LA CENA

La lluvia golpeaba contra las ventanas, llenando con un murmullo constante, el silencio que habitaba en la casa.

Ellie terminaba de secar los platos en la cocina, mientras que en el salón, su pequeño de dos años, Run, jugaba con sus bloques de colores.

Pensando que un gesto especial, quizás ayudaría a romper la barrera que se había levantado entre ella y Rolan, Ellie, se había pasado todo el día preparando la cena de la noche.

Sobre la mesa había dispuesto un hermoso mantel, unas velas que había encontrado guardadas y un ramo de flores, que ella misma recogió en el jardín esa mañana.

Se veía simple, pero bonito, y esperaba que él lo notara.

—¡Mami, mira! —gritó el niño, alzando su creación con orgullo.

Ellie asomó la cabeza en el umbral que dividía las habitaciones, y sonrió. Sin embargo, su mente estaba en otra parte.

—Es hermosa, amor. Sigue así, seguro será la más alta del mundo

Run asintió con entusiasmo y volvió a jugar, completamente ajeno a las emociones de su madre. Ella lo observó por un momento desde la puerta; sus rizos oscuros caían sobre su frente mientras movía las piezas con entusiasmo, tratando de construir una torre más alta que su propio cuerpo. Aunque físicamente compartía muchas características con Rolan, Ellie rezaba en silencio para que no heredara el carácter frío y distante de su padre. Eso era algo que la devastaría por completo.

Volvió a la cocina para revisar la carne que había preparado con tanto cuidado.

Era la receta favorita de Rolan: carne a la mostaza con verduras; y había puesto todo su empeño para que quedase perfecta.

Mientras acomodaba los platos en la mesa, miró el reloj; pasaban las ocho de la noche, y él aún no había llegado.

—¿Tienes hambre, cariño? —preguntó desde la cocina, al escuchar que Run comenzaba a inquietarse en el salón.

—¡Sí, mucha! —respondió el pequeño, corriendo hacia ella con los brazos extendidos.

Ellie lo levantó y lo sentó en su silla alta, sirviéndole un pequeño plato de puré. Run comió con entusiasmo, mientras ella intentaba mantener la calma.

La comida seguía caliente, pero empezaba a temer que Rolan no llegara a tiempo, o en su defecto, que no llegara en lo absoluto.

Dispuesta a no rendirse, Ellie buscó un vestido lleno de volados que había dejado de usar hacía años. Lo acomodó sobre su cuerpo y se realizó un peinado ligero. No se sentía especialmente bonita, pero al menos estaba haciendo su mejor esfuerzo.

Cuando todo estuvo listo, se sentó a esperar.

El aroma a coco y vainilla que desprendían las velas, llenaba la habitación, mezclándose con el exquisito aroma de la comida.

Afuera, la lluvia continuaba cayendo con fuerza, anunciando un mensaje premonitorio de que nada iba a mejorar. La puerta finalmente se abrió sacándola de sus pensamientos. Rolan entró en silencio, quitándose el abrigo empapado, con suma velocidad.

—¡Mira quién está aquí, Run! — dijo Ellie con entusiasmo.

—¡Papá llegó! — gritó el pequeño desde la otra habitación, mientras corría a los brazos de su padre con algarabía.

Rolan apenas se limitó a levantar la vista.

—¿Qué es todo esto? — preguntó molesto, observando la mesa y luego a Ellie.

—Preparé tu comida favorita — respondió ella, esforzándose por mantener la sonrisa—. Pensé que podríamos pasar una noche en familia.

Rolan suspiró, sin dejar de desabotonarse la camisa.

—No era necesario. Además, no puedo quedarme.

Ellie sintió cómo el esfuerzo que había hecho, se desmoronaba ante esas palabras.

—¿Trabajo, otra vez? — preguntó tratando de sonar calmada, aunque la frustración comenzaba a ganar terreno.

—Sí, una reunión importante. No puedo faltar — respondió él, dirigiéndose al dormitorio para cambiarse.

Ellie se quedó inmóvil mirando cómo desaparecía por el pasillo. En cambio, Run, estiró sus pequeños brazos hacia ella, comenzando a sollozar.

—¿Papá no se queda? —preguntó con voz inocente.

—No, cariño. Pero yo estaré aquí contigo —respondió Ellie, abrazándolo con fuerza.

Cuando Rolan regresó, unos minutos después, lucía un traje negro reluciente y se veía hermoso. Ellie aprovechó la oportunidad e intentó hablar con él nuevamente.

—No puedes seguir así, Run te necesita, y yo también

Él se detuvo frente a la puerta, ajustándose el reloj, totalmente absorto en sus propios dilemas.

—No tengo tiempo para tus quejas, Ellie. Estoy haciendo todo esto por ustedes. Haz algo productivo y deja de molestarme

Ellie apretó los labios, conteniendo todas las palabras que quería decir; cada vez que intentaba acercarse, él encontraba la manera de alejarse aún más.

—Papá, juega conmigo —dijo Run, suplicando con sus hermosos ojos verdes, para que no se fuese.

Rolan se agachó brevemente, le acarició el cabello y se despidió con un beso rápido en la frente. Luego, sin mirar atrás, salió por la puerta.

Ellie se quedó de pie en el salón, con Run aún en brazos.

Las velas seguían encendidas, el mantel estaba perfectamente colocado, y la comida permanecía intacta sobre la mesa. Todo su esfuerzo había sido en vano, y ahora, el vacío en el centro de su pecho era más grande aún.

Al notar que el pequeño comenzaba a frotarse los ojos, Ellie supo que era hora de acostarlo. Lo llevó a su habitación, lo arropó con su manta favorita y le leyó un cuento hasta que finalmente se quedó dormido.

—Dulces sueños, mi amor — susurró, dejando un beso en su frente antes de apagar la luz.

Con las ilusiones hechas trizas, se dispuso a limpiar todo el desorden que había quedado. Necesitaba despejar su mente de los malos pensamientos, a pesar de que sabía lo que pasaría: Rolan se gastaría un dineral en bebidas y regresaría pasado de copas. Lo único que le quedaba en estas ocasiones, era rezar para que volviera de buenas y con la camisa sin ningún rastro de labial.

¿En qué momento se había transformado en esta pobre sombra? ¿Dónde había quedado la mujer llena de sueños que algún día fue?

Estaba cansada… Algo dentro de ella se estaba apagando, y lo sabía.

—Todo estará bien — susurró para convencerse a sí misma, aunque eso era algo que había dejado de creer hace mucho tiempo.

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