El humo de un cigarro dibujaba formas difusas en el viento nocturno. Los bares lucían llenos de gente que alegremente buscaba pasar un buen rato. Las luces en las farolas parpadeaban y los automóviles iban tan rápido que apenas y sus faros coloridos creaban siluetas de colores. Entrando en un bar de mala muerte, aquel hombre encendía un nuevo cigarrillo, al tiempo que miraba a las mujeres hermosas bailando sobre el escenario mientras los hombres ya borrachos, dejaban billetes a sus pies. Hacía años que no regresaba a New York; se había marchado cuando las cosas no resultaron beneficiosas para el, dejando a su mujer y su hija atrás, pero aquel informante le había dicho que la situación había cambiado, y que su esposa ahora era la heredera de una cuantiosa herencia. — ¿Le sirvo algo señor? — Mirando a la mesera que no dejaba nada a la imaginación en aquel atuendo provocativo, la tomó por la cintura para sentarla en sus piernas. — Tráeme la mejor botella que tengas cariño, y quédate
—Mucho tiempo sin verte, querida esposa — Elena se incorporó. Mirando con desprecio a ese hombre de sonrisa cínica que tenía delante, se seco el sudor y luego camino hacia el. Una sonora bofetada resonó en el lujoso espacio, pero aquel hombre no se inmutó y tan solo soltó una risa divertida.—Maximiliano, eres un maldito bastardo, ¿Quién te crees que eres para entrar en mi casa como si fueras el dueño? — reprochó con furia. —Veo que no has cambiado en nada, pensé que después de tantos años me recibirías con un cálido abrazo, después de todo, fue tu culpa que yo me fuera por llevar a ese engendro en tu vientre — dijo el hombre tocándose la mejilla. Elena apretó los dientes. —Lárgate ahora mismo si no quieres que te mandé sacar por la fuerza, tu no tienes nada que estar haciendo aquí, Elara y yo ya te superamos hace años, no hay nada para ti en este lugar — respondió. Mirando aquella habitación, el hombre de cabello negro y ojos grises, notó que aquella era la que una vez perte
Las sonrisas brillantes y las poses extrañas, llenaban esa mañana el restaurante favorito de Elara Jhonson. Selfie tras selfie, la joven sonreía mientras su padre la secundaba en todo y posaba junto a ella para la cámara del celular. Elara sentía el pecho inflamado de emoción, pues durante prácticamente toda su vida, había añorado el regreso de su amado progenitor. Cada noche desde el día en que se había marchado, lloraba por su ausencia, y tenerlo allí era casi como un sueño. Se había olvidado por completo de Elianna y solo quería enfocarse en pasar el mayor tiempo posible con el hombre que le dio la vida. —Ya quiero que conozcas a Cedric, es muy guapo y el heredero de su familia, creo que te vas a llevar muy bien con el — decía con ilusión la joven pelinegra. Maximiliano sonrió cínicamente. Cedric Auritz era uno de los gemelos herederos de una de las dinastías más poderosas de todo Estados Unidos; si Elara iba a casarse con un hombre tan influyente y poderoso, su futuro estaba má
—Ese hombre… — Elianna miraba a Elara tan feliz como nunca antes, y aquel desconocido parecía demasiado apegado a ella, como si la conociera de toda la vida. Caleb estaba dentro de los baños del lugar, y ella comenzaba a sentirse furiosa al mismo tiempo que nerviosa. Los guardaespaldas de su prometido estaban cerca de ella pendientes de cualquier incidente que pudiera ocurrir, pero aún así no lograba sentirse segura. Mirando a su hermana mayor, sintió que la rabia se apoderó de su corazón. ¿Cómo era que podía estar tan feliz y despreocupada de compras después de mandarle hacer algo tan atroz? ¿Acaso era un monstruo? Negando en silencio, no quiso seguirla viendo, ella tenía que superarlo, y Elara solamente seguía en su burbuja de egoísmo. —¿Te hice esperar mucho? — cuestionó Caleb sacándola de sus pensamientos. Sonriendo, Elianna negó. —Vamos, ya tengo hambre, quiero ver cuál es ese restaurante del que me estabas hablando — Desde el otro lado de la tienda, Elara miró a su herm
— Está delicioso — dijo Elianna con ánimo, al probar aquel filete Mignon, que casi se deshacía en su boca. Caleb sonrió y no pudo dejar de mirarla; sabía que ella se estaba haciendo la fuerte, pero había notado como sus manos temblaban cuando habían visto a Elara Jhonson a lo lejos. Le había dicho que la amaba, sin embargo, aún no sabía que era lo que aquella hermosa castaña sentía por el; no iba a presionarla, por supuesto, pues entendía que ella incluso podría haber olvidado aquel "Te amo" de la noche anterior, en medio de todo lo que le estaba pasando. Aún no estaban fuera de peligro, eso era un hecho, pues si su madre y hermana habían sido capaces de llegar tan lejos para ordenar un ataque contra ella, significaba que todo aquello apenas estaba comenzando. Sus informes, por otro lado, eran preocupantes; el atacante simplemente parecía haber desaparecido del mapa, y estaba convencido de que Elena Jhonson lo tenía bajo resguardo como un truco sucio bajo la manga para el momento que
Aquella noche las bailarinas lucían más tentadoras de lo habitual. Hombres cayendo de borrachos, dejaban ver su gran necesidad de afecto al pagar por la falsas caricias de esas meretrices que cobraban cien dólares por un instante. El vino barato había quedado atrás, y justo en ese momento se embriagaba con una botella tan costosa que bien podría matar el hambre de una familia necesitada por al menos seis meses, pero, por supuesto, el no era para nada un patético altruista. Maximiliano se regodeaba de su propia maldad, y poco o nada le importaba lo que cualquiera dijese de el. Pronto tendría tanto dinero para vivir una vida holgada y pavorosa, justo como a él le gustaba. Dirigía una de las mafias más fructíferas de Italia, pero en los últimos años sus rivales lo habían acechado al punto de perder muchos de sus privilegios, y, por supuesto, nunca estaba realmente dispuesto a renunciar a su costoso estilo de vida. Había mandado a atacar a Elianna Jhonson antes de saber que ella era la f
Elara observaba en su cuerpo, el lujoso vestido que su madre había ordenado para ella. Vera Chang lo había diseñado especialmente para ella, una petición suya digna de una princesa de los cuentos de hadas que siempre le habían encantado. —Listo, las medidas fueron exactas, tiene usted una figura perfecta y bien proporcionada, el diseño sin duda alguna lucirá mucho más que perfecto en usted — Elara se miró. Al día siguiente sería, finalmente, su boda con Cedric Auritz, y el hombre que arrebató de su hermana, sería suyo para siempre. —Sal, quiero estar sola — ordenó la mujer de cabellos negros. El vestido era todo lo que había imaginado que sería; el más costoso, el más perfecto, y el que la haría sobresalir por encima de Elianna tal y como debía de ser. No estaba contenta por la decisión de su madre sobre las dos bodas juntas, pero toda rabieta y súplica simplemente no fueron escuchadas. Su mamá había tirado “la casa por la ventana”, y todo en esa boda era enteramente al gusto de
El viento mecía con suavidad las cortinas de esa habitación especial en dónde la estaban preparando. Sus ojos verdes le regresaban la mirada en el espejo. El cepillo de plata marcaba cada hebra de su hermoso cabello castaño, y una brocha de rubor, coloreaba sus tersas mejillas de un rosado suave que marcaba sus pómulos perfectos. Una caja cerrada la esperaba en la cama, los guantes blancos yacían junto el delicado ramo de rosas blancas y rosas que la madre de Caleb Auritz había mandado hacer especialmente para ella. El labial resaltaba su belleza, y sus enaltecidas cejas se arqueaban con sorpresa. Aquel día llegó, quizás, demasiado pronto. Pronto caminaría del brazo de Caleb Auritz ya no como su prometida, si no como su mujer. Levantándose de la silla, elogió el trabajo de Alexei y el de sus asistentes, y abrió aquella caja en dónde se hallaba el vestido de novia que su madre había mandado hacer especialmente para ella. Al verlo, no se sorprendió de lo que encontró en su interior, y