Elara observaba en su cuerpo, el lujoso vestido que su madre había ordenado para ella. Vera Chang lo había diseñado especialmente para ella, una petición suya digna de una princesa de los cuentos de hadas que siempre le habían encantado. —Listo, las medidas fueron exactas, tiene usted una figura perfecta y bien proporcionada, el diseño sin duda alguna lucirá mucho más que perfecto en usted — Elara se miró. Al día siguiente sería, finalmente, su boda con Cedric Auritz, y el hombre que arrebató de su hermana, sería suyo para siempre. —Sal, quiero estar sola — ordenó la mujer de cabellos negros. El vestido era todo lo que había imaginado que sería; el más costoso, el más perfecto, y el que la haría sobresalir por encima de Elianna tal y como debía de ser. No estaba contenta por la decisión de su madre sobre las dos bodas juntas, pero toda rabieta y súplica simplemente no fueron escuchadas. Su mamá había tirado “la casa por la ventana”, y todo en esa boda era enteramente al gusto de
El viento mecía con suavidad las cortinas de esa habitación especial en dónde la estaban preparando. Sus ojos verdes le regresaban la mirada en el espejo. El cepillo de plata marcaba cada hebra de su hermoso cabello castaño, y una brocha de rubor, coloreaba sus tersas mejillas de un rosado suave que marcaba sus pómulos perfectos. Una caja cerrada la esperaba en la cama, los guantes blancos yacían junto el delicado ramo de rosas blancas y rosas que la madre de Caleb Auritz había mandado hacer especialmente para ella. El labial resaltaba su belleza, y sus enaltecidas cejas se arqueaban con sorpresa. Aquel día llegó, quizás, demasiado pronto. Pronto caminaría del brazo de Caleb Auritz ya no como su prometida, si no como su mujer. Levantándose de la silla, elogió el trabajo de Alexei y el de sus asistentes, y abrió aquella caja en dónde se hallaba el vestido de novia que su madre había mandado hacer especialmente para ella. Al verlo, no se sorprendió de lo que encontró en su interior, y
Los pensamientos se fundían con el viento que entraba agradable entre las cortinas de aquella lujosa habitación de hotel. Las personas iban y venían, quizás, con demasiada prisa, para que todo estuviese mucho más que perfecto. Acomodando su corbatín negro, y aquellas flores blancas de su bolsillo, Caleb Auritz le mostró una radiante sonrisa a su reflejo. Aquel era el día en que se casaría con la mujer que había amado siempre.Un sentimiento de gran regocijo se apoderó de él. Recordando todos aquellos momentos en que miraba a esa hermosa mujer de cabellos castaños y ojos verdes de selva salvaje tan bella, tan inalcanzable, sintió que su corazón se inflamó de una increíble dicha que lo gobernó por completo. Elianna Jhonson había sido y sería siempre el primer y único gran amor de su vida, pues había perdido ante ella cuando aún eran demasiado jóvenes para entender lo que era el amor. ¿Por qué se había enamorado de ella? Quizás, por aquella radiante sonrisa cargada de inocencia y pure
—Nos retiramos, no compartiremos nuestro momento con nadie más — Elara y Elena abrieron los ojos con indignación y sorpresa al escuchar las palabras de Caleb Auritz. Cedric, sin embargo, sonrió de lado al esperarse algo como aquello. —¿Pero que están diciendo? Si se van ahora mismo no habrá un solo sitio en esta maldita ciudad en dónde puedan celebrar su absurdo matrimonio — amenazó en voz baja la pelinegra al tiempo en que arrojaba aquel vestido manchado de rojo al suelo. Su hermana, nuevamente, la estaba poniendo en ridículo. Acercándose, Elena tomó con brusquedad a Elianna del brazo. El vestido que estaba usando era notablemente más costoso que el que llevaba Elara, aunque, de ningún diseñador que ella hubiese visto antes. ¿Cómo se atrevía a desafiarla? Y, mas aún, ¿Cómo se atrevía a abandonar aquella boda antes de comenzar? —¿Cómo te atreves a hacer todo esto? Si te vas ahora, haré que pagues por esto muy caro, Elianna, no tendré compasión alguna de ti o de tu esposo — amen
Aquellos aplausos seguían llenando el viento. Las promesas fueron cantadas ante la luz del sol, una hermosa mujer miraba a los ojos de zafiro de su hombre, y sin decir nada, ambos se lo habían dicho todo. —Gracias, por pensar en mi — Elianna sonrió al mirar nuevamente aquel esplendor; ella tan solo había pensado en su vestido de novia, y en como iría a opacar a Elara con el. Sin embargo, se había resignado a compartir su boda, su momento, con esa desgraciada que tenía por hermana mayor; Elena, tal y como lo había pensado, simplemente no tomo en cuenta nada de lo que ella había querido para su boda con Caleb, y todo, absolutamente todo, cómo era de esperarse de esa mujer, fue al entero gusto de Elara y Cedric. Ella no se había atrevido a soñar con una boda de ensueño, pues sabría que no la tendría, y aún a pesar de no tener ninguna expectativa, Caleb Auritz, nuevamente, había logrado sorprenderla. —Es tu día, reina Elianna, así que no podías solo resignarte a compartir tu momento
La luna brillaba en lo alto, entre blancas nubes que se paseaban lentamente en el negruzco cielo nocturno, siendo alentadas por el apacible viento de esa noche. El silencio reinaba, y el nerviosismo de dos corazones que latían al compás del otro, no se hacía esperar. Velas aromáticas, pétalos de rosas carmín y blancas que marcaban toda aquella habitación en dónde dos almas sentían la ansiedad a flor de piel, eran mudos testigos de aquel momento mágico entre un hombre y una mujer que expectantes se miraron el uno al otro. Elianna salía de aquel baño, ataviada en aquel erótico corset semitransparente de encaje tan blanco como la nieve, que dejaba ver sus redondos senos coronados por ese par de botones de rosa apetecibles a la vista del rubio que miraba sintiendo su virilidad reaccionando. Aquella pantaletas de seda, dejaba ver un perfecto y rosado monte de Venus al que la hermosa castaña intentaba tímidamente esconder. Las medias blancas que había usado bajo el vestido de novia, estaba
Aquella mañana fue muy diferente. —Buenos días cariño, ¿Qué te apetece para desayunar? Puedo preparar huevos revueltos con tocino y tostadas francesas, Helen nos dejó todo para desayunar bien antes de tomar nuestro vuelo a México — Elianna sonrió. Frente a ella, sin camisa y en unas muy coloridas bermudas, se hallaba su ahora esposo, Caleb Auritz. Incorporarse le resultó doloroso; todo el cuerpo le pesaba y dolía como si hubiese sido atropellada por un tracto camión o hubiera hecho un maratón de 40 kilómetros descalza. Sus mejillas ardieron al sentir sus pliegues femeninos dolerse también, y recordó todo lo que ella y Caleb habían hecho en su noche de bodas. —Huevos y pan están bien, y si no es molestia, me gustaría un poco de jugo de naranja — respondió con timidez.Caleb sonrió. Elianna estaba tan colorada como una fresa. Su noche de bodas había sido, en pocas palabras, algo abrumadora y tremendamente maravillosa; nunca imaginó, ni en sus más prohibidos sueños, que Elianna fues
El sol en lo alto, el calor agradable, el sonido de las olas que apaciblemente chocaban contra la blanca tersa arena de aquella majestuosa playa, lograban que el corazón de cualquiera se sintiese regocijado. El aroma de la deliciosa comida, las piñas coladas y el quemante sabor único del tequila, maravillaban a Elianna quien no podía dejar de admirar la belleza de ese pequeño paraíso que México mantenía como uno de sus mejores destinos. —¿Quiere otro shot de Tequila güera? — Las clases de español que su abuelo le había hecho tomar le estaban sirviendo mucho. Asintiendo, tomaba otro vasito de aquel elixir de huella nacional que le había resultado interesante; sin duda alguna, estaba disfrutando de aquella luna de miel y de las maravillas que el país vecino tenía para ofrecerle. A pesar de ser la hija de una familia acomodada, pocas habían sido las veces que tuvo la oportunidad de viajar, más aún al extranjero. Elena tan solo contemplaba a Elara para disfrutar de un largo viaje a alg