente, confiar en ellos, y ese era su gran defecto o, desde una perspectiva de su vida hasta ahora: «una consecuencia natural», «algo que debía ser».

Estaba en medio de corregir esa naturaleza, pero los seres humanos tenían una emoción innata que velaba por su supervivencia, y ese era el instinto. En palabras mundanas, eso no era otra cosa sino miedo, y él aún tenía mucho de eso por dentro; y dudaba poder liberarse pronto.

Miró al frente, al televisor apagado, y resopló, cerró los ojos y se relajó. Un par de minutos después, los pasos de Akari acercándose lo hicieron abrir los párpados, y encontró al mayor ofreciéndole un vaso con té, y se sentó a su izquierda, en el mismo sofá.

Minato tomó un sorbo y resopló fuerte, evidenciando el cansancio de su cuerpo. Akari lo miró un instante, y luego posó sus ojos en las cortinas, inmóviles.

—Fue complicado, pero… creo que, al fin, puedo aceptar que de verdad has trabajado con la policía.

Minato lo miró, curioso por sus palabras, un tanto extrañado, y cuestionó en volumen suave:

—¿Eso por qué?

Akari volteó a verlo y pintó una media sonrisa en sus labios.

—Cuando lo hiciste conmigo, no podía verlo, no había forma. Sin embargo, al ver cómo explicaste las cosas a mis hermanas, cómo lo manejaste todo desde el inicio, recorriendo un camino, hasta llevarlas a donde querías… —Sus ojos se entrecerraron un poco, directo a los zafiros ajenos. Su cuerpo sintió un cosquilleo, pero lo dejó pasar.

»También pueden ser tus dotes de profesor, pero me recordó mucho a esos programas de resolución de crímenes de la televisión —comentó. Minato sonrió, lo que regó una rara calidez en el torso del mayor—. Pude entender que decías la verdad. —Se encogió de hombros.

Akari estaba relajado, tranquilo, Minato lo notó. Por alguna razón, para el rubio, el castaño había sido un libro abierto, en sus emociones, y por sus expresiones, desde el primer momento. Por eso, Minato asintió de forma muy suave, y una sonrisa tímida, rara a entender del mayor, se pintó en sus labios.

El momentum se quedó en ellos por un instante. Minato tragó, su nuez subió y bajó, pero no desvió la mirada: sus ojos veían al mayor con una limpieza que para el otro generaba impresión. Su cara limpia y serena, el brillo de su mirada, la fuerza de una sonrisa tan impropia de alguien que, hasta ahora, había pintado con otros colores… Un calosfrío se regó por la espalda de Akari, y la sonrisa de Minato se agrandó, se volvió plena y sin vergüenzas.

Entonces, Akari recordó la primera vez que lo vio, contemplando el cadáver de aquella paloma, y no evitó pensar que la claridad de su semblante era muy similar. Recordó sus palabras, y la impresión de que tenían un significado más profundo abordó sus pensamientos.

No conocía a este hombre, de verdad no lo conocía para nada, pero… ¿por qué sentía esa calidez en su pecho al verlo sonreír de esa forma?, ¿al ver los pequeños hoyuelos que se formaban en sus mejillas?, ¿la relajación que parecía sentir?

Abrió un poco más los ojos, consciente solo entonces del cálido aire que circulaba entre ambos, del juego de sus miradas enfrentadas, del silencio, de la paz que eso le generaba a él mismo. Akari tragó, y lucho por separar su vista de la ajena. Pero era demasiado difícil…

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