La mañana llegó demasiado pronto para el gusto de Marcus. Había pasado la noche inquieto, su mente atormentada por los recuerdos del pasado y la incertidumbre del futuro. Maya yacía a su lado, su respiración suave y acompasada contrastaba con la tensión que él sentía en cada fibra de su ser.Con cuidado de no despertarla, Marcus se levantó y se dirigió al baño, se miró en el espejo, notando las ojeras oscuras bajo sus ojos y la línea tensa de su mandíbula. —Tienes que mantener el control —se dijo a sí mismo —no puedes permitir que te vean débil.Cuando salió del baño, Maya ya estaba despierta, sentada en la cama con una expresión de preocupación en su rostro.— Buenos días — dijo ella suavemente — ¿Cómo te sientes?Marcus se acercó y se sentó junto a ella, tomando sus manos entre las suyas.— Como si estuviera a punto de enfrentarme a un pelotón de fusilamiento — admitió con una sonrisa torcida.Maya apretó sus manos, sus ojos estaban llenos de comprensión y amor.— Recuerda que eres
La mañana siguiente amaneció gris y nublada en Sicilia, como si el cielo reflejara el estado de ánimo de Marcus. Había pasado una noche intranquila, su mente atormentada por las revelaciones del día anterior. Con pasos pesados, bajó las escaleras hacia el comedor, esperando encontrar la villa vacía y poder lidiar con sus pensamientos en soledad.Sin embargo, al entrar en el amplio salón, se detuvo en seco. Allí, sentados a la mesa, estaban Antonella y Leonardo, sus rostros mostrando una mezcla de ansiedad y esperanza.— ¿Qué hacen todavía aquí? — espetó Marcus, su voz sonaba cargada de irritación — Les dije claramente que quería que se fueran.Antonella se levantó de inmediato, sus ojos ya llenos de lágrimas.— Marcus, hijo mío, por favor — suplicó, acercándose a él con pasos temblorosos — No nos eches, no tenemos a dónde ir.Marcus retrocedió, incapaz de soportar la cercanía de la mujer que lo había abandonado tantos años atrás.— Ese no es mi problema — respondió fríamente — Ustedes
Marcus se encontraba en el jet privado, volando de regreso a Sicilia. Su mente era un torbellino de emociones contradictorias, y el alcohol que había estado consumiendo desde que despegó no hacía nada para aliviar su dolor. Miró por la ventanilla, viendo cómo las nubes pasaban rápidamente, y se preguntó cómo había llegado a este punto.— Señor, ¿Necesita algo más? — preguntó el asistente de vuelo, notando la botella de whisky casi vacía frente a Marcus.Marcus levantó la mirada, sus ojos enrojecidos e hinchados.— Otra botella — murmuró — Y que nadie me moleste.El asistente asintió con preocupación y se retiró rápidamente. Marcus volvió su atención a la ventanilla, sus pensamientos regresando inevitablemente a Maya.— ¿Cómo pude ser tan estúpido?", se preguntó mientras se servía otro vaso — caí en sus mentiras, en su falso amor. Como un maldito ingenuo de nuevo.Cada trago que daba parecía avivar más su ira y su dolor. Las imágenes de Maya y Dan juntos, felices, esperando un hijo, lo
La mañana siguiente al regreso de Marcus a la villa siciliana amaneció con un sol brillante que contrastaba cruelmente con su estado de ánimo. Se despertó en su despacho, rodeado de botellas vacías, con un dolor de cabeza punzante y un sabor amargo en la boca que iba más allá de la resaca.Gruñendo, se levantó del sillón donde había pasado la noche y se dirigió tambaleante hacia la terraza. Necesitaba aire fresco y, más urgentemente, su desayuno especial para la resaca que la cocinera siempre le preparaba en estas situaciones.— ¡María! — llamó con voz ronca — ¡El desayuno!Se dejó caer pesadamente en una de las sillas de la terraza, masajeándose las sienes en un intento inútil de aliviar el dolor. Estaba tan concentrado en su malestar que no notó la figura que se acercaba hasta que escuchó una voz suave y esperanzada.— Buenos días, Marcus. Te he preparado el desayuno.Marcus levantó la vista, incrédulo, para encontrarse con el rostro sonriente de Antonella. Su madre sostenía una ban
El helicóptero aterrizó en la pista del hospital del puerto más cercano con un estruendo ensordecedor. Dianco De Luca saltó del aparato antes de que las aspas dejaran de girar, cargando el cuerpo inconsciente y ensangrentado de Maya en sus brazos. El miedo y la desesperación se reflejaban en cada línea de su rostro mientras corría hacia la entrada de emergencias.— ¡Ayuda! ¡Necesito ayuda inmediatamente! — gritó Dianco, su voz ronca por la angustia — ¡Mi hija ha sido herida de bala!Un equipo médico se apresuró a su encuentro, empujando una camilla. Dianco depositó a Maya con cuidado, su corazón latía desbocado al ver lo pálida que estaba su hija.— Señor, necesitamos que nos dé espacio para trabajar — dijo uno de los médicos mientras empujaban la camilla hacia el interior del hospital — La llevaremos directamente a cirugía.Dianco los siguió, incapaz de apartar la mirada de Maya.— Por favor, tienen que salvarla — suplicó, con su voz quebrándose — Hagan lo que sea necesario, no impor
Marcus regresó a la villa siciliana con una determinación férrea en su mirada. A pesar del amor que aún sentía por Maya, su orgullo herido era demasiado grande como para perdonarla. Se dirigió directamente a la sala de reuniones, donde sus hombres más leales lo esperaban.El ambiente estaba cargado de tensión cuando Marcus entró. Todos podían sentir la ira que emanaba de su jefe. Se paró frente a ellos, sus ojos recorrieron cada rostro antes de hablar.— Caballeros — comenzó Marcus, su voz fría y calculadora — Ha llegado el momento de acabar con los Carotti de una vez por todas. Esta noche, atacaremos con todo lo que tenemos.Los hombres intercambiaron miradas, una mezcla de emoción y preocupación se reflejó en sus rostros. Franco, el más cercano a Marcus, se atrevió a hablar.— Jefe, con todo respeto — dijo Franco, eligiendo cuidadosamente sus palabras — ¿No cree que podríamos estar yendo directamente a una trampa? Los Carotti seguramente nos estarán esperando.Marcus se quedó en sil
Marcus se encontraba en su despacho, con la mirada fija en el horizonte, su determinación era firme: no buscaría a Maya. El orgullo herido y la sensación de traición pesaban más que cualquier otro sentimiento. Se pasó una mano por el rostro, intentando borrar el recuerdo de su sonrisa, el sonido de su risa.— No puedo volver a ella — murmuró para sí mismo, apretando los puños — No después de lo que ha pasado. Es mejor así.Mientras tanto, en el hospital, Maya mostraba signos de mejoría considerable. Dianco De Luca observaba a su hija con una mezcla de alivio y preocupación. Verla tan pálida y vulnerable le partía el corazón, pero al menos estaba viva y recuperándose.— Maya, cariño — dijo suavemente, acercándose a la cama — Los médicos dicen que ya puedes ser dada de alta. He pensado que podrías venir a quedarte en mi villa por un tiempo.Maya lo miró con ojos cansados pero agradecidos, la idea de tener un lugar seguro donde recuperarse la llenaba de alivio.— Gracias, papá, la verdad
Los días en la villa De Luca se habían convertido en una tortura silenciosa para Maya. El llanto constante del bebé de Miranda resonaba por los pasillos, un recordatorio cruel de lo que había perdido. Cada sollozo del pequeño era como un puñal en su corazón, reavivando el dolor por su propio hijo.Una mañana particularmente difícil, Maya no pudo soportarlo más. Salió de su habitación, hasta la habitación de Miranda a pesar de lo prometido a su padre. La puerta estaba entreabierta, y lo que vio la dejó helada: el bebé, solo en su cuna, llorando desconsoladamente mientras Miranda yacía en la cama, cubriéndose los oídos con una almohada.Maya entró sin pensarlo, acercándose a la cuna. El bebé la miró con ojos llorosos, extendiendo sus manitas hacia ella.— Shh, pequeño — susurró Maya, tomándolo en brazos — Todo está bien.Miranda se incorporó de golpe al escuchar la voz de Maya.— ¿Qué demonios haces aquí? — gritó, levantándose de un salto — ¡Suelta a mi hijo!Maya retrocedió, protegiend