Fue un gravísimo error de Davids el de perder el tiempo golpeándome en lugar de escapar por uno de los grandes ventanales del pasadizo. Uno de los vigilantes de la clínica que tenía contratados Brown, alarmado por mi gran alarido, llegó con su arma desenfundada y viendo a Davids listo a llenarme el cráneo de plomo, le atinó un certero disparo en medio de los ojos que le reventó la cabeza igual a una calabaza. Davids cayó de bruces en medio del pánico y los gritos aterrados de doctores y pacientes por el balazo que reventó igual a un petardo de dinamita. La clínica entonces se convirtió en un caos y la vocinglería se hizo muy intensa. Jessica y Brenda llegaron de prisa y al encontrarme derrumbada en el suelo, aturdida, luego del golpe que me dio Davis en la cabeza, me atendieron de inmediato, me dieron agua, me abanicaron la cara, incluso me hicieron rehabilitación, pero yo estaba bien, únicamente mareada y aún desconcertada luego de mi encuentro imprevisto con Davids. Sangraba
Después que se llevaron el cadáver de Davids, recién fui donde Brown, a su consultorio. Yo tenía la certeza de que Karlson ya había sido detenido acusado de estar comprometido en el intento de matarme. -No, Andrea, Karlson está no habido, la policía lo busca-, me dijo él, también descorazonado. La noticia de lo ocurrido estaba en todos los portales del internet, se difundía en la televisión y eso, obviamente, iba en contra del prestigio de la clínica. Eso no le gustaba para nada a Brown. Renegaba y llevaba la boca estrujada. -Estábamos en nuestro mejor momento y viene ocurrir ésta balacera-, tenía él la cara ajada. -Solo fue un balazo, no ha sido el fin del mundo-, quise ser divertida pero ni él ni yo teníamos ganas de reír. Brown continuaba enfadado y malhumorado, pensando en los alcances que tendría esa noticia en el ánimo no solo de los pacientes sino de sus familiares, pensaba incluso en una masiva deserción. -La policía está detrás de Karlson. Caerá pronto-, me di
No pude resistirme más. Necesitaba los besos de Marcus, de sus caricias. Yo estaba demasiado sensible, requiriendo, con locura, estar en los brazos de ese hombre tan divino que me despeinaba y hacía burbujear mi sangre. Lo ansiaba, lo anhelaba, lo deseaba. Por las noches soñaba con su cuerpo enorme, igual a un camión, lleno de vellos y quería volver a saborear nuevamente el dulzor de sus labios, hasta quedar ebria de él, sumirme en la inconsciencia y urgía que me haga completamente suya. Me estremecía pensando en él, en sus manos recorriendo mi piel, en su aliento, quería verme en sus ojos y quedar eclipsada a su mirada tan dominadora y de auténtico macho alfa. En mis horas de alcoba él aparecía señorial como un caballero de las cruzadas, en su corcel blanco, gallardo y altivo y convertido en un guerrero persa en su carruaje, hermoso y cautivante. Yo rendida a él, me le entregaba plenamente. Hacíamos el amor bajo las estrellas, junto al arco iris, en paradisíacos oasis, en islas desi
¡¡¡Esteban me engañaba con mi mejor amiga!!! No podía creer lo que veían mis ojos. Yo sospechaba, desde antes, que él me era infiel. No soy tonta, quizás confiada y noble, pero no bobalicona y su comportamiento era muy sospechoso de buen tiempo atrás. Había dejado de verme los viernes, no contestaba mis llamadas y no quería que le viera el móvil, las veces que nos citábamos en el parque. Siempre olvidaba su celular en casa y eso me parecía muy raro y sintomático, porque cuando nos enamorados, era un maníaco del teléfono. Con la sospecha de que había otra mujer en medio de nosotros y a sabiendas que había salido como lo hacía todos los fines de semana, llamé a su madre y ella atizó aún más la hoguera de mis celos convertidos ya en un gran incendio calcinando mis entrañas: -Esteban salió temprano, Andrea, y no sé a dónde fue, todos los viernes es lo mismo, sale y vuelve muy tarde-, fue lo que me dijo su mamá. Grrrrrrr, sentí al furia y la ira reventando como truenos dentro de mi c
No es que sea una tonta, porque, creo y de eso estoy segura, boba no soy. Lo que pasa es que resulto demasiado confiada y enamoradiza frente a los hombres. La traición de Esteban me marcó mucho y dejó una huella indeleble en mi alma. Yo lo quería demasiado porque él era muy dulce conmigo, súper cariñoso y me adoraba, me hacía pensar que era una princesa de un cuento de hadas que flotaba por el aire y el viento jugaba con mis pelos y con mi enorme falda llena de guirnaldas y flecos. Sin embargo, Pamela, que pensaba era mi mejor amiga, lo había seducido, a mis espaldas, con no sé qué artimañas y él cayó redondito a sus pies, idolatrándola como a una reina y convirtiéndose en su amante. Lo más chistoso es que yo se lo presenté a él a mi amiga Pamela. Qué tonta fui. La que pensaba era mi incondicional amiga, en las buenas y en las malas, había quedado encandilada con Esteban y no la culpo, en ese sentido, porque Esteban es muy lindo, tierno, maravilloso y un soñador empedernido, de
Mi vida amorosa se llenó, entonces, de decepciones. Creo que he pagado tributo muy caro, el ser muy enamoradiza y soñadora, tanto que tengo muchísimos cuadernos repletos de poemas, muy románticos, cantándole no solo al amor, sino a los tantos hombres que me han impactado, seducido, impresionado... y he amado en mi azarosa existencia sentimental. Cuando gané mi primer concurso de poesía, en los juegos florales de la universidad, mis amigas se mofaban de mí. Me decían cursi, tonta y también acomplejada. Decían que mis poemas eran muy banales, carentes de significado y que la idea es hacer versos con mensaje, con reflexiones, ideas y no solo sentimientos como yo escribía. Eso decían. Mi primer poema se lo hice al chico más guapo de la universidad, Eduard. Ay, qué hermoso era él, con sus ojitos encendidos como llamas, la cara dulce pero dominante, los labios toscos, el mentón grande y las manos enormes, como tenazas. Era tan alto como un poste de alumbrado público y tenía un voz
Mi primer enamorado fue Jairo. Yo solo tenía dieciocho años. A él le gustaron mis ojos grandes y pardos, mis pelos muy negros, mi figura armoniosa y por supuesto mis piernas bien torneadas que se evidenciaban en los leggins siempre muy ceñidos que tanto me gustaban llevar. -Soy Jairo, estudio contigo, ¿cómo te llamas?-, me preguntó esa tarde cuando terminó la clase. Yo ya lo había visto, sabía que se llamaba así, que era nuevo, muy flojo, bastante distendido y distraído, un mal alumno, que tenía malas notas y que le hacía conversación a todas las chicas. -Andrea Povilaityté -, le dije. Él quedó boquiabierto, sin entender nada, completamente turbado y pasmado, incluso desorbitó los ojo con mi extraño nombre. -¿Qué?-, balbuceó hecho un tonto. Me dio risa su incredulidad. -Andrea, no más -, le repetí entonces, riéndome. Eso me enamoró. ¿No les digo? Todo me enamora. Me olvidé que Jairo era un mal alumno, que flirteaba con mis otras amigas, que era flojo y distendido y quedé
Conocí al doctor Martin Brown en una conferencia del uso de la psiquiatría en adicciones. Yo ya me había recibido en esa especialidad y estaba buscando empleo así es que sumaba diplomados, cursos y eventos para engrosar mi hoja de vida. ¡¡¡Ay, perdón, no les había contado!!! Soy psiquiatra. Me recibí a los 23 años, imagínense, con todos los honores, excelentes notas y menciones honrosas. Fui la mejor de la facultad, inclusive. Ahora quería, ya, trabajar, en un hospital. -Disculpe, ¿no es usted la doctora Povilaityté?-, me miró Brown con mucha curiosidad, como si contara las pecas que debajo de mis ojos celestes. Estaba encandilado con mis pelos rubios, tan amarillos que parecían pintados con crayolas. -Así es doctor, soy su más ferviente admiradora-, le confesé emocionada haciendo brillar mis pupilas, brincando como una conejita. Era verdad. Como estaba agregada a sus redes sociales le enviaba siempre elogios, apuntes, tips que encontraba en el internet y experiencias que o