Cuando llegué a la casa, encontré a mi padre abriendo su puesto de periódicos. Él me vio llegar asustada y empalidecida. -¿Qué pasa hija?, se extrañó con mi semblante, ¿tuviste problemas en la clínica?- -No, nada, papá, todo bien-, le dije y entré de prisa a la casa. Quería olvidar todo, la balacera, los intentos de Karlson de matarme y ahora la aparición intempestiva de Ferdinand. Era como si me hubiera atrapado un remolino donde no podía escapar ni salir a flote. Ferdinand llegó una horas después a la casa. Harry, el encargado de la recepción en la noche, le dio mi dirección. Ferdinand le dijo que era mi primo que había llegado de Alemania y quería darme una sorpresa y lo convenció fácilmente. -¡¡Andrea!! ¡¡He venido por ti!!-, gritó alertando a todos los vecinos. Mi padre había terminado de ordenar los diarios y las revistas y se sorprendió con la intempestiva aparición de mi ex enamorado. Él no conocía a Ferdinand. Yo no se lo había presentado nunca y nuestra relación f
La exposición de los trabajos, dibujos y obras de Hughes se haría en un museo exclusivo de la ciudad. La revista de Woodward había promocionado el evento y también se publicitó en las páginas webs dedicadas al arte. Todos los gastos corrieron a cargo de Tadeus Howard. Él, como siempre, muy generoso, atendió los ruegos de Katty. -Si es paciente de mi amigo, el doctor Brown, no hay problema, yo lo pago todo-, le dijo a Katty. Yo estaba muy emocionada y aún más agradecida con aquel millonario tan noble y generoso que se portaba tan de maravillas con la clínica. Muchas personalidades vinculadas al mundo del óleo y los pinceles, habían confirmado su asistencia y según Katty, habría un centenar de invitados, entre ellos autoridades de la ciudad. Yo estaba más nerviosa que Frederick, temblaba incluso. Me puse un vestido verde Nilo, muy entallado, con un escote discreto, zapatos blancos abiertos, con tacto catorce para verme enorme, pantimedias, me solté mis pelos, me colgué unos pend
Llegamos en mi carro, justo a tiempo. Katty estaba hermosísima con un vestido largo, ceñido, oscuro, con guantes y tenía sus pelos sobre los hombros. Le dio un gran besote en la boca a Frederick y me dijo que ya había mucha gente esperando para que se abran las puertas. -Han venido muchos periodistas, harán videos para las redes y estarás en la televisión-, le fue contando ella a Hughes. Yo me apuraba en quitarle las pelusitas al saco de Frederick. La idea era abrir, primero, las puertas del museo, para que todos admiren los trabajos de Hughes, y luego Katty haría la presentación oficial. Así, a las siete, en punto, se inició la exposición. Todo el gentío ingresó a la sala, desatando una intensa vocinglería. Ya se imaginarán. Yo me comía las uñas de la angustia intentando saber qué pasaba. Escuchaba los murmullos de la gente, muchos "ohhhhhhhhhh" de admiración y barullos de aprobación. Luego, a las siete y treinta, Woodward, entró a la sala. -Su atención, por favor, todas e
La exhibición terminó pasada la medianoche. Nadie quería irse y por el contrario seguían llegando coleccionistas y conocedores, llamados por lo que ya estaban y de pronto el museo estaba repleto, no había espacio ni para respirar. Todo había sido un éxito. -Doctora, me voy con Katty-, me anunció Hughes. Ella reía pícara. -Por supuesto, jóvenes, disfruten de lo que queda de la noche-, les dije y los dos se fueron tomados de la mano, mirándose a los ojos muy enamorados, haciendo brillar sus miradas, entregados a su propia pasión. Sonreí. -Disfruten del amor, chicos-, dije contenta y luego de un rato, fui, también, a mi auto para regresar a casa. Los cuadros se vendieron en su totalidad y Hughes se volvió súper millonario en una sola noche, aunque, claro, los trabajos le habían demandado muchas horas de paciente labor, de bastante entusiasmo y sobre todo de buen gusto y el toque inigualable de su arte y talento. -Este cuadro es suyo, doctora-, me dio Hughes la mañana siguie
Estuve toda la noche borroneando versos, buscando rimas, queriendo impactarlo con un poema que sea súper romántico, con toques eróticos, algo que le remeciera igual como si recibiera un rayo en medio de la cabeza. Lo titulé "Mi vida y mi alegría" y se lo envié a su móvil. -Cada momento solo pienso en ti, llevo tu nombre escrito en mis pensamientos anhelando con locura tus encantos de hombre. Cada minuto estás en mis sueños y quisiera volver a tocar tus manos y estar a tu lado saboreando tus besos. Cada segundo quisiera besarte, oírte hablar, acariciarte y rendida decirte que soy tuya y tú eres mío. Cada instante te llevo en mí porque eres mi vida entera, mi anhelo hecho hombre para toda la eternidad- Me gustó mucho y le puse el emoji de un corazoncito. Sin pensarlo dos veces se lo envié y quedé a la expectativa de que lo recibiera, lo leyera y me escribiera. En realidad yo me portaba como una quinceañera con él. Yo estaba bastante ner
Brown me llamó bastante preocupado y alarmado. -Hay una denuncia policial contra Marcus Green-, me dijo con la voz trémula, con muchas tildes de duda y de desconcierto. En realidad a él no le debía importarle, sin embargo Marcus Green había sido paciente nuestro de la clínica y ciertamente estaba involucrado con nosotros y eso nos afectaba de una u otra manera, sobre todo a mí. Y eso lo sabía Brown. Yo había estado a cargo de Green y aún él no estuviera más en el hospital, seguían siendo, de alguna manera, nuestra responsabilidad. Rayos, mascullé. Adiviné de inmediato que la denuncia era el marido de Julissa. -¿Qué es lo que ocurre?-, arrugué mi naricita tratando de mostrarme calmada o incrédula. Tampoco quería darle muchas alas a Brown de que en realidad yo estaba perdidamente enamorada de Marcus. -Escapó con una mujer casada-, me dijo serio. Brown se había enterado de todos los pormenores de la vida íntima de Green, de sus amoríos con Julissa y que ella había dejado su hogar
Mi padre respondió positivamente a las terapias que le estaba haciendo. Yo ya no quería que se metiera en más problemas. Con Ferdinand, mi ex novio, había tenido muchos incidentes, justamente por su mal genio. No toleraba que nadie, siquiera, me saludara o me viera que estallaba como un petardo y lanzaba puñetes y patadas igual que un energúmeno. Mi padre también tuvo muchos conflictos similares, incluso aporreó al propio Ferdinand y yo no quería verlo más rodeada de policías, en medio de gritos o escándalos. Le hablaba, entonces, le provocaba recuerdos dulces de mamá y mío, sobre todo de pequeña, y él se emocionaba mucho. En una tienda de curiosidades pude conseguir música lituana y eso le cayó de maravillas. No solo conocía todas las canciones, sino que las tarareaba constantemente y le provocaba un sin fin de evocaciones, de sus padres (mis abuelos) y de su propia infancia. Brenda fue la que me dijo de esa tienda que estaba en los suburbios. Uno de sus pacientes era coleccionist
-¡¡¡Ya está el libro en las calles, Andrea!!!-, me llamó eufórica Antonella esa mañana de frío intenso. El cielo estaba bastante gris y opaco y habían nubarrones densos pintados en el cielo, amenazando con una lluvia fuerte. Yo estaba en mi consultorio revisando el historial clínico de Trevor. El juez estaba pidiendo una evaluación de su caso porque debía dictar sentencia del caso engorroso del tráfico de medicinas que se le seguía y que había involucrado a Karlson y a Davids, empañando la imagen de la clínica. Yo no quería darle el alta porque sus enemigos lo seguían asediando. Había comprobado que esa fobia a las cucarachas era mentira para refugiarse en el hospital y lo que en realidad él tenía era miedo a los sicarios. Era obvio, después de todo: querían matarlo. Brown me exigía que le diera el alta pero yo encontraba siempre pretextos, de que faltaban terapias, de que requería de nuevos exámenes, que habían detalles que me incomodaban y cosas así. Por eso buscaba y rebuscaba