Una pequeña luz

A medida que mis ojos se abrían lentamente, distinguí la figura borrosa de mi madre sentada junto a mi cama, sosteniendo mi mano con firmeza. Un cálido gesto de alivio se dibujó en su rostro al ver que yo despertaba. Sus ojos, enrojecidos e hinchados por el llanto, reflejaban la angustia y el sufrimiento que había experimentado. Su cabello canoso, usualmente bien cuidado, estaba desordenado, indicando que había pasado muchas horas sin descanso y dedicadas completamente a mi cuidado.

A pesar de su propio cansancio y aflicción, su sonrisa transmitía un amor infinito. Era evidente que mis problemas la habían afectado profundamente. Pero allí estaba, a mi lado, dispuesta a darme su apoyo y fuerza en un gesto de entrega maternal.

— Hola, cariño. Me alegro de que hayas despertado. ¿Cómo te sientes? — me preguntó con voz suave.

— Hola, mamá. No logro discernir como me siento. — le respondí con la voz aún ronca. — Me encuentro confundida. No sé qué sentir.

— Lo sé, hija. Lo sé. Es muy duro l
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