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Capítulo 9: Curiosidad

Akari abrió los ojos como platos, y espetó indignado:

—¿Por qué hiciste eso?

Minato no deshizo su calma: su rostro no estaba tenso o sorprendido, mucho menos incómodo.

—No conozco la ecuación sino conozco las variables, Akari-san —le respondió, como si aquello fuera bastante normal de comentar.

Cuando Akari iba a refutar al respecto, el camarero se apareció con su comida: unas hamburguesas de buen tamaño con un huevo encima, y salsa; un cuenco con arroz. El olor hizo, por un segundo, olvidar al mayor todo el revuelo que sentía, y tragó, deseoso de comer, una vez los platos estuvieron frente a él. Resopló.

—Así que eres un hacker… varía mucho de lo que pensaba era tu profesión —comentó el mayor una vez el camarero se fue. Minato negó con la cabeza y aclaró:

—No soy un hacker. No me considero uno. —Comenzó a comer.

—Pero… para hacer algo así, de verdad eres hábil —comentó Akari, preparando sus cubiertos y palillos. De repente, tras haber escuchado «no conozco la ecuación sino conozco las variables», su enojo se calmó—. ¿Por qué querrías saber quién busca información sobre ti?

También inició su comida, diciéndose a sí mismo que, si la policía y los investigadores privados habían escudriñado sobre sus vidas, era obvio que este chico también lo haría.

—Soy un hombre curioso. —Tras tragar, Minato respondió—. Soy alguien que vive de la curiosidad, Akari-san.

—Me parece que exageras un poco —se quejó.

—Puede ser, pero… como ha podido leer, mi vida ha estado llena de puntos extraños.

Él lo dijo de forma casual, pero Akari no evitó bajar el mirar, y sus ánimos también decayeron. Tragó y dejó los palillos a un lado, para decir:

—Yo… leí sobre el incidente de tu familia. —Su tono fue esquivo y grave, sin muchas ganas de hablar al respecto, pero con el deber de hacerlo—. Vi muchos artículos viejos, pero también unos más recientes.

—Eso es porque hay gente que disfrutar recordar el pasado. —Minato también dejó sus palillos a un lado.

Su tono no pareció haber cambiado en lo más mínimo, pero, a Akari le dio la impresión de que estaba algo decepcionado.

—Aunque… no se puede tapar el sol con un dedo porque, en su momento, fue un escándalo —Minato continuó; los brillantes ojos avellana de Akari lo miraron, expectantes.

»Fue un crimen de xenofobia donde murió una joven mujer japonesa, ejemplar y de muy respetada familia, uno de sus hijos, y su esposo, un varón también respetado. —Minato pareció citar alguno de los reportajes; a Akari se le vino uno a la mente, aunque no recordaba si las palabras eran exactas.

Sin embargo, no fue esa aparente exactitud lo que colmó la atención de Akari, sino la forma en la que hablaba: calma, demasiado serena para los hechos que relata y que, encima, lo implicaban de forma directa. Él había pasado por algo similar, y sabía lo difícil que era hablar de un hecho tan cruel que implica a la familia.

Por supuesto, sus situaciones eran diferentes: cuando sus padres murieron él estaba lejos, no sintió dolor ni malestar, pero, por lo que leyó, con Minato fue bastante diferente, porque el rubio si había estado presente, y también sufrido mucho.

Nadie era el mismo después de acontecimientos de ese tipo, ni siquiera porque solo fuera un niño, era peor de esa forma. Él mismo, por el papel que debió tomar, había cambiado mucho, a su parecer, su forma de ser.

—Tú… ¿estás bien? —Akari preguntó, y Minato asintió.

—Ahora lo estoy —afirmó, y agregó, tras una corta pausa—: han pasado veinte años, después de todo.

El rubio sonrió, nostálgico y, en esos zafiros siempre brillantes en alegría, Akari vio tristeza. Era la primera vez que un sentimiento diferente a la diversión, o algo bueno, aparecía en el rubio desde que lo conoció, pero sería raro si fuese de otra forma. Si él no se sintiera nostálgico al respecto, eso querría decir que Minato Hamilton era un robot, o un psicópata.

—Ahora soy un profesor que se preocupa por sus estudiantes —Minato continuó hablando y tomó sus palillos, para seguir comiendo.

—¿Profesor? —Akari arqueó entrecerró el mirar, eso sería lo último que se le hubiera ocurrido como oficio para el otro. Abandonó eso y prosiguió—: también vi que estudiaste en Estados Unidos, aunque no habían más detalles al respecto.

Minato afirmó mientras masticaba y, al tragar, comentó:

—Eso es porque me deshice de todos esos detalles, para no complicar las cosas.

—¿Por qué hacer algo como eso?, y por qué volver a Japón. —Minato frunció los labios, indeciso, y Akari prosiguió—: Si me lo preguntas, creo que Estados Unidos es un mejor terreno para desarrollarse en varios campos. Si tenías la ventaja de ser ciudadano, debiste haberla aprovechado.

Minato afirmó; él no podía quitarle razón a las palabras del mayor, ladeó la cabeza a la izquierda, y dijo, con cierta inocencia:

—Es que… me gusta mucho Japón.

Akari resopló, sin poder entenderlo, y llevó más comida a su boca. Minato se sonrió y achicó el mirar, divertido, en él.

—¿Desde hace cuánto eres profesor? —Akari indagó.

Minato solo tenía veintiséis, así que Akari esperaba que este fuera su tercer, o como mucho cuarto, año en la profesión, si daba clases en alguna secundaria o preparatoria.

—¡Este es mi sexto año! —respondió el rubio con orgullo, sorprendiendo al otro, que exclamó:

—¡¿Sexto?, pero si solo tienes veintiséis!

Una risilla afloró de Minato. Él de verdad estaba feliz de haber causado ese efecto en el otro. Minato no se veía como un japonés, salvo un poco sus ojos, pero, cuando se reía, sus ojos se asemejaban mucho al estándar asiático, porque se cerraban de una forma linda.

Dos segundos después, Akari se regañó por estar haciéndose esas ideas raras, y regresó al punto: ¿cómo es que era su sexto año? Para ser profesor se necesitaba cumplir requisitos bastante específicos. Entendía que los genios existían, pero… nunca esperó tenerlos tan cerca, en especial para un profesor.

«Los genios se dedican a cosas más geniales, como la física, la exploración espacial y el origen de las todo», pensó Azarov y sopló.

—Cumpliré veintisiete el próximo año —Minato se apresuró a comentar, como un niño cuando cuestionan su edad, y continuó—: la universidad me contrató, y comencé a trabajar, cuando tenía veintiuno.

Eso era aún más curioso. Según Akari entendía, para ser un profesor universitario se necesitaba ser graduado de posgrado, y el patrocinio de otro profesor, su asesoría (básicamente, volverse su discípulo).

—Tú… ¿eres uno de esos genios? —murmuró Akari.

Minato negó.

—No lo creo. Obtuve mi diploma de preparatoria a los trece, con un examen, y estudié matemáticas, porque son fascinantes. —Akari lo dejó a hablar, y regresó a comer.

»Como a los quince, fui a Estados Unidos, eso es lo que vio en el buscador, y estudié psicología e investigación criminal. Después regresé aquí, a los dieciocho, y me animé a hacer un posgrado, porque solo tenía dieciocho… aún era pronto para meterme al mundo de un trabajador estresado —bromeó, y continuó—: fue en psicología forense.

—¿Eres profesor del área? —Minato negó.

—Hice una residencia de diecinueve meses con la policía y, al mismo tiempo, tomé un programa de educación a distancia y, después de tres años, obtuve una calificación para trabajar como profesor. Después de eso, dejé la policía.

Akari dejó de comer, de nuevo, terminó de masticar y tragó, y tomó la jarra con cerveza que tenía a un lado, para tomar dos grandes trago.

—¿Por qué dejaste el trabajo en la policía? Según los rumores que me llevaron a ti, eres de verdad bueno para eso —habló dudoso y curioso. Había gente como números en el mundo.

Minato se sonrió, esta vez de una forma comprensiva, y negó.

—Por mi bien, debo llevar una vida sin demasiado estrés constante, sin demasiadas tensiones. Fue por eso.

Esa era la última respuesta que Akari, al repasar las situaciones entre ambos, se esperó.

—¿Estás enfermo? —Entrecerró la vista en él y se echó hacia adelante en la banqueta.

—Algo por el estilo… —Minato bamboleó la cabeza a ritmo lento.

—Aún con eso, creo que eres muy joven para ser un profesor universitario —comentó el mayor, aún incrédulo, pensando que el rubio le quería jugar una broma.

—Eso es porque tuve mucha suerte —afirmó el rubio y llevó un poco del final de su comida a la boca, masticó, tragó y continuó—: La persona que me hizo optar por ese trabajo, fue el profesor que asesoró mi tesis cuando estudié matemáticas; lo encontré mientras hacía los finales de educación.

»«Definitivamente no te vas a escapar esta vez», él me dijo —Minato imitó con mucha gracia la voz de un hombre mayor—. Él me tomó, asesoró mi posgrado, y también mi doctorado en el área, aunque sigo trabajando en lo último.

«Doctorado». De verdad tenía a un chico interesante al frente. ¿Qué clase de cerebro poseía, para soportar tanto estrés estudiantil a tan temprana edad? Akari espiró por la boca, «demasiadas revelaciones», su mente murmuró.

Jimmy Neutrón, el chico genio —Akari citó el nombre de la serie animada, y Minato, que ya había terminado su comida, se echó a reír.

—Se lo dije… Es más como una enfermedad. Mi cerebro tiene muchas más neuronas que el promedio, y también es mucho más activo; tengo un metabolismo bastante acelerado, además. —Se encogió de hombros.

Akari se apuntó que debía investigar si esas cosas eran posibles más tarde; pero él no tomaría eso como una enfermedad, sino más bien como un privilegio, y ese pensamiento transformó su semblante en uno dudoso, que Minato leyó cual libro abierto.

—Suena un poco raro —murmuró el mayor.

—Nací de esa forma —aseveró el menor, y explicó—: Hay cosas que puedo y no hacer, gracias a esto, porque mi cerebro y mi cuerpo son dos entes diferentes. A altos y constantes niveles de estrés, mi cerebro funciona de una forma que mi cuerpo no puede soportar

«Bien», pensó Akari, «si lo dice de esa forma, si suena como algo malo».

—Ser un detective a tiempo completo, vivir las veinticuatro horas bajo ese estilo de vida, no puedo hacerlo, sin importar cuánto me encante —expresó Minato con la voz apagada—. Por eso, para satisfacer mi necesidad y curiosidad, a veces ayudo a personas a resolver misterios.

Akari colocó el codo derecho sobre la mesa, y llevó su cabeza a reposar sobre la mano levantada, el mentón. Resopló y siguió mirando al rubio de forma directa. Estaba aturdido, pero también muy interesado.

—Todo esto, el español… tu pareces hacerlo todo solo por curiosidad —analizó.

—Ya comenzamos a entendernos. —La cara de Minato se aclaró, se iluminó, y todo ese sentimiento de apagamiento, se difuminó—. Mi vida se guía por la curiosidad, Akari-san. ¿Acaso no es esa la esencia de todo ser humano?

Akari se quedó con esa pregunta y cerró los ojos. Este tipo podía ser un terapeuta… no, espera, ¡lo era! Exhaló y deshizo su postura, tomó la jarra con cerveza, a medias, y se tomó unos buenos tragos.

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