Lejos de lo que pudiera parecer, Minato no era el tipo de persona con demasiados amigos. Era sociable, sí, le caía bien a casi todo el mundo, y le gustaba llevarse bien con todos, tener un buen ambiente alrededor y ser bien visto y considerado; sin embargo, también era el típico «aprendiz de todo, maestro de nada», y por voluntad propia.
No era bueno para forjar buenas amistades, de esas verdaderas. Siempre las perdía todas.
En un mundo donde todos sus compañeros de trabajo siempre fueron mucho mayores que él, se había acostumbrado a ir a su ritmo. En consecuencia, no era el típico veinteañero que llegaba tarde a casa aunque fuese entresemana.
Diez de la noche. Hoy era un día diferente.
Llevaba una sonrisa pintada en los labios, porque sentía un extraño calor por dentro; la sensación le recorría del pecho a los pies, y lo hacía senti
Los problemas humanos tenían la particularidad de que, tras haber aflorado a ojo público, no podían volver a ser resguardados.Esto era lo que suceda ahora con el caso de los esposos Azarov. Las noticias del arresto de un sospechoso llegaron a la prensa escrita y los medios de comunicación y, en cuestión de horas, las tertulias sobre el tema se presentaron en los programas de opinión de radio, televisión, y en directos por internet.Se hablaba de los antecedentes, reportajes antiguos, incluso se emitieron las declaraciones de un jovencísimo y afectado Akari, y las imágenes de él y sus hermanas saliendo del cementerio, afectados, también regresaron a la palestra.El interés de los medios, sensacionalistas y molestos, por saber qué había sido de los «pobres huérfanos», se volvió tan sofocante, que Arata y Kohaku tuvieron que refugiarse en la
A veces, tentar a la suerte era arriesgado; otras, muy pocas, de verdad valía la pena.Minato pensaba en eso justo ahora, cuando, en este relato de a dos, esperaba a su contraparte en la ejecución de una arriesgada movida, donde las cosas podían salir perfectas o, por el contrario, ser un completo desastre.Tras trabajar hasta las once, pues debía entrar una planificación de sus asignaturas, Minato tuvo una «cita con él mismo»: fue a ver una película, y pasó el resto de la tarde en la librería, buscando nombres de material de lectura para una próxima vez.Hoy no era un buen día para eso.La presión de los días pasados hacía mella en él, en medio de este sábado invernal; sin embargo, esperaba que, con la desventura que se venía, pudieran aportar a aclarar las sospechas que recaían sobre Saga Itsuki.Un buen amigo
La próxima vez que Minato le dijera que no era seguro ir a un sitio, dejaría de ser tan estúpido, y le haría todo el caso del mundo. Ya estaba decidido.Akari podía notar la tensión en el rubio, porque su mano era tomada con fuerza, aunque cierto cuidado de no lastimarlo, y solo miraba al frente.La calle era apenas alumbrada por los faroles, a varios metros de altura y, a pesar de que no había ninguna nube en el cielo, al castaño le parecía como que pudiera soltarse una tormenta en cualquier segundo.Detrás de ellos, podía escuchar los pasos a ritmo normal de esos tipos, que fingían una charla amena y risas. Ellos, en cambio, aparentaban estar relajados, pero se movían más rápido.La mano de Minato se había enfriado de golpe, y entendió que él, a diferencia suya, que estaba viciado por el alcohol, y la ansiedad, él si pensa
Una punzada dolorosa se extendió desde lo más profundo de su cerebro hacia el resto, como si lo taladrada con malicia; un zumbido, como el de la estática, pero amplificado de forma terrible, hizo que un escalofrío tremendo lo abrumara en medio de la inmensa oscuridad que lo rodeaba.Tenía ganas de vomitar, y sentía mareos, dolor… ese dolor se repartió en momentos concretos, y luego solo lo aprisionó, volviendo insoportable su estadía en lo que fuese este lugar.Entonces, las voces en el fondo comenzaron: primero fueron grandes carcajadas burlonas, gritos de exigencia, y más risas. «¿Acaso te duele?», una voz altanera le preguntaba, y él sabía a la perfección de quién se trataba, a pesar de que todo lo que veía era penumbra, y no podía moverse. «¡Anda! ¡Méteselo por detrás!», una voz distinta excl
—Por cierto, tu teléfono está en la mesa de noche. De verdad… tienes un terrible problema con la telefonía móvil. —Akari cerró la puerta del closet, ropa en mano, volteó y se quejó.Minato sonrió.—Lo puse a cargar por ti. A estas alturas, debería estar bien para encenderlo. —Puso la ropa al pie de la cama.—Lo siento… me dijeron que si fallaba de nuevo tenía que cambiarla, pero… nunca me queda tiempo para resolver esos asuntos —justificó, se arrimó al costado de la cama, y colocó los pies contra el suelo. Solo entonces se percató de que estaba descalzo.Akari dejó al pie de la cama una camisa de mangas largas, ancha, y un par de pantalones tipo pijama, además de ropa interior.Y solo por eso último, dentro de Akari, el hilo de la vergüenza reapareció.Mina
Todo estaba detenido, y la decepción para Akari, a pesar de ser tremenda, se hallaba contenida gracias a Minato.Después de un gran revuelo, de aparecer en los periódicos, y los debates en platós de televisión, el caso de los esposos Azarov retornó a los números bajos que poseyó los anteriores siete años- de nuevo, todo se estancaba.Después de lo que ocurrió en el bar, de lo que vieron y escucharon, Akari y Minato se apersonaron a la central de policía, para declarar lo sucedido y hacer retratos hablados de las personas. Tras recibir Minato un buen regaño, y la orden de mantener sus narices fuera de la investigación, por su propio bien, todo se serenó.Desde entonces, tres semanas ya, si el rubio estaba realizando alguna averiguación, o si seguía investigando por su cuenta, no le había dicho ni una sola palabra al mayor.
Akari apenas pudo resistir estar despierto hasta llegar a su estación, Ebisu; Minato, como siempre, continuó por una estación más, hasta Meguro.Eran poco más de las ocho de la noche cuando el rubio llegó a casa, sin sorpresas por encontrar las luces encendidas, y un par de zapatos en el recibidor. Su tío le había enviado un mensaje a la mitad del trayecto en el tren.—¡Estoy de vuelta! —Minato habló alto, quitándose los zapatos y poniéndose pantuflas.Caminó hasta encontrar la entrada de la sala, y vio cómo su tío hacía de las suyas en la cocina.—Bienvenido a casa —contestó Yahiro, mirándolo desde la distancia.Minato sonrió y entró a la sala de estar, dejó su bolso sobre el sofá, y también la chaqueta, en el respaldo. Se acercó a su tío,
¿Cómo era que las mujeres podían disfrutar de ir por allí caminando felices con un montón de bolsas a cuestas, tras hacer las compras?En este momento, Yahiro se hacía esa pregunta, en tanto sufría el cruel destino de tener los brazos muy cansados.Hoy era sábado, más o menos las dos de la tarde y, junto a su sobrino, Minato, había pasado toda la mañana yendo y viniendo entre tiendas de juguetes, de ropa, y hasta librerías y lugares para comprar comida.Los niños tenían gustos muy raros, y su amado sobrino… ni se diga.Estaba cansado: ir de un lugar a otro cargando bolsas de compras que cada vez se hacían más, y más pesadas, se volvió insostenible en un punto, y tuvieron que pagar un lugar de almacenable; era obvio que regresarían en un taxi a casa, por más costoso que este servicio resultara; sin embargo, no s