No podía creer lo que veían mis ojos. El rostro de Andrey comenzó a deformarse ante mí, como si fuera de plastilina. Para mi sorpresa, la mitad de su cara adoptó la forma de otro rostro que me resultaba vagamente familiar, pero que no podía identificar. Era como si hubiera salido de algún rincón olvidado de mi memoria, de algún sueño lejano y borroso.

Su transformación me llenó de terror. De repente, el hombre amable y cariñoso que siempre había visto hasta ahora se desvaneció como una ilusión. En su lugar, apareció un ser oscuro y siniestro, un reflejo de su verdadera naturaleza cruel y violenta. Él era el responsable de mis desvariaciones en este patético sueño, que comenzaba a volverse pesadilla.

— Andrey, ¿qué estás haciendo? — pregunté con voz aterrada al verlo sacar la navaja de su brazo y apuntarla hacia mí.

— Está navaja, es la muestra de tu terquedad. Aquel día cuando intentaba luchar por nuestro matrimonio, me agrediste con ella. La he guardado desde entonces — Un escalofrío